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lunes, 25 de julio de 2016

Los de Cuadri en Valencia

He de reconocerles que ésta no será una crónica al uso, sino una serie de reflexiones que, en torno al festejo valenciano que ayer, 24 de julio, cerraba la mini feria de julio valenciana, se me suscitaron; feria, por cierto, que antaño tuvo mayor importancia y extensión que la actual -camino de ser raquítica-.
Ayer, como ya sabrán muchos de ustedes, se lidió una corrida de los Hijos de Celestino Cuadri en la plaza levantina. No fue una buena corrida, seguro que la prensa del sistema le habrá atizado a gusto..., ni aun brava (aunque algunos empujaron en el caballo, más con bravuconería que verdadera entrega), ni mucho menos completa… por no completarse, ni siquiera pudo lidiarse completa porque uno de los que saltaron al ruedo, el tercero, fue devuelto por su manifiesta invalidez (aunque al usía, negado en el palco, le costase verlo lo suyo). Tuvo, eso sí, trapío y seriedad, dureza y exigencia…
No fue, decimos, una corrida completa, pero fue una corrida interesante; una corrida para aficionados, para discurrir y discutir, para pensar y buscar soluciones. Una corrida, como se decía antes, para toreros machos... 
Cada toro tuvo su personalidad, su duración (que había que entender para un mejor planteamiento de la faena), sus complicaciones o dificultades. Por desgracia, para la tauromaquia actual y si me apuran para el futuro de la fiesta, las faenas estándar que se han impuesto en el gusto de los públicos ocasionales y aun de los aficionados, no permiten ya ajustar la lidia, el último tercio a los verdaderos requerimientos de cada toro.


Dos de los de Cuadri en Valencia
(Foto: 
Teseo Comunicación - SCP)
Así, por ejemplo, hay que empezar con unas eternas probaturas por ambos pitones, en pases sin más méritos, ni estética en la mayor parte de las ocasiones, pero que le restan una docena de lances a la faena; para luego coger la derecha y ensartarle al pobre animal tres series de derechazos (rematados con el de pecho, o con trincheras tan al uso, menos cuando llueve…), tras de lo cual viene el obligado cambio de mano para darle otras dos o tres con la izquierda, vuelta a la derecha, unos adornitos finales, a por la espada, quince pases más para cuadrar al bicho y, si hay suerte.., estocada “dentro del animal” y sanseacabó.
Y de esta manera, una y otra tarde… Y eso si, con suerte, no asistimos a esa birria contemporánea de lo que yo denomino “pingüis”, por delante y por detrás, trapazos por la espalda y estatuarios por delante de supuesta (a veces verdadera) exposición, pero donde no se lleva toreado al toro ni cinco milímetros; faenas para públicos sensibles, ñoños, llorosos o temerosos, incapaces de aguantar todos esos sustos, a los que se les encoje el corazón cada vez que el toro pasa por allí a su albedrío, ya que dominio, poderío e inteligencia requiere poco.
Yo, como no voy a que me asusten a los toros, ni encuentro mayor placer en que zarandeen al torero, ni comprendo por qué a los toros no se les da la lidia que requieren en cada caso, y se les lleva con auténtico mando, dominio de la situación, y si cabe con arte, gusto y estética, me suelo enfadar con tales alardes de “valor” (real, o supuesto, porque quedarse quieto y pasarse, llevando toreado al bicho, los pitones por las femorales tiene mucho más mérito que todos esos atropellos…); porque, además, el valor, como en la mili, y en la cartilla militar te apuntaban, “se le supone”; es condición imprescindible para ser torero, para vestirse de luces, y nadie que no lo tenga podrá llegar a ser nada en este arte… aunque a veces haya algunos que lo disimulen mucho. Así que si alardea mucho de valor… quizá sea porque le falte para torear de verdad, o carezca de esas otras cualidades que elevan el oficio (el arte, de artesano manual, que es como surge la expresión en referencia con los toros y la corrida, no se engañen) a esa categoría artística por encima de lo común.
Faenas estándar, alardes innecesarios o exagerados, quién sabe si por falta –precisamente- de valor… y a ello vamos. Los toros, como los de Cuadri de ayer, requerían otra cosa. Más inteligencia y más oficio (llámenlo técnica, si gustan), que son condiciones que nos elevan por encima de la animalidad de la que hemos hablado en entradas anteriores, y nos hacen colocarnos en la cúspide de la naturaleza, de la creación.


Román en el tercero, el toro de Algarra
(Foto: 
Teseo Comunicación - SCP)
El primero, por ejemplo, que acabó parado y tardeando, necesitaba que se metieran bastante en su terreno, que se cruzara el diestro, le dejase la muleta siempre muy puesta en la cara, y tirase con bastante ritmo del animal, sin dejarle pensar en ningún momento. Con eso hubiese tenido tres series… y poco más. Rafaelillo no quiso, y sabía lo que tenía entre manos, darle esa lidia. Se metió en su terreno, se cruzó, vale, bien, pero al tercer muletazo le escondía un poco el trapo para evitar que repitiese. Anduvo porfión, como siempre, valiente, insistiendo quizá en demasía, pero sin  terminar de cuajar esa breve faena que el toro necesitaba y el público agradecido. Mató a la tercera (que fue la vencida) y aquí paz y después gloria.
El segundo, sin embargo, necesitaba aire, un poco más de distancia (no exagerada) esos dos metros que le hubiesen cambiado por completo. Agobiado en las cercanías por Pascual Javier, donde los toros “pesan” mucho menos que en la distancia, tampoco ofreció el juego deseado, tocando el engaño con frecuencia, y al final dudando y quedándose.
En tercer lugar vimos al sobrero de Algarra, al que el valenciano diestro local, Román, acabó cortándole dos orejitas valencianas cuyo peso específico debe ser el del kilo de paja… ya entienden. Un toro que manseó en varas como pocos, sentía el hierro y salía huido a escape, y que con esos dos simples refilonazos llegó vivito y coleando a la muleta, para que el diestro nos ofreciese una faena estándar de las primeras con mezcla de las segundas, mucho enganchón al principio y sólo dos tandas buenas, una por mano. Hubo, sin que el personal pareciera enterarse un muy buen pase cambiado en las postrimerías y ganas no le faltaron al chaval. Estocada baja y segundo regalo presidencial, al igual que una inconcebible vuelta al ruedo al manso, que es como para que se le caiga la cara de vergüenza al presidente… si la tuviera.


El cuarto de la tarde
(Foto: 
Teseo Comunicación - SCP)
En el cuarto vimos la faena más meritoria de la tarde. El torazo de Cuadri -600 kilos de animalidad- fue, junto con el sexto, el más complicado del encierro, un toro probón, que iba con todo, que a veces entraba al paso para acelerar bruscamente a medio lance cuando creía tener a tiro al diestro o la muleta; toro con el que el valiente diestro murciano estuvo mucho más entonado, más en lo que había que hacer: consentir, aguantar, tirar de él; y con el que, tras un auténtico estoconazo por arriba, de resultado fulminante, consiguió esa oreja meritoria. Su gran humanidad hizo sacar al chico enfermo al que había brindado la faena, y ambos pasearon el trofeo entre aclamaciones por el redondel.


Rafaelillo en el cuarto de la tarde
(Foto: 
Teseo Comunicación - SCP)
En el quinto nuevo naufragio de Pascual Javier. Incapaz de someter al complicado toro de Cuadri, anduvo a la desesperada sin conseguir aguantar las embestidas. De verdad que hay oportunidades malditas… No toreas, suplicas contratos, por fin te meten en la que nadie quiere, y como el ganado es duro y exigente, y tú no estás para esas cosas por falta de oficio o de continuidad, fracasas y te hundes definitivamente. Es una historia una y mil veces repetida, y ayer tuvimos un nuevo capítulo de la serie. Nada más que apuntar.


