Esta es, por desgracia, la fiesta
que preconizan los del “arte y la cultura”, los diestros del G-10 y los
empresarios del tripartito… entre otros. Probablemente es la fiesta con que han
logrado engañar al público ocasional, al que se entera de la actualidad taurina
a través de las páginas del papel cuché o del “Sálvame” de turno. Vaya arte… de la engañifa.
Estos son los toros cantados,
loados, enaltecidos, alabados, ensalzados, encumbrados, destacados, elogiados y
con los que enloquecen los profesionales del mundillo a uno y otro lado de la
mesa de despacho. Este es el ideal de una muy buena parte de los que se dedican
en el campo español a criar supuestas reses de lidia. Estos bichos son los que
han sembrado el antaño campo bravo español de nefasta simiente…, de cuyos
desechos se han nutrido más centenar y medio de ganaderías por sólo contar las
de la Unión. Vacas, becerros de ambos sexos que en vez de ir camino del
matadero para preservar esa riqueza genética, única y singular del toro de
lidia, han conformado piaras enteras en otros pagos, al amparo de nuevos ricos
ansiosos de notoriedad, o de ganaderos que han perdido el norte de lo que debe
ser la crianza de un toro de lidia y han basado sus expectativas en que se los
toreen las figuras.
Tan cultura es, fíjense ustedes,
que hasta se le ha cedido espacio, tiempo y tribuna a su actual propietario
para defender y contar las grandezas de “esto” en la famosa carpa de la
empresa. “Arte y cultura” y olé. Sólo falta la gitana de los faralaes para el
cuadro compuesto sobre el televisor, cuando no eran de pantalla plana.
Esto de Juan Pedro, tras lo visto
ayer, y tantas otras tardes en estos últimos años –a cualquiera le sale un
lunar, como también a esta vacada en las últimas temporadas-, es un cáncer destructor,
que antagónicamente se defiende como necesario y vital para la fiesta de
nuestros días. ¡Sorprendente!
Lo de ayer, nos informaba el
programa, que eran cinqueños… ¡Pues cómo serían de cuatreños! De impresentable
trapío para Madrid (podían haber pasado como toros en Villaperalillos, o
incluso, si ellos quieren, en Sevilla –perdónenme los muy buenos aficionados de
la capital andaluza, pero es lo que hay-)... y pasaron en Las Ventas. Se supone que en Madrid no basta con que nos
asusten dos pitones por delante, al parecer único motivo que justifica el
trapío para algún veterinario, sino que el resto de las hechuras del animal sean
acordes a las exigencias de la primera plaza del orbe taurómaco. Las culatas,
la musculatura, el cuajo, la seriedad en el tipo, son tan importantes como esos
dos pitones afiladísimos –no les parecen a ustedes demasiado afilados…- que
mostraron los que ayer nos soltaron en Las Ventas. Del primero al tercero
ninguno debió ser aprobado en el reconocimiento, el cuarto nada decía, al quinto
le perdonamos por los pelos, y sólo el último merece ser considerado como toro
apto para el coso madrileño, sin reparo alguno. Nueva colección de gatos, que, a
priori, no deberían haber pisado el ruedo venteño. Pero lo hicieron entre
los amansados silencios generales del público de Madrid, que está como la
fiesta en general, en proceso de descomposición interesada, y sólo algunos aficionados, aislados, fueron capaces de silbar o expresar aquello que antaño hubiera sido
general: ¡vaya fraude!
Y… paso adelante. Sin trapío y
sin fuerzas, cayéndose por doquier; alguno como el que abrió puerta -¿por qué
los primeros siempre se caen mucho más que los tres últimos?- besó el santo
suelo en seis ocasiones. Lo previmos desde que salió… Pero se mantuvo en el
ruedo contra la opinión de la afición, y punto y seguido. Si luego con ello se
perjudicó al toricantano azteca, ¡pues peor para él! Prosigamos… A la
falta de trapío y de fuerzas en general, se sumo la previsible ausencia de
casta; los dos primeros carentes de ella, el tercero flojo y soso pero suave,
el cuarto aunque con apariencia en los comienzos rápidamente a menos, el quinto
y sexto nuevas muestras del descaste generalizado. De la toreabilidad
pretendida, al que no molesten y de ello, de ese concepto asqueroso, a la mansedumbre
y descaste absoluto. Perfecto, “bravo” camino el recorrido por algunos…
Morante al natural en actuación precedente (Foto: Feriataurina) |
Al confirmante Juan Pablo Sánchez
apenas le vimos; en el primero fue imposible, entre caídas, descaste y enfados
del respetable, ni el bicho dijo nada, ni el neófito en Las Ventas pudo mostrar
cosa alguna. ¡Qué bonito es ver entrar a saltitos de invalidez una res de lidia,
que no acaba de pasar! Desde fuera y desde lejos lo despenaría de una entera
desprendida. El último volvería a las andadas, un bicho que abrió la boca
fatigado y agotado en el primer tercio, que se cayó hasta en tres ocasiones
durante éste, y que acabaría echándose un par de veces ante la mirada
atónita de ese público de aluvión que no dijo esta boca es mía hasta ese
momento. ¡Fantástico! ¡La fiesta de los toros elevada a su máxima emoción!, ¿se
caerá, no se caerá…? Algo templó el mejicano y toreó con alguna despaciosidad
antes de que el bicho sucumbiera a su invalidez y descaste. Desde fuera, de
nuevo, y desde lejos, una entera baja y amén.
