Tedioso festejo el de ayer, caracterizado, una vez más, por
el pésimo juego del ganado y la rutinaria actuación de los de luces. Apenas, la
voluntad y las ganas del diestro de Orduña, en el que cerraba la tarde,
hubieron de levantar un espectáculo que se hundía en las fangosas y tórridas profundidades
de la nada. Salió a flote, y aunque en la resurrección el premio fue exagerado,
al menos salimos con la posibilidad de hablar de quien, en los últimos tiempos,
ha merecido mayores créditos en el coso de Las Ventas.
Poco vimos, desde luego, en los cinco primeros, a los que
tengo catalogados –la variedad alegra la vida-, como manso y descastado el
primero (y eso que casi llegó a cumplir en los caballos, en nueva prueba de
bravuconería, como el día precedente); manso, soso y descastado el segundo; manso,
brusco y rajado el tercero; manso, embestidor, pero a media altura y bajo de
casta el cuarto; y manso y mular el quinto. Por fin, el sexto, último y
postrero de la tarde, sólo recibió los calificativos de manso, embestidor,
mirón, ganando terreno y a menos. Distintas concepciones de lo que “debe ser el toro de lidia” desde luego,
entiéndame la ironía. Y después nos quejamos de uniformidad, monotonía o
aburrimiento.
Desconocido, el último de la tarde, al que no conocían en la vacada (Foto: las-ventas.com) |
El propietario de esta nueva ganadería, era el ayer
ensalzado Paco Medina, que –sin duda- no ha encontrado el camino de la gloria
como pudo hacerlo en el desecho de Juan Pedro que dio vida al Ventorrillo. ¿Por
qué será que todas estas ganaderías acabadas en “illo” me riman siempre con
ladrillo, y aunque no tengan relación con la construcción, me sugieren siempre
una determinada forma de hacer? Mal camino, éste del Montecillo, en pro de la
nefasta “toreabilidad”, que ha desembocado en el descaste, tránsito natural,
buscado y perseguido por los que aspiran a que se los toreen las figuras de
papel maché.
El soplo de aire
fresco, entre las emanaciones sulfurosas de podredumbre del lodazal, vino de la
mano de la joven esperanza vizcaíno-alcarreña, que volvió a asumir la
responsabilidad del festejo, aunque fuese a muy última hora. Siempre colocado,
intentando hacer las cosas conforme a la ortodoxia del arte –lejos de su manera
de hacer la de colocarse en la oreja del bicho o por las Quimbambas (por
cierto, procedente el término de la región de Kimbambala en la República del Congo),
eso del pico extractor, las distancias universales con el recorrido del animal
o la huida franca del concepto de ética taurina- supo, no sólo aguantar una
barbaridad alguna colada por el derecho, sino las dos ceñidas pavorosas en la
primera tanda con la zurda, volviendo a coger la de los cortijos, para sacar la
mejor serie al natural de lo que llevamos de incipiente feria… entre la
indiferencia del público. Es sorprendente cómo, la mejor tanda de toda su
faena, pasó tan absolutamente desapercibida, sin un olé que llevarse a la boca,
cuando en ella aparecieron dos naturales de verdadero mérito, arrastrando y mandando
mucho la embestida de la res, bien colocado y mandón. Lo mejor del conjunto
apenas fue premiado con los aplausos al finalizar –rutinario que es el respetable-
la serie. ¡Estamos buenos…! Tuvo también la virtud de controlar los tiempos de
la faena, y aunque fueron largos los respiros al animal, tuvieron el efecto
oportuno, porque el toro tendía a quedarse en el tercer muletazo y lo hacía en
el cuarto, y con ello logró el diestro que los primeros de cada ronda los
tomase con alguna mayor alegría, rematándose un poquito más lejos. Tuvo también
interés las distancias escogidas, oportunas para que el bicho no se rajase al
forzarle en demasía. Y tuvo mérito lo que suponemos fue voluntaria elección:
escoger los terrenos del tercio para no abrumar la escasez de casta con unos
medios en los que se equivocaron sus compañeros de cartel. La estocada a este Desconocido –por eso embistió, sin duda-
fue baja, sin paliativos; pero la rapidez en la muerte y lo arrojado de su
ejecución, le acabaron por conseguir ese preciado trofeo. A los aficionados no
terminó de convencerles el premio, pero tampoco se lo negaron; una vuelta al
ruedo hubiera sido recompensa más justa, en especial viendo la colocación del
acero.
Fandiño ante "Desconocido", levantando los ánimos del respetable (Foto: las-ventas.com) |
Mal el Cid en ambos de su lote, sacándose los mansos a los
medios, para acabar en su primero en el burladero del cuatro –donde el bicho
hacía castillos de arena con la reserva térrea-, después de rajarse de
inmediato. El animal apretaba siempre contra querencia y se fugaba de las
suertes cuando se le daba las tablas… ¡Qué pesadez! Una entera, trasera,
levemente atravesada y dos descabellos para enviarlo al infierno. En el cuarto,
Codiciado, más de lo mismo; los
medios ante un toro sin transmisión ninguna, que iba y venía con la cara a
media altura, situado el diestro en la región congoleña citada -y con la
distancia subsiguiente-, fruto de la precaución (como se imponga en el toreo lo
de la Ley de Prevención de Riesgos Laborales, me doy de baja en el abono). Un
pinchazo bajo, una nueva estocada entera, pero caída y atravesada, y dos
descabellos infructuosos para escuchar un aviso. ¡Lo bueno, si breve…!
César Jiménez –vestido impecablemente de chicle de fresa y
blanco…- también se sacó a su Ilustrado
a los medios, después de tocarlo por alto, y allí, con suavidad, sin forzar sus
embestidas, sin llegar a casi nadie y desde fuera, pasó al soso animal una y
otra vez, más con el pico que con la panza de la franela. Sólo en la última
serie, con todo el pescado vendido, pareció dominar algo la situación, ya más
cerrado el bicho sobre el tercio. Una entera caída, un aviso y un descabello le
sirvieron para oír esas palmas. En quinto lugar saldría Imperdible, un toro mular al que también le pudo sacar más juego
del exhibido. En los medios –otra vez…- extendiendo el brazo lateralmente tanto
como pudo (parecía el inspector Gadget de los dibujos), distanciado del bicho y
llevándolo en paralelo, fue aburriendo al personal, y eso a pesar de que el “noble
bruto” fue mostrando su intención, arrancándose a deshora –cuando lo creía
tener a tiro-, parándose a medio pase, o haciéndose el distraído. Acabó Jiménez
por doblarse, lo que debería haber hecho desde un principio, antes de regalarnos
un pinchazo trasero y caído, y tres más –alguno por las costillas o poco menos-,
siempre saliéndose.
Un Renacuajo –con trapío,
no teman- le salió a Fandiño en primera
instancia; animal que, tras un tanteo sucio, con brusquedades y calamocheos,
empezó a mirar a las tablas en la segunda tanda a derechas. Fuera, en paralelo
y sin dominio, el toreo del de Orduña parecía instar al toro a cumplir con su
destino, que se manifestó en la siguiente: se rajó. Se dobló un poco el maestro
y dejó, ya por chiqueros, un pinchazo bajo, y tras un gazapeo que les hizo
recorrer más de media plaza –con lo que ya llevábamos más de tres cuartos
recorridos de aquella- volvió a doblarse un poco y le recetó otro más hondo que
le sirvió de excusa para descabellar tras un recado de don Trinidad.
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