Madrid, 17 de mayo de 2012. Lleno. 5 toros de Victoriano del
Río, de juego desigual, justos de casta y algo a menos, y complicados quinto y
sexto. Alguno cumplió en varas como el cuarto, el resto mansos. 1 toro de Toros
de Cortés (3º) mal presentado, manso, flojo y a menos. Sebastián Castella,
oreja (aviso) y silencio (dos avisos -el presidente sacó el segundo pañuelo-). José María Manzanares, ovación con
saludos en ambos. Alejandro Talavante, silencio y saludos (aviso).
Llegó por fin el ansiado cartel de lujo, que esperaba la
afición, y el público llenó por completo –también, por fin y primera vez- las
gradas de la madrileña plaza de Las Ventas. Tres jóvenes toreros, situados en
lo más alto del escalafón se habrían de ver frente a una ganadería que, aunque
del encaste predominante, todavía embisten con algo más que toreabilidad ñoña o
descaste absoluto.
El ganado, sin embargo, no terminó de cumplir con las
expectativas generales: embistieron, es cierto, pero con notables desigualdades,
y no apareció la casta y la nobleza que ha hecho famosa a la ganadería. Quizá
los dos primeros, en tal sentido, fueran los mejores y más aptos para el toreo
de estos tiempos, pero el que abrió plaza no tuvo el recorrido y son de los de
otras tardes –ahogado sin duda, además, al final de la faena-, sacando genio
por momentos y quedándose corto en otros, y el segundo, que a base de no ver
forzada su embestida nunca parecía aguantar en un buen tono, se vino abajo en
las postrimerías de la misma. El flojo y nada cuajado tercero no debió pasar el
reconocimiento veterinario en Madrid –no por peso, 542 kilos, los hubo menos
pesados- sino por trapío y remate, y fue el más flojo del encierro viniéndose también
a menos a lo largo del trasteo. Pejasoso fue el cuarto, ese que cumplió como
bravo en varas, también ahogado en las postrimerías; y haciendo honor a su
nombre el quinto, Guasón, complicado y mirón. El de menos casta fue el último,
a mi juicio, manso y a menos también, frente al que tragó una barbaridad
Talavante.
La cogida de Castella en el primero (Foto: las-ventas.com) |
Castella abrió la tarde, y lo hizo poniendo de manifiesto la
tragedia de la fiesta; en el primer pase de muleta se llevó un soberano
revolcón con puntazo añadido en el muslo o ingle derecha, que no obstante a
sangrar, no le hizo abandonar su labor sino hasta ver doblar a sus dos
oponentes. Gesto de torero macho que es de agradecer en compromiso tan
importante como el madrileño. Fue uno de esos que es preciso siempre subrayar.
Luego, es verdad, que no terminó siempre de colocarse, aunque le vimos mucho
mejor que otras tardes en tal aspecto, y que optó por acortar distancias –las iniciales
fueron generosas-, montando su labor preferentemente sobre la mano zurda, salvo
en las dos tandas finales –en la primera tiró bien del toro en sendos
derechazos-, prolongando en exceso la faena y oyendo un aviso antes de coger la
tizona. Se atracó de toro, tirándose con muchas ganas para cobrar una estocada
contraria que le valdría la oreja; apéndice algo generoso, pero justificado en
su pundonor y en la espada. No nos gustó en el cuarto, donde acabaría por
escuchar dos avisos en una faena interminable, pesadísima, que se complicó a la
hora de cuadrar. A pesar de regalar las distancias en cada inicio de serie, la
verdad es que fue acortando aquellas, sin colocarse como en su primer enemigo,
ni coger el aire a un toro que, pegajoso, se revolvía y le hacía hilo con
frecuencia, quedándose debajo y desarmando alguna vez. Hubo de rematar mejor
los lances, dándole más salida de la mostrada, porque de otra forma le sucedió
como aconteció: constante pajareo y suciedad en el trasteo. Una entera, baja y
trasera, con desarme, y dos descabellos dejaron bajo el pabellón del galo en
esta ocasión.
