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lunes, 14 de mayo de 2012

Si hay que suspender… se suspende


El Reglamento nacional, ese que aun parece que rige el devenir de la fiesta –creo y supongo-, es taxativo en lo referente a la garantía de la integridad del ganado, que incluye, lógicamente el trapío de las reses que hayan de lidiarse.
La propia Ley Taurina, de 1991, en su artículo 6, referente a la Intervención administrativa previa a la lidia, dice en su punto 2., que “Una vez hayan llegado a la plaza donde han de ser lidiadas las reses, éstas serán reconocidas por los Veterinarios, en presencia del titular de la Presidencia de la corrida, de representantes del ganadero y del empresario de la plaza, así como de los lidiadores, si lo desean. Los mencionados reconocimientos versarán sobre la sanidad, edad, peso, estado de las defensas y utilidad para la lidia de las reses, así como sobre el trapío de las mismas, debiendo ser rechazadas por la Presidencia aquéllas que no se ajusten a las condiciones reglamentariamente establecidas. Asimismo, se establecerá el procedimiento del sorteo y apartado de las reses declaradas aptas para la lidia”.
Es decir, es potestad presidencial rechazar las reses que no cumplan con las exigencias de trapío –siempre en función del encaste y de la categoría de la plaza de que se trate-, y en caso de no completarse el número mínimo al que obliga el Reglamento –seis toros en una corrida habitual, con tres matadores, más los dos sobreros obligatorios en plaza de primera- suspender el festejo anunciado.
El Reglamento, desarrollando lo que decía la Ley, en su artículo 57, también punto 2, dirá “Las reses rechazadas habrán de ser sustituidas por el empresario, que presentará otras en su lugar para ser reconocidas. El reconocimiento de estas últimas se practicará en todo caso antes de la hora señalada para el apartado. De no completarse por el empresario el número de reses a lidiar y los sobreros exigidos por este Reglamento, el espectáculo será suspendido”. Más claro no puede estar. 
Protesta en la Plaza de Méjico, ante una res impresentable (años 60). Colección personal
Si, por las razones que fueran, no se lograse completar el número de reses necesarias para el festejo anunciado –incluido sobrero o sobreros- “el espectáculo será suspendido” por quien tiene la potestad para ello: el Presidente. A éste no ha de temblarle el pulso a la hora de proteger los derechos del pagano espectador, al que se le ha ofrecido un cartel –a guisa de contrato-, garantizado además por la Ley y el Reglamento, en el que se le ofrece un espectáculo íntegro y con seis reses –o más o menos- acordes a las garantías que quedan reflejadas en el presente texto. A la Presidencia, por tanto, y no a nadie más –ni aun al Delegado o Subdelegado gubernativo o autoridad de la Comunidad Autónoma correspondiente- compete la posible suspensión del festejo si no se reuniese el ganado suficiente y necesario para dar el espectáculo con las correspondientes garantías de integridad, sanidad o trapío. En estos últimos años ha habido suspensiones en muchas plazas y no ha pasado nada; Jaén, Málaga, El Puerto y un no muy largo número de cosos suspendieron festejos porque no se logró reunir una corrida completa con la dignidad necesaria, y la población no ardió en revolución, no se quemaron conventos -tradición secular de cierta parte levantisca de la izquierda-, ni se mataron curas, no apedrearon el ayuntamiento, ni se levantaron barricadas en las principales vías públicas, ni tampoco se persiguió por las calles a la autoridad, a sus representantes o a los dignísimos miembros de la empresa.
Así que, si no se completa el lote necesario de reses con la dignidad y trapío que exige la categoría del coso, el Presidente debe suspender el festejo. Lo de ayer de Las Ventas, después de reconocer hasta 24 animales –VEINTICUATRO reses-, más de tres o cuatro camiones enteros cargaditos de supuestos toros, era de suspensión. El trapío de cinco –o de cuatro, como gusten- de los lidiados, era impresentable para Madrid. Al margen de las tres o cuatro “ratas con sombrero” de Valdefresno, el becerrote agigantado de El Vellosino justificaba más que con creces esa suspensión.
Nos consta que hubo más que palabras en el reconocimiento, y que volvieron las expresiones de tono elevado, las malas caras y gestos y las subsiguientes y sutiles presiones. ¿Presiones de qué? Se suspende el festejo y aquí paz y después gloria. Y allá carguen con su responsabilidad la empresa del Tripartito, la dignidad y el honor de los ganaderos, y la complaciente Comunidad de Madrid. Al público, ese que pasa por taquilla para mantenerlos a todos ellos, se le devuelve el dinero y a la fiesta se la defiende de la mejor manera posible. Es mejor para ésta suspender un festejo impresentable, que tener que tragar con el bochorno y la ignominia de lo que ayer pisó el albero venteño.
Pero no; al fin se lidió una corrida birriosa para deshonra del coso, de la fiesta y para terminar de sacar los cuartos a los abonados que, por si un acaso, decidieron conservar sus entradas en vez de proceder a su reglamentaria devolución. ¡Qué afortunados y realistas fueron los que accedieron a las taquillas antes del festejo!

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