El concepto de casta, lo hemos
definido en alguna ocasión como la capacidad del toro para acometer, para
buscar pelea incesantemente, para dar la cara en todas las suertes, para luchar
y vender cara su vida. Y ello al margen de la bravura o mansedumbre, de la
boyantía o nobleza en la muleta o del peligro y las complicaciones. El toro
bravo, obligadamente debe estar
encastado; es condición imprescindible. Pero el manso puede tenerla o carecer
de ella; lo mismo que un toro noble puede poseerla o estar ayuno de la misma y
un toro bravo puede ser más o menos noble.
La casta se demuestra en esa
condición constante de movilidad –entendida como esa actividad constante, galope, con recorrido, ritmo,
agilidad y rapidez- y de acometividad; un toro inmóvil, quedado o
parado, rara vez la tendrá. No confundan este parado con uno de los estados
naturales del toro en la plaza, como lo definen las tauromaquias clásicas:
levantado, parado y aplomado. Este concepto clásico de “parado” se refiere al
toro que después de haber pasado por la suerte de varas y banderillas llega a
la muleta con sus fuerzas ya mermadas y sin esos ímpetus que suele mostrar de
salida. Cuando un toro se para, es decir, tardea, le cuesta acudir a los
engaños, apenas embiste o casi ni se mueve, ese toro carece de casta, o se
encuentra ya tan fatigado por el combate que lo situamos entre los aplomados.
En
un interesantísimo estudio del médico y catedrático de bioestadística Dr. José
Almenara Barrios y del ganadero y Dr. Rodrigo García González-Gordon (“Una
valoración científica de la bravura del toro: Estudio de los toros lidiados en
San Isidro (Madrid, 2004-2005)”. Madrid, Universidad San Pablo CEU, 2005), base
de ulteriores estudios y desarrollos informáticos y estadísticos para evaluar
la bravura, los componentes que pesaban, que importaban a la hora de valorar la
casta eran los siguientes:
CASTA = 0,169 Acometividad + 0,166
Movilidad + 0,163 Transmisión + 0,163 Crecerse + 0,145 Fiereza + 0,123 Fuerza +
0,123 Embestida engaños con clase + 0,116 Fijeza + 0,109 Embestida al caballo
con clase + 0,025 Nobleza.
Por
el contrario, los componentes que marcaban el carácter de toreabilidad se
ordenaban de esta forma, pesando algunos componentes en negativo -atención-:
TOREABILIDAD = 0,452 Nobleza + 0,309 Embestida
engaños con clase + 0,290 Fijeza + 0,022 Acometividad + 0,010 Embestida al
caballo con clase – 0,003 Movilidad – 0,023 Crecerse – 0,125 Transmisión –
0,223 Fiereza – 0,251 Fuerza.
Así, en su estudio, destacaban los
siguientes toros de entre los lidiados en las temporadas 2004-5 en Madrid:
Tabla 6. Orden obtenido en los 10 toros más
puntuados en Casta.
Ganadería
|
Lidiador
|
Fecha
|
Peso
|
Puntuación
Directa EBL-10
|
Puntuación en Componente 1
(Casta)
|
Adolfo Martín
|
Robleño
|
2-5-05
|
531
|
43
|
3,12
|
Victorino
|
Robleño
|
5-6-04
|
530
|
41
|
2,77
|
Victorino
|
El Cid
|
5-6-04
|
601
|
41
|
2,65
|
Victorino
|
El Cid
|
5-6-04
|
527
|
37
|
2,31
|
El Pilar
|
Tejela
|
19-5-05
|
557
|
37
|
2,05
|
Ventorrillo
|
Tejela
|
19-5-04
|
511
|
36
|
2,05
|
Ventorrillo
|
Tejela
|
19-5-04
|
514
|
36
|
2,03
|
Escolar
|
Moreno
|
8-5-04
|
535
|
35
|
1,90
|
Escolar
|
Rafaelillo
|
8-5-04
|
570
|
35
|
1,89
|
Torrestrella
|
Rincón
|
26-5-04
|
506
|
34
|
1,88
|
Tabla 7. Orden obtenido en los 10 toros más
puntuados en Toreabilidad.
Ganadería
|
Lidiador
|
Fecha
|
Peso
|
Puntuación
Directa EBL-10
|
Puntuación en Componente 2
(Toreabilidad)
|
Núñez del Cuvillo
|
Perera
|
29-5-05
|
501
|
21
|
2,36
|
Arauz de Robles
|
I. Vicente
|
23-5-04
|
509
|
20
|
2,23
|
San Miguel
|
Ferrera
|
13-5-04
|
506
|
20
|
2,12
|
Núñez del Cuvillo
|
Finito
|
25-5-04
|
505
|
21
|
1,96
|
Atanasio
|
Luguillano
|
1-6-04
|
555
|
18
|
1,93
|
Moisés Fraile
|
Uceda Leal
|
18-5-04
|
520
|
15
|
1,86
|
Martín Arranz
|
Tejela
|
15-5-05
|
496
|
21
|
1,86
|
Pto. San Lorenzo
|
Antón Cortes
|
12-5-04
|
530
|
27
|
1,82
|
El Pilar
|
El Fandi
|
19-5-05
|
608
|
31
|
1,75
|
Baltasar Iban
|
Ferrera
|
21-5-04
|
527
|
29
|
1,71
|
La casta es esencia de la
tauromaquia. La base y fundamento de la fiesta se encuentra en la existencia de
un toro, una variedad de bóvido, que tiene la imprescindible característica de la
embestida, y eso es, precisamente, lo que le distingue de otras razas como la limousin,
la gallega, la holandesa o la suiza... El toro de lidia, embiste; los otros no
suelen hacerlo y si alguna vez lo hacen, es fugazmente y huyendo ante el
castigo. El toro de lidia, por el contrario, embiste, acomete, busca pelea, se
crece ante el castigo si es bravo, o se defiende y llega complicado y con
brusquedades a la muleta si es manso. No confundan bravura y mansedumbre con
casta o su ausencia.
