Madrid, 30 de mayo de
2014. Casi tres cuartos de entrada. 6 toros de El Montecillo, bien aunque desigualmente
presentados, mansos, con casta, genio y complicaciones. Miguel Abellán, ovación (aviso) y oreja (aviso). Paco Ureña, silencio y ovación. Joselito Adame, silencio y silencio
(aviso).
O ya vamos cumpliendo años, o hay mucho aficionado
moderno en la plaza de toros de Madrid. Ayer, a Dios gracias, se lidió en Las Ventas -por
fin- una corrida de las que hace dos o tres décadas veíamos con frecuencia en el
coso de la calle de Alcalá. Una corrida dura, exigente, con más casta que genio
o al revés, según los toros, pero que mantuvo constante la sensación de peligro,
la emoción intrínseca a este arte efímero, una corrida entretenida –que no divertida-
tal y como los aficionados las disfrutábamos treinta años ha en aquellas interesantes
tardes estivales.
Hace treinta o más años nadie se espantaba de lo que ayer
pudo lidiarse, pero me temo que no saldrá bien librada la ganadería en los
tiempos que corren, achacándosele todo tipo de males, reales o imaginados,
patentes o soñados. Porque, no se confundan, los toros que ayer pisaron el
albero madrileño eran relativamente comunes en aquellas corridas de verano, a
las que acudíamos los aficionados, desplazándonos los kilómetros que fueran
necesarios desde nuestros más o menos cercanos puntos de veraneo; porque
estabas seguro de poder ver, y disfrutar, de las emociones que hoy brillan por su
ausencia en el mayoritario descaste ganadero de hogaño. No importaba quién se
pusiera delante; y aunque tuvieras predilecciones, sabías que, en general,
habría delante tres diestros más o menos solventes, en lo común poco
preciosistas, que despacharían los seis flamencos con mayor o menor oficio,
pero siempre con él. Otro de los problemas de la tauromaquia de hogaño es,
precisamente, ese, el que ha desaparecido el oficio pertinente, en muy buena medida,
que se requiere para solventar estos compromisos, cada día más extraños en la
tauromaquia bobalicona, de paso atrás y escondida de pierna actual. Quizá por
eso la corrida de ayer trajo de cabeza a dos de sus protagonistas, y sólo el
primero, Abellán, con más años, corridas y experiencias a sus espaldas, supo
hacerla frente -con luces y sombras- pero con la dignidad necesaria para salir
triunfante del coso.
Hace años sabías que un Raúl Sánchez, un Miguel Márquez,
un Pedrín Benjumea, un Sánchez Bejarano,
un Aurelio García Higares, un El Hencho, un Dámaso Gómez, un Pepe Ibáñez o Juan
José, El Regio o El Inclusero y tantos otros lidiadores de más o menos segunda
fila, tenían la capacidad y solvencia necesarias para quitarse ésta, o la
corrida de El Pizarral, Cortijoliva, El Jaral, la de Sánchez Romero, Villagodio,
Frías, Luciano Cobaleda, Arcadio Albarrán, Marqués de Albaserrada, los
saltillos de Charco Blanco, los mezclados de Zaballos, la de Camaligera o
cualquiera de las que en los años 70 y 80 pisaban el ruedo madrileño en los
calores del estío. Hoy, si no hay naufragio por el hundimiento del Titanic, lo
normal es que las víctimas de un encierro semejante se cuenten por docenas,
como bien pudo ocurrir ayer… sin que el pánico generado en algún momento
solucione la difícil papeleta.
El cuarto, un torazo (Foto: las-ventas.com) |
Ayer, el superviviente -maltrecho, herido y magullado-
fue un Miguel Abellán con oficio y recursos, valiente y decidido, que aunque no
terminase de someter a sus antagonistas, ni luciera toreos excelsos, supo mantenerse
a la altura de las circunstancias, y dejar el pabellón de la hombría, el
pundonor y la capacidad bien altos.
La de Paco Medina, de El Montecillo, fue una señora
corrida de toros, bien presentada –con un ejemplar de excepcional trapío como
el del quinto-, seria de pitones (aunque alguno se escobillara ayer no hubo la
sensación de barbería del día precedente), dura (las caídas, por lo general,
desaparecieron del ruedo), encastada o con genio según qué toro, exigente,
lista y avisada, de toros que desarrollaban sentido a medida que iban
aprendiendo por tal o cual buen o mal trato recibido; una corrida de toros que
nos obligó a todos –absolutamente a todos, aficionados o público ocasional- a
mantener la vista en el ruedo, a prestar constante atención a la lidia, a estar
pendientes de cualquier pequeño detalle porque allí había animales que lidiar y
la tragedia -siempre indeseada, inesperada, pero latente- sobrevolaba el más
vital, emocionante, apasionante y turbador de los espectáculos.
