¡Albricias! Parece mentira que en
los tiempos que corren, con el toro del mono-encaste, con la majadería de la
toreabilidad que conduce a la borreguez y a la condición boyar, con lo mal que
han salido los toros esta feria… y esta temporada, de repente, nos topemos con
un toro bravo. Pero fue así, sin paliativos; con esa bravura exigente e
indómita, con su punto de fiereza, con la entrega justa y medida y desbordante,
con casta y acometividad por arrobas… las mismas que lució en trapío y
hechuras. Ese segundo, de nombre Pistolero,
habrá de ser toro de premio para aquellos jurados –si es que no lo supera
alguno de los que aun han de saltar al ruedo madrileño- que busquen la verdad
de la fiesta, no las componendas y los abrazos con toreros o empresa.
Ha tenido que ser en una corrida
de las que, a priori, no gustan las figuras, ¡qué sorpresa! (entiéndanme la
ironía). Corrida de Baltasar Ibán muy interesante en líneas generales, bien
presentada (con un único lunar), y encastada para lo que hoy estilamos. Corrida
–como nos reconocía un ganadero a la salida del coso- de las de azulejo en el
patio de arrastre… si no fuera por ese sexto que desdijo de su sangre y estirpe,
y quizá también por el primero. Corrida en hechuras y tipo de la casa –no se
fijen en el peso… que es la sempiterna frase que escuchamos los aficionados
cuando pedimos trapío y nos lo quieren cambiar por kilos-. Pues, ahora, no se
fijen en el peso…, y busquen las hechuras de estos Contreras “adomecados” con
lo de Los Guateles. Toros bonitos, de buenas grupas y lomos, con remate, enmorrillados,
de hocico de alcuza y algo degollados sin exageraciones, de bonitas y tocadas –algo
levantadas las puntas- cabezas, pero sin exageraciones córneas; finos de cabos,
de rabo largo y velloso –a un par les arrastraba por el suelo-, armónicos, ni
largos ni cortos y con la alzada correspondiente a su tamaño, sin exageraciones.
Fenomenal, nueva lección de trapío, si no fuese por ese cuarto que sacó el
ganadero, más lavadito de carnes y culipollo. Una corrida, en definitiva, de
Baltasar Ibán, de las que nos gustaría aprendiesen muchos cómo se presenta un
toro en Las Ventas –y no ese segundo de Espínola, por cierto-.
Pistolero, el bravo segundo, número 29 y con 554 kilos (Foto: las-ventas.com) |
Una corrida que de haber
transcurrido al revés, hubiera dejado un muy grato recuerdo en cualquier aficionado,
pero que, como en otras ocasiones, se deslizó en sentido inverso al deseado…,
de más a menos. Los tres primeros, a mi juicio tuvieron mucho mayor interés que
los tres finales, destacando ese segundo y un tercero excepcional en boyantía y
nobleza. El cuarto, el que cayó en trapío, embistió con generosidad hasta que
le ahogaron y otro tanto le sucedió al quinto, muy castigado en varas –¡pero de
verdad!-, aunque se frenaba un poco –a pesar de venirse de lejos- y derrotaba
más que sus hermanos. ¿Quién sabe si el sexto, al que también ahogó Rubén
Pinar, hubiera lucido más si le hubiese dado esos cuatro metros que pedía, esa
distancia a la que el toro, cuando le veía, iniciaba un movimiento tímido de
manos y levantaba la carita más alegre?
Nos quedamos, sobre todo con el
juego del segundo, bravo en varas, que fijo y codicioso empujó en el caballo
como hacía tiempo no se veía en Las Ventas, que costó un sin vivir sacarlo del
caballo y cuando al fin lo abandonó sacó su genio… Entró larguito al segundo envite,
y aunque ya no le castigaron mucho, también empujó algo. Perseguiría en
banderillas, y llegó alegre, codicioso, con recorrido y metiendo la cara en la
franela, al último tercio. A pesar de que el bueno de Marín no acertó con toro
de tanta clase, y tendió a ahogarlo en las tandas finales, el animalito siguió
moviéndose y en dos buenos derechazos postreros volvió a demostrar la clase y calidad
de su brava condición. Aun hubo de sacar genio a la hora de la muerte,
desarmando al catalán –¡aprende Rajoy!- y buscando guerra antes de que lo
descabellara al primer intento.
Muy bueno para el torero fue el
tercero, que sin embargo manseó en varas y banderillas, llamando a mamá –cosa que
tampoco se escucha habitualmente en la actualidad-. Pero, ¡qué caramba!, era
una máquina de embestir, de planear, de meter la cara sin aspavientos e ir
largo y con clase en los engaños, capote o muleta. Sin claridad de ideas, Pinar
se lo dejó crudito, y así se lo recordaron, como a Marín los suyos o al
mejicano Spínola en el cuarto, alguna que otra voz de los tendidos. Fueron las dos
estrellas del encierro, aunque también disfrutamos con el juego de cuarto y
quinto, que no llegaron, ni mucho menos, a tales excelencias.
