Madrid, 12 de mayo de
2014. Poco más
de media plaza. 6 novillos de Fuente
Ymbro, bien presentados, mansos y descastados, rajados en su mayor parte,
pero con genio. Mario Diéguez, ovación
y silencio (aviso). Román, vuelta y
oreja. José Garrido, silencio (aviso)
y silencio.
Otra de las vacadas que más nos llamaban la atención
en el inacabable ciclo primaveral madrileño era ésta de Fuente Ymbro, que, tal y
como aconteció ayer, nos defraudó sensiblemente. Reses mansas con los caballos,
descastadas en general, rajadas en muy buena parte en el último tercio,
buscando bien la huida o la salida del coso, con más, muchísimo más, genio que
casta. Y sin embargo la novillada supo mantener el hilo de interés necesario
porque la tragedia anduvo planeando toda la tarde sobre el coso madrileño. Los
novillos, con mal estilo, presentaban muchos problemas y los diestros –sobre todo
Román y Garrido- les hicieron frente como pudieron o supieron, mejor el primero
que el segundo.
Revolcón de Mario Diéguez en su primero (Foto: las-ventas.com) |
Naufragó, sin embargo Diéguez, novillero fino, pero
más pendiente de la postura que de la eficacia, de lo artificioso que de lo
veraz. Al primero, quizá –sin duda- el mejor novillo del encierro, codicioso en
el primer tercio, no supo torearlo de capa y lo lidió mal, dejando incluso que
tomara otra vara, en el 4, después de cambiado el tercio. Novillito flojo, éste
Señorío, pero embestidor y noble por el derecho -no así por el izquierdo-, con
el que la conjunción nunca se produjo, siempre despegado y descolocado el
diestro, más atento a la composición que a poderlo, llevarlo y someterlo. De
ahí vino el revolcón en la tercera tanda, que nos hizo sospechar una posible
cornada, para continuar descubriéndose en las restantes. Está aún muy verde, me
temo, y a punto estuvo de ser desbordado por el noble animalín que repetía a
veces sin dejarle colocar. Eso sí, le dio una buena estocada, por arriba, que fue
recompensada con esa ovación. Con el descastado cuarto, que saltó olímpicamente
al callejón por el burladero de capotes y recorrió hasta tres veces ese tramo
entre barreras, nada nos mostró con el percal y muy poco también con la
franela. El novillo, como dicen ahora “muy agarrado al suelo”, pensándoselo mucho
a la hora de embestir, más parado que toreable, necesitaba de una gran decisión
y capacidad, poderío para evitar que mirara a tablas –donde buscaba el refugio-
y claridad de ideas. No hubo tal; embarullado a veces, siempre desde fuera y
con precauciones, el diestro no supo cómo “meterle mano”, llegando a intentar una
sexta tanda -cuando ya el bicho había dicho que nones en la cuarta- en la que
no conseguiría darle ni un mal pase, ni uno, mientras el buey olisqueaba las
rayas de los picadores. Con la espada, ahora, no anduvo tan acertado: un
pinchazo hondo, perpendicular, sin pasar, después de que le costase mucho cuadrarlo
por haberse pasado de faena; otro sin pasar con pérdida de muleta y carrera a
la huida, un sablazo atravesado y delantero -¡sorprendentemente aplaudido!- que
el bicho escupió, un aviso y un descabello. El usía -ayer don Trinidad no
anduvo acertado- le condonó el segundo toque de clarines y timbales.
Román en su primero al hilo de tablas (Foto: las-ventas.com) |
El que nos gustó por disposición y ganas fue el
valenciano Román. Lo que no se le puede negar, por más que ayer no ofreciese exquisiteces
lidiadoras ni artísticas, son unas maneras a lo novillero tradicional,
dejándose la piel en el esfuerzo, valeroso y con pundonor… y sujetando a los
bichos en los terrenos que él -y el novillo- había escogido a priori, no donde el
bicho fuese llevándolo, como días atrás. En el segundo hubo más petición de
oreja que en el quinto donde el apéndice fue un auténtico regalo de don
Trinidad -por consultar con el inefable y lamentable asesor Calderón-. Fue una
faena a un novillo rajado por completo, que coceó en los caballos, salió suelto
y a su aire, siempre mal picado, que se refugió en chiqueros después de varas,
que apretaba a tablas siempre que podía, bicho que presumía que iban a
necesitarse varios kilómetros en su persecución antes de que doblara. Comenzó Román
haciendo justamente lo contrario de lo que necesitaba el novillo, unos
estatuarios para la inmensidad del éter, saliendo éste lógicamente a su antojo,
y siguió rematando los muletazos por alto en la segunda tanda. Pero o bien cayó
en la cuenta, o bien alguien le cantó la jugada, y en la tercera, ya con la
zurda y cerrado en tablas, comenzó a llevarlo –exponiendo mucho- en redondo,
evitando las huídas del mulo, con una y otra mano, valiente sin temeridad
ciega. Bien. Donde le faltó cabeza fue en unas manoletinas finales que no
venían a cuento y en las que sufrió un soberano achuchón, a Dios gracias sin
consecuencias. Sobraba por completo. Una estocada trasera y desprendida,
aprovechando el viaje del toro en tablas y un descabello suicida, motivaron esa petición, insuficiente
también, que le obligó a dar una –creo- oportuna vuelta al ruedo. Hubo valor,
entrega, decisión, ganas… aunque no hubiese toreo de quilates y le costase
entender la receta que requería el “`paciente”.