A los plumillas de hoy, el ganado lidiado ayer les
parecerá detestable, un anacronismo propio de otros tiempos, una violación del
deseo de toreabilidad ñoña que los taurinos han querido imponernos a los
aficionados. A los aficionados, sin duda, nos devolvió a épocas donde estas
emociones eran habituales, a las propias raíces del espectáculo, a la esencia
misma del festejo; y seguro que el público menos docto u ocasional ayer tuvo
ocasión de encontrarse con una fiesta diferente, que le turbó e inquietó, que
le produjo sensaciones quizá inesperadas, entre la euforia y el temor, entre la
satisfacción y la angustia, porque, en suma, de todo podía haber ayer en el
ruedo de Las Ventas. Nuestra enhorabuena al ganadero, al que, sin duda, le lloverán
todo tipo de críticas desde el taurinismo rampante de aquí en una buena
temporada…
La cogida de Abellán en el primero (Foto: las-ventas.com) |
Abellán, sobre el que teníamos algunas dudas
iniciales, por su ausencia de los ruedos en la pasada temporada, sobre su
capacidad y estado anímico, demostró que ha vuelto a la fiesta para aportar, no
para restar. Anduvo ayer por la plaza con solvencia, con valor crecido, en
general bien colocado ante sus oponentes y queriendo hacer las cosas a derechas
-o a izquierdas- pero con verdad. Salió decidido en la recepción a su primer antagonista,
un toro que ya sacó complicaciones y casta, con largas afaroladas y lances
genuflexos, algo acelerado pero decidido. El animal manseó en el caballo, y
aunque llegó algo distraído a la muleta, tenía recorrido y empuje,
repetitividad y genio. Unos primeros lances acompañando el viaje, ya nos
descubrieron que tenía mucho qué torear, antes de que el bicho le atropellara,
le hiriera y fuese complicándose cada vez más. Las series eran cortas, los
lances no salían con demasiada limpieza, pero Abellán porfiaba como si de
novillero se tratase, peleaba con el astado y sus constantes tarascadas, y al
fin le sacó varios naturales obligados y mandones, bien colocado, que el toro
acusó y ante los que hizo ademán de rajarse. Las complicaciones fueron en
aumento a la hora de la muerte, no menos de cinco desarmes contamos entre
capotes y muleta a la hora de la Parca. Miguel le dejó una estocada desprendida
y atravesada –que hizo guardia-, un metisaca bajo, sonó el primer aviso, y al
fin lo remató de una entera también atravesada y cuatro descabellos. Con ello y
todo fue ovacionado mientras se dirigía, por su pie, a la enfermería. Allí le apreciarían un traumatismo craneoencefálico,
contusión en el tendón del músculo pectoral mayor izquierdo y otras contusiones.
Salió de allí para lidiar el quinto –se había corrido
turno-, otro toro de cuidado, con 605 kilos y dos velas bien puestas, cuajo y
trapío de sobra para cualquier plaza. Un animal incómodo y complicado, que fue
aprendiendo a lo largo de la lid. Abellán planteó la faena en el tendido 5, más
amable, y donde hacía menos aire, pero sacándoselo –equivocadamente- a los
medios, de donde volverían al poco. El animal se giraba sobre las manos en los
remates de los muletazos, le hacía rectificar constantemente el terreno y
reconsiderar la lidia. Fue una faena de toma y daca; el diestro fue desarmado
hasta en cuatro ocasiones, hubo sustos, coladas, momentos en que tenía al toro
debajo, y, sin embargo, hubo exposición sincera, valor sereno, colocación
veraz, intentos honrados de poder con el astado… aunque al fin no lo consiguiera.
Buena pelea que nos devolvía a los orígenes del toreo moderno, al de la edad de
oro o plata, salvando las distancias estéticas y de personalidad; toreo sobre
las piernas en muchas ocasiones frente a un toro que no se dejaba hacer –como los
de aquellas épocas-, que buscaba, que aprendía… A ver si tanto ignorante sabe
apreciar ahora lo que se ve en aquellos fragmentos de películas, en blanco y
negro, de esos años… De la pelea sacamos en claro una buena serie por la
derecha, la más dominadora, mucho valor, estoicismo y voluntad sin cuento,
valores que es preciso poner sobre la mesa. De ahí que cuando se tiró con
sinceridad y dejó esa estocada entera, pese al desarme, se le pidiera y
consiguiera esa oreja… “de las que no se protestan”.
