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jueves, 29 de noviembre de 2012

José Morente habla "De Joselito a José Tomás" en el Aula de Tauromaquia del CEU

El arquitecto y gran aficionado, autor del brillante blog "La razón incorpórea" sobre toros y flamencio, disertará esta tarde en el Aula de Tauromaquia de la Universidad CEU San Pablo sobre la evolución de la técnica del toreo entre Joselito el Gallo y José Tomás, entre el nacimiento de la faena moderna y la más palpitante actualidad.

AULA DE TAUROMAQUIA

José Morente es un competente aficionado malagueño, que nos ilustra con sus saberes, con sus concienzudos estudios, con sus siempre atinados análisis a través de su soberbio blog "La razón incorpórea" sobre los más interesantes aspectos de la fiesta nacional. Pero además, y es algo que le honra también como aficionado de postín, es un gallista convencido. Tanto es así que es uno de los responsables del peregrinaje gallista que tuvo lugar en Sevilla, hace un par de meses, con ocasión del centenario de la alternativa del gran José Gómez Ortega en la Plaza de Toros de la Real Maestranza de Caballería sevillana. Es uno de esos aficionados, no sólo inconformista sino entusiasta, que no se conforma con la versión oficial del toreo, sino que profundiza en su pasado para esclarecer oscuros rincones de la historia e ilustrar con ellos la tauromaquia de hogaño. Pero, positivamente, aprovechando lecciones añejas para compararlas con el devenir de la fiesta en la actualidad y señalar sus orígenes, causas y fundamentos. 


Nos ha prometido una intervención, no exenta de polémica, en la que desgranará muchos de los fundamentos del toreo moderno, que tuvieron su origen en aquella -que he llamado década prodigiosa-de la edad de Oro del Toreo, aquella protagonizada por los dos colosos sevillanos, José y Juan, Juan y José, Belmonte y Gallito chico. Dada su amplitud de conocimientos, su inteligencia taurómaca y su capacidad de síntesis y concisión, será, un día más, ocasión de seguir disfrutando en profundidad del arte del toreo, de la fiesta más nacional que ya es universal.

Presentación en Castellón del libro sobre la última temporada de "Joselito el Gallo"

Este próximo viernes, mañana mismo, a las ocho de la tarde, se presenta en el antiguo Casino de Castellón, el libro de Vicent Climent y Javier Vellón, "Sangre azul torera. Joselito 1920", editado por la Unión de Aficionados La Puntilla.



Cúmplese este año, como todo el mundo sabe ya, el centenario de la alternativa –que es como la llegada al mundo, a la fama, a la vida- del más grande torero de todos los tiempos, José Gómez Ortega, Joselito.  Y no podía perderse la oportunidad de recordar al ídolo, al héroe, en tan señalada fecha. Por doquier, aunque tímidamente, han ido surgiendo los homenajes y los recuerdos cariñosos, salvo, claro está…, entre los de su gremio o entre los profesionales del sector, salvo alguno a título particular. Nadie es profeta en su tierra.
Este libro nace, pues, en ocasión tan memorable, y surge como el esfuerzo de dos grandes aficionados, para rendir el admirado tributo al lidiador más completo que haya existido. José Gómez Ortega, Joselito o Gallito –como prefieran-, alcanzó junto a Juan Belmonte las más altas cotas en la profesión en la que se juega con la muerte para recrear la vida. José y Juan llenaron por completo casi una década entera de tauromaquia en los albores del siglo XX, transformando no sólo el arte del toreo, revolucionando sus formas e incluso su propia idiosincrasia, sino la vida nacional, la actualidad de cada momento en una España que convulsionaba entre huelgas revolucionarias y constantes cambios de gobierno, entre medidas de ajuste durísimas y escaseces debido a la Gran Guerra, entre una sociedad aun poco urbanizada y unas élites que se debatían entre la abstracción, la perplejidad y la mirada endogámica. En lo político, fíjense, pocas novedades si lo contemplamos con miradas actuales; en lo taurómaco… un abismo esencial.

Cartel mural del domingo de Resurrección sevillano de 1920 (Colección personal)
Céntrase el libro en recordarnos cuál fue la trayectoria del menor de los hijos de Fernando el Gallo, en ese último año que le condujo a la gloria y a la muerte. 1920 quedará por siempre escrito en los anales de la historia de la tauromaquia con la negra tinta del luto: tal y como se dijo en su momento, en él falleció, en una triste tarde encapotada, en plaza de tercera y con una ganadería de escaso nombre, el más importante diestro de la historia.
Pero 1920, tal y como nos desvelan los autores, no fue sólo un año trágico; aunque es cierto que fue año de cierto desencanto, de cierto hastío, de cierta pesadumbre. José, como Juan, se veía constantemente apremiado –casi hasta perseguido- por su propia fama, por la misma gloria de sus hazañas de tantas tardes, y por ello, los públicos, siempre inmisericordes y con pretensiones cada día crecientes, le exigían cada vez más, sin tener en consideración ni sus estados anímicos, ni las circunstancias ambientales o personales, ni las condiciones de las reses a las que se enfrentaba.
La de 1920, además, fue una temporada atípica para el sevillano, pues hubo de comenzarla en tierras americanas, en Perú, en cuya plaza de Lima (la más que tricentenaria plaza de Acho) lidiaría durante el invierno entre 1919 y el año fatídico. Tierras americanas que jamás antes había pisado y que hubieron de suponerle nuevos triunfos y mayores glorias, tales como antes nadie había conquistado en el particular mundo de la tauromaquia. Volvería a España a continuación para comenzar la temporada nacional en Sevilla, el domingo de Resurrección. ¡Vaya cartel el de aquella tarde! José, Juan, el valiente Sánchez Mejías y el incomparable Chicuelo. Solamente el ganado desdijo de aquella ocasión, preparada para mayor gloria del arte del toreo. Y de ahí hasta su muerte, diecinueve corridas más; veinte festejos en total para redondear con la fecha en un arcano trágico.