Otro buen toro Camarito, el tercero, número13, con 580 kilos (Foto: las-ventas.com) |
El mejicano abrió plaza frente a
otro de los que bajaron el listón, Lastimoso,
de 546 en la báscula; mansote, soso, protestón y algo bajo de casta, aunque le
sacudieron de firme en el caballo –y le taparon, como siempre, la salida, ¡qué
pesaditos…!-. Ni tuvo mucho viaje, ni embestidas claras, y desde fuera el
azteca y sosos ambos, lo mejor en el haber del diestro fue la brevedad y una buena
estocada, por arriba y tirándose como una vela. El cuarto, Ruiseñor, 528 en la tablilla, al margen de su escaso trapío, fue un
bicho manso pero embestidor. Como todos los de esta ganadería –casi diríamos
que los de este encaste- iba bien en la distancia, de lejos, con alegría y
generosidad…, ¡triste sino, porque ello conduce a que les acorten los terrenos
para ahogarlos! Eso hizo el americano en cuanto pudo, en la segunda serie a
derechas –o con la derecha, mejor dicho-. Le acabó por esconder el trapo y
citarlo de uno en uno… y así no hay quien vea el juego del toro. Fue un
aburrimiento y una sosería, poniéndose, además pesado y escuchando un aviso –¡diez
minutos, qué querría!- después de dejarle una única estocada por donde uno luce
el chaleco.
Spínola en el que abrió plaza (Foto: las-ventas.com) |
A Serafín le tocó Pistolero, que llevaba 554 kilos a los
lomos. Bastante hizo con no salir derrotado de la contienda, y aun, si mata a
la primera, quizá hubiera tocado pelo, tan generosa estaba la gente disfrutando
con el toro, que se llevó una ovación en el arrastre que antes hubiera sido una
vuelta. Aunque lo citó de largo casi siempre, acababa ahogándole un tanto,
pero sin que el bicho lo acusara notablemente. Estuvo por debajo del toro, no
cabe duda, pero no desbordado, simplemente ramplón, algo sucio en ocasiones y
más bien al hilo que en la rectitud. En aquello de… aseado, sin más. Levantó
algo los ánimos en unas manoletinas finales –el toro las tomaba como si le
fuera la vida en ello-, y bajó las esperanzas después de pinchar por arriba –con
desarme-, oír un aviso y descabellarlo con certitud. En quinto lugar salió Asustado –debía temerse lo que le darían en el primer tercio-, luciendo 590 kilos de encaste Ibán. Serafín brindó al palco real –como el
republicano Espínola o Pinar en su primero- pero el toro ya no era ese segundo;
más corto en sus arrancadas y protestando a veces, acabó por viajar lo justito
ante el achique de espacios del de Montcada. Cuando ya rozábamos el nihilismo,
fruto paradójico de la abundancia de vacío argumental y muchos pases, lo despenó Marín de
tres pinchazos caídos –uno de ellos con movimiento ulterior para ahondar el
estoque ¡qué cosa tan fea!-, un aviso y una entera pero muy baja.
Pistolero y Serafín Marín, fíjense como embiste, cómo mete la cara y cómo galopa (Foto: las-ventas.com) |
Ese extraordinario tercero, Camarito, pesó sus buenos 580 kilos y
fue magnánimo, espléndido, dadivoso sin par en sus nobles y dulces embestidas.
Pero Pinar, fiel al toreo post-moderno, siempre descolocado y tirando líneas para
fuera y acometidas al baúl de los olvidos, lo desaprovechó por completo. Es cierto que algo le aplaudió el público
bullanguero –ya saben, el del descanso dominical…-, pero acabaron por darse
cuenta de que el mérito correspondía más al toro que al diestro, y cuando
terminó sin limpieza y sin ideas, con una entera desprendida y escuchando un
aviso, hubo división… hasta en el parte de la empresa ¡nuevas albricias! El
sexto, Camarino, de parecido nombre
pero muy diferentes maneras, pesó 541 kilos, y fue el que menos nos pareció del
encierro. Manso, se fue a menos muy rápidamente, acusando menos casta que sus
hermanos. Para mí, no obstante, que la eterna manía de acortar terrenos y
ahogar los toros, para darse el consecuente arrimón -que tiene mucho menos
mérito que esperar al antiguo expreso de Andalucía a 120 kilómetros por hora en
medio de las vías-, tuvo buena parte de la culpa… Pero dejémoslo en una
hipótesis de trabajo, como se dice ahora. El animalito comenzó a quedarse corto
y a protestarle al diestro albaceteño en cuanto pudo, en la segunda serie. Con
un toreo periférico y aislado, nada vimos, ni por una, ni por otra parte. Media
desprendida valdría para ver una muerte fulminante, y ahorrarnos –a Dios
gracias- el aviso también habitual. Gracias.
Vimos al fin, ¡albricias!, un toro
bravo y con eso nos damos por pagados… no sé si todos…
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