El sexto y un hermano
(Foto: 
Teseo Comunicación - SCP)
El que también naufragó, en último lugar, fue Román, tan ufano él con las dos orejitas de pitiminí cortadas a un ejemplar sin remate de la factoría “Domecqstizada”. El toro de Cuadri salió enterándose, emplazándose; un bicho, como el cuarto, con trapío para Madrid o Bilbao, 640 kilos en la romana (en Valencia eso puede romper la báscula, seguro), que llegada la suerte de varas empujó con ganas llevándose el caballo a tablas y luego veinte metros más por ellas, más con bravuconería, es cierto, que con bravura; que tomó una segunda vara con algo menos de empuje, pero que tenía de sobra; una tercera en el caballo que hacía puerta, donde Iturralde también le sacudió de firme, como en las dos primeras, tapándole la salida con la famosita “carioca”, y que hubiese necesitado una cuarta y quién sabe si una quinta vara para bajarle los humos. El del moquero del palco, lo sacó a la balaustrada y se cambió el tercio sin necesidad y sin que el toro estuviera suficientemente picado. Y éste llegó con ganas y rematando por alto a banderillas (ayer se tiraron de cabeza al callejón varios rehileteros, incluso afamados…), y después a la muleta. Tratamiento: pases rematados por alto de la muleta de Román por la derecha, y nada de doblarse por bajo con el animalito; consecuencia lógica: el toro se complicó más, enganchó todo lo que pudo el supuesto engaño, que no engañó a nadie, y mostró, por desgracia, que las dos orejitas previas… habían sido regalo exagerado. Anduvo Román, por completo, a merced del toro, nada le pudo, y nada demostró…, antes del calvario para matarlo: estocada casi entera baja, y varios descabellos después de que el bicho sembrara nuevos pánicos en dos amagos de arrancadas en los que hubiera podido llevarse a toda la cuadrilla en volandas hasta la enfermería…

No fue una corrida para cien, ni siquiera para cincuenta muletazos. Fue un encierro con sus tiempos justos, que había que poder, someter, doblegar y lidiar, a cada cual según su condición. Y como a mí, como aficionado, me gusta pensar y que me hagan pensar..., me entretuvo, especialmente su segunda mitad.
Repito, la corrida de Cuadri no fue buena, pero fue interesante, dura, pero dura de verdad, complicada; todos los toros tenían su aquél, su personalidad, necesitaba cada cual su trato, pero ya no quedan espadas que sepan dárselo como antes lo hacían Dámaso Gómez, Miguel Márquez, Ruiz Miguel, y tantísimos otros matadores que no habrán pasado al Olimpo de la estética, pero que tenían más torería, saber hacer y conocimientos de la lidia que todo el escalafón al completo de hoy día. 

miércoles, 20 de julio de 2016

No seas animal...

Por Valentín Moreno
Vicepresidente de la Unión de Bibliófilos Taurinos

Al hilo del texto anterior de Rafael Cabrera, se suscitan diversas reflexiones. Primero, estimo, hay que centrase en la sociedad, y luego en el toro pues el antitaurinismo se enmarca en el animalismo y éste en el buenismo social, dentro de un esquema de marcos de ideas.
El buenismo social actual abandonó el sexo como tabú hace unas décadas y ha asentado como nuevo y gran tabú social la muerte. No se admite que en la vida va consustancialmente la muerte, y se la oculta. Incluso se evita la palabra y se tiende a decir que el difunto "se ha ido", "nos ha dejado", en vez de decir "se ha muerto". En paralelo a este nuevo tabú social, muy asentado, el alejamiento urbano de la vida rural ha maximizado al animal en general y la existencia masiva de animales domésticos de compañía se ha extendido como concepto a los demás, a los que no son perros ni gatos. El animalismo ha pasado de este escalón muy comprensible socialmente por la soledad en las sociedades urbanas, a querer igualar al animal con el hombre y por eso muchos animalistas en vez de decir "ser humano" dicen animal humano y animal no humano. De hecho, existe una entidad que se denomina Igualdad Animal.

Cartel madrileño de 1769 a favor de los Hospitales públicos de Madrid
En este contexto referido se inserta la estrategia del lenguaje y su manipulación por parte del antitaurino radical (que son los más) y se categoriza al animal como humano, aplicándole conceptos que son sólo del ser humano; así, un animal no puede ser inocente o culpable pues no es responsable de sus actos, pero insisten en que es inocente. Un animal puede recibir maltrato, es cierto, pero dicen que "se le tortura", cuando la tortura es de un ser humano a otro, pues no basta que la sienta el que la recibe, sino que debe ser consciente que la recibe, según el derecho penal tradicional. Es en efecto toda una estrategia de manipulación del lenguaje. 

Cartel a favor de las Archicofradías de S. Pedro y S. Andrés de Madrid, para sus fines públicos y piadosos
Al igual ocurre que con los mal llamados "derechos de los animales", que no existen, pues no pueden tenerlos como exponen Fernando Savater, Víctor Gómez Pin o Gustavo Bueno, que los rechazan con argumentos filosóficos, bien reflexionados. Gustavo Bueno define al animalismo "absurdo disparate" y, considerado por muchos el mayor filósofo español vivo, desprecia filosóficamente el posibilidad de “derechos” para un animal. En efecto, las piedras históricas, los bosques y los animales hay que protegerlos pero no pueden tener derechos conforme al derecho civil y natural; tendrían que tener deberes sociales (lo que es imposible, al no ser responsables de sus actos) y no pueden ni reclamarlos, ni disfrutarlos conscientemente. Pero da igual, se da por indubitable en el fanatismo antitaurino que los toros tienen “derechos” y durante los veinte minutos de la lidia –tras cinco años a cuerpo de rey en la dehesa- son violados por los toreros asesinos y el público deseoso de ver sangre. Curiosamente, en realidad, la mejor forma de proteger la existencia del toro bravo de lidia es que se lidie, sin duda. Que sin festejos no habría toros se ha visto a las claras estos años de gran crisis en que al haber reducción de los mismos se ha menguado en modo proporcional la cabaña brava. ¿Quién pagaría por un toro bravo si no hubiera festejos?. Esto también da igual, solo importan los falsos “derechos” mencionados. No obstante, la realidad es tozuda y la ONU y la UNESCO reconocen una Declaración de los Derechos.... Humanos, ratificada en 1948, y no existe ninguna de los Derechos Animales, mundo que no puede estar ajustado a Derecho por la naturaleza de las actuaciones irracionales del animal. Y es que hay que subrayar que el animal más cercano al hombre, por su genoma (la cadena genética), no es el gorila, ni el orangután, sino el chimpancé, y está nada menos que a 14 millones de años por detrás en su evolución, con respecto al ser humano. Como Fernando Savater expone en su Tauroética, es un proceso de totalitarismo moral el del antitaurino, pues no se conforma con exponer su pensamiento, sino que hay que imponerlo: se trata de imponer una moral, la suya, en un complejo de superioridad moral que no admite otra, la del aficionado, y no solo no la admite sino que hay que perseguirla y extinguirla, de ahí el prohibicionismo.