(Colección personal)
Tampoco fue una temporada más, pues a pesar del cierto desencanto de sus comparecencias madrileñas, o alguna de las sevillanas, los éxitos se repitieron por doquier pisaba. Sólo el mal uso de los aceros, que tantos disgustos le costara a lo largo de toda su carrera, le privó de mayores reconocimientos populares. Los cortes de oreja –o incluso rabos- abundaron incluso en los cosos más exigentes: en Madrid una oreja en la Corrida de Beneficencia el 5 de abril; en Sevilla otra el 28 del mismo mes; en Barcelona dos orejas en la corrida del 6 de mayo en la Monumental; ¡ay si hubiera matado siempre mejor! Hubo vueltas en muchas de estas apariciones en plazas de primera, como las cuatro de Sevilla, o aquella de Madrid del 5 de mayo. En Murcia cortaría dos rabos, uno y cuatro orejas en Játiva, trofeos obtiene en Jerez, en Andújar, o en Écija. Su temporada se va desarrollando –con el paréntesis madrileño- entre actuaciones memorables y alguna tarde de menor relieve.
Su temporada se caracteriza por una inequívoca transformación ya puesta en marcha en campañas anteriores. Su toreo ya no es aquel de sus primeros años, heredero de tiempos pasados, culmen de la tauromaquia decimonónica; ha evolucionado en consonancia a las nuevas formas. Los públicos buscan nuevas emociones, más quietud, más exposición del diestro, más toreo dominador y bello de capote y muleta. José –quizá por sus innatas cualidades más que Juan- muestra una evolución en el arte como hasta entonces no se concebía. Lean las breves reseñas de cada actuación en este libro y comprenderán como ha ido evolucionando la tauromaquia en esta década prodigiosa. Su toreo de capote se suaviza, se prolonga sobre sí mismo, ya no despide los toros con el mismo alzamiento de manos que realizase en sus años iniciales, a lo más se rematan los lances a la altura del hombro, porque es preciso ligar aquéllos. No es raro que las crónicas nos narren cinco o seis verónicas, dos de ellas superiores, como pudiera suceder hoy en día. Ya no son capotazos aislados, sino faenas de capote, los quites ya no sólo consisten -en muchos casos- en el lance para sacar al toro del caballo, sino que han de ser completados con dos o tres pases más. Fíjense en positivo, cuando así nos lo cuenta la crónica, o en negativo, cuando el narrador se queja de que José se abstuvo de hacerlo o anduvo apático en el capoteo. Otro tanto, con mayor peso específico, sucede con la faena de muleta. Antes de la época de José y Juan, los pases se contaban por unidades: instrumentó quince pases, entre naturales, de pecho y por la cara. Ahora no; la faena de muleta ha adquirido ya gran parte de la personalidad y trascendencia que ahora reclamamos los aficionados. Los lances se cuentan por tandas o series; se describe la sucesión de la faena, se habla –por ejemplo- de cinco naturales seguidos, o se comentan los tres pases de rodillas, seguidos de cuatro con la derecha, tres al natural rematados con un molinete y uno de pecho. Capten, por tanto, en las interesantes crónicas que siguen, este importante matiz que dará paso, con el devenir de los años, en las faenas modernas de muleta. Y José torea en redondo tantas tardes... Ya no se despide al animal en cada muletazo, se remata el lance según el canon clásico –ahora sí hecho efectivo- para intentar ligarlo con el siguiente, y por ende, dejando al toro colocado a la espalda del lidiador. José, en esto, es el verdadero revolucionario, el diestro que empieza a comprender la necesidad de ligar y de llevar al toro en redondo, el primero también que lo ejecute con la necesaria continuidad y brillantez. Ejemplos sobran en las crónicas de su vida taurómaca y a lo largo de las páginas del libro.

(Colección personal)
Todo, inexorablemente, se fue cumpliendo para la consagración del mito. Un torero singular, único, revolucionario, con un dominio tal de toros y lances como hasta entonces no se había conocido, un diestro alegre en las formas, trascendente en el fondo, que no rehuía los alardes temerarios de valor –de ahí que abundara en el toreo genuflexo y el agarre de pitones, en desplantes constantes, en gestos mirando al tendido-, que era un prodigio banderilleando –especialmente al quiebro-, y que poseía un enorme repertorio tanto con el percal como con la franela. Su única espina, la espada, fue la que le privó de mayores triunfos muchas tardes, pero, no obstante, tampoco era un desastre o un torero demasiado irregular –alcanzó a matar con cierta seguridad y con un tranquillo que hoy no nos resulta extraño: el salto a la hora del embroque para superar el pitón derecho de la res, tal y como lo ejecuta hoy el Juli-.
En las páginas del libro podrá el lector encontrar, de la pluma de dos buenos amigos y mejores aficionados, Javier Vellón y Vicent Climent, el desarrollo pormenorizado de la última temporada de Joselito el Gallo. A modo de diario podrá revivir el quehacer del maestro de Gelves, día a día podrá enterarse y comprender lo que fue su postrer paso por ambos mundos, el terrenal y el taurino. Pónganse en su lugar, admiren la capacidad vital del diestro, sus esfuerzos, los sacrificios que el arte imponía a los de mayor fama, los viajes constantes en ferrocarril, los compromisos con ganado de todas calidades y cualidades, las corridas duras, las menos duras, los éxitos y los fracasos, que de todo pudo haber.
El relato, obligado es, se detiene en todos los pormenores que antecedieron  y siguieron a la tragedia talaverana. Nada se escapa a la vista inquisitiva de los autores. Se contrastan fuentes, se valoran opiniones, se subrayan verdades y se matizan versiones no presenciales. Se nos narra el suceso con exactitud forense. Se aportan nuevas fuentes y se aquilata hasta el más mínimo detalle.
Para alcanzar el mito es necesario también contar con un nutrido grupo de intelectuales que lo ensalcen, que hagan ver a la masa las grandezas tantas veces ocultas a los que no se detienen a reflexionar sobre los valores trascendentes. José los tuvo, los tiene aun, a Dios gracias, en Vicent y Javier. Tras de la parte narrativa de los aconteceres de 1920, los autores se sumergen en la trascendencia citada, en cómo se contempló, y utilizó, la muerte de Joselito en su momento. En el brillante capítulo de “La muerte como escenario para la reflexión” nos llevarán de la mano para explicarnos cómo se vivió el acontecimiento, cómo se extrapoló el suceso a la vida nacional, cómo se interpretó, de una u otra forma, como metáfora, ejemplo o antítesis de la sociedad española de esa segunda década del siglo.

(Colección personal)
Y por último, en cuadros clarificadores se nos brindará la información escueta de la temporada gallista de 1920 y lo que hubiera llegado a ser… Hasta 93 corridas contratadas he llegado a contar que no pudieron celebrarse ya con el ídolo.
Vicent Climent y Javier Vellón, o viceversa, han realizado un gran trabajo, magnífico. Nos han acercado al héroe, nos han puesto sobre la mesa, negro sobre blanco, la realidad del mito. Los que, como ellos, nos consideramos gallistas de acepción y vocación, les estamos agradecidos. Los que busquen el conocimiento preciso de la historia encontrarán en estas próximas páginas un caudal inagotable de nuevas fuentes y de hechos contrastados.
Javier Vellón y Vicent Climent no son plumas desconocidas en el terreno de las letras, menos aun en el de las taurinas. De sus plumas han salido incontables páginas bellas y precisas, inteligentes y profundas. Son autores habituales en las crónicas de festejos levantinos; desde su Castellón vital recorren año tras año innumerables plazas de toda la geografía peninsular –y aun de allende los Pirineos- en la búsqueda de las sinceras emociones que de tanto en cuanto departe y reparte el arte de la tauromaquia. De sus inteligentes crónicas aprendemos todos cada día. Son, pues, dos escritores mucho más que acreditados, y así lo demuestran de aquí en adelante. Su visión de la tauromaquia, como nos ocurre a la mayor parte de los aficionados, es coincidente; a poco que uno se detenga a pensar, a considerar, a valorar –para lo cual han de tenerse bases suficientes, como es lógico-, se habrá de coincidir en lo fundamental, y quizá en la mayor parte de lo accesorio, con ellos. Siempre cabe una interpretación estética personal, pero no cuestionar las raíces profundas del arte o la técnica del toreo y la exigencia de un toro de lidia con mayúsculas. 

lunes, 26 de noviembre de 2012

Los tres a hombros

Por Octavio Lagunes Alarcón

Extraordinario ganado de Los Encinos destacando los tres primeros de lidia ordinaria a los que les cortaron dos orejas cada espada toreando cada uno a su estilo. Faltó la salida a hombros del ganadero Eduardo Martínez Urquidi. La mejor entrada de este ciclo, lleno el numerado y media entrada en general. Estupendo ambiente y mejor clima. Digno de una tarde de lujo como la de hoy. De las mejores que hemos vivido a últimas fechas en esta plaza. 

6.ª de la Temporada Grande. Más de tres cuartos de entrada. Estupendo ganado de Los Encinos, abrió plaza un obediente De Santiago. Los de Los Encinos: 1.° muy bueno de arrastre lento; 2.° bueno; 3.° muy bueno, le dieron vuelta al ruedo; 4.° soso; 5.º débil y complicado; 6.º manejable. El Juli, dos orejas y a los medios; Saldívar, dos orejas y ovación; Silveti, dos orejas y ovación. Saludó en el tercio Cristian Sánchez. 

