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miércoles, 30 de mayo de 2012

¡Y se cortó la coleta!

Madrid, 29 de mayo de 2012. Más de tres cuartos de entrada. 5 toros de Las Ramblas, desigualmente presentados, aunque muchos sin culata y excesivamente gordos, mansos en general, sosos y descastados. 1 toro de Hermanos Fraile Mazas (4º bis), manso e inédito para la muleta. Julio Aparicio, pitos y bronca. El Fandi, silencio en ambos. Miguel Ángel Perera, silencio y ovación (aviso).

Estaba cantado, pero debió ocurrir antes. Lo de Julio Aparicio era arrastrar la memoria por el lodo fangoso de la ignominia y el deshonor. Las cualidades de torero de clase, las hazañas estéticas del pasado, no han podido reverdecer en estos años de penuria, de crisis en todos los sentidos incluido el ético, y poco a poco ha ido sucumbiendo a sus miedos internos, su apática actitud vital, las paranoias y la catatonia. Y un torero catatónico, incapaz siquiera de responder al estímulo del público, del toro, es una auténtica ruina para el arte.
Creí que se cortaría el apéndice capilar hace días. Cuando lo del otro día en Madrid, cuando arreció la bronca y las almohadillas las tiraron a dar, cuando se vio la decrepitud física, ética y estética del diestro, arruinado en su mismo ser, por sus propias carencias. ¡Qué lástima de torero!, porque lo fue. Atesoró gracias, profundidad, arte y cualidades de esas que llamamos eternas. En lo más recóndito de su corazón, allá en un lejano y oculto paraje de su alma, de su rebelde alma de artista creador. Y creó, ¡vaya si creó!, hermosas páginas para la historia de la tauromaquia, salpicadas entre la bohemia y el desorden de su devenir, sin continuidad, a ráfagas geniales. Se fue, al fin, y regresó a un principio cuando ya no había retorno posible. Y en ese vaivén de la vida, de su vida, de la recuperación del arte, se nos marchitó por completo, apareciendo sólo el espantoso y seco esqueleto óseo de lo que fuera su toreo, la imagen nervuda, tendinosa, temblorosa y putrefacta de la agonía táurica. No le olvidaremos, aunque debamos olvidar y pasar página a ésta su –hasta el momento- última tarde en Las Ventas, vestido de fucsia y un azabache que nos anunciaba negros y oscuros presagios.
Foto: las-ventas.com
Le cortó la coleta el Fandi con Perera de testigo… ¡hubiera tenido que ser el sin par Lagartijo el grande! O Curro, o Paula, o alguno de los excelsos artistas que han brindado y escrito páginas tan gloriosas como las suyas, aunque efímeras y escasas al fin. Su pasar por la fiesta nos volverá a retrotraer a pasadas experiencias cercanas al verdadero misticismo que debe envolver al toro y al toreo, olvidando fracasos como el de esta tarde de fucsia y azabache, carne y muerte.
No hay paliativos para su actitud de hoy, ni para la del otro día. Cuando uno se halla sumido en la vergüenza de lo que pudo ser y no es, cuando ni apenas se confía en sí mismo y en una remota resurrección, cuando ni aun se sueña con la faena perfecta, es que se ha muerto para el arte; se vive, como lo puede hacer uno en la muerte aparente, cataléptico, pero no se es sino una sombra, vago recuerdo de uno mismo, espectro que nunca debiera engalanarse con luces en la fiesta de la vida.  
Aparicio ha arrastrado ésta su agonía por el ruedo de esta triste primavera venteña; en su primero, aun con esfuerzos para él sobrehumanos, no conseguiría sino mostrarnos su miedos y desconfianzas, abusando del pico para escupir el toro, ayudándose con el estoque en los lances al natural con que alejar al descastado de Las Ramblas, y antes de quitárselo de la vista de un bajonazo infame. No lo veíamos claro cuando en el cuarto salió decidido a brindar a la Infanta Elena… ¿para qué? Esa misma confusión agónica que le hizo embarcarse en tal brindis le hizo naufragar ante el toro de Fraile Mazas, un bicho que nada parecía querer, y al que le habían dejado a modo tras el caballo… Le quitó las moscas, se dobló entre mucho movimiento y le sacudió un pinchazo bajo y otro hondo, bajo, delantero y perpendicular, ambos cuarteando… por no huir. Con el tercer descabello acabó con la infeliz vida de su oponente y con el agridulce sabor de una carrera que algunos añoraremos… pese a todo.
El resto del festejo fue –asimismo- para olvidar por completo. Un encierro, éste de las Ramblas, nuevamente indigno para Madrid, aunque ya nadie proteste, aunque nadie reclame, aunque nadie saque a relucir su condición de aficionado. Se ve que, como el toreo de Aparicio, la afición agoniza. Toros sin remate, sin cuajo, engordados con piensos compuestos, que apenas pueden exigirse a sí mismos, y también agonizan durante veinte minutos entre arrancadas sosas, caídas varias y un sinfín de descaste. Toros para figuras, ¡qué caramba! No hacen falta anti-taurinos. Acaso embistió algo más que sus hermanos, o con algo más de movilidad, el segundo, al que le apuntamos la condición de noble y soso. Al resto… entre el descaste y lo mular –como el quinto-.