Paco Ureña también saldría herido del coso, aunque no
rayase a la altura del madrileño Abellán. Quitó por gaoneras al primero, algo eléctricas
pero ajustadas y emocionantes. Su primer antagonista saldría distraído, con
cortas arrancadas para el percal, manseó en varas y se dolió en garapullos,
llegando con cabeceo peligroso y la cara alta al trasteo. No supo el murciano,
sin embargo, cogerle el aire al toro, a veces incomodado por el viento y otras
por el calamocheo de la res, y la faena estuvo llena de enganchones y de trabajo,
más que de arte o dominio. Quizá pecó de estrechar los terrenos cuando el toro
se hubiese rematado mejor en la media distancia… quién sabe. Una estocada baja,
delantera y con derrame lo dejó a disposición de las mulillas. En el cuarto
(había corrido turno por la indisposición de Abellán), se encontró con un toro
con genio como ahora ya no se estilan… Comenzó con unos inapropiados
estatuarios (que no le bajaron ni los humos ni la cabeza a su astado oponente),
y siguió con unas trincheras y firmas de mejor calado. Colocado al hilo fue
aguantando el genio (más que la casta sincera) del toro, pasándolo sin mayor
gloria, pero tampoco con pena, entre cierta indiferencia. Había tímidos
aplausos, pero la verdad es que no decían nada los muletazos que enjaretaba en
las tandas, casi siempre colocado con sinceridad (¡qué diferencia con lo del
día anterior!), sin echar la pierna atrás (¡de la noche al día con lo de ayer!),
y trayéndoselo al cuerpo sin despedirlo para las Batuecas (¡que aprendan las
figuritas de la prensa pagada!). Pero… no había profundidad, ni sensación
artística, ni capacidad de dicción. Tuvo que ser en un mal paso, al descubrirse
un poco con la zurda, cuando fue cogido y sufrió una tremenda paliza, cuando la gente entró en la faena y supo
reconocer los méritos de aquello. Herido, cojeando de forma ostensible, aun
tuvo redaños para volver a la cara de la res y -entre pitos de angustia- intentar
dar otra tanda derechas, de la que salió el toro con ansias de rajarse… Un
bajonazo, que exculpamos por la merma física, puso fin al sufrimiento de todos
y el espada recibió una muy cariñosa y atronadora ovación de camino a la
enfermería. Allí, ¡pásmense!, se le apreció y operó de una cornada de 25 cm ascendente
en la cara posterior del muslo izquierdo, que alcanzaba el trocánter mayor, con
destrozos musculares amplios y contusión (sólo eso a Dios gracias) del nervio
ciático. Le deseamos muy sinceramente una pronta y feliz recuperación.
Adame fue la otra víctima del naufragio. Seguro que en
tierras aztecas no ha tenido la oportunidad de verse jamás ante toros como los
que le tocaron ayer, y aquende el Atlántico… tampoco. Su primer oponente fue un
toro con genio, con guasa recalcitrante, al que nada hizo con el percal (había
quitado al precedente con delantales curiosos…). Comenzó por desarmarle (cosa
que ayer ocurrió infinidad de veces a lo largo del festejo), porque el toro se
quedaba muchas veces en la suerte, sin que él supiera cómo evitarlo, desarmando
dos capotes en el quite salvador cuando le buscó indefenso... El bicho le
desbordaba a cada paso, le tuvo más de una vez a su merced, el viento no mejoraba
la situación, y las complicaciones iban en aumento. Hubo al fin doblones (sólo
uno de calidad, dejando la rodilla clavada) y regates varios, y se lo quitó de
delante, siempre desde fuera, de dos pinchazos caídos, a paso de banderillas
(uno con desarme) y un señor bajonazo. Con el que cerró plaza no mejoró la impresión de falta de capacidad lidiadora
(con el precedente de un intento de quite en el quinto, con pérdida de papeles
y huída franca). Despatarrado, con paso atrás para ligar en un absurdo intento
de enjaretar toreo contemporáneo a un animal que tenía mucho que torear, hubo
demasiado movimiento mecánico, eléctrico,
desde fuera y poco limpio, antes de un arrimón efectista, para embargar espíritus
sensibles, que no conseguiría el resultado ansiado. Las emociones hubiesen sido
mayores y más sinceras de haber intentado torearlo en forma, por bajo y con
mayor verdad. Media caída y atravesada, precedería a un aviso, y al fin de una
corrida que nos retrotrajo a otra época del toreo.
Abellán estuvo hecho un tío en el quinto (Foto: las-ventas.com) |
La cogida de Paco Ureña en el cuarto, luego vendría el revolcón y la paliza (Foto: las-ventas.com) |
Adame pudo sacar más partido al sexto,en vez de recurrir al arrimón efectista (Foto: las-ventas.com) |
Una época en la que, al menos, había más verdad y más
emociones auténticas.
Los del Montecillo de otros tiempos…:
1º.- Carpetón, 553 kilos, castaño
bragado, meano y axiblanco, tocado de armas, manso, complicado y encastado.
2º.- Balancín, 508 kilos, castaño oscuro
listón, tocado de cabeza, manso en varas, comlicado, con movilidad pero a media
altura.
3º.- Farruco, 565 kilos, negro, tocado de
cornamenta, manso, con genio y complicaciones.
4º.- Triunfalismo, 562 kilos, castaño
listón, delantero de cuerna, manso y con
genio, pero embestidor.
5º.- Raspiya, 605 kilos, castaño oscuro, tocado,
manso, complicado, incómodo.
6º.- Mensajero, 595 kilos, castaño
listón, tocado de cuerna, manso en varas, embestidor, el más claro del encierro.
Comentario que suscribo sin reserva alguna.De lo que se deduce, que este especccctáculo,como dice el del bigote tiznao, que nos ofrecen las figurillas con sucedáneos de toros,es una estafa en toda regla para los aficionados, (consentida por los pringaos que se parapetan bajo algo tan noble y necesario como la Autoridad).Un rato de cachondeo para el "público en general".Un gran negocio para los mercaderes del templo y un magnífico ahorro para los desengañados,a los que tengo el gusto de pertenecer.
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