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lunes, 21 de mayo de 2012

Triste despedida de un maestro


Madrid, 20 de mayo de 2012. Dos tercios de aforo. 6 toros de Guardiola Fantoni, impecablemente presentados, mansos en general, de juego desigual, duros a la muerte, con más genio que casta pero algunos toreables. El Fundi, silencio y pitos (3 avisos). Uceda Leal, silencio y silencio (dos avisos). Rubén Pinar, ovación (aviso) y silencio (aviso).

El Fundi muleteando al de su despedida (Foto: las-ventas.com)
El cielo pareció ponerse de acuerdo con la tarde para derramar amargas y abundantes lágrimas sobre el albero venteño. Un torero se retiraba, un diestro que durante dos décadas y media ha demostrado su pundonor y su honestidad, enfrentándose siempre con lo que otros –más altos en el escalafón- nunca han querido ver, un matador con enorme profesionalidad, con oficio y con técnica más que probada, que tuvo varios años de triunfos constantes antes de que aquella caída del caballo nos dejara huérfanos de su toreo. El Fundi pasó ayer un trago amargo como probablemente en su vida como matador no haya tenido que vivir. Una verdadera lástima. Con él se nos va uno de los mejores lidiadores, uno de los matadores más eficaces y más puros, un hombre entregado a su profesión y que siempre dio la cara ante las situaciones más complicadas. Un torero de los pies a la cabeza. Su trayectoria, a lo largo de estas dos décadas y media lo acredita como matador de época, mucho más que tantas de las mal llamadas figuras, que jamás se enfrentaron a un toro de lidia. Vaya este recuerdo emocionado para quien como él, ha sabido encarnar durante tantas temporadas la honestidad y el buen hacer ante las camadas de lo más encastado, duro o complicado del campo bravo español.
Ese cielo que lloró la pérdida del héroe, y que desde luego –y sin duda alguna- obligaba a la suspensión. Suspensión que no se produjo en detrimento de los aficionados –alguno no acudirá hoy al coso por neumonía- y que favoreció sin dudas a las arcas empresariales; suspensión que era obligada ante el diluvio universal que obligó a aplazar quince minutos el inicio de la corrida, dejó el ruedo impracticable –algo que se notó muy especialmente a la hora de que afianzaran los pies los lidiadores en la suerte suprema-, y que arreció –si cabe- durante el segundo vespertino. Que saliera el arco iris en la lidia del tercero, y que luego dejase de llover en el cuarto o quinto, no son razones que justifiquen lo que no tenía defensa. Mal la presidencia en este caso.
El primero, Cipolino, un toro con toda la barba (Foto: las-ventas.com)
Sumen a las adversas condiciones meteorológicas que ayer pisó Las Ventas un auténtico encierro de Guardiola Fantoni, una corrida de verdaderos toros (después de entre 26 y 28 toros rechazados en el reconocimiento, nuevo éxito empresarial y ganadero, de los hierros de Peñajara y Joselito –en ambas versiones-; parece que vamos camino del Libro de los Récords). Una corrida la de origen Villamarta, muy en el tipo de la casa en general, honda, larga, grande, de buena caja y bien armada, destacando un primero que con 621 kilos era un auténtico tío. Y, además, dura y fuerte, apenas vimos una caída a pesar del lodazal del ruedo. Los acanalados lomos de los toros habrían dado de comer a un Regimiento, las culatas bien rematadas y poderosas, los morrillos prominentes, las extremidades, sin embargo, nervudas y más finas de lo que esos kilos hacían presumir. Trapío por doquier. Trapío acorde, por cierto, al tipo del encaste, que admite tales pesos y proporciones. Hubo dos más feos, segundo y cuarto, con la cabeza algo más descolgada, pero de impecable presencia. En cuanto al juego en general, hubo más genio que casta. Varios de ellos casi llegaron a cumplir en varas, empujando en el primer encuentro, intentando romanear, a veces –es cierto- sobre un pitón, aunque en los segundos se vinieron a menos… Subrayar que, como es lógico imaginar, a la corrida se le pegó una barbaridad en general; ayer no hubo esos refilonazos o picotazos, salvo acaso al segundo. En banderillas, aunque apretaron un poco, no terminaron de perseguir a los rehileteros hasta las tablas; y en la muleta… hubo de todo, aunque predominaron las embestidas nobles, algo sosas y siempre con la cara a media altura. Se complicaron a la hora de la muerte, donde –tras la desastrosa actuación de sus matadores- sacaron genio, pegaron tremendos arreones y se mostraron más que duros, pétreos. ¡Qué manera de aguantar la sarta de pinchazos, medias estocadas y descabellos sin cuento! Hubo, sin contar unos cuatro o cinco desarmes a los peones, hasta unas 15 pérdidas de capote o muleta de los maestros a lo largo y ancho del festejo, bien es verdad que las telas mojadas no tenían el vuelo de otras tardes más secas y calurosas.
El tercero, Pájaro, otro toro (Foto:las-ventas.com)