Abrió plaza la guapa rejoneadora Mónica Serrano. Se mostró nerviosa y un tanto apurada de inicio, clavando trasero la mayoría de sus rejones, banderillas y estoque. Calentó al público torear de costado pero todo se le derrumbó al pegar un bajonazo y posteriormente querer dar una vuelta a caballo y terminar por ser lamentablemente abucheada. Se dejó ver más ensimismada en el callejón con su móvil que sobre el caballo. 
Gran tino tuvo la administración de Julián López El Juli, al presentarlo ante una corrida con hechuras que le diera garantía y no tan aliviada en presentación como las que eligen otros diestros europeos. Le dio al clavó y arroyó a todos. Juli reafirma la primacía que tiene en esta plaza. 
En su primero quitó de capa estupendamente por chicuelinas y con la muleta, ante el bravo y noble toro “Huizache”, bordó el toreo con ambas manos. Faena que desafortunadamente pinchó, pero le valió para cortar dos orejas ante la entrega total del público. Con su segundo, un noble que manseó, El Juli sacó su sapiencia y volvió a dejar en claro su sitio. Saludó en los medios, mereciendo mayor reconocimiento. 
El hidrocálido Arturo Saldívar, que reaparecía en esta plaza después no ser repetido tras haber cortado un rabo, no se achicó; creció ante estas adversidades. Se le vio muy seguro de pies y con una gran cabeza torera. Toreó solvente de capa y muleta y se cerró con unos ajustadísimos pases, para matar de una entera tendida, que tardó en doblar, y también cortar dos orejas. Ante su complicado segundo, Arturo pasó fatigas con el acero, escuchó un aviso y fue despedido con palmas. 
El guanajuatense Diego Silveti también se llevó un gran ejemplar de nombre “Ocote”; toreo muy a su estilo con muchísima comunicación a los tendidos. Tras una estocada defectuosa, que tardó en doblar, cortó dos orejas y tuvo el tino de sacar de su burladero al Notario Ganadero al tercio. Con el que cerró plaza no logró comunicar y se retiró con palmas.

sábado, 24 de noviembre de 2012

Banal divertimento: los apodos en la historia del toreo (II)


Existieron algunos apodos verdaderamente tremendos, como Alma Negra (Pedro Rodríguez, banderillero sevillano que actuó en Portugal), Berrinches (de los que hubo tres, cada cual más de armas tomar, Antonio Guisado, Julián Benegas y Pedro Bes), Boca Amarga (Antonio Gómez), Bomba, Brazo de hierro (de los que hubo, también, hasta tres), Cacique de Santa Fe, Cachiporra (de la mejor familia arrabalera, don Manuel Gil), Ciclón, El Diablo (bueno como pocos, Ramón Guillén), Fierabrás (Ricardo López, cuya talla desconocemos, pero que no debía ser gigante en el arte), el Grapo (un diestro llamado Antonio Benítez, muy anterior al nacimiento de los terroristas homónimos), el Judas (como para fiarse lo más mínimo en un quite a los picadores), el Mamón (Pedro de la Cruz, importante diestro murciano del siglo XVIII), el Mameluco (Juan Bastelleros, diestro de a caballo, claro), el Maligno (hubo dos uno de ellos un buen media espada del XVIII, Francisco Ramírez), Metralla (nombre de guerra adoptado por Nicolás Quero y Tomás Ibáñez) o Metrallita (debía ser de poco tamaño de clavo y metal, don Antonio Dontor) sin olvidarnos de un Metrallero (Ramón Sánchez).

El Loco toreando en Nerva allá por 1889
Hubo un Loco, que no sabemos si lo era por temerario o por tener rasgos psicóticos (Juan José Villegas, diestro andaluz de la segunda mitad del XIX), abundaron los Ostiones y Ostioncitos (que ocupan a una decena de diestros, alguno de bastante fama), Puñales (hubo dos, Francisco y Federico Muñoz), Relámpago (alias que utilizaron once toreros, algunos en diminutivo, bastante como para reconsiderar el cambio climático y tan efímeros algunos como la luz que emanan), Tormenta (otros tres distintos), Sinsuerte (Luís Pommier, pero claro, con ese nombre no nos extraña), un Sinmiedo (Francisco Rodríguez, novillero de 1927), el Temerario (apodo que adoptaron Manuel Esteban y Andrés García Huedo), los dos Terremotos (Joaquín Girado y Gregorio Muñoz Vigolla, que nos suenan bastante a la falla de San Andrés y que en nada lograron emular a Juan Belmonte así tildado en algunas crónicas), el fantástico, literario e inexistente Tragabuches (José Ulloa), el Terrible (Juan Antonio García Vargas picador andaluz de finales del XIX que no sabemos si debe su apodo a su carácter explosivo o a lo mal que lo hacía), Truenos (los hubo a secas –me imagino que sin lluvia- o con localización geográfica, como el Trueno de Bilbao -Valentín Cubillas-), el Tigre (José López, un picador de los años 20 del pasado siglo), el Tinieblo (alias de Vicente Martín, banderillero de comienzos del siglo XX) o Veneno, apodo adoptado por varios lidiadores como José Granados, Agustín Espejel, José Pacheco o José Romero; todo ello sin contar a Veneno III (Francisco Rodríguez Cano) o al Veneno chico (digo yo que sería bastante menos tóxico, don Atanasio Oliete).

Cartel sevillano con el Tato y el Gordito en competencia y un joven (sólo dos años de alternativa) llamado Lagartijo
Da pena oír hablar del Suplente (Manuel Moreno) o del Improvisao (así no se va a ningún lugar, don Ángel Ramos…) o de los innumerables Sordos y Sorditos (hasta nueve diestros), de los tres Mudos (que no dijeron ni pío en el arte taurómaco), de Cuatro Dedos (otros ocho, uno de ellos nacido en tierra azteca y apodado Cuatrodedos mejicano), de el Bolero (cualquiera se fiaba del pobre), de el Culón (que al menos podría sentarse en el estribo de la barrera, Antonio Álvarez), de los mil Chatos y un Chatín que hubo (sin contar los que así ha nombrado el genial actor Arturo Fernández), de los muchos Gordos, Gorditos y Gordillos que el mundo ha habido, a cuyo frente se encuentra el genial diestro sevillano, rival del Tato, Antonio Carmona el Gordito, de el Jorobado (que además lo era en realidad, don Antonio Rodríguez), o del Chepa de Carabanchel (auténtico jorobado, también, de este barrio madrileño, que alternó en una ocasión con otros dos más, morbosamente anunciados en un cartel de Sevilla: El Chepa de Carabanchel, El Chepa de Zalamea y El Chepa de Burguillos), y algún otro Chepa más, como el de Villafranca (del Penedés... quién lo habría de decir hoy...), de el Quemado (Juan García Núñez), no lo vería nada claro Saturnino Fernández, el Túnel; lástima nos dan también los muchos Mellaos, Melladitos o Mellaítos, uno de ellos Mellaíto de Málaga, por no decir nada del Remellao (al que debían faltar tropa dental), o del pobre de Boca sin Dientes, un ignorado torero de principios del XVIII de no malas hechuras, y en su contra de los tres diestros que se apodaron Dientes (a saber cómo los tenían).