Cartel para paliar la trágica situación de El Tato (31-X-1869)
Con respecto al toro, lo primero que hay que decir es que mucha culpa de que la sociedad actual vea al toro como animal equiparable a los domésticos -casi de compañía- y no como lo que es, bravo de lidia, es el del propio mundo del toro: no ha sabido transmitir nada menos que la razón de ser de todo el fenómeno taurómaco, la bravura del toro y que es de lidia, de lucha, en cuya confrontación de poder a poder con el hombre se domeña la bravura. Otra cosa es que salgan toros mansos y descastados pero la razón del ser del toro bravo de lidia es su bravura y su lidia, lo evidente se olvida.
El antitaurinismo ignora, o lo sabe pero quiere ignorarlo, que la genética del toro es embestir y superar el trance de la lidia gracias, precisamente, a esa genética: el circuito neurológico del dolor es distinto al de cualquier mamífero y muy superior en su tolerancia de umbral del dolor como han demostrado estudios científicos, firmados por doctores investigadores, veterinarios, etc. Precisamente, el cortisol, la dopamina y la gran cantidad de adrenalina que se generan durante la lidia, por la gran actividad hormonal, hace que se neutralicen los transmisores del dolor y que se imponga su genética de embestir y la idea de bravura (de ahí la expresión antigua de "crecerse con el castigo" en varas, por ejemplo) durante la lidia. Es el mismo fenómeno del boxeador, que durante el combate le mueve el hecho mismo de la pelea y su victoria y es al día siguiente cuando siente con intensidad el dolor. Por cierto, la pelea violenta entre humanos no produce el mismo rechazo social que el hecho taurino, lo que prueba la sobreestimación que se hace del animal frente al hombre en ámbitos significativos de la sociedad. Muy mal vamos como sociedad cuando la vida humana vale igual, o incluso menos para algunos, que la animal. Sonado ha sido el caso del zoo estadounidense en el que un niño pequeño se le cayó del brazo a sus padres y ante el zarandeo de un gorila, por temor a que lo arrojara a la pared matándole, el propio zoo disparó al gorila resultando muerto: pues bien, llegaron a la dirección multitud de protestas animalistas por ello, dando igual que estuviera muy en peligro la vida del casi bebé….

Cartel de Écija a favor de los heridos en la Campaña de Marruecos 
Como rito, aparte de como realidad de espectáculo, la corrida es única pues se dirime nada menos que la vida tras la lucha, tras la lidia. Por estar en juego, en suerte, la vida humana, la corrida es hecho transcendente y por tanto no es simple espectáculo de diversión, sino de emoción. Es el único espectáculo verdaderamente transcendente que existe. No se olvide que el toro puede ser indultado si muestra bien la bravura. Aunque hay que reconocer que la vida más en juego y en riesgo por su prevalencia sobre la del animal es la humana. Precisamente, para evitar la prevalencia humana y su altísimo valor con respecto al animal, los antitaurinos humanizan al toro y bestializan al torero llamándole "asesino" (“asesinato”, recordemos, es de una persona a otra según el derecho penal, pero es la estrategia de manipulación del lenguaje referida). Animalizan la lidia, todo un arte en realidad, el del toreo, llamado así desde el siglo XVII, y humanizan al toro. Pero caben aquí mencionarse las palabras de García Lorca: "La mayor riqueza poética y vital de España es la fiesta de toros", u otra frase suya, "el espectáculo más culto que existe", afirmó en otra ocasión. La inteligencia es capital en el toreo, en efecto. Por eso, mientras los toreros torean con su inteligencia y los aficionados defendemos nuestra afición intelectualmente, los antitaurinos embisten en las redes sociales con sus insultos y amenazas. Si ellos manipulan la realidad del toro y lo humanizan, ellos, humanos, se han animalizado con su fanatismo irracional y sus embestidas, como bien se ha manifestado con la muerte de Víctor Barrio en las redes sociales. Es un antitaurinismo zoofílico, antipersona al ser antitorero y antiaficionado, criminal contra el ser humano pues desean la muerte del torero, como han expresado no pocos. Es evidente que el delito de odio está bien presente en esos mensajes llenos de bilis de twitter y que han aflorado desde lo peor de condición ¿humana?. Urge así que actúe la Fiscalía General de Estado ante el acoso y la criminalización que se hace de un espectáculo de masas, de sus protagonistas y de sus aficionados. Escriben que somos psicópatas (lo serían entonces todas las generaciones anteriores de españoles) pero precisamente ese odio visceral pone la psicopatía en su lado. Otra cuestión grave, junto a estos procesos referidos, es el uso, abuso y manipulación que se hace de la infancia por parte del antitaurinismo, que daría para largo en su análisis y reflexión, en una sociedad donde los menores sí tienen derechos, entre ellos a ser formados por sus padres o familia y no por poderes políticos u otros poderes ideológicos. La verdadera violencia para el menor está en un campo de fútbol, como se ha visto tantas veces a causa de los ultras de los equipos, y no en el toreo, escuela de superación, de lucha, de esfuerzo, de pundonor, de sufrimiento ante la adversidad, de uso de habilidad e inteligencia ante lo que se opone a uno, y por tanto, escuela de vida. 

Cartel de Córdoba a favor de la Asociación contra el Cáncer
Concluyendo, el animalismo buenista, por muy fanático que sea y es, visceral (tratando de lo animal, muy propio), sería hasta encomiable por su puro romanticismo, como lo es el del ser aficionado en estos tiempos digitales donde lo que se ve ni existe, frente a una realidad tan física como es el toreo, pero lamentablemente en muchísimas ocasiones no hay tal romanticismo sino intereses materiales muy pragmáticos. Así, en realidad, se ha visto estos años que la verdadera motivación antitaurina es de orden político y la coartada es el animalismo, caso de la prohibición por parte de los políticos catalanes, en un obvio fundamento de actuación por antiespañolismo. Nuevamente la ignorancia manipulada pues no hay nada más mediterráneo que las fiestas de toros, existentes en puntos del levante hispano y también en Cataluña mucho antes que en zonas del interior castellano, pues constan festejos desde al menos el siglo XIV. Da igual que hasta Lluis Companys, fusilado tras la Guerra y referente máximo del separatismo catalán, llegara a presidir corridas de toros, pues era enorme aficionado. Se habla por parte de la clase política nacionalista que es “maltrato animal”, pero se permiten los correbous pues a sus ojos sectarios “es autóctono”. El interés real en prohibir la corrida de toros es que, además de la motivación política, aunque lo nieguen, saben que es un hecho cultural, desde perspectiva antropológica y es un hecho cultural de dimensiones mucho mayores al panorama cultural nacionalista-localista que pueden dominar y controlar sin problemas, y temen su difusión como fenómeno popular. No han podido encontrar en el animalismo estos antitaurinos políticos mejor excusa, y así estamos, entre los intereses políticos de unos y el fanatismo buenista pero violento de otros, como se ha visto por los insultos y agresiones verbales en la circunstancia de la muerte de Víctor Barrio. Frente a este panorama, hay que rendir reconocimiento “al espectáculo más culto que existe”, en la frase ya citada de Lorca, nunca repetida suficientemente, pues se une lo artístico, lo sensorial, a lo trascendente, lo profundo. Por favor, en la defensa de la tauromaquia o su ataque, seamos racionales, y no seamos animales.

lunes, 18 de julio de 2016

La animalidad de los antitaurinos

No se confundan, no es éste intento de resaltar la brutalidad con que periódicamente se producen ataques de individuos o colectivos antitaurinos contra aficionados, diestros, ganaderos o el propio toro de lidia. No, respiren tranquilos. Ellos mismos se definen. Se han definido en sus bestiales ataques e insultos a Víctor Barrio, y aun hay muchos que les han apoyado… En el mundo de los seres humanos, del intelecto, de su organización en sociedades más o menos estructuradas, tales reacciones –las suyas, por desgracia, habituales- entran en lo delictivo (porque sólo el hombre se ha marcado pautas de conducta alejadas del naturalismo de sus instintos o comportamientos heredados, basadas en normas éticas, a veces morales), en la predicación del odio al semejante, en la propagación de falsedades, de falacias propias de una estulticia que roza lo iletrado, cuajadas y entreveradas de la más absoluta y universal ignorancia de lo que se combate, o de consignas totalitarias (y por lo tanto, ilícitas ética y moralmente). Consignas, éstas muy frecuentes en los eslóganes de esta “casta” tantas veces a miserable sueldo, asalariadas de intereses más ocultos (muchas veces económicos pero otras políticos) que desde el infantilismo simplista, desde el buenismo iletrado y nada reflexivo, intentan imponernos a todos, absolutamente a todos los que componemos las sociedades en las que ellos se mueven, sus ideas totalitarias, sus gustos y sentimientos, su única y exclusiva forma de pensar, padecer, sentir o divertirse.

