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jueves, 31 de mayo de 2012

Hasta el rabo todo es toro

Madrid, 30 de mayo de 2012. Menos de dos tercios de entrada. 6 toros de Carriquiri, impecablemente presentados en general, pero mansos, flojos, sosos y descastados. Sólo sobresalió el sexto, bravucón en el caballo. Carlos Escolar, Frascuelo, silencio en ambos. Ignacio Garibay, silencio y silencio (aviso). Javier Castaño, palmas y vuelta.

La corrida iba por un auténtico despeñadero. A las carencias del ganado, excepto en carnes y hechuras, se sumaba una apática o incapaz actitud de los diestros, sumiendo al espectáculo en una de sus simas más profundas, de aquellas de las que es casi imposible retornar, el aplastante y bochornoso tedio. Arrastrado el quinto casi podíamos afirmar que se trataba de la corrida más aburrida, fastidiosa y plomiza del ya patético ciclo isidril de 2012. ¡Y ya es difícil! No hubo, en los cinco primeros, ni toros ni toreros dignos de tal nombre. El trampantojo del trapío lucido por alguno de estos modernos carriquiris -de origen y encaste Núñez-, no era capaz de ocultarnos de la vista la vacuidad de su condición de res de lidia, ayunos sus interiores de bravura, de casta, de acometividad, y aun de la perseguida e insultante actitud colaboracionista de la toreabilidad.
Los diestros, como contagiados por el mal del hastío, no mostraban siquiera actitudes, no digo aptitudes… Ni la torería consustancial de Frascuelo apareció ayer por su coso, por la plaza que le adora, por la que bebe los vientos por su gracia singular. Garibay anduvo con el jet-lag taurino, incapaz de sacar nada en claro de ambos oponentes. Las ilusiones concebidas y puestas sobre los hombros de Javier Castaño, se desvanecieron en el tercero… Nada hacía augurar, cuando las mulas retiraban el cadáver yerto de ese Letrado corrido en quinta instancia, que podría remontarse el festejo… Pero lo hizo.
El sexto, Flamenco, 633 kilos (Foto: las-ventas.com)
Costó lo suyo, no fue fácil. Pero, de repente, cuando todo parecía adecuarse al guión previo del festejo, a Castaño se le ocurrió despertar de su letargo, erigirse en lo que desea la afición madrileña, y tomar, por fin, las mismas riendas de la lidia, abandonadas a su triste suerte hasta ese momento. Nada nos había ofrecido en los lances de recibo al sexto, Flamenco de mote, de 633 kilos, feo de hechuras y de distinta arquitectura a la de sus hermanos, negra la capa y negros los augurios. El toro, como la mayor parte de sus hermanos, campó a sus anchas, distraído y sin fijar en el primer tercio, presagiando una versión de la capea en la que se había transformado la lidia de los cinco previos. Tomó una primera vara, apenas refilonazo, suelto, entrando corrido al caballo en chiqueros, sin que nadie lo evitara… Cabeceó dos veces en el peto y salió suelto. Otro más… Pero, de repente, inesperadamente, apareció el Castaño que deseábamos ver; decidió poner orden en el caos intelectual y material del festejo; fijó al bicho a bastante distancia del caballo, prácticamente en los mismos medios, y Tito Sandoval, uno de esos varilargueros que aun reúnen condiciones para inscribir su nombre en el libro áureo de los picadores, citó, desde su sitio, alegrando al toro, dando los pechos del caballo, consiguió que se le arrancara el toro y le puso en hierro en los rubios. Fue un encuentro fugaz, de un instante, sintió el hierro, cabeceó y salió huido del envite. Castaño lo recuperó, volvió a colocarle en los medios, si cabe un poco más lejos, y Sandoval volvió a hacer la suerte como emociona, con gracia, donosura y verdad, y el bravucón volvió a arrancarse. La gente se levantó de sus asientos, de su apatía y de sus bostezos. Era la suerte de varas recuperada. Aun menos que el anterior encuentro duró éste, el toro volvió a sentirse dolido y salió nuevamente suelto. El castigo aun era insuficiente, y Castaño volvió a lidiar, a llevar al toro al platillo central y tras un recorte, lo dejó nuevamente en suerte… Tito –con nombre de emperador romano de los Flavios- citó e hizo la suerte como los cánones ordenan, y por tercera vez –sin contar la de tapadillo en toriles- el toro se arrancó alegre al caballo. Hubo un relampagueante encuentro, antes de dolerse al hierro y despedirse con coz inclusa del peto. No era un toro bravo, era una suerte brava y un bravo al picador y a su lidiador. La gente se puso en pie y ovacionó al varilarguero, como lo hizo días atrás con Meléndez; debió dar, como debió hacerlo aquél, la vuelta al ruedo, como lo hemos visto hacer antaño, aunque sea por el callejón, a pie, agradeciendo los nutridos y prietos aplausos. El toro, un bravucón, intentaremos explicarlo en entrada de días próximos.
