Madrid, 10 de mayo de 2012. 5 toros de El Cortijillo y uno
de Lozano Hermanos (), desiguales de hechuras y presencia, mansos y descastados.
Miguel Abellán, silencio en ambos. Leandro, silencio también en ambos (aviso asimismo
en los dos). Antonio Nazaré, silencio en su lote.
Yo no me creo que los Lozano no sepan qué es lo que mandan a
la plaza de Madrid. Pueden, como todos nosotros, tener sus defectos, pero la
ignorancia en asuntos taurómacos me resulta difícil de creer. En Francia, por
ejemplo, se lidian corridas de toros serios, encastadas y duros de este mismo
hierro del Cortijillo, o de sus hermanos de Alcurrucén o Hermanos Lozano.
Fíjense, además, en una supuesta virtud del encierro boyar de ayer en el coso
de Las Ventas: las mansas actitudes y aptitudes de los astados jamás llegaron a
manifestarse con bronquedades, dificultades o peligros. Simplemente eran bueyes
que pasaban por allí, a veces humillaban un poquito –o un muchito-, y se iban
de la suerte sueltos o a su aire, se remataban contrarios y miraban siempre por
dónde habían salido. Sí, sí… eran de esos que los de coleta demandan a los
nuevos criadores de toros, toros que no
molestan. La casta, la imprescindible cualidad que busca el aficionado, y
que sostiene el espectáculo en su integridad ética, ha sucumbido en muchas
vacadas –o en parte de ellas, como en la que nos ocupa, a la que le cabe todo
por su extensión- en pro de la vergonzante toreabilidad, o al menos en la
ausencia de molestias. Si embisten como tontas borregas, fenomenal, fantástico,
pero al menos, si no lo hacen con entrega ovejuna, que no molesten para que
mañana volvamos a intentarlo y haya mejor suerte.
Eso es lo que han conseguido hacer los Lozano con buena
parte de sus ganaderías; cuando quieren, ofrecen ese producto que les hace
acreedores de elogios por su interés, por sus embestidas codiciosas; y cuando
no, pues allá van un puñado de semovientes que –sin caerse, por cierto- y sin
entregarse nunca a la causa de la ansiada toreabilidad, buscan la salida de
aquella tortura como fuere. El año que
viene repetirán, no les quepa la más mínima duda, porque a buena parte de los
coletudos este tipo de comportamientos les pone…, les gusta, les encanta; les
permite estar rematadamente mal sin que sufran las iras del respetable y de la
crítica, y salir del trance sin un rasguño, sin arañazo en alamar cualquiera y
sin una secreción de adrenalina superior a la conveniente.
Lo de ayer fue una boyada de las de nivel; apunté cinco
bichos descastados y uno que se salvó de la quema porque al no obligarle
tampoco hizo por rajarse hasta el último trance muleteril. De presencia nos
colaron dos reses muy vareaditas de carnes y sin remate para una plaza como la
madrileña; primero y cuarto; el tercero anduvo justito. Como eso se repita
otras tardes –ojo a los veterinarios- nos espera una feria complicada…; si éste
es el nivel en una ganadería que no suele tener problemas y que además se
anunciaba con diestros que no están para exigencia alguna, imagínense lo que
puede suceder cuando se anuncien las mal llamadas figuras del escalafón. Pónganse
a rezar a San Pedro Regalado, y que Dios nos asista.
Chaqueta, de el Cortijillo, el que abrió plaza y feria. Foto: las-ventas.com |
Ante la manifiesta boyada, variada de hechuras, de carnes,
de cuerna y de manso parecer, la terna anduvo a lo suyo también, a su aire,
intentando cumplir para evitar quejas y protestas, mecánicos –como autómatas en
algún caso-, pero sin recordar que esto de la tauromaquia debería ser, o es, o
al menos pretendemos que sea, un arte. Ayer ese supuesto y dignificante
sustantivo, se vio trocado por el trabajo de cadena de montaje, por el oficio
mecánico, por los burdos golpes de taller de reparación carrocera. Y así, a
medida que iban transcurriendo los toros, se iba apagando la tarde y el ocaso
se enseñoreaba de la plácida y calurosa tarde primaveral –y de la tauromaquia-
íbamos comentando que los toros, como fenómeno y espectáculo, deberían ir
pasando de Cultura, al Ministerio de Defensa, y de éste al de Industria, de
aquél al de Educación y por fin optamos por enviarlo al de Sanidad. Triste
recorrido al que relegaron “los artistas” al más vital y emocionante de cuantos
artes haya imaginado la cumbre de la creación.
Miguel Abellán abría la terna, que no la tarde –hubo ceremonia
y toro para la confirmación de Antonio Nazaré-, y nada hizo en su descastado
primero, Fiscal de apodo y no sabemos si de alusión. Nada con el percal, nula
dirección de lidia –algo que ignominiosamente se mantuvo toda la tarde-, y tras
un lejano tanteo genuflexo con la franela, más nihilismo muletero. Mecánico y
sin corazón, desde fuera y sin templanza, con pico y rematando hacia las
afueras, nos dejó perplejos ante las esperanzas concebidas en alguna actuación
precedente. Dos pinchazos sin fe y sin puntería, precedieron al bajonazo final.