El toro en su máxima expresión (obra de Benlliure)
No sé si es por un sentimiento de inferioridad, por simple maldad, por falta de raciocinio o por afán de poder, todos estos totalitarios del pensamiento único, intentan (y en ciertos regímenes lo consiguieron o aun lo consiguen, marxismos y nazismos inclusos) obligarnos a comulgar con su propio y al parecer exclusivo credo; sus ideas, sus consignas tantas veces repetidas, con esa insultante musicalidad perniciosa que se te clava en el alma, tienen que ser asumidas sin el menor atisbo de duda intelectual, sin la más mínima desviación. Y todo ello so pena de ser reos de delitos que sólo ellos (por el momento) han promulgado e incluido en su hipotético código penal. Somos, los que acudimos a la fiesta de los toros, asesinos, bárbaros sanguinarios, torturadores, maltratadores de mujeres (¡eso me gritaron a mí, después de agredirme con un puñetazo, unos “pacifistas” de esta índole, animalistas que no respetan a otro ser pensante de su propia especie!), y otras tantas consignas insultantes. La pena para el delito cometido está clara y evidente para los que desde la maldad abyecta dirigen a los buenistas descerebrados: la muerte. Igual que a los asesinos se les condena (en algunas sociedades) a la pena capital, nosotros somos dignos del mismo castigo, no por nada se nos tacha de asesinos y no de toricidas, por ejemplo. Esa pena de muerte de la que se alegran estas almas tan “bienintencionadas” para con sus semejantes, cuando defienden con supuesta pasión (pagada a “tanto” la intervención pública) la vida del “inocente” toro de lidia…

Colecta en Madrid a favor del infortunado diestro Sanluqueño
Asesinos, nos llaman, torturadores, maltratadores (con toda la carga pasional y criminal que actualmente lleva la palabra)… Y sin embargo todo es falacia, malversación del lenguaje, de su significado. Es decir, atribuyen al animal, al toro, la condición de persona, de ser humano, con sus mismos derechos (supongo que obviando sus obligaciones, porque no conozco res brava que abone el importe del IBI de la dehesa de la que disfruta… a lo mejor porque no es su propietario, claro); y, sin embargo, nos animalizan a los aficionados y profesionales haciéndonos reos de conductas brutales, bestiales, bárbaras. Y todo ello mediante la perversión del lenguaje, que sin embargo cala hondo en el buenismo irracional de tantas personas. Leía, hace un par de días, una obra de Julio Camba (ya habrá oportunidad de traer algo a colación), y uno de los artículos (de mayo de 1931, publicado entonces en ABC, y al lado, por cierto, de un doblón de Domingo Ortega en el día de su alternativa), se titulaba “Elogio del analfabetismo”. La tesis era interesante, bien sencilla y absolutamente compartible: Una cosa es saber leer, y otra cosa es lo que lees, saber lo que lees o entender lo que lees. Julio Camba prefería a un analfabeto que no supiera leer antes que a otro incapaz de entender lo que leía, carente de juicio crítico. Por desgracia, y no soy ni el primero, ni el millar que lo dice, la España actual está llena de esos lectores analfabetos, incapaces de discernir, de ponerse a pensar por sí mismos, de discurrir como lo hacían sus antepasados de hace siglo y pico, por ejemplo, que sin embargo sabían perfectamente discernir, definir lo que querían y anhelaban, aunque no supiesen juntar cuatro letras para firmar. Basta con que pregunten qué es lo último de Twitter o de cualquiera de las redes sociales al uso, para que les suelten las “verdades” que comparten… Ya no les cuento, si como Camba, traigo a Francisco Pizarro a colación, a escena, porque el noble pero iletrado extremeño, conquistador del imperio del Perú, dicen además… que toreó. Grave delito.

Colecta, también en Madrid, a favor de un mozo de espadas cogido y en el hospital
En el fondo sospecho que nos temen, porque pensamos diferente, porque tenemos nuestras propias ideas (más o menos afianzadas y reflexionadas, sólidamente estructuradas o profundamente enraizadas), porque representamos un sistema de valores culturales, éticos, históricos, de tradiciones incluso, de mucho mayor calado y trascendencia. Porque somos herederos, como casi toda Europa, de un pensamiento basado en milenios de raciocinio, de una cultura en la que conviven elementos greco-romanos, hebreos y mediterráneos en muy buena medida, y porque consideramos a los animales como lo que son: animales, simples animales. Animales a los que gratuita y selectivamente, libre y generosamente, podemos otorgar algunos derechos, ya que por ellos mismos no los poseen (y nunca deberes, por contra, si no es obligados a ellos).


Se basan, en la mayor parte de su argumentación, en la transposición a la fauna del pensamiento, racionalidad, ética, sentimientos y sensaciones humanas, mientras que nos los niegan precisamente a los que no pensamos como ellos. Paradoja inexplicable. Nosotros somos dignos de la ejecución, pero el pobre animal es del todo “inocente” (el concepto tiene su miga, porque la culpabilidad o inocencia de unos actos se basa en las capacidades racionales con los que se comete el acto, de inteligencia, consciencia y memoria del que los ejecuta, y el toro dudo que posea esas capacidades reflexivas superiores). Pero ojo, esa trasposición a la fauna, es muy selectiva: sólo a los mamíferos y si me apuran, a algunos de ellos, claro; los insectos, arácnidos, aves, peces, reptiles, anfibios, a pesar de comportamientos a veces semejantes a los de los mamíferos, por ejemplo en orden al cuidado de la prole (han visto con qué mimo transporta en la boca la cocodrilo a sus crías recién salidas del cascarón…), no tienen para ellos el mismo significado.


El toro, para ellos, sufre en la lidia… de ahí nuestros crímenes; aunque al parecer ignoran lo que supone el sufrimiento. Éste no deja de ser una elaboración abstracta, racional, que proyecta hacia el futuro un dolor físico o psíquico actual, o simplemente la posibilidad de padecer el mismo. ¿Se imaginan ustedes a un toro que imagine que va a ser picado o banderilleado, y muerto a estoque antes de ser embarcado…? ¿Creen ustedes que el toro, una vez que siente el dolor que le causa la puya, imagina que tal dolor va a continuar a lo largo de días en los que no podrá gozar como hasta hace bien poco, de las delicias de la dehesa…? ¿Es capaz de elaborar mentalmente tales abstracciones, y sin embargo, recibir cien muletazos insulsos de un espada con eso que los humanos denominamos nobleza borreguil…? Absurdo de todo punto. Como bien, y mucho mejor que yo, explica mi amigo Jean Palette-Cazajus, el toro ni siquiera es consciente de que es un animal; un toro, ni siquiera sabe que se le llama así; tiene una cierta consciencia –muy primitiva- de su individualidad, es cierto, pero quizá no sea consciente ni siquiera de sus diferencias con otras razas vacunas no de lidia. ¿Y pretenden que haga elaboraciones psíquicas individuales sobre lo que le supondrá un dolor concreto en un futuro, cuando ni siquiera muchos humanos somos capaces de ello…? Los humanos tememos mucho más a lo desconocido, al futuro, por eso sufrimos más; los animales no sufren, simplemente les duele.