Cartel de la barcelonesa localidad donde no quieren que luzca la enseña nacional, pero que antaño no le importaban las fiestas de toros. El Chepa de Villafranca aparece matando un eral
Sin embargo quien no quiere estar cerca del Príncipe (Francisco Lorca), de los Formalitos (cinco o seis de ellos distintos), de Fortuna (apodo que al margen de Diego Mazquiarán, el fenomenal espada vizcaíno, adoptaron cinco o seis aspirantes más, y sin contar a uno chico -Julio Merodio-, un segundo –II- y un tercero –III-) o de los muchos Señoritos que hubo, o de el Simpático (apodo adoptado por Rafael Jiménez no sabemos si por lo agradable de su trato o por todo lo contrario) y bastante más lejos de Nerón (Pedro Chirivella), algo más próximo de el Faraón (Antonio Jiménez Castro, que no era Curro Romero ni mucho menos), del Conde de Magazza (Luís Amaya, y es un apodo, no título nobiliario), de los dos Marqués (uno de ellos Adrián Velázquez) y otros tantos Marquesitos (nos da que eran finos, elegantes y educados…),  o, subiendo en el escalafón, de Carlomagno (Emilio Sales); y estar lo más lejos posible de los muchos Carboneros y Carboneritos, y del Matraca (Ramón Bellver, banderillero de principios del XX que debía ser algo –o bastante- pesado).

El Marqués a la palestra en este cartel de La Algaba de 1887
Y ya puestos, qué podemos decir de los que tuvieron como apodo referencias corporales, al margen de las citadas, como el Ancho (Venancio Enjuto, novillero en 1915 cuyo apodo nos suena a guasa sandunguera, contraria a su apellido), el Aseao (esperemos que no nos encontremos, de nuevo, con una referencia irónica contraria a su verdadera naturaleza), el Bizco (Julián López, que tiene mala pinta a todas vistas), el Berruga (Antonio Ríos, al que nos tememos que le habría asaltado el correspondiente virus), Bobito (que ya hay que serlo para anunciarse, o dejar hacerlo, así, don Simón Delgado, aunque fuese un banderillero peruano de buenas maneras de finales del XIX), Bocanegra (el buen matador cordobés Manuel Fuentes, que tenía ese defecto, quizá originado en un saturnismo, quién sabe, y que tuvo tres imitadores homónimos), el Bola (no sabemos si por lo gordo o por las trolas que contaba), el Botijo (que lo mismo nos vale para la grasa corporal como para llevar la españolísima vasija), Cabellito (que supondrán de pelo fino y lustroso, o quizá calvo por completo, pero que en realidad se llamaba Ricardo Cabello), Cabeza (parte anatómica situada sobre los hombros y que algunos le sirve para pensar y a casi todos para comer, ver, oír y oler, y que había recibido en la pila el nombre de Manuel Escudero), Cabeza de Dios (don Manuel Navarro, ya me dirán ustedes por qué). Hubo un Calzones (me temo que los enseñaría más de una vez, don Ángel Fernández, banderillero de los años 60 del siglo XIX a las órdenes de Cúchares), otro apodado el Capón (alias que adoptaron un tal Tomasito y Pedro Campos, y que no dice nada bueno de ellos), Cara Ancha (José Sánchez del Campo, otro espada más que notable, que se vio imitado en el apodo por su hermano Rafael y otros dos más, quizá con la misma cara de pan que el célebre maestro del XIX), Cara de lata (Cirilo Puchá, del que no sabemos qué es mejor, si nombre o alias, picador en novilladas en torno a 1875, que quizá por los muchos trompazos en la cara adoptase ese nombre, o por la dureza de su rostro en el trato con las gentes), Carrillo y Carrillito (de éstos tres diestros), Castito (como un bendito de Dios, pero hoy en día, con la que está cayendo, cuesta pensarlo en relación con el sexto mandamiento y quizá diminutivo de su nombre), Cuello (José Mazariego, que o lo tenía largo o algo le pasaba en el mismo), Cuerpo limpio (otro que iba pregonando lo que quizá no tuviese), o el Cursi (sin comentarios). Por las plazas anduvo un Dedosfinos (Cristóbal Rodríguez, banderillero de principios del XX, que o bien los tenía delicados como de mujer pianista…, o demasiado largos… ya me entienden), Delgadito (Félix Jiménez, sin duda debido a una infancia con penurias), el Esgalichao (otro que debió pasar hambre, este Manuel Jiménez banderillero de mediado el XIX), el Estirao (quizá largo y delgado como un huso, o quizá de modales finos y aristocráticos Victoriano Joven), el Feíto (guapo, sin duda), el Ganapán Sordo (un tal Gabriel del que nada se sabe), el Gangrena (Francisco Erades, apodo que nos huele francamente mal). Mejor suenan Guapín (don Ramón Quesada, de bella faz), o Iluminadito (que no crean que era alguien tocado por la luz divina o por el saber, sino don Iluminado Sáenz). Hubo varios el Largo (sin duda de estatura pronunciada o de amplios conocimientos o mañas), Lavativa (Carlos Vervel, antiguo monosabio, que en 1884 actúa en una especie de mojiganga, estoqueando un toro de forma lamentable, y que nos deja perplejos…), el Loco ya citado o sus parientes los Loquitos y Loquillos (de los que hubo cinco diestros aunque ninguno cantara…), Lunares (un Jaime Nolla, que debía acapararlos), Lunarcito y Lunaritos (dos diestros que debían tenerlos de menor tamaño, sin duda, que los que lucía el anterior), el Manco (Matías Moreno, picador del XVIII, que no debía ser idem) y un Manquito, Manitas (Eugenio Fernández, otro picador que debía tenerlas como catedrales), Manos de Gallo (el banderillero cordobés del silo XVIII Andrés Rodríguez, que menos mal no las tenía de cerdo), Manos Duras (dos picadores, como es lógico, llamados José Reyes y Emilio Núñez).

Cartel bilbilitano con el original Morenito de Algeciras en 1902
Morenos, Morenitos, Negro (recuérdese que al sin par Salvador Sánchez Frascuelo en sus orígenes también le llamaban el Negro) y Negritos hubo legión, como para formar varias compañías, incluso un Negro Facultades y un Negrón (José Martínez, banderillero blanco, de Burriana y principios del siglo XX). Dos Ojitos aparecen por allá (ambos Frutos, Remigio y Saturnino, y ambos notables subalternos, a los que se suma un tercero llamado Alberto Patiño), y no nos asusta Ojo Gordo (Manuel Sánchez, banderillero de tiempos de Pepe Illo). También aparecen un Orejita (José Diañe, banderillero de Córdoba), el Pata, por no hablar de Patas (Victoriano del Huerto). De entre la zona capilar destacamos a un Pelao y un Pelitos, y otro que adoptó el alias de Peluso, y puestos a no salir de la pelambrera nos suena bastante contagioso el Piojili (Francisco Prieto, quién sabe si mantenedor de una buena colonia de ftirápteros en su región cefálica), y para ello nada mejor que un Rapao (Felipe Sebastián), del Ricito o de los cuatro Rizaos que lidiaron por esas plazas de Dios. Dos Pochos hubo (uno Alfonso Alarcón, banderillero, novillero y matador de la época de Pedro Romero, de notable actividad en Madrid y media España), y otros tantos Riñones –como es lógico-, dos que se quedaron Ronco (Manuel Lorente y Pedro Ortega) y un Ronquillo (Vicente Blanes); muchos, y no todos ciertos, Rubios, uno de pelo Largo (Rubio Largo) y otros de Lima o de Valencia, sin contar los Rubitos, compañía de infantería, algunos con localización concreta, Rubito de Madrid, de Sevilla o de Zaragoza. En contraposición a los Cuatrodedos que fueron, hubo quien lució el alias de Seisdedos, por sobrarle lo que a aquellos les faltaba. Hubo un Sonao, novillero de 1905 y 6 que no triunfó, quizá por su mala cabeza. Tuertos, de un ojo, hubo dos, y otro más que debió adquirirlo en su oficio, el Tuerto de la Carnecería, don Juan Moreno. Algún diestro llegó tarde al oficio, porque se apodó la Vieja (Enrique Acuña o José García) o el Viejo (otro José García). Manejaron bastante mejor la mano izquierda que la derecha un montón de Zurdos de todo tipo, lugar y condición y un Zurdillo, que hay tauromaquia para todos.
Los hubo con bastante poca imaginación como Morenito de Algeciras de Valencia, diestro citado por el revistero Maximiliano Clavo Corinto y Oro, que, al parecer, siendo valenciano admiraba al auténtico Morenito de Algeciras; o qué me cuentan de Rodríguez II o el Pérez (que además, por cierto, se llamaba Antonio Fernández), sin comentarios; y para qué decir nada de Torero (hubo dos que adoptaron este alias, llamados José Abad y José Espeleta). Incluso hubo un par que se titularon Cuarto Cara Ancha, que ya es decir, uno José Gutiérrez y otro José Jiménez, que seguro no anduvieron muy bien armonizados, ya puestos a ello. Y uno con demasiada, quizá, el picador Jerónimo Rodríguez, el Transvaleño, de principios del siglo XX, probablemente influido por la inmediata guerra de los Boers en Sudáfrica.