Pasó el Fundi con más pena que gloria por la lidia de su primero, el de 621 kilos de nombre Cipolino, y como sus hermanos negro de capa y muy bien armado; un toro complicado a la muerte, que llegó a la defensiva, bruscote y mirón. No se confió el de Fuenlabrada en medio del diluvio que arreciaba y, entre dudas y recortes, doblones y espantamoscas, terminó por dar un sainete con la espada. Cinco pinchazos feos, sin ninguna seguridad –pero acuérdense del estado del piso- y dos descabellos, lo enviaron al desolladero. Mejor anduvo con la franela en el cuarto, Contable, 573 kilos, a pesar de alguna duda inicial. El toro, más noble y embestidor, se fue yendo a menos, para sacar genio y malas pulgas a la hora de matar. Más colocado el espada, con más voluntad que en el precedente, incluso llegó a darle algún muletazo de mando y clase. Pero se complicó la vida con los aceros, hasta el punto de que, tras de cinco pinchazos, varios descabellos salpicados por aquí y allá, hubo de escuchar, como Simón-Pedro, el amargo canto de los clarines tres veces. Diez segundos prolongó los quince minutos el palco, cuando otras tardes nos pasamos en un par de vueltas al reloj… o más. Aunque el público de aluvión, insensible a la situación y desconocedor de las circunstancias del diestro, lo quiso abroncar, buena parte de la afición le tributó la ovación sincera que su carrera ha merecido en ésta que se presupone su despedida de Las Ventas… Esos mismos que pitaban ayer son los orejófilos absurdos de otros días… Falta de criterio en cualquier caso.
Nos sorprendió la casi obligada falta de firmeza y de seguridad de Uceda Leal en ambos toros, especialmente a la hora de matarlos, pero hay que poner al estado del ruedo en su defensa. Su primero, Barbafino, de 610 kilos, fue también complicado, es cierto, brusco, embistiendo siempre a media altura, sin el recorrido de alguno de sus hermanos… un prenda. Pero tuvo dos o tres tandas iniciales potables que el madrileño, descolocado, no supo aprovechar en medio de las cataratas del Niágara, con medios pases y alguna desconfianza. Desconocido con la tizona, llegó a dar tres medias estocadas con metisaca, un par de pinchazos caídos y al fin una entera por arriba un poco desprendida. Peor anduvo con Trombón, de 552 kilos que parecían cuarenta más, un toro con veinte buenas embestidas –sin terminar de humillar, como sus compañeros de encierro- antes de que se desengañase por la inmensa salida y las despedidas que le ofrecía el diestro, para rajarse primero y sacar dureza y genio en las postrimerías. Y es que Uceda no remató a sus espaldas ni uno sólo de los lances, casi obligando al toro a salir de los envites distraído y mirando por dónde se volvía a la pelea, ello a pesar de que iba largo y noble, sin ofrecer complicaciones francas. Sin torearlo, sin dominarlo en ningún caso, acabó pasándolo al hilo de tablas, yéndose el bicho a favor de aquellas y protestando en contra. Recorrieron la plaza entera ambos, antes de que doblara, se escucharan dos avisos y le diese el experto y gran matador de otras tardes, tres pinchazos cuarteando –con una toma de olivo por el burladero- y una entera caída.
Uceda durante el diluvio en el segundo (Foto: las-ventas.com)
Un Pájaro de 568 kilos le tocó a Rubén Pinar en primera instancia, un pájaro que no fue de cuenta, pues llegó embestidor a la muleta, perfectamente toreable aunque llevase la gaita… a media altura. Comenzó el manchego perdiendo el capote y sufriendo un acosón en el primer tercio, y en la muleta, a pesar de que los de la bronca al Fundi tenían unas ganas locas de aplaudir y dar orejas sin ton ni son, anduvo desde fuera –cómo le cuesta colocarse a este chico-, abusando del pico y llevándolo en paralelo, en ese toreo que nada dice a los aficionados venteños, aunque le haga cortar apéndices en otras plazas… allá ellos si se conforman con eso. Sólo le vimos algún toreo en redondo con la zurda –con alguna reconsideración inicial del diestro-, volviendo a la vulgaridad al retomar la diestra. Un bajonazo chalequero fundió aquellas esperanzas de los de la casquería. Otro tanto le vimos con la mole del sexto, 660 kilos, Felpa-viejo de extraño nombre, un torazo que no aparentaba tanto aunque en sus lomos se hubiera podido disponer una Compañía de artillería desplegada. Un toro que embistió en la muleta, después de empujar e intentar romanear en las varas -aunque saliera un poco suelto-. Toreo periférico, mucho pico, varias descubiertas del diestro (con las subsiguientes coladas del bicho que no sabía a cuál de los dos bultos acudir) y siempre embarcando al animal muy atrás, en la pierna retrasada. Tras un cuarteo por tierras albaceteñas dejó un pinchazo, con desarme y arreón, oyó un aviso, dejó otro pinchazo -similar en ejecución y consecuencias- y una entera atravesada, a lo venatorio, que requirió dos descabellos.
En resumen, una corrida seria, dura, complicada, nada sencilla que nos hizo permanecer muy atentos a lo que pasaba en el ruedo, y que jamás debió celebrarse, para la despedida de un torero de los que habremos de recordar.

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