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miércoles, 23 de mayo de 2012

Toros de lidia

Madrid, 22 de mayo de 2012. Más de tres cuartos de aforo. 6 toros de Alcurrucén, de trapío desigual (segundo y tercero con poco cuajo y en general de poco remate), mansos en el caballo, con casta y juego en la muleta, excepto el quinto que se rajó. El Cid, silencio y división (aviso). Miguel Ángel Perera, silencio y aplausos (aviso). Iván Fandiño, ovación (aviso) y silencio.

Por fin salió una corrida con casta y ofreciéndose emotiva a los de a pie y al coso entero. Corrida de esas que llevan las orejas colgando, no sólo por su juego, sino por su capacidad de transmisión. Doce, o si ustedes quieren, diez orejas que se fueron caminito del desolladero, compuestas y sin novio. ¡Qué pena! Cuando hay toros no hay toreros… y cuando hay toreros no hay toros, dice el conocido adagio popular. Y ayer se cumplió una vez más. ¡Lástima también que no hubiesen tenido ese punto más de presencia y cuajo que nos hubiera permitido hablar de todo un corridón de toros! Nos lo temíamos, dado el cartel. ¡Y lástima, también, que no pasaran por el primer tercio con más de bravura, ya que a pesar de arrancarse alguno de lejos a los del castoreño, no apretaron y salieron sueltos en la mayor parte de las ocasiones! Pese a ambos lunares, qué interesante corrida de toros la de José Luis Lozano y sus hermanos.
El tercero, Alcaparroso, de escaso remate por detrás (Foto: las-ventas.com)
Generosos en la muleta, regalando arrancadas y embestidas incesantes, buscando siempre los engaños, con viaje y recorrido, con más o menos genio y alguno humillando más que otro. ¡Cómo se ve que saben lo que se traen entre manos! Después del fracaso de El Cortijillo, en la que –les recordamos- no hubo un toro bueno, pero tampoco molestaron –condición poco decente del ganado de la post-modernidad-, ésta era la corrida que esperábamos ver en Madrid, en día tan señalado como el de la presencia de esos que se nos venden desde hace años como figuras y que así se autotitulan para sonrojo de la humildad.
Al cartel previsto, uno más, hubo que apuntar la sustitución de Sebastián Castella, convaleciente de su cogida en este coso, por el prometedor Fandiño, que como antaño Robles y Domínguez no termina de afianzarse en esa posición tantas veces entrevista junto a los de más arriba. A Julio Robles o a Roberto Domínguez les vimos muchas tardes en Madrid, formando pareja en bastantes carteles junto a un tercero variable, apuntando siempre, pero disparando pocas veces, hasta que un lustro después demostraron lo mucho y bueno que podían ofrecer. Me acuerdo que los llamábamos “las eternas promesas”, y parece que al vizcaíno habrá que titularle de igual manera. Ayer dejó escapar una oportunidad de oro; una ocasión en la que dar un baño completo a dos diestros de los que se dice están consagrados, y de los que uno va de retirada y al otro todavía no le hemos visto.
A Manuel Jesús, un día más, se le escapó de entre los dedos un triunfo definitivo –como fue aquel de Bilbao- con un lote verdaderamente excepcional para la muleta. Éste ya no es el Cid de esos años en los que rendía, no Valencia, sino la propia capital del orbe taurómaco, a sus pies, y en los que la espada le jugó tan malas pasadas. Ayer le tocó en suerte un Cara-Alegre, 575 kilos, en primer lugar con unas embestidas francas y claras –quizá le faltó humillar un poquito más para considerarse el toro ideal para la franela-, repitiendo con entrega a cada cite. Es verdad que lo intentó, que hizo esfuerzos dolorosos por mantenerse firme y por colocarse –sobre todo al final del trasteo-, pero sin limpieza, sin continuidad, sin terminar de afianzar la planta en el albero, su labor estuvo muy por debajo de las expectativas y del propio toro. Tras un desarme dejó una estocada por las costillas, aunque tirándose derecho, y otra entera baja. Silencio. 
El cuarto, Fiscal, de justa presencia pero noble y boyante (Foto: las-ventas.com)
Más triste fue lo del cuarto, Fiscal, 545 kilos, que tuvo clase en la muleta para ceder una parte y convertir un encierro de bueyes en toros de lidia. No hizo pelea de bravo en los caballos, pero llegó al último tercio humillando y yendo con claridad, nobleza y boyantía. Manuel lo volvió a intentar, estuvo algo mejor que en su primero, tiró, arrastró al toro en los vuelos de su muleta en media docena de lances, pero peor colocado que en aquél, volviendo a las desigualdades y con algunas desconfianzas en un final que vino a menos, con algún paso atrás y nuevas dudas. Me gustaron dos series desmayadas, cogiendo al de Alcurrucén algo atrás -también descolocado-, pero con temple, gusto y torería; poco bagaje, sin embargo, para lo ofrecido por la res.  Una entera, por arriba, dejándose ver, un aviso y un descabello, para oír pitos iniciales y aplausos subsiguientes: división, por ende.
El Cid en los lances desmayados al cuarto, que hace el avión (Foto:las-ventas.com)