José Manzano, Nili, como espada en Sevilla en 1858
 Y cualquiera se pone hoy en día, con lo susceptible que está el mundo, Barbi (y sin embargo buen lidiador), la Burnaca, Blanquita, Chiribiquí, Chispita, Coquita, Cocolín (ex novillero que aparece en cartel de la guerra madrileño)Coralito, Cuqui, El Cursi, Lili, Lin (don José Pérez, para nada de origen oriental), Titi, Tiriti o Tiri (en total cinco o seis aspirantes a la fama que se quedaron por ahí), Falito, Figurita, Gilillo, Pipa (de los que también hubo legión entre finales del XIX y principios del siguiente, alguno con carácter regional o local), el Mariquito (Nicolás Martínez, ¡ay mi madre!), Solito, Ruchi, Paloma o Picardías, existe un Pili y otro Mili (como las gemelas famosas de hace la torta de años), un Pilín, Llilli (no sabemos si “el amoroso” de la canción, pero de nombre Francisco Vilches), o el jactancioso el Polvorero (Luís Ramírez), Chelito (Nicolás Cabrera), un Montelirio, dos Chuchis y lo que es peor, otros dos Churris

viernes, 23 de noviembre de 2012

El encierro de Los Encinos para el Juli, Sáldivar y Silveti en La México

Para este próximo domingo la Monumental de Insurgentes, en México D.F., anuncia un cartel de campanillas. Con la apertura de plaza de la novillera-rejoneadora Mónica Serrano (que lidiará dos reses de la ganadería de De Santiago), la terna a pie estará compuesta por el Juli, uno de los diestros españoles que más éxitos ha conseguido en este coso junto a los locales Arturo Saldívar y Diego Silveti, que habrán de lidiar toros de Los Encinos Cartel sin duda interesante, para el que se ha dispuesto de una entrada a caballo de manera que el Juli no lidie ese primer toro que tanto parece molestar a las figuras de hogaño -más que a las de antaño, por cierto, aunque siempre hubo un poco de aquello-. 


El ganado, ¡albricias!, parece mejor presentado en términos generales que días pasados, destacando, a juicio del que subscribe, un número 42, de nombre Fresno, con 520 kilos, cárdeno bragado nevado y un 56, Granjero por apodo, de 560 kilos, entrepelado, que también parece toro incluso para Las Ventas madrileñas. Ya iba siendo hora de que al menos hubiese un encierro con presencia acorde a la importancia del primer coso americano. Veremos pues como se resuelve la corrida y si los tres espadas, de máximo interés en tierras aztecas, logran el ansiado triunfo. 
Como en las últimas ocasiones les mostramos las señas e identidad de las reses de Los Encinos, que de esta manera vuelven a la México. 

El núm. 42, Fresno, 520 kilos, cárdeno bragado, nevado por detrás

Mezquite, núm. 50, 495 kilos, cárdeno bragado, el de menos presencia por detrás

Granjero, 560 kilos, núm. 56, entrepelado, uno de los tíos de la corrida, esperemos que no quede como sobrero

Sauz, 490 kilos, núm. 45, negro bragado de capa

El núm. 18, Huizache, entrepelado bragado, con 513 kilos

Garambullo, berrendo en cárdeno, núm. 27, con 508 kilos

Ocote, núm. 40, cárdeno claro, también salpicado o nevado por detrás, con 550 kilos, bizco del pitón zurdo

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Un Morante sobrenatural que salió a hombros

Por Octavio X. Lagunes Alarcón

Excelsa faena de Morante de la Puebla para paladares finos que cortó dos orejas. Una oreja más para el Zapata. José Mauricio solo tuvo detalles. Desastroso el Juez Jesús Morales. Corrida parchada, justita en presencia, destacando el 1° y 3° de Jorge María.

5.ª de la Temporada. Menos de media entrada. Tarde soleada con viento. Se lidiaron de inicio los tres toros de Jorge María criados por los empresarios de esta plaza, Herrerías y Alemán y del 4.º al 6.º los de San Isidro. 1.º noble 2.º manso 3.º embistió pero se acabó pronto 4.º no entendido 5.º manso y 6.º complicado con más cara. El Zapata silencio y oreja; Morante división y dos orejas. José Mauricio silencio en ambos.

El Tlaxcalteca Uriel Moreno El Zapata alborotó a las alturas con su personal estilo al torear y clavar banderillas en ambos toros. Dejó caer sus faenas de muleta. A su primero lo mató de entera trasera y tendida retirándose entré división y con su segundo, más de lo mismo; sin embargo el blando Juez Morales, no quiso meterse en problemas y basado más bien “En el buen fin”, que en el reglamento, regaló un oreja que fue sumamente protestada donde tampoco Uriel tuvo la mesura de regresarla, dando vuelta al ruedo entre reclamos. Al Zapata le interesa más el populismo que trascender con categoría en esta profesión.


El sevillano de Puebla del Río, José Antonio Camacho, Morante de la Puebla con su primero, ante un toro complicado, no llegó a sentirse a gusto y hasta tuvo que tragarse que José Mauricio le hiciera un valiente quite. Con la muleta no encontró acomodo y se retiró entre división. Con su segundo, simplemente bordó el toreo ante “Chatote” de San Isidro. Un toro mansito con un lado izquierdo donde Morante se engolosino por naturales y los asistentes llegamos a inhalar ese aroma del romero sevillano que ofrecen las gitanas fuera de la Real Maestranza. Vaya faena llena de arte. Mató de media y el despistado Juez le dio dos orejas que no pudo pasear, debido a que, por haberle regalado una al Zapata, la gente desestimó el premio.
El capitalino José Mauricio con su primero se acomodó con el capote y de muleta se mostró entre altibajos frente a un toro justo de presencia en que podría haber lucido más si lo hubiese templado. Mató de bajonazo y se retiró en silencio. Con el que cerró plaza por voluntad no paró y hasta quiso matar recibiendo en dos ocasiones sin lograrlo. Se retiró entre aplausos.
La semana que entra se llena el numerado pues viene El Juli, Saldivar y Silveti abriendo plaza a caballo, Mónica Serrano con toros de los Encinos.

martes, 20 de noviembre de 2012

Las propuestas de la Unión de Abonados a la Comisión Taurina del Ministerio de Cultura

Con algunos días -prácticamente un mes-, nos llegan las propuestas que en su momento presentó la Unión de Abonados de España -a través de su presidente don José Luis Moreno-Manzanaro- a la Comisión de Trabajo sobre Tauromaquia  del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, a cuya cabeza está Juan Antonio Gómez Angulo... más vale tarde que nunca. 
Nos parece totalmente adecuada esta representación, que de alguna manera es supra-local, nacional, y que representa -aunque muchos no estemos integrados en ellas- a las diferentes Uniones de Abonados repartidas por la mayor parte de la geografía patria. Es un organismo que, además, lleva años levantando la voz en defensa de los aficionados y ofreciendo posibles soluciones, con un magnífico equipo de letrados que saben de sobra lo que se hacen y que, por ende, son perfectamente competentes en la materia. Recordemos que, de su autoría fue la presentación del recurso de inconstitucionalidad de la prohibición de las corridas de toros en Cataluña, tras de la cual se decidiría a presentarla el PP. 
Por ello las propuestas esbozadas en el documento ofrecido son, a priori, de enorme interés y conviene leerlas y estudiarlas en `profundidad. es verdad que con alguna se puede diferir o es preciso matizar, pero en su conjunto sorprenden -si ello fuera posible con las personas que están al frente de la misma- por su cautela, sentido común y pragmatismo. 

