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viernes, 4 de mayo de 2012

En defensa de la casta


El concepto de casta, lo hemos definido en alguna ocasión como la capacidad del toro para acometer, para buscar pelea incesantemente, para dar la cara en todas las suertes, para luchar y vender cara su vida. Y ello al margen de la bravura o mansedumbre, de la boyantía o nobleza en la muleta o del peligro y las complicaciones. El toro bravo, obligadamente debe estar encastado; es condición imprescindible. Pero el manso puede tenerla o carecer de ella; lo mismo que un toro noble puede poseerla o estar ayuno de la misma y un toro bravo puede ser más o menos noble.

La casta se demuestra en esa condición constante de movilidad –entendida como esa actividad constante, galope, con recorrido, ritmo, agilidad y rapidez- y de acometividad; un toro inmóvil, quedado o parado, rara vez la tendrá. No confundan este parado con uno de los estados naturales del toro en la plaza, como lo definen las tauromaquias clásicas: levantado, parado y aplomado. Este concepto clásico de “parado” se refiere al toro que después de haber pasado por la suerte de varas y banderillas llega a la muleta con sus fuerzas ya mermadas y sin esos ímpetus que suele mostrar de salida. Cuando un toro se para, es decir, tardea, le cuesta acudir a los engaños, apenas embiste o casi ni se mueve, ese toro carece de casta, o se encuentra ya tan fatigado por el combate que lo situamos entre los aplomados.

En un interesantísimo estudio del médico y catedrático de bioestadística Dr. José Almenara Barrios y del ganadero y Dr. Rodrigo García González-Gordon (“Una valoración científica de la bravura del toro: Estudio de los toros lidiados en San Isidro (Madrid, 2004-2005)”. Madrid, Universidad San Pablo CEU, 2005), base de ulteriores estudios y desarrollos informáticos y estadísticos para evaluar la bravura, los componentes que pesaban, que importaban a la hora de valorar la casta eran los siguientes:

CASTA = 0,169 Acometividad + 0,166 Movilidad + 0,163 Transmisión + 0,163 Crecerse + 0,145 Fiereza + 0,123 Fuerza + 0,123 Embestida engaños con clase + 0,116 Fijeza + 0,109 Embestida al caballo con clase + 0,025 Nobleza.

Por el contrario, los componentes que marcaban el carácter de toreabilidad se ordenaban de esta forma, pesando algunos componentes en negativo -atención-:

TOREABILIDAD = 0,452 Nobleza + 0,309 Embestida engaños con clase + 0,290 Fijeza + 0,022 Acometividad + 0,010 Embestida al caballo con clase – 0,003 Movilidad – 0,023 Crecerse – 0,125 Transmisión – 0,223 Fiereza – 0,251 Fuerza.

Así, en su estudio, destacaban los siguientes toros de entre los lidiados en las temporadas 2004-5 en Madrid:

Tabla 6. Orden obtenido en los 10 toros más puntuados en Casta.

Ganadería
Lidiador
Fecha
Peso
Puntuación
Directa EBL-10
Puntuación en Componente 1 (Casta)
Adolfo Martín
Robleño
2-5-05
531
43
3,12
Victorino
Robleño
5-6-04
530
41
2,77
Victorino
El Cid
5-6-04
601
41
2,65
Victorino
El Cid
5-6-04
527
37
2,31
El Pilar
Tejela
19-5-05
557
37
2,05
Ventorrillo
Tejela
19-5-04
511
36
2,05
Ventorrillo
Tejela
19-5-04
514
36
2,03
Escolar
Moreno
8-5-04
535
35
1,90
Escolar
Rafaelillo
8-5-04
570
35
1,89
Torrestrella
Rincón
26-5-04
506
34
1,88

Tabla 7. Orden obtenido en los 10 toros más puntuados en Toreabilidad.

Ganadería
Lidiador
Fecha
Peso
Puntuación
Directa EBL-10
Puntuación en Componente 2 (Toreabilidad)
Núñez del Cuvillo
Perera
29-5-05
501
21
2,36
Arauz de Robles
I. Vicente
23-5-04
509
20
2,23
San Miguel
Ferrera
13-5-04
506
20
2,12
Núñez del Cuvillo
Finito
25-5-04
505
21
1,96
Atanasio
Luguillano
1-6-04
555
18
1,93
Moisés Fraile
Uceda Leal
18-5-04
520
15
1,86
Martín Arranz
Tejela
15-5-05
496
21
1,86
Pto. San Lorenzo
Antón Cortes
12-5-04
530
27
1,82
El Pilar
El Fandi
19-5-05
608
31
1,75
Baltasar Iban
Ferrera
21-5-04
527
29
1,71

La casta es esencia de la tauromaquia. La base y fundamento de la fiesta se encuentra en la existencia de un toro, una variedad de bóvido, que tiene la imprescindible característica de la embestida, y eso es, precisamente, lo que le distingue de otras razas como la limousin, la gallega, la holandesa o la suiza... El toro de lidia, embiste; los otros no suelen hacerlo y si alguna vez lo hacen, es fugazmente y huyendo ante el castigo. El toro de lidia, por el contrario, embiste, acomete, busca pelea, se crece ante el castigo si es bravo, o se defiende y llega complicado y con brusquedades a la muleta si es manso. No confundan bravura y mansedumbre con casta o su ausencia.