Manzanares fue muy jaleado en su primero, quizá el más noble
y boyante del encierro. Dio para empezar unas verónicas con paso atrás,
estéticas pero sin mucha verdad –atrasa la pierna enfrentada al pitón del toro,
y con ello parece que ha cargado la suerte-. En la faena, entre ovaciones,
consiguió ligar bien las cuatro o cinco series que dio, con clase y empaque,
largo y a veces profundo, pero ello con el sempiterno paso atrás, antiético,
algo teatral y mentiroso, y situado por ello casi siempre en la oreja del
animal. Muy mono para la foto y para los amantes de la estética por sí misma;
pero falso cual euro de goma, para los que consideramos que el arte debe nacer
del compromiso ético, y que éste es piedra fundamental de la tauromaquia. Hay
quien defiende que el paso atrás, no sólo no es vicio y pecado de la actual
tauromaquia, sino virtud, porque con él se alarga el muletazo, permite ligar
mejor y ¡¡¡se carga la suerte al finalizar el lance!!!!
Vayamos por partes, aunque abundaremos en el asunto este fin
de semana:
1.- ¿Se alarga el pase? El pase se alarga por el juego de
brazo y cintura, eso Manzanares lo hace de maravilla; pero la anatomía da de sí lo que da, y nada hay que permita
prolongar las dimensiones de aquello si se realiza con verdad y pureza. Es cierto que
moviéndose al iniciarlo, algo se puede prolongar; más se haría, por cierto, si
a medida que pasa el toro el espada siguiera retrocediendo y permitiendo que el
toro prolongara su embestida por donde guste. Así que me temo que la moda acabe
en el movimiento sin fin. El pase de muleta, además, necesita para ser
considerado como tal, y no como un tiovivo, de su cite, embarque, duración y
remate; y en este tipo de toreo jamás se remata uno –se le suele dejar la
muleta en la cara, tapándosela, mientras el espada está situado en la oreja de
la res o en su costillar, y los pitones miran o hacen frente al más allá-, y
rara vez se producen los primeros tiempos del mismo. Fíjense, repito, en la
finalización de aquellos: inexistentes. Pero, vale, concedamos… que a pesar de
esto, el diestro consiga alargar unos centímetros al recorrido del toro.
2.- ¿Permite ligar mejor? Es cierto; el toro al no ir
forzado nunca, al cedérsele siempre el terreno por el que pasa –el diestro ha
retrocedido- suele tener más embestidas y conserva mejor sus fuerzas, ya que no
tiene que doblar el espinazo para trabajar, esto es doblar su columna vertebral
para ir en redondo tras de la muleta del espada. Pero si torear es hacer que el
toro vaya por donde no quiere ir, y si –precisamente- en forzar ese recorrido
en redondo consiste buena parte del mérito del lance, al describir esa parábola
que le impone el paso atrás, y el toro va más cómodo, gran parte de aquello
carece de mérito. El ligar, lo hemos dicho una y mil veces, no es el bien
supremo de la tauromaquia.
3.- ¿Se carga la suerte al final del lance? No confundamos,
señores, el apoyar el peso del cuerpo sobre la pierna contraria –que es una de
las consideraciones que tiene el cargar la suerte-, con la esencia misma de
ello. Cargar la suerte es importante en tanto en cuanto afianzamos el peso del
cuerpo sobre aquella justo en el momento de arrancarse el toro, ganándole
terreno al mismo e inmovilizando el cuerpo sobre ella a la par que los
pitones han de franquear aquel escollo; es trascendente, por tanto, en la medida
que los pitones aun no han sobrepasado la pierna, que queda clavada en la arena
antes de que las astas del toro hayan superado su nivel, habiendo de rodearla,
pasando a centímetros o milímetros de ella, sin que ésta se mueva un ápice.