La cogida de Román (Foto: las-ventas.com) |
La oreja de baratillo llegó,
gracias al palco (ni muy de lejos habría un veinte por ciento de petición, uno
de cada cinco espectadores), en el quinto, otro bicho muy manso, complicado,
rajado y que iba a oleadas o arreones de mansedumbre mal calibrada. Comenzó
yéndose a toriles tras de cada lance capotero, sufrió el primer puyazo en el
tendido 2, suelto, coceando de salida y yendo a su paraje predilecto, y sin
picar tampoco en la segunda vara (era como para un análisis pediátrico), llegó
con pies, apretando hacia dentro al segundo tercio. Román planteó la faena,
visto el ejemplo precedente, en el tercio del dos; y con firmeza allí lo
sujetó, entre calamocheos e intentos de fuga de la “bravísima” res. Dejándole
la muleta en la cara, sin mucha limpieza pero con decisión, le enjaretó dos
tandas, una por mano, imponiéndose sobre el animal, pudiéndolo en suma. Seguiría
peleándose con el bicho, ya sin lucimiento y sin duda en exceso, aguantando que
el novillo se quedara cada vez más corto y se revolviera con problemas, dándole
distancias para que se rematara más lejos, fruto de la natural inercia de la
embestida. Y con la insistencia llegó el susto… otra vez sin consecuencias. Así
que, repuesto, le enjaretó unas lejanas manoletinas (para aquello de la
inercia, bien pensado), y le dio media estocada suficiente, que requirió un
descabello. Una oreja mal otorgada, creo que le hará más daño que la gloria de
pasear en triunfo el anillo.
Garrido en el tercero, su labor más interesante (Foto: las-ventas.com) |
El tercero fue otro novillo manso que fue complicándose
en su triste existencia, desde las embestidas más o menos francas a lo incómodo
y problemático. Empezó buscando la salida del coso (lances capoteros sin
historia), entró al relance en el primer puyazo (vistoso quite de Garrido con tafalleras,
farol y gaonera), salió con facilidad, sin haber empujado, de la segunda (y
también de la primera) vara, y fue fenomenalmente lidiado por Fini (que también se lució en
banderillas en el sexto). Lo mejor de esta feria van siendo algunos subalternos,
no lo duden. El pacense Garrido que empezó en tablas, mostró oficio y capacidad
de resolver los problemas sin perder los papeles, pero exageró en el metraje
del trasteo, lo que provocó que el toro se complicara, se quedara corto y se
revolviera con peligro. Hubo valor y firmeza, pero poco toreo entre rachas de
viento molesto. Mal con la tizona, le vimos hasta tres pinchazos sin pasar,
escuchó un aviso, dio otro hondo –casi media- con varetazo en el pecho y
pérdida del trapo, y culminó la obra con tres descabellos. Silencio. Otro mulo
rajado salió en sexto lugar, pero ahora no brilló la estrella de Garrido que
se dedicó a perseguir al animal por tres cuartos del anillo, pegado a tablas,
sin poder –o quizá querer- sujetarle en el terreno escogido. De tanto en cuanto
le daba un pase del que el aprendiz de buey salía de najas barbeando el olivo…
y eso no es torear por más que algunos le aplaudieran desaforadamente. Así que
después de mil trapazos con capote y muleta, le arreó un sablazo atravesado y
caído –y también muy aplaudido… por los mismos- y una entera caidita, con el
bicho aconchado en tablas del 5, poco más o menos.
Para el recuerdo nos queda, eso sí, la imagen de un
joven que salió “en novillero” a jugársela a base de valor, ganas y tesón.
Román.
Uno de los tres viajes del cuarto por el callejón (Foto: las-ventas.com) |
Los bueyes, mulos y novillos que ayer salieron de
toriles:
1º.- Señorío, 499 kilos, negro listón,
delantero de cuerna, manso pero el de mejor juego en la muleta hasta que se
complicó. Mejor por el pitón derecho.
2º. Hortelano, 456 kilos, negro, tocado
de defensas, manso y rajándose a cada paso. Lo sujeto y obligó a embestir
Román.
3º.- Volante, 469 kilos, castaño
ojinegro, delantero, manso, embistió incómodo en la muleta, complicándose
sucesivamente.
4º.- Mimoso, 504 kilos, negro, largo como
un día sin pan, delantero de cuerna, manso y descastado.
5º.- Rabadán, 462 kilos, castaño y delantero
de armas, muy manso en varas, complicado en la muleta, entre arreones e
intentando rajarse siempre, Román le sacó todo lo que llevaba dentro en el
tercio del dos.
6º.-Comisario, 470 kilos, negro, tocado
de defensas, manso, de condición auténticamente mular y rajado por completo.
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