Un "victorino" de hace un par de décadas
Decíamos que la emoción nace del riesgo, de la autenticidad de la fiesta. Y es que la fiesta se basa en ese toro que embiste y que puede coger, y un torero que lo evita con valor, técnica, clase, arte, estética y gusto. De ahí nace la emoción, y no el aburrimiento. Las sugestiones, por más colectivas que sean, son otra cosa. La materia prima de la fiesta es ese toro y un torero. Probablemente a muchos críticos les guste más el toro ñoño e inválido, ese que sale día sí, día también, el que se mueve de forma sumisa y borreguil ante el engaño, el que se cae sin cesar durante toda la lidia y apenas puede con el rabo, el que se mueve penosamente entre la muerte súbita y el derrumbe estrepitoso, el que entra al paso como a cámara lenta, el que anda –cuando lo hace- arrastrando pies y manos. Ese es el toro que se canta como prodigioso tantos días, y a ese -apenas semoviente- se le hacen esas mil faenas portentosas que aclaman y proclaman tantos. A nosotros, sin embargo, nos gusta el toro en su integridad y el torero honesto que puede con él, lo domina y somete al mandato de su muleta, y añade las imprescindibles gotas –o torrentes cuando así se poseen- de clase, arte y estética. Pero siempre con la verdad por delante; con el toro de lidia y no con la babosa borreguil indecente y medio muerta.

De ahí que nos dolamos de la principal de las carencias del momento: la casta, la acometividad, esas ganas de pelea, su repetición incesante pese al castigo recibido, pese a la merma de facultades en la lidia. Como no tomemos –todos- medidas en este aspecto la fiesta va a acabar por estrellarse contra el duro pavimento de la falta de interés y de las críticas de los antitaurinos.

Se ha buscado un toro tan cómodo para el torero, que no le moleste y exija tan poco en su embestida, que entre a una velocidad tan exigua y moderada –siempre sin excesos-, que se ha ido fabricando el antecesor directo del toro manso y descastado. En los propios estudios genéticos de la Unión de Criadores, para valorar la bravura, la movilidad y la acometividad –dos de las características en las que se funda la casta- son condiciones casi antagónicas a la toreabilidad y nobleza, ambas ya muy próximas al carácter de mansedumbre. De ahí que muchas vacadas hayan dado ya ese nefasto paso al frente; y basadas en desechos más o menos selectos –más bien menos- de ganaderías dulces y bobaliconas, se han convertido en un semillero constante de reses sosas, mansas, sin casta, sin acometividad, que deslucen cualquier corrida y a las que sólo algunos escogidos son capaces de sacar algún partido, precisamente aquéllos dotados de una sensibilidad fuera de norma y unas cualidades estéticas excepcionales. La fiesta de los toros, con ello, va camino de un aburrimiento infinito, cambiada desde su misma concepción, de lid en tratamiento terminal de un pobre e indefenso animal preagónico. En las manos de los buenos ganaderos está la única solución: la búsqueda incesante de casta y de bravura y el destierro de ese nefasto término que han dado en llamar “toreabilidad” y que sólo esconde borreguez insulsa en las más de las ocasiones.

Costó muchos más años ir seleccionando un toro verdaderamente bravo, que embistiese franco, noble, claro y bravo a los engaños o al caballo. Es verdad que ya hubo reses bravísimas en el siglo XIX o incluso en el anterior, especialmente en varas, conservando después buenas cualidades para el incipiente y embrionario último tercio, pero abundaban los toros más mansos que bravos, más broncos que nobles, más complicados que sencillos. Y…¡atención!, han bastado unos pocos años de selección para y por el torero para que una buena parte de la cabaña brava española, pierda su adjetivación y camine de vuelta a sus verdaderos orígenes: al buey para el arado, para la carreta, o para carne de matadero. Selección, contra la verdadera naturaleza, la de una raza creada artificialmente por el ganadero del XVIII y XIX que hoy es un verdadero tesoro genético para España. Si antaño siempre se seleccionó buscando la acometividad y la bravura –sobre todo en el caballo-, en las últimas décadas se ha ido buscando el toro artista -¡como si fueran seres humanos, empeñado su intelecto y su creatividad en las embestidas borreguiles!-, el astado colaborador, o peor aun, el bicho que no moleste –último concepto puesto en marcha, camino de la mansedumbre más absoluta-.

Mal camino llevamos en la derrota de la fiesta, tiempo es de que todos los aficionados reflexionemos sobre cuál es el rumbo que debe llevar la crianza y selección del verdadero toro de lidia.

1 comentario:

  1. No puedo estar más de acuerdo, suscribo palabra por palabra, Rafael, un abrazo!

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