Talavante, no sé si a disgusto
por tener que venir a sustituir a Cayetano, mostró una superficialidad vana en
ambos toros, verdaderamente proverbial. ¡Eso es fajarse en la responsabilidad
de tirar de la fiesta! Ante el tercero, descolocado, abusó del pico para
separarse el toro, sufriendo muchos enganchones consecuentes a su forma de
citar y embarcar: suciedad. Terminó embarcando con el trapo por detrás de la
pierna de entrada en medios pases que llegaron más al personal, con mayor
estética que en sus comienzos. Le vimos, eso sí, un buen cambio de mano a mitad
del trasteo. Lo demás fue poco y manifiestamente mejorable. Un pinchazo con
desarme y una entera, asimismo con desarme, finalizaron ésta su primera
actuación. En el quinto nos mostró una imagen francamente desconocida,
mecánico, de nuevo superficial, a media altura y con alguna suciedad, en un toro que
protestó y fue a menos con prontitud. Un pinchazo feo, media caída un siglo
después, otro pinchazo feo en chiqueros, y uno más antes de la definitiva
estocada por arriba. Silencio.
Morante no vio, ni pudo ver, a su
primer antagonista. Se dobló con gusto y técnica en los comienzos –como debe
ser-, y colocado al hilo y ¡cargando la suerte, albricias!, no terminó de
cogerle el aire. El infame animal se fue a tablas, dispuesto a echarse, y antes
de que lo lograra el matador nos regaló hasta siete pinchazos al cuarteo previos a una casi entera desprendida y sin
pasar. Sólo pitos. En el cuarto nos volvió a dejar esas que han dado en
llamarse “gotas de esencia”, de puro clasicismo, de arte eterno… pero en tan
escasa cantidad que ya ni siquiera podemos hablar de destape del frasco de aquéllas. Fue un
entreabrir el mismo, inhalar esos leves vapores embriagadores y cerrar el
pequeño ungüentario para no perder ni más tiempo, ni más recursos artísticos.
Pero esas leves gotas, esos detalles de toreo clásico, se nos volverán a
quedar, como tantas otras veces en la retina: con naturalidad, sin
afectaciones, erguida la planta de torero que el de la Puebla atesora, echando
los vuelos de la muleta por delante, trayéndose al toro, bien colocado, e incluso a
veces cargando la suerte, supo enjaretar dos preciosos derechazos, con gusto
exquisito. Un buen natural en los finales de la faena, unos pases de pitón a
pitón por la cara del toro, y todo ello con la trascendencia de la clase y de
la torería de siempre. No fue una faena, no fueron sino atisbos de lo que
debiera haber sido, no fue triunfal ni siquiera completo, pero déjenme que, al
menos, los guarde como recuerdos imperecederos de lo que debiera ser la
normalidad y no lo es. Se impacientó la gente al fin, y tras dos pinchazos –de nuevo
saliéndose- y un aviso, lo descabelló al primer intento.
Morante en una verónica en Las Ventas (Foto:las-ventas.com) |
Luego vino el quite al sexto, con
dos excelsas verónicas, de las de enseñar en las escuelas, de las de colgar en
El Prado, que no comprendieron ni el apoderado de Sánchez ni el propio diestro
azteca; el intercambio de pareceres, la intervención de Curro Vázquez y la parte final de sucesos… Pero eso ya no es
tauromaquia, es estupidez. ¡Qué le vamos a hacer! Morante estaba en su derecho
y casi en la obligación... Si el toro no aguantaba esos cuatro capotazos
esbozados –dos de ellos consumados- ¡estamos buenos...! ¡Qué se apunten a toros de
lidia, y no a desechos de un hospital de guerra! ¡Cuánto mal está haciéndole a
su torero el apoderado del de la Puebla!
Acabará la Feria y no vemos una faena de dos orejas ni soñándola. Al tiempo. Vaya desastre.
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