Sienten dolor, no cabe duda, pero como nos han explicado trabajos científicos muy bien elaborados en estos últimos años, a cargo del profesor Illera, los doctores Salamanca, Jiménez, Centenerea, y otros tantos investigadores en esta materia, el toro es capaz de mitigarlos más eficazmente y con mayor velocidad que ningún otro ejemplar bovino, probablemente a mayor velocidad que lo hace ningún otro mamífero. De ahí, de la selección realizada a lo largo de siglos de crianza para la lidia, que hayamos creado una raza específica que repite en sus acometidas… a pesar de que han sentido dolor.


Pero…, cambiemos de perspectiva para afianzarnos en la tesis de que los animales son lo que son, y que el hombre, por su desarrollo intelectual fruto de una evolución desde hace varios (no muchos) millones de años, es diferente de ellos… a Dios gracias. Volvamos la oración por pasiva, como suele decirse, y cambiemos el enfoque por completo. A los animalistas habría que hacerles ver, desde la perspectiva del toro, la diferencia entre hombres y animales, y que éstos carecen de esas sensibilidades, inteligencia o valores que sí tenemos los humanos innatamente o por creencia y adopción firme. La fisiología y los instintos de estos mamíferos los hacen bien diferentes de los seres humanos, repito, a Dios gracias para nosotros y para los animalistas.


¿Se imagina usted que está tranquilamente paciendo en una idílica dehesa, a la agradable y protectora sombra de una encina, y que vienen dos compañeros de camada que, por un aquél de la necesidad de transmitir sus genes a la siguiente generación cubriendo en exclusiva a las hembras, le pegan sendas cornadas que lo matan? Sin mediar mugido alguno, simplemente por instinto, porque uno era el macho dominante de la camada, o tenía a sus alcances a las vacas… ¿Sentirán luego los “asesinos” (según los criterios animalistas éstos también deben serlo, digo yo), los “toricidas”, graves repercusiones psíquicas, sufrirán por el daño ocasionado, les dará pena, sentirán culpabilidad alguna? El caso es que le han “apiolado” sin comerlo ni beberlo, sólo porque sí, fruto del instinto. ¿Preguntaron, acaso, los “toricidas” a su posible víctima, acerca de sus intenciones, de su capacidad o intención procreativa, acerca de su supuesta superioridad en la camada, medió juicio alguno, o declaraciones de testigos…?
Y sin embargo nada más natural y consustancial a la vida del toro de lidia en libertad… La mayor parte de las bajas de machos adultos en las camadas se produce, como todos sabemos, por esa tan sencilla, simple pero sólida razón de peso.


El toro sigue al trapo rojo de la muleta, intentando cogerlo a todo trance, porque el instinto así se lo marca, y porque embiste a lo que está más próximo y se mueve con preferencia a lo que se está quieto o se encuentra en su lejanía (lean, por favor, la magnífica tauromaquia del ingeniero D. Amós Salvador y Rodrigáñez, “Teoría del toreo”, un ministro liberal de tiempos de Alfonso XIII, gran amigo del duque de Veragua). ¿No se plantearía usted la inutilidad, tantas veces, de su empeño al reflexionar sobre el asunto? El toro sigue a su instinto natural, a veces, hasta su total extenuación, algo verdaderamente impensable para la mayor parte de los humanos que nos paramos a pensar, a cavilar, o simplemente a descansar, antes de que llegue nuestro fin.


El toro, en fin, es un animal bello, grandioso, pero irracional, se mueve por instintos, y apenas tiene una mínima capacidad de aprendizaje fruto de su experiencia, no del razonamiento (que no posee). En poco, por tanto, puede equipararse a un ser humano, por muy “animal” que sea éste.
Ya sé que habrá quien defienda que, con ello y todo, con ser los animales evidentemente diferentes de los seres humanos, la corrida es un espectáculo cruento, en el que se infringe un daño al toro de lidia que puede parecer gratuito para muchos de los que nada saben acerca del rito, de su liturgia, de su profundo significado (quizá porque nunca, al contrario que muchos aficionados, han estudiado, leído o investigado las tesis, opiniones o libros de los que piensan en sentido opuesto). Están, por supuesto, en su derecho. Lo han estado desde el siglo XV en adelante y así lo han venido manifestando (al menos) desde entonces.

Corrida benéfica en Madrid
Y sin embargo, párense un momento a meditar sobre ello, voces mucho más ilustradas y dignas que las de estos animalistas, se elevaron contra el espectáculo taurino y éste sigue vivo tras sesudas reflexiones en opuesta dirección. Si el papa Pío V, como escribe recientemente mi gran amigo José María Moreno Bermejo, prohibió la organización de las corridas de toros y redactó su Bula De Salute gregis Dominici dictando penas de excomunión a los contraventores, hubo dos papas sucesivos, especialmente Clemente VIII, que las permitieron sin pena alguna para los organizadores y sólo con la salvedad de los clérigos de órdenes regulares… a los que se les vedaba la asistencia. Todas las polémicas basadas en el humanismo, tanto en la protección de la vida espiritual, como en la física, basadas en cuestiones de orden social (económicas, productivas, educativas, protectoras del carácter y de la socialización de los individuos) se han saldado a favor de las tesis continuistas durante siglos (y eso, incluso, cuando España era la primera potencia mundial, no sólo militar, sino del pensamiento, el derecho o la discusión teológica y moral). Creo que sería obligado para estos detractores del festejo, leer detenidamente la obra de Jesús García Añoveros, “El hechizo de los españoles”, donde se da un completísimo repaso a las discusiones en torno a la fiesta de los toros de moralistas, canonistas y jurisconsultos a lo largo de los siglos XVI y XVII, pero quizá sería demasiado pedir… Todo esto, como decía nuestra gran literata doña Emilia Pardo Bazán, resulta enojoso hasta el extremo; volver y recurrir a las discusiones mil veces pasadas y zanjadas sólo porque quienes ahora defienden esta tesis absurda han sido incapaces de leer (aun sabiendo juntar letras) los resultados de las polémicas precedentes.

A hombros entre el fervor popular, a la salida de la plaza de Felipe II en Madrid
En cualquier caso, démosle la vuelta al asunto, y contemplemos el problema desde el opuesto punto de vista. Si los animalistas pretenden proyectar (ese es el término psicológico, creo) sentimientos, sensaciones y conductas inteligentes sobre el toro de lidia, ¿no encontramos ese mismo pensamiento, y ciertas agresiones brutales, insultos, vejaciones y escarnios de estos grupos de fanáticos a sueldo, más propios de la animalidad gratuita?

viernes, 15 de julio de 2016

Hace sólo 120 años

En mis lecturas veraniegas me he reencontrado con un añejo escrito, un brillante artículo, de Doña Emilia Pardo Bazán, la Condesa de Pardo Bazán. Ciento veinte años, nada menos, ha que fue escrito y parece que fue ayer. Fue la vitalista condesa una literata sin par, fecunda, inteligente, libre, feminista hasta el punto exacto, defensora de causas siempre nobles y española amante de su terruño galaico como sólo los gallegos han sabido serlo (aunque hoy abunde una ralea infecta que abomina... hasta de su propia esencia). 
Periodista, ensayista, novelista, la pluma y la inteligencia convivieron siempre de manera armónica y natural en ella; incansable en su hacer epistolar y en su producción articulista; una mujer, en suma, de esas hechas a sí misma... pero de hace casi siglo y medio.
Tuvo, y no fue la única ocasión en que mojó su pluma a favor de la fiesta nacional, la ocasión de responder a un escrito que desde Estados Unidos de América le enviaron criticando a España so pretexto de las fiestas de toros y su supuesta barbarie. El artículo con que responde aporta un buen número de puntos de enorme interés, especialmente si lo situamos en la España de su momento, precisamente antes del desastre del 98, motivado, en gran parte, casi en exclusiva, por la intervención americana en los asuntos nacionales de ultramar. 
En primer lugar, por ser de autoría femenina, cuando en nuestro país se tenía por "rara avis" a cualquier mujer que proclamara sus ideas en público, especialmente si tenían que ver con la política o el orden social. Pues recordemos, para una buena sección de incultivados radicales, que en la España de esos años son muchas las mujeres que, como la Pardo Bazán, intervenían en la vida pública a pesar de no haber logrado aun emanciparse socialmente del varón. Una mujer, además, escribiendo a favor de la fiesta, realzando la presencia femenina en la fiesta... ¡eso seguro que levantará ampollas en más de un radical antitaurino!, lanzando por tierra su tópico de que la fiesta es machista. La gran presencia femenina como publico, como afición, pero también como protagonista, ha sido, en muy buena medida, ignorada hoy y lo ha sido siempre. 