Un "victorino" de hace un par de décadas |
Decíamos que la emoción nace del
riesgo, de la autenticidad de la fiesta. Y es que la fiesta se basa en ese toro
que embiste y que puede coger, y un torero que lo evita con valor, técnica,
clase, arte, estética y gusto. De ahí nace la emoción, y no el aburrimiento.
Las sugestiones, por más colectivas que sean, son otra cosa. La materia prima
de la fiesta es ese toro y un torero. Probablemente a muchos críticos les guste
más el toro ñoño e inválido, ese que sale día sí, día también, el que se mueve
de forma sumisa y borreguil ante el engaño, el que se cae sin cesar durante
toda la lidia y apenas puede con el rabo, el que se mueve penosamente entre la
muerte súbita y el derrumbe estrepitoso, el que entra al paso como a cámara
lenta, el que anda –cuando lo hace- arrastrando pies y manos. Ese es el toro que
se canta como prodigioso tantos días, y a ese -apenas semoviente- se le hacen
esas mil faenas portentosas que aclaman y proclaman tantos. A nosotros, sin
embargo, nos gusta el toro en su integridad y el torero honesto que puede con
él, lo domina y somete al mandato de su muleta, y añade las imprescindibles gotas
–o torrentes cuando así se poseen- de clase, arte y estética. Pero siempre con
la verdad por delante; con el toro de lidia y no con la babosa borreguil
indecente y medio muerta.
De ahí que nos dolamos de la
principal de las carencias del momento: la casta, la acometividad, esas ganas
de pelea, su repetición incesante pese al castigo recibido, pese a la merma de
facultades en la lidia. Como no tomemos –todos- medidas en este aspecto la
fiesta va a acabar por estrellarse contra el duro pavimento de la falta de
interés y de las críticas de los antitaurinos.
Se ha buscado un toro tan cómodo
para el torero, que no le moleste y exija tan poco en su embestida, que entre a
una velocidad tan exigua y moderada –siempre sin excesos-, que se ha ido
fabricando el antecesor directo del toro manso y descastado. En los propios
estudios genéticos de la Unión de Criadores, para valorar la bravura, la
movilidad y la acometividad –dos de las características en las que se funda la
casta- son condiciones casi antagónicas a la toreabilidad y nobleza, ambas ya
muy próximas al carácter de mansedumbre. De ahí que muchas vacadas hayan dado
ya ese nefasto paso al frente; y basadas en desechos más o menos selectos –más
bien menos- de ganaderías dulces y bobaliconas, se han convertido en un
semillero constante de reses sosas, mansas, sin casta, sin acometividad, que
deslucen cualquier corrida y a las que sólo algunos escogidos son capaces de sacar
algún partido, precisamente aquéllos dotados de una sensibilidad fuera de norma
y unas cualidades estéticas excepcionales. La fiesta de los toros, con ello, va
camino de un aburrimiento infinito, cambiada desde su misma concepción, de lid
en tratamiento terminal de un pobre e indefenso animal preagónico. En las manos
de los buenos ganaderos está la única solución: la búsqueda incesante de casta
y de bravura y el destierro de ese nefasto término que han dado en llamar
“toreabilidad” y que sólo esconde borreguez insulsa en las más de las
ocasiones.
Costó muchos más años ir seleccionando
un toro verdaderamente bravo, que embistiese franco, noble, claro y bravo a los
engaños o al caballo. Es verdad que ya hubo reses bravísimas en el siglo XIX o
incluso en el anterior, especialmente en varas, conservando después buenas
cualidades para el incipiente y embrionario último tercio, pero abundaban los
toros más mansos que bravos, más broncos que nobles, más complicados que
sencillos. Y…¡atención!, han bastado unos pocos años de selección para y por el torero para que una buena
parte de la cabaña brava española, pierda su adjetivación y camine de vuelta a
sus verdaderos orígenes: al buey para el arado, para la carreta, o para carne
de matadero. Selección, contra la verdadera naturaleza, la de una raza creada artificialmente
por el ganadero del XVIII y XIX que hoy es un verdadero tesoro genético para
España. Si antaño siempre se seleccionó buscando la acometividad y la bravura
–sobre todo en el caballo-, en las últimas décadas se ha ido buscando el toro
artista -¡como si fueran seres humanos, empeñado su intelecto y su creatividad
en las embestidas borreguiles!-, el astado colaborador, o peor aun, el bicho
que no moleste –último concepto puesto en marcha, camino de la mansedumbre más
absoluta-.
Mal camino llevamos en la derrota de la
fiesta, tiempo es de que todos los aficionados reflexionemos sobre cuál es el
rumbo que debe llevar la crianza y selección del verdadero toro de lidia.
No puedo estar más de acuerdo, suscribo palabra por palabra, Rafael, un abrazo!
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