Sucedió un 15 de mayo de 1912
Así titulaba la
crónica la revista Arte Taurino, aquella que narraba la séptima corrida del
abono madrileño de 1912, noveno festejo mayor de la temporada.
Rafael Gómez
Gallito había alcanzado el cénit de su carrera. Nada de lo que hasta entonces
se le había visto, era ni remotamente semejante, y eso que venía de cortar una
oreja –la segunda de la plaza madrileña aceptada como tal- el día 2 de mayo,
aunque con el intermedio –obligado en un torero como él- de un desastre
considerable el 12 del mismo mes ante reses del duque de Tovar.
Rafael el Gallo antes de vestirse para aquella corrida (Foto Arte Taurino) |
La fecha de ese
15 de mayo, San Isidro, de 1912, quedará, desde entonces, grabada en áureas
letras en la biografía del genial y pinturero, desigual e incomparable, diestro
sevillano.
Ese día del
patrón madrileño se lidiaron seis toros de D. Manuel y D. José García (antes Aleas); para una
terna compuesta de Ricardo Torres, Bombita; Vicente Pastor y
Rafael Gómez, Gallito. Los toros, en términos generales
estuvieron bien presentados, cumpliendo en varas sin excesos (30 puyazos por 14
caídas y 5 pencos para el arrastre), destacando tercero y sexto, y llegaron
sin grandes dificultades al último tercio.
Bombita escuchó pitos en ambos
toros, aunque estuvo atento en quites. Pastor,
sólo un poco mejor, vio como se dividían las opiniones en los suyos. Rafael,
sin embargo, estuvo colosal, especialmente en la muerte del sexto.
Un derribo de uno de los de Aleas lidiado (Foto Arte Taurino) |
Rafael, al tercero, lo toreó con mucha alegría y adorno, pero lo mató de dos
pinchazos y una estocada caída, y de ahí que sólo escuchara una ovación y diera
una vuelta al ruedo. En uno de esos pinchazos el estoque saltó a los tendidos
hiriendo a un espectador, que fue atendido en la enfermería.
En el sexto,
sin embargo, realizó una faena superior de todo punto, llena de arte y de
gracia, que enloqueció a toda la plaza. Banderilleó muy bien a ese sexto junto
a sus compañeros de cartel. Pinchó en la suerte de recibir y acertó al volapié
a continuación en los mismos rubios. La ovación fue de las de época, hubo
petición de oreja, pero no se consumó el trofeo porque la gente, echándose al
ruedo, sacó en hombros al héroe del día, entre el entusiasmo de todos los
espectadores.
El diario ABC describe
minuciosamente las faenas de los espadas, sin juicio crítico alguno, que no sea
la opinión de que Gallito realizó una “Nueva,
preciosa y bordada faena, para entrar a volapié en forma inmejorable y dar una
gran estocada de la que rodó e! toro instantáneamente. Superior, admirable; lo
mismo al torear que al matar. Salió en hombros en medio de una ovación tan
grande como justa. Bien y mil veces bien. Todo en cuatro minutos. Ha sido una
faena de las que no se olvidarán nunca; la mejor que ha hecho, y hoy puede
decirse que no se ve hacer una cosa que tan brillante resulte en conjunto. Mucho
mejor que el 2 de Mayo, pues la muerte del toro ha sido inmejorable”.
Bombita rematando un quite en aquel festejo (Foto Arte Taurino) |
Joaquín Bellsolá (Relance) en la revista
Arte Taurino, al margen de consagrarle emperador del toreo, añadiría: “Yo no he
visto nada tan grande como aquello. Fue asombroso, enorme, grandioso, inmenso,
soberano, colosal. El público deliraba. El maravilloso torero, el excelso
Gallito, realizó prodigios, describió con su mágica muleta curvas nunca soñadas,
y la muchedumbre se estremeció de entusiasmo. Fue como una corriente eléctrica
que recorriera de un extremo a otro todas las gradas del circo. Y eso en el
último toro, cuando la gente no suele ni mirar al ruedo. No hay pluma capaz de
describirlo. La multitud, enloquecida, ovacionaba al espada triunfante y pedía
la oreja del bravísimo aleas, que hipnotizado había obedecido al gigante en
todos sus movimientos, hasta caer a sus pies herido por mortal estocada”.
Y añadirá el gran cronista: “Siempre he
dicho que Gallito es un artista. Hoy digo que es un genio. Es el mejor. No
tiene piernas. Es un torero de medio cuerpo arriba”. Tal fue su entusiasmo que al describir la faena
diría “pasará a la historia escrita con letras de oro…”. Hubo “seis naturales,
de su invención, cambiándose de mano la muleta por detrás –a los que hay que
bautizar- en los que el dominio, la elegancia, el arte y la ciencia se
mostraban esplendorosos ante los asombrados ojos de los espectadores. No hay
quien haga eso, ni toreando de salón delante de una silla. El torero, quieto,
altivo, erguido, desdeñoso, mandaba; y el toro, sugestionado, obedecía como un
borrego”.
Acabará el crítico madrileño diciendo que
acertó la presidencia en no conceder la oreja, “Es poca recompensa la oreja
para tal hazaña, y más conforme se van poniendo hoy las cosas esas de dar
orejas”.
Una tarde cumbre del Gallo mayor, del gran Rafael. Una tarde que ha pasado a
la historia de la tauromaquia con mayúsculas, una tarde de toros del día de San
Isidro.
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