Como bien recuerda la noble coruñesa, lo de matar indios Sioux era baladí; lo importante era atacar a España por la lidia de reses bravas... Unos Estados Unidos, a los que hoy nos rendimos con humillante delectación en lo cultural y en lo económico, que no dudaron en comenzar dos años más tarde una guerra contra la propia España, con afanes imperialistas, como antes habían hecho contra Méjico (cuyos territorios legítimos casi ocupaban dos tercios de la actual extensión de los USA), so pena de no sé qué agravios a los naturales cubanos y la vileza moral (más para ellos mismos y su propia historia) del auto-hundimiento del crucero acorazado Maine. 
Siendo norteamericana la autora del panfleto anti-español, quizá, además, convendría recordar las pulsiones racistas que imperaban en aquellos momentos en una muy buena parte de la sociedad norteamericana, especialmente contra negros e indios, pero también contra inmigrantes de determinadas procedencias (chinos o italianos, por ejemplo...), de ahí que resulte muy convincente la tesis de la Pardo Bazán a favor de la fiesta. En efecto, efectiva y saludablemente, el espectáculo taurino da salida al anhelo "de lucha" en el pueblo mediante la lidia frente a un animal (no frente a otro ser humano), siempre supervisado y controlado por el poder político, que mitiga esa realidad social tan grave como la lucha entre seres humanos por cuestiones racistas. La fiesta ha sido, y sigue siendo, una válvula de escape de posibles tensiones, propiciada en sociedades como la nuestra mucho más tolerantes y abiertas que las anglosajonas, y que en Norteamérica derivaron en el exterminio casi absoluto de los indígenas, la segregación racial de negros (casi hasta nuestros días) o la exclusión de determinadas poblaciones inmigrantes (como los católicos, sin ir más lejos, aunque éstos ya se encuentren plenamente integrados en el sistema). Basta con mirar los informativos de hace tan sólo una semana en todo el mundo sobre los sucesos de Dallas...
El artículo de nuestra aristócrata -de tinta azul, como la llamó Carmen Bravo Villasante- no sólo está de plena actualidad, sino que rebosa frescura, ética, cordura y sentido común. Destaca lo enojoso de las discusiones nunca terminadas y siempre recomenzadas (y sobre los toros llevamos en España ya cinco siglos de polémicas), y la necesidad de empeñar nuestras fuerzas en asuntos de mayor humanismo, fijándonos, ante todo en nuestros propios problemas para con el prójimo (y no, precisamente, con los animales). 
Desbarata por completo esa absurda tesis (tan viva hoy como hace siglo y medio a pesar de haber sido rebatida mil veces por sesudos intelectuales y millones de veces más más por la propia realidad) de que la fiesta hace a los espectadores brutales, bárbaros y sanguinarios (léase a los niños, por ejemplo, tesis de nuevo defendida por cuatro psicólogos de barra de taberna). 
Precisamente, por ello, incide en las enormes diferencias que existen entre el alcoholismo y la afición a los toros. Desde el siglo XVIII, y sin ningún resultado por una parte, pero también sin haber aportado dato científico alguno para avalar tales tesis, los antitaurinos han venido proclamando que la fiesta es escuela de barbarie, de delincuencia y de asesinos. La estupidez, por más que inveterada, no deja de serlo. Ya hay quién con gracia, y aporte de esos datos, echó por tierra tales vanos argumentos... hace siglo y medio. 
En efecto, es Miguel López Martínez, en sus Observaciones sobre las corridas de toros (Madrid, M. Minuesa, 1878) quien recoge el dato preciso. Al rechazar el falaz argumento de la asociación de tauromaquia y criminalidad, dirá textualmente: “Los datos que suministra la estadística vienen en apoyo de lo expuesto. Háganse comparaciones, y se verá que la criminalidad, fruto de la inmoralidad y de la barbarie, no es mayor en las provincias donde se dan corridas de toros, que en aquellas en que no se conocen. Véase la demostración en el siguiente cuadro que corresponde a la anualidad de 1863”, presentando a renglón seguido las estadísticas de presos en prisiones provinciales por provincias: ¡Lérida estaba a la cabeza por mil habitantes!
Pero ahí siguen coleando, como subyace en el escrito de la Sra. Lowell, el tópico típico. La fiesta, al parecer, se asocia con el analfabetismo y la delicuencia, cuando -como muy oportunamente defiende la Pardo Bazán, y hoy puede hacerlo cualquier forense o criminólogo- precisamente la delincuencia se asocia muy notablemente con el alcoholismo; sí, ese que combatía (con bastantes pocos resultados) la Sra. Lowell (todo hay que decirlo). 
Fijarse, sin conocerlo en profundidad, sin haberlo analizado en detalle, en un espectáculo público como causa de todos los males de la sociedad es sencillamente estúpido. Además, basta con repasar las últimas (o las anteriores, o las precedentes, si quieren) estadísticas cuatrianuales que edita el Ministerio de Cultura de los hábitos culturales de los españoles, para comprender y ver perfectamente reflejadas en ellas, que el subgrupo de los aficionados a los toros, compran y leen más libros que la media de la población española, asisten a más conciertos, van más al teatro y al cine que la media, acuden a la ópera con más asiduidad que el conjunto de la población, y visitan más muesos y exposiciones que la media... ¡Vaya conjunto de analfabetos, ¿verdad?!
Pero los antitaurinos, sin embargo, se permiten incidir, una y otra vez, en el tema de la moralidad y la creación de una conciencia moral. Habría que preguntarse si el apoyo que muchos de sus individuos profesan al aborto, por ejemplo, o a tantas prácticas sexuales promiscuas, o al respeto de la propiedad privada o a tantas otras cosas, tiene mucho de moral... para cada cual. Entre otras cosas porque, como dice Savater, las lecciones de moral siempre son complicadas, porque la moral es algo muy personal, es en realidad libre y forma la personalidad individual de cada uno, e imponer otra distinta a una persona es un ejercicio de autoritarismo o totalitarismo inaceptable. Ese sentimiento de superioridad moral de los antitaurinos de todos los tiempos sólo nos lleva a pensar en un gravísimo y profundo complejo de inferioridad o a la falta absoluta de raciocinio, autocrítica o filantropía.