Un toro de Vega Villar; el toro es uno de los elementos básicos y fundamentales de la fiesta, hasta ahora poco o nada cuidado por los políticos profesionales
Abogan porque organismos como la recién nacida Comisión, tengan muy en cuenta y se apoyen preferentemente en los aficionados, mucho más que en los sectores profesionales o que obtienen rendimientos económicos de la fiesta, que -querámoslo o no- siempre intentarán proteger su "negocio" por encima de los valores que hemos de defender en la fiesta de manera desinteresada. 
Defienden, en primera instancia, la creación de una "Política Cultural" que defina y marque las actuaciones preferentes en materia taurina, política clara y que debiera ser explícita, difundida y por todos conocida, para que podamos -cada cual a su nivel- conocerla, enjuiciarla, valorar sus resultados y modificarla -o promover su modificación- en caso necesario, por ejemplo el que no logre alcanzar lo propuesto. Esa política debería marcar los objetivos propuestos y proponer los medios tanto humanos como materiales para conseguirlos, tal y como se hace a diario en tantas empresas públicas y privadas, económicas o culturales. Sin conocer cuáles son sus ígnotos intereses, sus desconocidos objetivos y sus hipotéticos medios, difícilmente podrán los diferentes sectores colaborar en la consecución de los mismos y asegurar la idoneidad u oportunidad de los mismos.
Con lógica defienden, para ello, la creación de una Unidad específica, y no sólo de un responsable o responsables visibles. Y señalan, como ya lo hicimos tantos en su momento y hemos seguido manteniendo, que el traspaso de competencias entre Interior y Cultura ni es la panacea universal ni aun significa nada si no se disponen de los medios y objetivos adecuados. recuerden, además, que se ha devuelto a Interior la gestión de los Registros Profesionales, algo que era lo único, prácticamente que dotaba de contenido al traspaso. Y con coherencia, tal y como puede afirmar cualquier aficionado, defienden la vuelta de parte de las competencias hoy transferidas a las Comunidades al Estado, o al menos "deslindar" -palabra que utilizan- aquellas para lograr mejor la primordial defensa del espectáculo, que no tiene como tal un carácter local, ni regional, sino nacional y aun más amplio horizonte. 
Quizá su propuesta más ambiciosa, que saben enmarcar oportunamente, es la vuelta a una normativa común en la regulación de los aspectos básicos de la corrida de toros, esto es: "el desarrollo de los tercios de la lidia, especialmente el de varas, las características de las reses, la presidencia de los festejos, los reconocimientos y el sistema sancionador". Lógicamente ello, además, requeriría un nuevo marco que promueva la defensa como un hecho cultural inequívoco de la misma en nuestra patria, e incluso podríamos exigir la declaración de Bien de Interés Cultural tal y como se propuso en su momento por Pío García escudero (entonces portavoz del PP en el Senado y hoy Presidente del mismo) y que el PSOE (y la mayor parte de los otros grupos políticos, salvo UPN) decidió no sólo no apoyar, ni siquiera abstenerse, sino votar en contra porque alegaban la falta de competencias estatales en la materia, algo sin fundamento jurídico suficiente. Es buen momento para recuperar aquel discurso, ahora que se cuenta con mayoría absoluta...
En lo que, personalmente no estoy de acuerdo, es en la revisión de la Ley Taurina de 1991, que es cierto que no ha tenido el valor que suponíamos, pero que estaba claramente inspirada en la defensa del festejo y de los valores del mismo, así como en la de sus consumidores y soportantes: los aficionados. Creo que sigue siendo un adecuado marco legal, por más que su Disposición Adicional hable de las competencias autonómicas limitadoras en la materia. Dado que casi todas las regiones no han legislado más que en materia de festejos populares, y que sólo cinco de las diecisiete han desarrollado su propio Reglamento, se podría haber desarrollado esa política de defensa del festejo a nivel estatal para que fuera aceptada como Derecho supletorio en su caso, o instase a las Comunidades a legislar en tal sentido y así quedara claro quién está a favor de la fiesta y quién no. 
Y cvomo de aficionados se trata, como es lógico, defienden la integridad del festejo de manera clara y definitiva, abogando por la creación de una autoridad taurina supra-comunitaria que "ejerza de observatorio de su integridad, controle en última instancia la aplicación del régimen sancionador, dirija la persecución y sanción del fraude, y funcione como centro de interlocución de los problemas sectoriales".
Así que, nos alegramos de su intervención y sólo esperamos que, desde el Ministerio de Educación, Cultura y Deportes se tengan en franca consideración los muy oportunas propuestas de la Unión de Abonados y se pongan manos a la obra, de verdad y con claridad, en la materia. 

Comunicado de la Unión de Abonados



PROPUESTAS DE LA UNIÓN DE ABONADOS TAURINOS A LA COMISIÓN DE TRABAJO SOBRE TAUROMAQUIA DEL MINISTERIO DE EDUCACIÓN, CULTURA Y DEPORTE, EN LA REUNIÓN DEL 19 DE OCTIBRE DE 2012.


1º. El Ministerio de Educación, Cultura y Deporte debe disponer, junto a la política educativa y a la política deportiva, de una POLÍTICA CULTURAL COMPRENSIVA DEL MUNDO TAURINO, CON UNA VISIÓN Y UN TRATAMIENTO SISTEMÁTICO DE SU COMPLEJA PROBLEMÁTICA. Del mismo modo que se diseñan políticas y programas para el Cine, la Música y las Artes Escénicas debe dotarse de una política taurina con objetivos explícitos y programas coherentes con el orden de prioridades y las previsiones temporales de implementación.

2º. Para poder elaborar y ejecutar la política taurina el Departamento ha de contar de inicio con un Centro, Unidad o Servicio que tenga asignada la responsabilidad de su gestión con los medios adecuados, tarea aun no cumplida.

3º. Resulta capital no confundir el traspaso de las competencias taurinas ejercidas y recibidas del Ministerio del Interior -completamente marginales dado su abandono efectivo del sector– con las funciones a cumplir por el nuevo Ministerio en el que la consideración de la naturaleza cultural de la Fiesta abre un nuevo horizonte para un tratamiento global y regenerador.

4º. Resulta esencial en la actual situación heredada deslindar las competencias taurinas con las Comunidades Autónomas para que el Estado pueda asumir las obligaciones que le corresponden de servicio a los intereses generales de la Fiesta, dado que ésta no es una manifestación cultural local o regional sino primordialmente española, y como tal corresponde al Estado garantizar la protección y pervivencia de sus rasgos comunes.