El segundo pidiendo perdón por su existencia... ¡vaya culata! (Foto: las-ventas.com)
El Fandi se gano buenos aplausos toreando a la verónica con la capa. No es Rafael de Paula, ni siquiera Aparicio, pero manejó bien el percal en los lances finales y ¡hasta ganó terreno hacia los medios! Banderilleó a su estilo su primero, en el que le apuntamos sólo un segundo par casi sobre un pitón, el resto pasado. Y con la muleta, una nulidad, ni aun con el oficio de otras tardes, todo desde fuera y para fuera, tres y el de pecho y a otra cosa, despegado siempre y sin ilustrar nada de eso que llamamos arte de torear. Una entera algo desprendida le valdría. Peor anduvo en el quinto, el mulo del encierro. Mal en banderillas, dejando varios palos por los suelos en las cuatro entradas realizadas, antes de una quinta salvadora. Con la franela, desconfiado, encorvado muchas veces, dudando. No lo vio claro en ningún momento y ni aun anduvo con esa técnica que deben ofrecer las más de cien tardes que al parecer torea desde hace media docena de años. Tampoco es que los andares de cow-boy ayuden mucho cuando uno espera ver torear…; son cosas del esquí, sin duda. Un pinchazo con saña y una entera tendida y delantera, sin pasar, necesitaron de un descabello.
Perera ofreció más de su propia receta, aunque muy desdibujado en su primero… que se llamaba Indefinido, una croqueta colorada que se fue sin torear, como se le apuntó desde varios lugares de la plaza. Hizo, eso sí, el “bravo” animal por rajarse desde el mismo comienzo, aunque se lo pensó mejor y anduvo en los alrededores del diestro, o éste en los suyos, quién sabe. Después de bastantes pases sin aclamación alguna, por las afueras del toreo, hubo sendos pinchazos caídos que antecedieron a media por la misma zona geográfica, y hundimiento del Titanic. 
El tercero, justito y gordito (Foto: las-ventas.com)
Le aplaudieron bastante más –y hubieran seguido haciéndolo por los pesados de algún que otro tendido a los que les dio por protestar a deshora, no por otra cosa- en las tres series iniciales del sexto, Madroño, un ser menos que justo de presencia, corto y sin remate por detrás… como les gusta, en definitiva. Desde fuera, fueron dos o tres tandas de toreo postmoderno, echando la pierna atrás, pero ligando y aprovechando las dulces embestidas de aquello. Ovación, aumentada y corregida por lo inoportuno de la crítica. El animalito dijo que hasta ahí había llegado, y vino el subsiguiente arrimón y toreo pueblerino. Que si circulares inversos, que si alardes entre los pitones, para luego citar desde la oreja enseñando el trapo a un lado del cuerpo, que si penduleos, que si bernardinas… Al público de sombra le gusta, tanto o más que al de sol, esto del populismo taurino. Ya no habrá que marcharse a la solanera a la búsqueda o mendicidad de aplausos facilones, con el calor que da aquello. ¿Un hallazgo o una evidencia? ¿Quién lo hubiera dicho hace una simple década? Un pinchazo bajo, un aviso y una entera un tanto desprendida dejaron la cosa en petición insuficiente y ovación…
Por la mañana había estado hablando, escuchando y viendo torear con las manos y con el cuerpo a Rafael de Paula, que no sé por qué me tiene aprecio… Oírle hablar en privado de toros y toreros, de formas y fondos, de arte –que no de artistas- y toreo, es, se lo puedo asegurar, un auténtico lujo que no he pagado ni podre pagar suficientemente. ¡Cómo acompaña el gesto elocuente a la parquedad de sus palabras! ¡Cómo hablan sus manos y su ya añorada cintura! ¡Cómo te explica en breves sonidos la profundidad del arte…! Y luego lo de esta tarde; vamos, si lo sé me quedo viéndole torear y hablar de toros todo el santo día. Ya les contaré.
No hubo suerte para el espontáneo, que parecía sudamericano; y es que no hay trabajo ni para los autóctonos (Foto: las-ventas.com)
Por cierto, la nota pintoresca del festejo corrió a cargo de un espontáneo. ¡Sí, de un espontáneo! Se lanzó al ruedo con muleta y estoque –sería simulado- cuando se decidió devolver el cuarto, que se cayó lo suyo en varas. No tuvo suerte, las cuadrillas y luego la policía impidieron que hubiera toreo de alguna clase…, ¡quién sabe si el único toreo de la tarde!

1 comentario:

  1. Esto es la decadencia total y lo peor de todo todo es el público, que no protesta porque no sabe lo que está viendo. Veremos a ver dentro de 15 años o así. Y si, por casualidad, sale un toro encastado, da igual, le desborda también a un maestro, como le pasó al Cid. ¡Qué soplo de aire fresco fue Gómez del Pilar!

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