Abundaremos en ello más adelante. En el toreo moderno, al hurtar y esconder la
pierna atrás, por detrás, incluso del frente del cuerpo del matador, eso no
ocurre, y cuando al fin –por la mera prolongación del pase- se vuelca el
peso del cuerpo sobre aquella para dar término al muletazo –que no rematarlo
adecuadamente-, los pitones ya han pasado. Aquí se carga la suerte cuando estamos al nivel de la oreja, las costillas o los riñones. ¡Cómo no decida éste tirarle un
riñón, ya me dirán! Y todo ello, repetimos y hagan la prueba con una silla en casa,
o con una vaquilla en el campo, sin que los pitones apunten jamás al diestro,
sino a una tangente en cuya dirección jamás se encuentra el cuerpo del
lidiador. ¡Valiente tomadura de pelo!
Con ello, Manzanares, a pesar de su estética indudable, de
su mano baja, de su profundidad y de la ligazón, se apartó de la ética y de la
ortodoxia, y por ello fue criticado durante la misma por una parte de la
afición, mientras que el público clavelero del momento y el de aluvión se
manifestaban en pro de la superficialidad, probablemente sin entender el por qué
del rito y las raíces profundas que justifican el mérito. Una estocada a recibir,
saliéndose un tanto y profundizando el estoque en dos tiempos –como podría
haberlo hecho un peón- dejaron una posible oreja en simple ovación con saludos.
Cambió el alicantino de actitud en el quinto, un toro con guasa que hacía honor
a su nombre, complicado y mirón, que abundó en estas características porque
Manzanares, habituado a otra cosa, se descubría un tanto al embarcar, no al
citar por cierto. Se llevó varios sustos por ello y un desarme, porque al
poner la muleta de costado y meter el pico en el embarque el toro descubría
perfectamente lo que había a cada lado; aguantó lo suyo, pero no hubo forma
hasta que acabó por acortar las exiguas distancias y optó por el encimismo, con
lo que ello supone de colocación a la hora de iniciarse la embestida de la res.
No hubo limpieza en ese tramo final del trasteo, pero al menos el público le
agradeció la disposición ante un bicho que no era nada fácil. Una entera,
desprendida, perfilado fuera el diestro, y nueva ovación.
A Talavante se le ocurrió torear como Manzanares en el
tercero, y le pitaron y recriminaron la posición. A unos sí y a otros no. Desde
fuera, sin forzar la embestida, con exceso de pico en muchas fases, se llevó
también un susto mediada la faena. Hubo sus momentos de interés, pero
inconstantes, un buen par de cambios de mano… y poco más. El toro y el diestro
vinieron a menos. Un pinchazo con pérdida del trapo, otro por arriba y una
entera baja, y silencio. Mucho más nos gustó su firmeza en el último, al que
aguantó y tragó todo lo que se pudo. Comenzó con unas verónicas a pies juntos,
a mi ver más sinceras que las de su compañero en el quinto, quitó de forma
variada, y con la muleta anduvo exponiéndose más que en su primero, a pesar de
que el bicho protestaba y se ceñía casi siempre. Hubo bastante voluntad de
agradar, pero acabó por acortar distancias y llegar al encimismo que no termina
de gustar en Madrid, aunque es bien reconocido por los ocasionales. Una entera
por arriba que hizo guardia –y fue sacada con prontitud-, un aviso y dos
descabellos nos dejó ese agridulce sabor de boca de las corridas de
expectación.
Hablaremos de cargar la suerte este fin de semana… prometido.
Eso es así de claro y así de difícil.Nos quieren vender la burra coja,burriciega y pintada con anilina y lo peor es que hay compradores dándose guantás por comprarlas.Que les aproveche y lo disfruten con salud,pero que no se asombren de que ,en la Plaza y fuera de ella, queden todavía suficientes"enteraos" como para amargarles su parodia.La pena es que eso ya no pasa casi ni en Sevilla.Dios nos asista.
ResponderEliminarGracias por todos tus artículos
ResponderEliminarUna anónima lectora.
Una alegría para la blogosfera taurina. Muy necesarias para la Fiesta, sus distintas entradas.
ResponderEliminarMuchas gracias.