Madrid, 22 de mayo de
2014. Prácticamente lleno. 5 toros de Montalvo (rama Domecq), bastante desiguales de presencia, mansos, descastados
y más de uno rajado. 1 toro de Núñez del Cuvillo, mal presentado, manso, entre
soso y brusco (la suerte de varas fue, de nuevo, un simulacro absurdo). Finito de Córdoba, pitos
(aviso) y silencio. Morante de la Puebla, silencio (aviso) y bronca. Alejandro Talavante, ovación y saludos
desde los medios y silencio.
Exactamente fue eso: una tanda y media de Talavante, al
tercero de la tarde. ¡Venga, vale…!, y los dos o tres o cuatro lances salpicados
de un Morante antes de caer en la desesperación de un quiero y no puedo o no
sé. Finito, que venía de triunfales apariciones en el oriente y occidente peninsular,
mostró, una vez más, su cara madrileña habitual, entre la incapacidad y las
constantes dudas.
Y ya lo advertíamos ayer mismo, cual augur etrusco, profeta
bíblico, sibila Délfica o de Cumas, o adivino chino: la presencia del toro en Las Ventas,
con las mal llamadas figuras, pegaría un bajón que nos conduciría a las más
profundas cavernas del abismo tártaro, al octavo círculo del infierno de Dante
(por cierto, el de la traición).
Se cumplió, a pies juntillas o con apertura del
compás, el programa previsto, anunciado y predicho por los menos avezados en las
“doctas artes adivinatorias”. Lo mismo podrían haber echado unas cartas, que leído
los posos de té en el fondo de una taza de porcelana victoriana, estudiado la
disposición de unos huesos, que profundizado en visiones etéreas en una bola de cristal. Estaba cantado y casi
anunciado. Sólo me equivoqué, Dios me perdone, en la predicción del resultado artístico “talavantino”, al
que auguré oreja y oreja, dejándome llevar
por la euforia general imperante, ¡mea
culpa! Antes de empezar el festejo, y
entre varios amigos y compañeros de localidad, canté el resultado del resto del festejo sin apartarme un ápice, ni el
más mínimo desliz, del conseguido postreramente. Pitos y silencio, silencio y
bronca.
Lo de Talavante, sin embargo, fue un desatino
por ambas partes. Por la mía, porque creí que veríamos a un Alejandro en
Gránico o en Issos, pero hubimos de
contemplarlo sólo ante alguna escaramuza
menor, como cuando entró en
Persépolis, o en la desesperación ante el río Ganges. "Lo que no puede ser, no
puede ser, y además es imposible", como pronosticó Guerrita y como probablemente
pensó Alejandro magno ante las huestes indias
del imperio de Magadha al otro lado del río sagrado. Y, en efecto, no pudo ser,
ni en ese remoto entonces, ni un siglo atrás, ni ayer mismo. Talavante,
volvamos a la cruda realidad, al que le costó una inmensidad entender lo que tenía que hacer con el rajado tercero de
la tarde, sucumbió ante la adversidad del sexto mostrando una faz de hastío e
incapacidad no coherente con las expectativas fundadas, bien en la serie y media que le vimos antes, bien en su creatividad artística demostrada, bien en las
esperanzas en él depositadas por incautos nigromantes... como el que subscribe.
Talavante, al natural, en la tanda y media de la tarde (Foto: las-ventas.com) |
Porque…, detengámonos apenas un momento en el análisis de lo acontecido, al tercero no supo verlo hasta la cuarta serie y, a poco, se le olvidó el “secreto” para
sujetarlo en el sitio apetecido; mientras que al
sexto ni quiso entenderlo, ni exponerse, ni trabajar para dominarlo… que ayer
era día de arte, esencias y aromas y no de trabajo y valor. Así que,
resumidamente, lo único que nos ofreció el prometedor espada pacense, al que
los hechiceros más encumbrados auguraban una resurrección a su primera
temporada como matador (acuérdense, puertas
grandes en Valencia, Sevilla, Madrid, Zaragoza… por sólo hablar de plazas de
primera categoría), fue una fantástica y
profunda… tanda y media de muletazos. Lo demás… es fruto de la paciente recopilación de datos
fielmente transcritos en el trascurso de esto que llaman “festejo”…
Finito de Córdoba se puso pesadito con su primero, algo
inhabitual en el espada de Sabadell, quizá porque se le complicó el buey a la hora de cuadrarlo para la
muerte. Una verónica le apuntamos en el saludo que cumplió con las expectativas, paupérrimo bagaje para
tan largo trayecto. Con la muleta, ante un toro brusquito y recortador en los
inicios, ya se atisbó lo que sería la faena: al público, más que al bicho, y a
los ingenuos espectadores atraídos por la renacida fama del espada catalán.