La revista barcelonesa "La Ilustración artística" del 22 de junio de 1896
Precisamente, la falsa idea de "tortura" (termino en realidad es sólo aplicable a humanos -por el enorme componente psicológico que conlleva- y no a animales por no ser seres conscientes de ella) que supuestamente practican los aficionados sobre los toros (a través de los ejecutores, los diestros), es la gran falacia que planea siempre sobre el espectáculo. Y sin embargo, la Condesa de Pardo Bazán, desmiente todo ello en dos brillantes pinceladas. Por una parte porque resalta que en la tauromaquia se valoran otros componentes, y así los aficionados acuden a la fiesta a aplaudir y jalear principalmente "la delicadeza, la habilidad, el arte, la agilidad y la gracia, unidas a la serenidad que puede conjurar y dominar el peligro". Y, ojo, eso es un ejemplo de su capacidad para observar las cosas, cómo van evolucionando y en qué han de parar, en suma, por la modernidad del concepto en aquellos tiempos...
Y no quedan ahí sus sensibles y convincentes apreciaciones, porque defiende, con enorme naturalidad y relevante sentido de la realidad que es el propio aficionado, el espectador en las corridas de toros, el primero que critica la crueldad, la barbarie, la brutalidad con que algunos malos lidiadores realizan su labor: "el público español en ningún espectáculo es más intransigente con la barbarie que en la plaza de toros... en el tormento de los caballos, protesta indignado si después de gravemente heridos, por aprovecharlos se les quiere volver á hacer entrar en lidia. Las picas profundas y que despedazan al toro, los pinchazos inútiles, exasperan violentamente á la multitud".
Y aun más, destaca la brillante puesta en escena de la corrida de Beneficencia de aquel lejano 1896. Quizá como la última que pudimos contemplar en Madrid este mismo año 2016, 120 años después. Corrida de Beneficencia que es un ejercicio y escaparate del lujo social. Un espectáculo en contra -otra vez más-, de otro de los tópicos archimanidos de los detractores, la casposidad del festejo; un espectáculo, dicen éstos, para "paletos" y pueblerinos (como los que Podemos dice votan a la derecha en España), y sin embargo realzado por innumerables personalidades del mundo de la política, de la intelectualidad, de profesionales liberales, de los aficionados en general (con sus hábitos culturales más acendrados que el común del pueblo español) y con la presencia del rey emérito (o en otras ocasiones de distintas personas de la misma casa real española). Comparemos el lujo, el gusto, la vistosidad del espectáculo de 1896 con el que 120 años después ha vuelto a producirse con tan brillante resultado artístico. Todo ello refleja el mismo brillo, espectáculo atemporal frente a sobados tópicos arcaicos. Y todo ello sin necesidad de retrotraernos hasta el siglo XVI en que ya viajeros extranjeros cantaban el lujo, la grandiosidad, el inigualable esplendor de estos festejos de toros que daban en ser llamados "reales" por la presencia asidua de la monarquía. 

Nadie mejor, venida desde la periferia galaica, para hacernos recapacitar, una vez más, sobre algo tan culturalmente intrínseco al carácter español (quizá ahí esté el problema...) que una de nuestras más ilustres mujeres: doña Emilia Pardo Bazán.





SOBRE LA FIESTA NACIONAL
(La Ilustración Artística, Barcelona, 22-6-1896)

"Hace días recibí de los Estados Unidos - de donde han solido enviarme cosas más halagüeñas – unos artículos que me dolieron lo mismo que si encerrasen alguna personal injuria. La injuriada, en los tales artículos, era España, y el pretexto para injuriarla, las corridas de toros.
Uno de los artículos viene firmado con un nombre de mujer, Mary F. Lowell, señora que, según del mismo impreso se deduce, forma parte de la Liga ó Sociedad universal de templanza de las mujeres cristianas. El artículo se titula nada menos que La bárbara y cruel España, ó La enseñanza de la juventud española explica al verdugo Weyler: y entre muchas y muy indignadas declamaciones contra la fiesta nacional, la señora Lowell intercala un párrafo donde dice que si bien los españoles son casi todos analfabetos, ó sea huérfanos de literatura, aún queda por aquí sicut rari nantes, alguna gente sabia é ilustrada - literatos, artistas, políticos - que se avergüenza de la presente situación; á éstos se dirige la autora. Supongo, ya que me envía el artículo, que me cuenta en el numero de las personas que por lo menos saben leer y escribir, y temo que desmereceré en el concepto de la señora Lowell si, por ejemplo, describo sencillamente la corrida de Beneficencia...
No hay cosa tan enfadosa, en el terreno de la polémica, como discutir lo ya cien veces discutido, repitiendo argumentos que rodaron por todas las mesas de café, siquiera sea en respuesta á otros que están en igual caso. La tesis de la señora Lowell es tan vieja, vulgar y manida, como lo sería el artículo donde yo rebatiese á esta señora sacando á relucir y calificando como se merecen ciertas atroces costumbres de su patria (las innobles peleas de hombres con perros de presa ó de hombres con hombres, á puñetazos), ó recordando á la miembro de la Sociedad de templanza que aquí no necesitamos tales Sociedades, porque el vicio brutal de la embriaguez no domina á nuestra sobria raza. Ya que la señora Lowell lleva la cuenta de los que en España no saben leer, que lleve la de los aguados, y le mandaremos uno para enseñarlo allá por dinero. Quizás en aquellas tierras resulte un fenómeno tan estupendo como Rama-Sama ó el gigante aragonés.
Aunque le parezca mentira á la señora Lowell, el no saber leer ni escribir no pone ni quita á la barbarie en las clases populares. El cerebro se desarrolla –quién lo duda - con la lectura, pero es con la lectura como estudio y fuente de conocimiento, no como ejercicio material análogo á la máquina de contar de los chinos, Y en cambio, el alcohol ejerce siempre acción tan depresiva sobre el órgano del pensamiento é influye tan desastrosamente en la herencia intelectual, que los pueblos bebedores de agua tienen un 100 por 100 de probabilidades más de producir individuos superiores, disminuyendo á la vez el numero de los locos y la criminalidad.

* * *

Nada más cómodo, en verdad, que filosofías históricas del género de la que gasta la señora Lowell, Juzgar á una gran nación, en conjunto y sin examen, por alguna de sus costumbres, tradiciones ó fiestas favoritas, es un método de sencillez primigenia, y un descanso para e! meollo, que nunca estimaremos lo bastante. En la bonita zarzuela Pan y toros oye un viajante francés hablar de los rubios del bicho, y apunta en su cartera: «Todos los bichos ser rubios, y ser grandes como vacas.» Algo no menos cómico que la apuntación del francés es la aseveración de la señora Lowell de que, por las corridas de toros, nuestro pueblo se aficiona cada día más al asesinato.
Créame la señora Lowell, que habla de los toros como podría yo hablar del trato que se da en Norte América á los indios Sioux (acerca de los cuales he oído que son exterminados sin piedad): yo he asistido á bastantes corridas de toros, y ni á la entrada, ni durante la función, ni á la salida, he visto, no digo asesinatos, ni un mal navajazo siquiera. Broncas y culebras en los tendidos sí las hay, pero eso es la sal en el agua: duran un minuto y paran en risa - y ya casi ni eso va habiendo-. ¿Sabe la señora Lowell dónde con más frecuencia se cometen crímenes en España? A la salida de las tabernas; porque como jamás toda una nación practica determinada virtud, también aquí se conocen devotos de ese dios Baco, contra quien la señora Lowell ha creído necesario formar una Liga universal de mujeres cristianas. Por algo decimos que

sobrevino una pendencia.