Permítanme que les cuente que no termino de ver a Perera. De aquel novillero interesante, el diestro pacense se ha convertido en un pegapases abrumador, nunca bien colocado, con enorme tendencia a rematar cualquier lance hacia las afueras, y de una pesadez y longitud en las faenas abrumadora. Y eso cuando no se retuerce –algo que ayer volvería a hacer-. Coge a los toros siempre con el pico y los remata por allá, y sólo cuando el toro gira en su derredor, muy en corto, sin apuntarle jamás los pitones, logra encandilar a los públicos, a base de ligar y no rematar un pase. Lo hace también, es cierto, cuando recurre al arrimón final –con el toro agotado e inmóvil, valoren el mérito-, o se deja llevar por el populismo en ese toreo de talanquera y plaza portátil, del sobeteo en corto, los circulares invertidos o de las miradas al tendido. Pero eso está bien para los pueblos de menos de 5000 habitantes, no para la cátedra del toreo. Ayer se dejó escapar un primero, Chalinito, 527 kilos y poca culata, al que dio distancias generosas en primera instancia para ir acortándolas en lo sucesivo, siempre por fuera y sin rematar un lance, desastroso y retorcido en los cites finales, metiéndoselo sólo a cabeza pasada; una pena de toro. Una entera baja, y silencio. Cruel que es el público de Madrid, al que ayer faltó por Twitter. En el quinto, Herrero, de 570 kilos, que intentó saltar la barrera de salida, logró que se le rajara a la tercera tanda, porque de tanto enseñarle la salida y despedirlo hacia las tablas, el toro, sin duda, debió creer que ese era el camino que debía seguir. El animal se lo llevó a las tablas y tercio del 5 –en plena solanera-, y allí optó por el populismo encimista, en un pasar soso y periférico, antes del arrimón ante el mortecino animal. El público de sol, generoso siempre en sus manifestaciones, ignorante sin duda del desprecio del diestro, lo aplaudió a rabiar, contagiando a buena parte de la sombra clavelera y ocasional. Toreo… hubo poco, pero no están  los tiempos para exigencias. Desde muy lejos dejó un pinchazo y luego, después de nueva rajada, una entera por la tripa, también ovacionada en primera instancia… porque lo importante es que entre el acero completo aunque no se fijen por dónde se clava. Ovación y saludos desde el burladero. Pudo y debió haber sonado un segundo aviso. ¡Cómo para que se queje del público!
Fandiño dejó escapar esa oportunidad que le hubiera venido de perlas, dada la repercusión de la tarde. En el tercero, un Alcaparroso de 525 kilos y poco remate, ligó en las primeras tandas, situado al hilo del pitón, pero a base del sempiterno paso atrás, cediendo terrenos y retirando la pierna que debiera cargarse. Aplausos, no obstante. No pudo o supo aprovechar completamente las buenas condiciones del toro, que embistió dadivoso, ensuciando el trasteo –pudo molestar el aire-, y colocándose cada vez peor. Un buen cambio de mano, aguantando una barbaridad y unas ajustadas bernardinas postreras levantaron de nuevo los ánimos de una faena a menos, pero desaprovechó la coyuntura con un pinchazo previo a una entera desprendida, escuchando a la par el primer aviso que el palco enviaba. Una pena, la verdad. 
Fandiño en las ajustadísimas bernardinas finales al tercero (Foto: las-ventas.com)
El último fue uno de esos toros de consagración, exigentes, de nombre Pitillero, con 560 en la báscula, mansito en varas pero con casta, codicia, algo pegajoso y muy voluntarioso en la muleta. Un toro para alcanzar la gloria. No lo pudo. No se dobló el diestro de Orduña como hubiera necesitado el toro –al que dejaron un tanto crudo en el primer tercio… rutinarios que son algunos-, no lo sometió por bajo, castigándolo, y el toro se creció a su gusto, llegando casi a desbordarlo en más de una ocasión. El bicho, incómodo, hacía hilo pegajosamente, y en vez de rematarlo más atrás, un poco más largo, el diestro no hacía sino perder pasos entre lances, apurado, pajareando sin cuento, intentando ahogarlo al estrechar terrenos, pero sin conseguirlo. Con ese amargo sabor de saberse por debajo, le dejó una entera atravesada –que hizo guardia-, pero estrechándose en un esfuerzo final y sacando rota la taleguilla por el muslo derecho. Un descabello final, certero, dejó una posible consagración en nueva promesa… Y con ésta ya van dos o tres en Madrid.

2 comentarios:

  1. El que más pena me dio fue el Cid con su segundo, un toro de bandera en la muleta tras el arca de Noé que llevamos en la feria: bueyes, cabras, mulos y monas. ¡Con lo que fue hace unos años Manuel Jesús al natural!. Fandiño mal pero se le puede esperar, a Perera no dan ganas de esperarle, pesadísimo y pegapases total, como se dice en la crónica. Tampoco es el que era. ¡Qué pena de toros!.

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  2. Que pena de toreros uno esta para irse -"fiscal" lo sentencio-otro se cree que es figura -nunca llegara- y el último se esfuerza pero le falta algo.....como Ud dice cuando sale el toro no hay toreros.

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