5º. El Ministerio debe asumir la atribución y la potestad de dictar el derecho necesario en materia de ordenación básica de la fiesta en garantía de la preservación de su identidad como patrimonio cultural de los españoles, regulando aquellos aspectos que requieran un tratamiento que desborde el interés autonómico como las normas que rigen el desarrollo de los tercios de la lidia, especialmente el de varas, las características de las reses, la presidencia de los festejos, los reconocimientos y el sistema sancionador.
Por ello, a medio plazo resulta ineludible la promulgación de una Ley Taurina que sustituya a la autoderogada Ley de 1991, vacía de contenido por efecto de su Disposición Adicional.

6º. Cuando la situación general del país lo permita, la política taurina habrá de tender a la conversión de los servicios taurinos del Ministerio en una Autoridad Taurina Común que a través de una organización ad hoc o de una red institucional responda de la situación y dote de credibilidad y transparencia al conjunto de la fiesta de los toros, ejerza de observatorio de su integridad, controle en última instancia la aplicación del régimen sancionador, dirija la persecución y sanción del fraude, y funcione como centro de interlocución de los problemas sectoriales, profesionales, empresariales y promocionales de los toros a escala nacional.
La estructura organizativa podría seguir, a escala más reducida, el modelo del Consejo Superior de Deportes, con asociaciones federadas de configuración legal, u otro más parecido a las Comisiones Nacionales reguladoras de la competencia o de sectores estratégicos.

7º. El mayor obstáculo a superar para la consolidación de una organización corporativa en el sector taurino ha sido, y creemos que seguirá siendo, los contrapuestos intereses y enfoques de las partes en él implicadas, a lo que se añade la obsolescencia de sus prácticas de actuación y una tradición lastrada por un individualismo ancestral.
Por ello entendemos que sólo una iniciativa pública puede dotar de impulso a la vertebración del sector, organizando los cauces de participación de sus varios componentes y resolviendo las contradicciones sobre la base del servicio a los intereses generales de la Fiesta y la defensa de sus valores esenciales.
En la estructura institucional de gobierno de la Fiesta pensamos que la representación de los aficionados deberá ocupar un papel central pues su razón de ser estriba en servir al bien general de la Fiesta, situado en un plano superior al de los intereses profesionales y gremiales que, aunque legítimos, no alcanzan la altura de miras suficiente para determinar la política taurina que la Fiesta demanda y la sociedad española precisa.

Madrid, 19 de octubre de 2012.


lunes, 19 de noviembre de 2012

Banal divertimento: los apodos en la historia del toreo (I)


La cuestión de los apodos que, a lo largo de la historia, han usado muchos diestros es, prácticamente, inabarcable. Los ha habido para todos los gustos y de todo signo, los heredados en sagas familiares, casi interminables algunas, como los Cucos o los Gallos, dos apodos de pájaros de buen agüero; o los aparecidos al reclamo de un diestro de fama, añadiéndole el correspondiente ordinal: Bombita, Bombita II, y Bombita III; Nacional, Nacional II, Nacional III y Nacional IV, o Valencia, Valencia hijo, Valencia II y Valencia III. Pero ni de los Torres, ni de los Anlló ni de los Roger, vamos a tratar aquí… sino de algunos apodos curiosos o sorprendentes de espadas y subalternos, de novilleros y picadores mucho menos conocidos. Tampoco hablaremos del uso de los diminutivos ito o “Chico” por detrás del nombre o apodo, intentando así no alzarse hasta el nivel o mérito del imitado espada o lidiador, o la simple adopción del apodo o nombre del admirado. Tales son los casos de Mazzantini (que al margen de don Luís adoptaron un Antonio Fernández y un Rafael Márquez, al parecer), los Mazzantinitos (hasta ocho distintos, sin contar a un Mazzantinito de Sevilla) y un Mazzantini chico más otro Mazzantinillo.

El último cartel con Ricardo Torres Bombita en Valencia (Col. A. Castillo)
Y nada digamos de los derivados de Lagartijo, el genial espada cordobés Rafael Molina, apodo utilizado por otros tres diestros casi contemporáneos, uno de éstos un Manuel Molina diferente al hermano de Rafael, dos Lagartijo III (sin que conozcamos quién fue el segundo), un Eduardo Royo y otro más, y disminuido por los Lagartijo Chico (entre ellos el sobrino del califa, el que más se distinguió entre todos ellos, homónimo de su tío e hijo del gran subalterno y mediano espada Juan Molina y de su madre que era de la familia de los Manenes), dos Lagartijillos (que no llegaron al nivel del Chico anterior), un Lagartijillo III (Antonio Moreno Sánchez), y aun más, un Lagartijillo Chico (José Moreno Sánchez, hermano del anterior) y ello sin contar a los Lagartija (Juan Ruiz, espada de cierto renombre, y otros tres diestros de menos calado), y las dos Lagartijilla (Joaquín Barrejón y Fernando Romero). Aun hubo quien explicaba su origen geográfico añadido al apodo del califa: Lagartijo catalán (Manuel Oliver) o Lagartijo de Madrid (Francisco Cortés).

(Colección A. Castillo)
Nos hemos ido al Cossío –edición original de su tercer tomo, de 1943- y hemos repasado algunos de esos apodos curiosos o sorprendentes de diestros de antaño, a veces de siglos pretéritos, para que nadie se dé por aludido. Fíjense, por ejemplo, en algunos Niños y en muchos Chicos de... Entre los primeros, los Niños, hubo infantes titulados así, a secas, como José Alonso Tomás, Eduardo González, Fernando Gutiérrez (el del cartel precedente), Vicente Mendoza, José Montes de Oca o Mauricio Rubia de la Alnuzara, del que no nos extrañamos adoptase el más corto apodo en los carteles.

Pero el grupo infantil, en el ámbito local, se completa con el Niño de Abando (que suponemos bilbaíno), el Niño de la Alhambra (Francisco Rodríguez Iborra, natural, sin embargo, no de Granada sino de Boret, en Alicante), el Niño del Barrio (José Vera, sin que nos aclare de cuál de ellos de la capital del reino de Murcia se trataba), el Niño de Castilleja o el Niño de Chelva (de quienes ni aun conocemos su verdadero nombre), el Niño del Empalme (no sean mal pensados, se trata del barrio así conocido, que era don P. Fernández), el Niño de Gelves (no lo confundan con Joselito el Gallo, pues era Joaquín Benavente), o el de Gines, el Niño de Haro (Vicente Martínez, de claro origen riojano), el de Linares (Juan Moreno, diestro que hallamos durante la guerra civil), el Niño de Málaga o el de la Isla (Manuel Roig, que dados sus inicios onubenses suponemos de Isla Cristina), el Niño de la Ibérica (no conocemos si peninsular, de madre inequívocamente española o nombre de comercio alguno del mismo nombre), los dos Niños de la Mancha (nada que ver con el hidalgo caballero, más que en su origen manchego), el Niño de Morón y el de Tablada, sevillanos, el de Teruel que nos lleva a Aragón, o los de Toledo, de Tomares (no se trata de alguno de la familia Torres, de los Bombitas, del mismo pueblo sevillano), el de Triana, Valencia o Vallecas. Nos surge la duda del origen del Niño de la Toja, que era alicantino y no de la isla o balneario pontevedrés, aunque quizá aficionado a su oloroso jabón. Sin embargo, el famosísimo Niño de la Palma, Cayetano Ordóñez, el gran revolucionario del toreo de capa, padre de Antonio Ordóñez, no era ni de la isla canaria, ni de la capital balear, sino oriundo de la malagueña y bellísima ciudad de Ronda. 