La suerte de varas en su integridad (Foto: las-ventas.com)
La corrida, por fin, había comenzado. David Adalid, como en la última novillada y en la cuadrilla de Damián Castaño, anduvo brillante en garapullos. Javier salió con la montera calada, para qué abandonar el precioso y torero tocado, si no se brinda el toro. Todo parece molestar a los diestros de hogaño…, la espada, la montera, las zapatillas… Castaño intenta recuperar esa tradición de antaño, como en su día han hecho otros diestros con regusto clásico. Hubo un interesante tanteo, con un soberbio cambio de manos, por alto todo y en tablas. Sacó el bicho a los medios y creo que ahí se equivocó. El toro no era bravo, ni siquiera tonto, soso o ñoño, era un mulo que aparentó en varas como si fuera bravo, un bravucón sin casta. Aguantó dos tandas a derechas. Hubo emoción y transmisión en ambas, lo llevó cosido a la muleta, citando y colocado de perfil, pero largo y sometido al engaño, pero… ya en la segunda le costó más terminar la serie porque el toro se empezó a quedar y a protestar. 
Con la zurda se vino la faena abajo; el exceso de tela en el extremo de la muleta, que se rezagaba en cada lance de la panza de aquélla, provocó que el toro siempre enganchase el trapo, ensuciando por completo el trasteo, y eso que el diestro anduvo mejor colocado. El encimismo inútil fue recurso para levantar de nuevo los ánimos del respetable, antes de apostar por el toreo pueblerino que tan de moda está en los tendidos de sombra…, como en los de sol. Un simple pinchazo, tendido, pero por arriba, y un descabello, sólo le conseguirían esa vuelta… ¡Ay si hubiera matado…!
La fiesta, por fin, y a muy última hora, había recuperado el pulso y la alegría de vivir.
El resto fue penoso. Frascuelo nada hizo en su primero, un bicho bonito, manso, soso y descastado, al que no supo cómo meterle mano y que se aplomó en seguida. Descolocado y sin ideas lo despenó de media desprendida, sesgando. Tampoco vimos su proverbial torería en el cuarto, un bicho engatillado y algo escaso de cuerna, que cumplió con el guión del encierro, muy manso, soso y descastado. Hasta cinco entradas hizo a los de caballería, para que lo acosaran en las últimas y recibiera el castigo oportuno. Despegado siempre, desde fuera, Frascuelo optó por espantar moscas. El toro no iba y al diestro le iba que no fuera. Casi media espada, por arriba, con práctica cinegética le sería suficiente para verlo arrastrar.
El primero, Peluquero II, un colorado -casi melocotón- de 580 kilos (Foto: las-ventas.com) 
El mejicano Ignacio Garibay tampoco hizo gran cosa en su primero, ni aun ese vistoso toreo con el capote que siempre ha caracterizado a los diestros aztecas. El animalito, flojo, soso, manso y descastado no decía nada, pero tampoco exigía las precauciones del diestro, situado excéntrico en las suertes, abusando del pico muchas veces y próximo al nihilismo táurico. Tres pinchazos bajos, cuarteando, otro más arriba y una entera tendida dieron fin al segundo capítulo. Lo del quinto fue una repetición de la jugada: el toro muy manso, algo brusco –este sí-, soso y rajándose en cuanto pudo. El diestro no lució ni percal, ni franela, lo pasó en paralelo, sin dominio, descolocado, sin continuidad y a veces sucio. Prometimos que acabarían en chiqueros –tenemos testigos- y allí terminaron, para una entera por los bajos, un barbeo por las tablas y un aviso postrero. El benevolente público madrileño, pasó página y se guardó los pitos.
Castaño nos defraudó en el tercero, porque esperábamos verlo como al fin apareció en el sexto. Mal en la lidia de ese Peluso, otro que apuntar a la lista de mansos, flojos y descastados, pero protestón y complicado, no conseguiría templarlo en casi todo el trasteo. Sólo le vimos bien en la tanda al natural, en que de perfil lo llevó mucho más limpio, mandado, largo y corrigiendo parte de los defectos del animal. No sé por qué volvió a cambiar de mano…, porque ahí volvería a las andadas. Sólo en esa serie estuvo claramente por encima de las pobres condiciones del bicho, se impuso el toreo… al “pegapasismo”. Se tiró con ganas a matar, cobrando una estocada por arriba –con desarme- y fallando en un único intento de descabello. Menos mal que luego hubo emoción en el sexto, despertándonos a todos y levantando la ilusión por la fiesta. ¡Hasta el rabo todo es toro!

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