Aun menos hizo en el cuarto, Antequerano, al que vio irse a chiqueros antes de
la salida de los de a caballo –cosa que ocurrió
en los seis corridos ayer- prácticamente sin inmutarse. No hubo toreo de
capa, ni aun de muleta, en un espanto tal de faena, que aun el tímido y
complaciente público de Las Ventas (¿dónde estarán los aficionados de hace
veinte o treinta años?) llegó a pitar ante la insistencia. Recogidos ambos
protagonistas en chiqueros, donde le había llevado el toro, ¡olé el dominio y
el poder!, ante la insistencia en pasar al toro sin sentido, la gente se cansó
de ver humillado al arte y alguno puso en marcha los músculos buccinadores. Fue
entonces cuando vimos una única tanda en la que Miguel dio en aparecer con
algún mando de la situación. Tras un pinchazo, que acabó como el rosario de la
Aurora, derribado y arrollado el matador y desarmados dos de sus adláteres, una
entera caída y cuatro descabellos puso fin al sufrimiento de diestro, toro y
afición.
Leandro en su primer toro, en los lances con la zurda. Foto: las-ventas.com |
A Leandro le cupo, al menos, el triste honor de dar algún
muletazo de clase, aunque casi siempre desde fuera y con la precaución de llevarlo a
suficiente distancia. Su primer antagonista, o colaborador
forzado, fue un Zagal de escasa presencia, que sólo porque era corto cumplía
con las exigencias de relleno cárnico. Con una lidia inexistente se desarrolló
el primer tercio, demostrando éste, como sus hermanos, mansedumbre en los de a
caballo, con una única excepción que ya comentaremos. Me gustó el empaque puesto
en escena en los inicios de la faena, mientras el toro parecía repetir con
cierta alegría; alegría que demostraba en el inicio de las tandas, para irse
quedando corto y a menos al segundo o tercer muletazo de cada serie. El
maestro, colocado al hilo –cuando más, no cuenten el primer envite sino los siguientes-,
y cada vez más fuera, terminó por acortarle terrenos y citar con la muleta por
detrás del muslo. El bicho no tenía un pase por el izquierdo, por donde se
revolvía incómodo a medio lance, pero al menos, aquí, el vallisoletano supo
aguantar un poco más y acabó por meterlo en los vuelos de la muleta. Tras dos
pinchazos, a cada cual peor, le enjaretó media caída, sonó un aviso, y lo
descabello con certeza y prontitud al primer golpe. En quinto lugar le tocó un
Fatigado, quizá el mejor presentado del encierro, pero soso y descastado como
los demás. Desde fuera, siempre en paralelo, despegado y algo retorcido, creo
que ambos tenían las mismas ganas de irse de aquello. Sólo con la zurda se
colocó un poco mejor, para abusar, consecuentemente del pico, claro. Sonaron también
pitos y palmas de tango antes de que se decidiera a coger la de acero y dejarle
–sin mucha habilidad- una entera, caída, perpendicular y atravesada que en sí
misma resumía su hacer, escuchar nuevo recado del palco y descabellar al primer
intento.
El primero de Nazaré se llamaba Chaqueta, y fue el único que
cumplió en varas, para mansear a continuación el resto de su corta e insulsa
vida. El caso es que al notar el hierro, después de un cabeceo de manso,
decidió fijar la cabeza y empujar de veras ante el peto, saliendo con genio de
ambas entradas, y rematando el viaje en… toriles. Fue, asimismo, el único que
pareció embestir mejor en la franela, pero ¡quiá!, engañosa ilusión nacida de
la ausencia de exigencia del diestro. Éste, colocado por las Batuecas, retrocedía
echando la pierna que debería adelantarse para cargar la suerte hacia atrás de
forma tan exagerada y antiética que el animalito pasaba por allí sin molestia
alguna, recorriendo su camino y sus terrenos cual dueño y señor de aquellos
pagos. De eso, a la frase de Domingo Ortega, media un abismo superior y más
profundo que el de la fosa de Las Marianas. Sin continuidad, sin colocación,
pegando pases al pasar de su oponente, Nazaré se diluyó en tandas cortas, con
silbidos de advertencia a su colocación o retroceso, y con los silencios cada
vez más numerosos de la concurrencia. Sólo con la zurda pareció tirar más del
toro, y precisamente en aquello, con aquella mínima exigencia, el toro se
manifestó: primero distraído y luego… caminito de Jerez, a chiqueros. Un pinchazo
por arriba y una estocada por abajo pusieron fin al largo trasteo sin recado
presidencial. El último era un Gaitero de mala gaita; un buey sin paliativos,
que visitó varias veces su lugar de origen, y con el que el sevillano nada hizo
y nada quiso hacer. Gracias al cielo, sólo tuvimos que soportar tres series
muleteras, entre tardeos, cortas y sosas arrancadas, y un final encimista de
espanto. Un pinchazo bajo, con desarme y una entera con más decisión, trasera,
pero aceptable, pusieron fin al penoso, lastimoso y bochornoso (osos
madrileños, como comentábamos ayer) primer espectáculo taurino de este San
Isidro 2012. Menos mal que era San Isidro, que si llega a producirse en la
feria del “Arte y la Cultura”…
La fiesta se defiende, no tanto por sus manifestaciones
culturales y artísticas, o por las que de ella nazcan, sino por la autenticidad
y la emoción; y de eso ayer no hubo apenas nada.
Enhorabuena por la creación del Blog. Has creado un sitio de referencia para los aficionados.
ResponderEliminarUn saludo Rafa.
@davalderrama
Sr.Valderrama,¿Sigue con numerus clausus su cuaderno?.Saludos
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