Estaba cantado, pero debió
ocurrir antes. Lo de Julio Aparicio era arrastrar la memoria por el lodo
fangoso de la ignominia y el deshonor. Las cualidades de torero de clase, las
hazañas estéticas del pasado, no han podido reverdecer en estos años de
penuria, de crisis en todos los sentidos incluido el ético, y poco a poco ha
ido sucumbiendo a sus miedos internos, su apática actitud vital, las paranoias
y la catatonia. Y un torero catatónico, incapaz siquiera de responder al estímulo
del público, del toro, es una auténtica ruina para el arte.
Creí que se cortaría el apéndice
capilar hace días. Cuando lo del otro día en Madrid, cuando arreció la bronca y
las almohadillas las tiraron a dar, cuando se vio la decrepitud física, ética y
estética del diestro, arruinado en su mismo ser, por sus propias carencias.
¡Qué lástima de torero!, porque lo fue. Atesoró gracias, profundidad, arte y
cualidades de esas que llamamos eternas. En lo más recóndito de su corazón,
allá en un lejano y oculto paraje de su alma, de su rebelde alma de artista
creador. Y creó, ¡vaya si creó!, hermosas páginas para la historia de la
tauromaquia, salpicadas entre la bohemia y el desorden de su devenir, sin
continuidad, a ráfagas geniales. Se fue, al fin, y regresó a un principio
cuando ya no había retorno posible. Y en ese vaivén de la vida, de su vida, de
la recuperación del arte, se nos marchitó por completo, apareciendo sólo el
espantoso y seco esqueleto óseo de lo que fuera su toreo, la imagen nervuda, tendinosa,
temblorosa y putrefacta de la agonía táurica. No le olvidaremos, aunque debamos
olvidar y pasar página a ésta su –hasta el momento- última tarde en Las Ventas,
vestido de fucsia y un azabache que nos anunciaba negros y oscuros presagios.
Foto: las-ventas.com |
Le cortó la coleta el Fandi con Perera de testigo…
¡hubiera tenido que ser el sin par Lagartijo el grande! O Curro, o Paula, o alguno
de los excelsos artistas que han brindado y escrito páginas tan gloriosas como
las suyas, aunque efímeras y escasas al fin. Su pasar por la fiesta nos volverá
a retrotraer a pasadas experiencias cercanas al verdadero misticismo que debe
envolver al toro y al toreo, olvidando fracasos como el de esta tarde de fucsia
y azabache, carne y muerte.
No hay paliativos para su actitud
de hoy, ni para la del otro día. Cuando uno se halla sumido en la vergüenza de
lo que pudo ser y no es, cuando ni apenas se confía en sí mismo y en una remota
resurrección, cuando ni aun se sueña con la faena perfecta, es que se ha muerto
para el arte; se vive, como lo puede hacer uno en la muerte aparente, cataléptico,
pero no se es sino una sombra, vago recuerdo de uno mismo, espectro que nunca
debiera engalanarse con luces en la fiesta de la vida.
Aparicio ha arrastrado ésta su
agonía por el ruedo de esta triste primavera venteña; en su primero, aun con
esfuerzos para él sobrehumanos, no conseguiría sino mostrarnos su miedos y
desconfianzas, abusando del pico para escupir el toro, ayudándose con el
estoque en los lances al natural con que alejar al descastado de Las Ramblas, y
antes de quitárselo de la vista de un bajonazo infame. No lo veíamos claro cuando
en el cuarto salió decidido a brindar a la Infanta Elena… ¿para qué? Esa misma
confusión agónica que le hizo embarcarse en tal brindis le hizo naufragar ante
el toro de Fraile Mazas, un bicho que nada parecía querer, y al que le habían
dejado a modo tras el caballo… Le quitó las moscas, se dobló entre mucho
movimiento y le sacudió un pinchazo bajo y otro hondo, bajo, delantero y
perpendicular, ambos cuarteando… por no huir. Con el tercer descabello acabó
con la infeliz vida de su oponente y con el agridulce sabor de una carrera que
algunos añoraremos… pese a todo.
El resto del festejo fue –asimismo-
para olvidar por completo. Un encierro, éste de las Ramblas, nuevamente indigno
para Madrid, aunque ya nadie proteste, aunque nadie reclame, aunque nadie saque
a relucir su condición de aficionado. Se ve que, como el toreo de Aparicio, la
afición agoniza. Toros sin remate, sin cuajo, engordados con piensos
compuestos, que apenas pueden exigirse a sí mismos, y también agonizan durante
veinte minutos entre arrancadas sosas, caídas varias y un sinfín de descaste.
Toros para figuras, ¡qué caramba! No hacen falta anti-taurinos. Acaso embistió
algo más que sus hermanos, o con algo más de movilidad, el segundo, al que le
apuntamos la condición de noble y soso. Al resto… entre el descaste y lo mular –como
el quinto-.