Siempre descolocado, aprovechando el viaje en alguna ocasión, sin demasiada limpieza, se sucedieron cinco tandas prescindibles, antes de que el animal
intentase rajarse, desarmara al espada, le regalara una coz, y aquello
se derrumbara como las ruinas de
Cartago. Un pinchazo cinegético (esto es, para cazarlo…, ya me entienden), una entera caída con idéntico estilo
huidizo, un aviso, un descabello y pitos
abundantes antes de que arrastraran al animal, que luego el hastío y la indiferencia dejaron en silencio. Pues, ¿y en el cuarto? Menos aun.
Salió, sustituyendo al inválido
novillote titular, un sobrero de Núñez del Cuvillo con todas las hechuras de
una croqueta, gordito, bajito, cilíndrico, sin apenas cabeza (podían ser dos
palillos pinchados en su oronda
anatomía) y que, para completar la
idéntica paridad con el exquisito bocado, lucía una capa de rebozado colorado,
como si la hubiesen frito hasta su justo punto. Por dentro fue besamel y poco jamón, manso, soso
y por momentos brusco. ¿Se la comió el catalano-cordobés? (No sé como llamarán
a los nacidos catalanes en Córdoba, ¿quizá anticharnegos?). Pues no, ni siquiera
supo cómo meterle mano. Nada con el percal en un toro que iba y venía; nada en varas, nada en
quites, nada en los pases de tanteo, y
eso sí, mucho pico para embarcar desde fuerita y el torito para allá. Éste,
que apenas podía con su triste anatomía (acomplejado en la vacada, sin duda), calamocheó un tanto y desarmó en el segundo lance de la segunda serie… Y en la
tercera, ante los larguísimos descansos
que le daba Juan Serrano, llegaron los primeros
pitos del respetable y las voces de "¡mátalo!", que si se dicen en Twitter estarían justamente condenadas, pero que aquí
son deseos caritativos para con la víctima y el personal. Visto lo visto, Finito que nunca se ha considerado un
trabajador a destajo, acató el imperativo popular y le metió un pinchazo bajo, a paso banderillas, y cuatro descabellos que no se los salta
un… ¿torero?
Lo de Morante, sin embargo, raya ya en la tomadura
capilar. Supongo que Ruper (“¡te necesito!), Moncho Moreno o Mauro Gascón no cortan el pelo de igual
manera, sin duda. Una tarde más, la
única en que su dignísima persona (que
anunció su temporada en el Joy
Eslava, ¡viva la farándula y la música
hip hop!) accede a vestirse de luces (por
cierto, de forma soberbia, impecable, todo hay que mentarlo) en la plaza de la capital (no
vaya a ser que le echen un toro de veras…),
nos regala cuatro retazos del arte que los aficionados vamos buscando… y para el año que viene otros
cuatro. ¿Para cuándo una faenita, ni
siquiera en aumentativo, completa? ¿Es que no hay un torillo medio potable al
que enjaretarle cinco pases seguidos? Hombre su primero, y segundo vespertino,
tampoco se comía a nadie, a pesar de que estuviese –como dicen ahora- agarradito
al suelo, esto es, algo parado y tardeante en la muleta. Un par de verónicas,
antes de acabar como aquello, dos trincheras en las probaturas franeleras, algún
detallito final, y mucho quitarle la muleta de la cara para que no repitiese y
le pudiera incomodar una embestida reiterativa, que es lo que hacía el bicho cuando no tardeaba desengañado del trato recibido. Entre tanto, una caidita por acá,
alguna dudita por allá, mucho trabajo para cuadrarlo, un pinchazo a paso de
banderillas y, finalmente, tras el
reglamentario aviso (¡qué pesadez!), media estocada por el sótanillo y doce
descabellos (no igualó el record de Adame por un solo golpe…). Pobre. Pitos de agradecimiento. La bronca vino en
el quinto, un animal sin cuajo de toro, anovillado, con dos pitones ofensivos, que asustó al de la
Puebla en el recibo, encerrándole sobre tablas sin que pasara nada porque la
Virgen de los Desamparados anduvo atenta. La chufla del popular concurso salió ya a escena,
y así, mientras la lidia se convertía en un auténtico
herradero de pavores, carreras y
capotazos a donde salga, el público anduvo entretenido. Mientras, la fiera se
quitaba el palo en varas, y le daban hasta en el carnet de identidad bovina, en las tres varas más duras, no que haya
visto la feria, sino varias temporadas. La
chufla se convirtió en bronca, las risas en insultos y deprecaciones,
cayó un cojincillo al ruedo (¡cuánto ha
cambiado la tauromaquia desde que los aficionados nos llevamos la almohadilla
de casa!), y a los varilargueros les pusieron de chupa de dómine. Cundió el pánico, Finito se refugió en un burladero en banderillas (no fuese a que le
tocara hacer un solo quite), y a Morante se le despertaron unas ganas locas por torear… Dicho y hecho. Se
dobló con precauciones insospechadas, “juyó” en cuanto pudo, y minuto y medio después de cambiado
el tercio cogió la tizona y comenzó el
triste calvario de un pinchazo en los
bajos, media tendida con estilo cinegético, otro pinchazo hondo a paso de banderillas, nueva
huída ante el arreón del desesperado animal, media delantera sin pasar, otra
de la misma forma y manera y, ¡albricias!, un certero descabello. Bronca
profetizada.