Rarísimo cartel de plena guerra civil, con el Niño de la palma en cabeza (Colección personal)
Pero junto a ellos, de claro origen geográfico, tenemos que apuntar a los que nos refieren oficios precedentes, soñados o familiares, como el Niño de la Audiencia (Emilio Rangel, egabritense famoso que logró algún nombre en el oficio), el Niño de la Brocha (suponemos gorda, dirigida a la pintura menos artística), los dos Niños de la Granja (que nos hace sospechar un humilde origen campesino, o quizá del Real Sitio segoviano), el Niño del Guarda (Anastasio López, que parece hablarnos del oficio paterno…), el Niño del Hierro (ignorado aprendiz que no parece que haga referencia al origen isleño de las Canarias, sino a oficio ligado a la metalurgia o quizá centrado en sus características físicas reales o soñadas), los Niños de la Huerta (hortelanos ellos o sus padres), el Niño del Matadero (Manuel del Pino, novillero de los años 30), el Niño de la Plaza (natural de San Román de los Montes, en Toledo, quizá ligado al coso local donde inició su carrera), el Niño de las Tejas o los muchos Niños de la Venta (en singular…). Dícese de uno de ellos, el Niño de la Venta Nueva del Camino Viejo de San Juan de Aznalfarache en Sevilla, que se llamaba Juan Pí, y que los tipógrafos que componían el cartel se enfadaron, con razón, por el mucho trabajo que les dio…

Hubo otros Niños con epítetos cariñosos o bondadosos, como el Niño de los Ángeles (ideal de bueno éste), el Niño de Belén (que no sabemos si se llamaba Jesús o Emmanuel o era hijo de una María o Belén correspondiente y que hoy tiene continuación en un par de buenos peones), el Niño Bonito (Eugenio Sanz, picador de finales del XIX de enorme fealdad), el Niño de la Estrella, Silvino Rodríguez, también de cierta nombradía, quizá por el nombre materno, el Niño del Carmen (suponemos ligado al barrio correspondiente, que lo hay en diversas poblaciones, más que a la Virgen de la misma advocación), el de la Categoría (que aunque no nos indique cuál fue ésta…, sería escasa a todas luces), el Niño de la Corona (real, ducal, condal o simplemente mortuoria, o establecimiento de comercio homónimo), el Niño de Dios (Manuel Molina, padre de Juan y del gran califa Lagartijo), el Niño de la Merced (Antonio Bejarano, cordobés del Campo de la Merced, y no por su graciosa donosura o por repartir dádivas o regalos), el Niño de Oro (Manuel Gómez Sanz), o el Niño del Royalti (que no sabemos si pagaría por ello, José Montañés, zaragozano integrado en la cuadrilla de Llapisera), o el Niño del Socorro, que aparece como miliciano en cartel de la guerra civil, y que obedecía por Luis Sanz.

Al pie de este bonito cartel de Roberto Domingo, el Niño de la Estrella como matador de novillos
Dan cierta pena el Niño del Hospicio (Roberto Artigas, que al menos conocía su primer apellido), el Niño de la Negra (no sabemos si en relación a su triste suerte o a una madre de piel oscura), el Niño del Tercio (cuyo origen hemos de colocar en la Legión, batiéndose en tierras africanas frente a los rebeldes del Rif y arriesgando el pellejo por una mísera soldada o quizá vástago de miembro del cuerpo militar o quién sabe si lidiador que no salía más allá, hacia los medios) y un ignoto Niño de la Vergüenza, cuya esporádica aparición nos hace sospechar que hubo poco de aquello en el ámbito taurómaco, y quizá más de timidez, escaso oficio o gran temor.

Hijos de sus respectivas madres fueron todos estos Niños, pero algunos hicieron referencia a ellas en el apodo; así el Niño de la Casera (que no se atrevió a mentarla por el nombre propio y que se esfumó como la gaseosa), el Niño de la Curra, el Niño de Ginés (en este caso referencia paterna y como lleva acento, no del homónimo pueblo sevillano), el Niño Mora (vayan ustedes a saber si su madre era magrebí o le gustaban los frutos de la zarza), el Niño de la Pastora (Manuel Soler), o el Niño Rita (que como el Julián de la Verbena de la Paloma, tenía madre, aunque Rita no lo fuera en la función) o el Niño de Conchita (José Rendón, diestro de Alcalá del Río de momentos previos a la contienda civil).

Curioso cartel de la preguerra, donde se destaca que la ganadería sería del "Ex-Marqués de Salas"
Con los Chicos de… pasa otro tanto que con los Niños. Los hubo de referencia local, como el Chico de Basurto (Martín Echeandía, vasco por apellido y vizcaíno de nacimiento), el de Camas (no aficionado a los lechos, suponemos, sino del bonito y taurino pueblo sevillano, Antonio Casado, que andaba por los ruedos en torno a 1910 y nos da que no alcanzó la sabiduría de Paco Camino), el de Carmona, también sevillano, o el de Casetas, el de las Delicias (ligado al barrio madrileño, y no por sus excelencias y grandes calidades artísticas) y el de Lavapiés (otro del foro, como dirían los castizos), el Chico del Escorial, el de Levante (Alejandro López, que no es que madrugase, sino que había nacido en Cartagena), el Chico de Pamplona (Moisés Blanco), el Chico de Pardiñas (madrileño nacido en 1882, que nos hace referencia a una posible calle de la capital, General del mismo apellido), el Chico de Ricla (maño como él sólo, Antonio López), el de Segovia, el de Valencia o el de Vista Alegre (Miguel Pérez, novillero santanderino del primer tercio de siglo, al que no sabemos si adjudicar a la plaza carabanchelera, bilbaína, o catalogarlo por su mirada graciosa).

Muchos Chicos hubo de oficio y profesión anterior, como el del Bar (Ignacio García, zaragozano que no fue célebre por su afición a la restauración), el de la Botica, al que al menos elevaba lo digno de su comercio si lo comparamos con el Chico del Cajón; el del Club (que no era de fútbol, sino de variedades), el Chico de la Droguería (del gremio de los productos químicos de limpieza), el de la Fuente (al que no creemos aguador de oficio), el del Imparcial (Fernando Ugarte, cuyo apodo hay que colocar entre los empleados del célebre diario), los Chicos del Matadero (muchos, un montón de ellos…, pero con dicha acepción dos de ellos, Julián Acosta y Antonio Iglesias), o los Chicos de la Plaza (otra buena porción, pero uno sólo así anunciado en los carteles, Manuel de la Plaza García, más por su apellido que otra cosa, para que vean lo que engañan estos apodos). Y no me digan nada del Chico de la Arboleda (Félix García), el de la Guayabera (que suponemos se cambiaría de vez en cuando) que podemos confrontar en fama y logros profesionales con el primer apodo que adoptó Vicente Pastor: el Chico de la Blusa; el Chico de la Paloma (probablemente referencia local, materna o amorosa, más que dueño del ave correspondiente) o el del Piano, novillero de allá por 1908, que no sabemos si lo tocaba, lo llevaba o se lo adjudicaron en guasa.

Precioso cartel de Unceta para Zaragoza, 1880, en el que encontramos a José Lara Chicorro
Y junto a ellos los Chiquitos, Chiquilines y Chiquitines, entre los que cabe destacar la nombradía de Chiquito de Begoña, el diestro vasco Rufino San Vicente, notable por su valentía y buen matar. Y saga, también, fueron los Chicuelos, entre los que destaca el conocidísimo y de merecida fama Manuel Jiménez, el inmortal diestro sevillano de la importantísima faena a “Corchaito” de Graciliano en 1928, incluyendo a un Chicuelo de Cartagena (Adolfo Martínez), los Chicotes, Chicorro (con mención de honor a José Lara, primer torero que cortó apéndice auricular en la plaza de Madrid, allá por 1876) o Chicorrito. Habrá más.