El segundo pidiendo perdón por su existencia... ¡vaya culata! (Foto: las-ventas.com) |
El Fandi se gano buenos aplausos
toreando a la verónica con la capa. No es Rafael de Paula, ni siquiera
Aparicio, pero manejó bien el percal en los lances finales y ¡hasta ganó
terreno hacia los medios! Banderilleó a su estilo su primero, en el que le
apuntamos sólo un segundo par casi sobre un pitón, el resto pasado. Y con la muleta,
una nulidad, ni aun con el oficio de otras tardes, todo desde fuera y para
fuera, tres y el de pecho y a otra cosa, despegado siempre y sin ilustrar nada
de eso que llamamos arte de torear. Una entera algo desprendida le valdría.
Peor anduvo en el quinto, el mulo del encierro. Mal en banderillas, dejando
varios palos por los suelos en las cuatro entradas realizadas, antes de una
quinta salvadora. Con la franela, desconfiado, encorvado muchas veces, dudando.
No lo vio claro en ningún momento y ni aun anduvo con esa técnica que deben
ofrecer las más de cien tardes que al parecer torea desde hace media docena de
años. Tampoco es que los andares de cow-boy ayuden mucho cuando uno espera ver
torear…; son cosas del esquí, sin duda. Un pinchazo con saña y una entera
tendida y delantera, sin pasar, necesitaron de un descabello.
Perera ofreció más de su propia
receta, aunque muy desdibujado en su primero… que se llamaba Indefinido, una
croqueta colorada que se fue sin torear, como se le apuntó desde varios lugares
de la plaza. Hizo, eso sí, el “bravo” animal por rajarse desde el mismo
comienzo, aunque se lo pensó mejor y anduvo en los alrededores del diestro, o
éste en los suyos, quién sabe. Después de bastantes pases sin aclamación
alguna, por las afueras del toreo, hubo sendos pinchazos caídos que
antecedieron a media por la misma zona geográfica, y hundimiento del Titanic.
El tercero, justito y gordito (Foto: las-ventas.com) |
Le aplaudieron bastante más –y hubieran seguido haciéndolo por los pesados de
algún que otro tendido a los que les dio por protestar a deshora, no por otra
cosa- en las tres series iniciales del sexto, Madroño, un ser menos que justo
de presencia, corto y sin remate por detrás… como les gusta, en definitiva.
Desde fuera, fueron dos o tres tandas de toreo postmoderno, echando la pierna
atrás, pero ligando y aprovechando las dulces embestidas de aquello. Ovación,
aumentada y corregida por lo inoportuno de la crítica. El animalito dijo que
hasta ahí había llegado, y vino el subsiguiente arrimón y toreo pueblerino. Que
si circulares inversos, que si alardes entre los pitones, para luego citar
desde la oreja enseñando el trapo a un lado del cuerpo, que si penduleos, que
si bernardinas… Al público de sombra le gusta, tanto o más que al de sol, esto
del populismo taurino. Ya no habrá que marcharse a la solanera a la búsqueda o
mendicidad de aplausos facilones, con el calor que da aquello. ¿Un hallazgo o
una evidencia? ¿Quién lo hubiera dicho hace una simple década? Un pinchazo
bajo, un aviso y una entera un tanto desprendida dejaron la cosa en petición insuficiente
y ovación…
Por la mañana había estado
hablando, escuchando y viendo torear con las manos y con el cuerpo a Rafael de
Paula, que no sé por qué me tiene aprecio… Oírle hablar en privado de toros y
toreros, de formas y fondos, de arte –que no de artistas- y toreo, es, se lo
puedo asegurar, un auténtico lujo que no he pagado ni podre pagar
suficientemente. ¡Cómo acompaña el gesto elocuente a la parquedad de sus
palabras! ¡Cómo hablan sus manos y su ya añorada cintura! ¡Cómo te explica en
breves sonidos la profundidad del arte…! Y luego lo de esta tarde; vamos, si lo
sé me quedo viéndole torear y hablar de toros todo el santo día. Ya les
contaré.
No hubo suerte para el espontáneo, que parecía sudamericano; y es que no hay trabajo ni para los autóctonos (Foto: las-ventas.com) |
Por cierto, la nota pintoresca
del festejo corrió a cargo de un espontáneo. ¡Sí, de un espontáneo! Se lanzó al
ruedo con muleta y estoque –sería simulado- cuando se decidió devolver el
cuarto, que se cayó lo suyo en varas. No tuvo suerte, las cuadrillas y luego la
policía impidieron que hubiera toreo de alguna clase…, ¡quién sabe si el único
toreo de la tarde!
Esto es la decadencia total y lo peor de todo todo es el público, que no protesta porque no sabe lo que está viendo. Veremos a ver dentro de 15 años o así. Y si, por casualidad, sale un toro encastado, da igual, le desborda también a un maestro, como le pasó al Cid. ¡Qué soplo de aire fresco fue Gómez del Pilar!
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