A Talavante le pudimos ver un quite por chicuelinas en
el segundo, pero nada con el capote en su primer antagonista… son cosas que
pasan, que suelen pasar, por cierto. Molestamos al “probetico” animal del compañero, pero nos cuidamos de hacerlo
en el nuestro… Sin suerte de varas
aparente el bicho de Montalvo (hoy Domecq, ya saben que sobran las veinte
primeras líneas de cada genealogía ganadera) llegó suelto y a su aire, con pies, a la muleta, tras dolerse en banderillas (a esto lo llamarán bravura contenida, digo yo, en esta tauromaquia
contemporánea). Y, aprovechándolos, se fue a visitar a sus hermanos presos en
chiqueros. Y allí volvería, una y otra
vez, porque la amistad y la fraternidad
son dignas de elogio, con y sin acompañamiento humano. Talavante le ligó, eso sí,
tres muletazos en la tercera tanda, algo
fuera y con el natural paso atrás… que, si no, no se puede ligar, como bien demostraron
Paco Camino, el Viti, Antonio Ordóñez y demás ignorantes del toreo. A partir de
ahí, sin dominar para nada al bicho, despidiéndolo hacia fuera y a media altura,
el animalín recorrió varios kilómetros a su antojo, hasta que a Alejandro se le
ocurrió bajar la mano, llevárselo más a la espalda, y torearlo de veras... Y llegó la fenomenal
tanda y media, que es lo único que se ha visto esta feria de San Isidro en
materia muletera, muestrario de Morante al margen, erguido, natural, llevándolo con profundidad y rematando fenomenalmente con un suave toque de muñeca. Y cuando suponíamos que habría continuidad, con el público
absolutamente entregado a la obra, corta la faena, se va por la espada, y le suelta
un bajonazo -no de aúpa, sino de todo lo contrario- y lo remata de dos
descabellos. ¡Pues qué bien! Saludó desde
los medios, que es el premio justo a la inacabada e imperfecta labor. En el
sexto volvimos a ilusionarnos con unas verónicas… toreando, de salida. ¡Vana
ilusión…!, como en Doña Francisquita.
Si por el humo se sabe dónde está el fuego…, aquí por los dos o tres primeros
muletazos vimos la inmensidad de la tragedia, del incendio y cenizas en lo que quedaba
el toreo. Un toro constantemente rajado, al que no supo, y probablemente no quiso,
sujetar, dominar, poder, torear en definitiva. Acabaron ambos en chiqueros
rápidamente, antes de que el espada le dejara tres pinchazos bajos, todos cuarteando,
y una entera saliéndose de la suerte. Saludó Trujillo dos buenos pares de banderillas.
El Fino en el primero...(Foto: las-ventas.com) |
Verónica Morantiana al segundo (Foto: las-ventas.com) |
Chicuelina ajustada e interesante de Talavante al segundo(Foto: las-ventas.com) |
Las buenas gentes, hartas ya de tanto timo, salieron
de la plaza sin acordarse siquiera de despedir a los matadores con las almohadillas de
la subcontrata… Ni para eso han quedado.
Los toritos de las figuras:
1º.- Lunero, 506 kilos, nacido en noviembre
de 2008, castaño, tocado de cuerna abundante, manso, amenos, brusco por el pitón
zurdo y soso por el diestro. Una birria.
2º.- Avisador, 557 kilos, nacido en julio
de 2008, negro, tocado de pitones, manso, soso y descastado, tardeante por momentos
en los que alterna con embestidas repetitivas… de abanto.
3º.- Saqueador, 549 kilos, nacido en
diciembre de 2008, negro, manso y rajado, bravucón por momentos, que no bravo
jamás.
4º.- Subastador, de Núñez del Cuvillo,
sobrero de un bicho inválido y anovillado titular, 552 kilos, cuatreño,
colorado ojo de perdiz, delantero de escasas púas, una croqueta; manso y soso,
a veces brusquito.
5º.- Cristalino, 543 kilos, nacido en agosto
de 2008, negro, con dos pitones y nada de cuajo, anovillado de hechuras, manso
y complicándose cada vez más por el buen trato recibido.
6º.- Campanera (digo yo que sería su
madre…), 562 kilos, nacido en setiembre de 2009, castaño albardado, chorreado y
listón, delantero, manso y rajado: un buey de carreta.
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