En esto pensaba yo al contemplar el animadísimo espectáculo que presentaba la plaza de Madrid el día de la corrida de Beneficencia, con tanto afán esperada y con tanto alborozo acogida por el publico, deseoso de aplaudir á Rafael II, el torero de las filigranas y de las monerías. Vea la señora Lowell como ni es tan fiero el león, ni el espectáculo taurino tan bárbaro.
Si en esas luchas á mojicones y morrás que se gastan por la tierra de la señora Lowell, lo que aprecia el respetable senado es el rejo, el hercúleo vigor necesario para descuadernar una mandíbula ó abollar un cráneo de un golpe, en nuestros toros lo que se aplaude y jalea principalmente es la delicadeza, la habilidad, el arte, la agilidad y la gracia, unidas á la serenidad que puede conjurar y dominar el peligro.
En las riñas á puñetazos, el espectador grita ¡Hurrah! cuando el hombre le salta un ojo al hombre; en los toros se aclama al torero con mayor entusiasmo cuando, arriesgando la propia vida, salva la ajena - muchas veces la del afortunado rival, quizás la del enemigo-. En esos momentos la fiesta nacional adquiere un carácter que no vacilo en calificar de noble é hidalgo. ¿Qué es ver á un hombre caído, inerme, á la fiera lanzándose contra él, despidiendo ardiente resoplido, bajando el testuz para embestir, y á otro hombre, vestido de seda y hecho un ascua de oro, tranquilo, sonriente, manejando con desembarazo la airosa capa, y de un solo jugueteo de ese trapo bonito, de ese débil escudo de tela, desviando al terrible animal, y salvando una existencia? ¿Pues qué, cuando para conseguir el mismo fin, para proteger al compañero que yace allí á merced del bruto irritado, el torero se agarra con ambas manos á la cola del toro, y le sujeta y clava al suelo, mientras el derribado se levanta y huye? Revuélvese la fiera mugiendo, queriendo desasirse; pero las vigorosas tenazas que lo sujetan no sueltan la presa, aunque ya el burlador busca la manera de salir, ligero y triunfante, dejando atónito al animal. El día de la corrida de Beneficencia, alguien recordó, en el palco que yo ocupaba, una proeza de Guerrita. Tuvo este diestro el refinado capricho de torear vestido de blanco, y el aristocrático empeño, que casi puede llamarse femenil, de sacar el traje sin una salpicadura de sangre, sin una mancha. Bien se comprende cuánta serenidad, qué valor frío supone tal cuidado, tal preocupación de coquetería y de limpieza, cuando el toro amenaza la vida y hay que evitar la horrenda caricia de sus agudos cuernos. Pues bien: Guerrita se vio aquel día en el caso de colear á un toro para impedir que fuese recogido y destrozado un picador. Y el traje, la rica chaquetilla blanca abrumada de pasamanos de plata, el fino calzón, la faja de seda, la pechera, todo salió cual la nieve, igual que al entrar el diestro en el redondel. No sé cómo le haría yo comprender á la señora Lowell que esto me parece, en vez de barbarie, helenismo.

* * *

Repito que el público español en ningún espectáculo es más intransigente con la barbarie que en la plaza de toros. Lejos de complacerse, como afecta creer la señora Lowell (la que trata de verdugos á nuestros generales), en el tormento de los caballos, protesta indignado si después de gravemente heridos, por aprovecharlos se les quiere volver á hacer entrar en lidia. Las picas profundas y que despedazan al toro, los pinchazos inútiles, exasperan violentamente á la multitud. Si admite todos los elementos dramáticos indispensables para la función, no quiere ver ninguna crueldad inútil, ninguna mortificación que no sea estrictamente impuesta por la naturaleza de la lidia.


Esto lo he observado mil veces. Los toreros que se arriesgan á tontas y á locas, creyendo sustituir la destreza con el valor ciego y temerario, reciben mil muestras de desagrado, insultos mezclados con advertencias.
Una de las condiciones en que el diestro Guerrita ha basado su celebridad, es la de poseer suficiente maestría para ejecutar todas las suertes del toreo, acompañadas de muchos adornos y perfiles delicadísimos, infundiendo en el ánimo del espectador la convicción de que no será cogido, de que burlará á la fiera. La alegría que infunde la presencia del maestro, á eso se debe en gran parte. Admiramos su destreza y no tememos un trágico episodio. Le vemos retozar con el toro, halagarle el morro con la mano, echarle puñados de arena, deslumbrarle con su hábil quiebro, arrodillarse y esperarle impávido, parearle con las de á cuarta..., y estamos tranquilos, porque creemos que no peligra una vida humana. Si fuésemos esos bárbaros sedientos de sangre, esa turba del pollice verso que pintan los amigos de nuestros enemigos de Cuba, estaríamos anhelando heridas y muertes, agonías y horrores... Aunque parezca paradoja, diré que aquí la gente sedienta de sangre son los adversarios de las corridas de toros (que no todos están en la América del Norte, pues en España hay infinitos). Estos creen que sí cuantos toreros existen fuesen corneados de firme en un día, se acababa la fiesta... En efecto, el arbitrio parece seguro.

* * *

Magnífico golpe de vista el de la plaza el día de la corrida de Beneficencia. No cabía, como suele decirse, ni un alfiler. En las localidades de sol, los millares de abanicos redondos imitaban bandadas de gigantescas mariposas cautivas, que aletean por recobrar la libertad. Un palco, en pleno sol, protegido por un toldo, lucía tres soberbios mantones de Manila fastuosamente colgados de la baranda, el uno verde pálido con extravagante flora roja, el otro negro recamado de blanquísimos floripones, el otro blanco, con rosas de su color y grandes pajarracos verdes y azules; y estos espléndidos trapos de Oriente eran como el pregón de las buenas mozas que adornaban la delantera, peinadas de moño alto, cargada la cabeza de aromosos claveles, con todo el trapío y la bizarría de las chulas madrileñas. Aquel palco tentaba la paleta de un colorista. En la zona de sombra abundaba el género fino, lo más encopetado del señorío de la corte, las damiselas de mantilla blanca ó negra con peinetas y grupos de flor natural, los sombreros enormes y atrevidos, aureolados de nubes de tul, que es la gran moda de este año. A la barrera no se atrevieron á ir las aficionadas, aun cuando se anunció que irían.
La luz y el color, el ruido y la animación mágica de este espectáculo, que Teófilo Gautier calificó de uno de los más bellos que puede imaginarse el hombre, son realmente más para vistos que para descritos.
Uno de sus grandes atractivos, para mí, es que pase al aire libre. El teatro actual, cautivo en recintos cerrados (no lo entendían así los griegos), me agobia por lo impuro y viciado del ambiente. El sol, la brisa viva y juguetona, el ligero zumbar de los tendidos, el azul del cielo, tanto colorín, tan inmenso concurso, hacen de la fiesta de toros algo que no se parece á ninguna otra fiesta.
No fue esta corrida de Beneficencia, con todo su aparato, de las mejores: la inferioridad del ganado deslució á Rafael, y si el panorama de la plaza era soberbio, la lidia transcurrió lánguida y sin brío. Es imposible pronosticar, aun conociendo la procedencia de los toros y las condiciones de los lidiadores, lo que será una corrida. El azúcar y las claras, en punto, y el merengue, malo, se pudo decir en la de Beneficencia. Otra sorpresa: un diestro sin aureola, que no sé sí por modestia lleva con diminutivo un nombre ilustre en los anales de la tauromaquia, fue el que cosechó palmas y laureles. Hablo de Lagartijillo, cuyas dos estocadas fueron las de la tarde. Al oírse aclamar, el torero bajó la cabeza, serio y confuso, y dio la vuelta á la barrera, más bien triste que regocijado."

EMILIA PARDO BAZÁN


Lagartijillo 

Pd.: El cartel de esa corrida de Beneficencia estuvo compuesto por nueve toros; tres de la Viuda de D. Carlos López Navarro; otros tres de de la Viuda de Concha y Sierra y tres más del Sr. Marqués de los Castellones; estoqueados por Rafael Guerra, Guerrita; Antonio Moreno, Lagartijillo y Nicanor Villa, Villita. La plaza registró un lleno de no hay billetes y la tarde fue muy buena.