Madrid, 23 de mayo de
2014. Lleno. 5 toros de Victoriano del Río, bastante desiguales de presencia, dos impresentables,
mansos, boyantes en la muleta segundo y tercero y el resto entre la sosería y
el descaste (acabó rajándose alguno). 1 toro de Zalduendo (1º), mal presentado, manso, descastado y rajado. El Juli,
silencio y silencio. José María Manzanares, ovación y silencio. Miguel Ángel Perera, dos orejas (aviso)
y oreja (dos avisos).
Apoteosis -esa palabra que de tan utilizada en la
tauromaquia contemporánea ha perdido cualquier valor- de Perera en la antaño
plaza de toros de Las Ventas. Tres orejas en su tarde más triunfal en el coso
del antaño Espíritu Santo, hogaño coso de bebidas espirituosas que vienen a
sustituir a la tercera persona de la Santísima Trinidad en esta nuestra laica
sociedad. Nunca se ha bebido tanto en la plaza de toros… Ahora el que no entra
al tendido con casi medio litro de cerveza, lo hace con dos cubatas y la
entrada en la boca porque no hay mano para tanto… Y con tal líquido bagaje
intelectual el espectador ocasional se dispone a disfrutar del festejo, aunque
le dé igual qué se trate porque muchas veces viene o con la entrada regalada o
porque se la compró un amigo un mes antes… El “gran hallazgo” de este año, muy
probablemente del caletre de Simón Casas, para esta intelectualidad, al
finalizar el rito, es el alarde de música discotequera (a base de unos 150
decibelios per cápita), en el bien llamado Tendido ONCE, porque acaba todo el
mundo ciego...
Con tales mimbres piensan rescatar a la fiesta de su
marasmo. Igual que el Gobierno que se precie ha de idiotizar al pueblo a base
de “Pan y fútbol” (antes era Pan y Toros, pero eso quedó muy lejos en la
historia), las empresas taurinas pretenden idiotizar al espectador ocasional a
base de alcohol y tauromaquia contemporánea. Y a fe que, como dicen que
escribió León de Arroyal (y no Jovellanos al que, maliciosamente se le atribuyó
el opúsculo del XVIII) lo están consiguiendo.
Perera, ayer,
dio un nuevo e importante paso en ese camino, televisado para el mundo con la
ausencia del paisano de Alquerías del Niño Perdido que ya empieza a
preocuparnos… No creemos que el tinte capilar tenga tan malos efectos
secundarios, no sé… Al Juli, ayer
perdido en la inmensidad de la mansedumbre y descaste de dos bichos del encaste
mayoritario, a Manzanares, náufrago solitario (y tanto, como que parecía que lo
hacía de salón, tal era la distancia entre diestro y cornúpeto) de ejecución
del toreo contemporáneo, la plaza –con reacción de los sectores más
acomodaticios y menos doctos- no le toleró posturas contemporáneas, pero a
Miguel Ángel… le construyó la capilla Sixtina de esta Tauromaquia postmoderna
para que la decorara a su antojo. Quizá será que se cansaron de pitar la
descolocación ante cada lance, el envío de la res hacia allá (y no hacia la
espalda del diestro), el constante paso atrás y quitarse de en medio para que
el toro pase cómodamente, la ligazón a base de no rematar ni un pase… porque
todo es tan cansino que -es verdad- termina por agotar al más pintado. Sea como
fuere, lo que a Manzanares, pongamos por caso, se le criticó, encendiendo la
polémica entre castas “los educados” y “los protestantes”, “los finos filipinos”
y “los terroristas”-, al diestro de la Puebla del Prior se le toleró con regocijo
general. Incongruencias quién sabe si nacidas de los evaporantes y espirituosos
hálitos que inundan el coso cada tarde.
Perera, con mucho temple, pero sin rematar el pase a la espalda, sino para allá (Foto: las-ventas.com) |
Pero no, no teman, que también hubo su justificación
en el aplauso a Miguel Ángel al margen de la apoteosis de toreo contemporáneo.
Ayer le pudimos ver -casi con toda seguridad- mucho mejor que ninguna otra
tarde madrileña desde aquella puerta grande de novillero en Las Ventas. Hubo un
quite fenomenal en el tercero, por chicuelinas ajustadas y dos tijerillas
finales graciosas, toreras, profundas y esbeltas, algo que justificaría su
toreo de percal a lo largo de la tarde, en buena medida ausente. Hubo, no ya
valor, sino verdadero estoicismo, en los estatuarios iniciales al tercero,
ceñidos, mandones, poderosos; hubo más temple en esa faena del que hayamos
visto en lo que llevamos de feria de San Isidro labrador, manejando lenta y
acompasadamente el engaño al compás del ímpetu del toro (palabras plagiadas de
ese escrito sobre Pedro Romero publicado en el Diario de Madrid de 1789), hubo
un soberano, larguísimo, inacabable cambio de mano finalizando el trasteo, al
igual que dos pases de pecho inconmensurables, y se entregó en la estocada,
aunque no fuera muy ortodoxa y el acero quedase algo traserillo.
Y si hubo méritos, como ven, en el trasteo doblemente premiado, al que subscribe le gustaron mucho más los acrisolados en las cuatro primeras tandas al sexto, un bicho de mayor dificultad, de escasa casta y menor viaje, muy “agarrado al suelo”, que se tragaba el primer muletazo, pero le costaban los siguientes, siempre derrotando por alto, cabeceando a veces con peligro, y donde todo hubo de ponerlo el matador. Faena mucho más meritoria, donde la falta de repetitividad del animal provocó la ausencia de toreo contemporáneo y donde vimos a un Perera mucho mejor colocado (sin exageraciones, no se confundan, más bien al hilo o poco más allá del pitón), arrastrando literalmente a este Bravucón II, dejándole bien puesta la muleta y con unos soberbios toques para invitar al bicho que no le vimos ni al mismísimo don Julián (que no es el de los puros habanos). Tragó muchísimo ante las incertidumbres del animal, no corrigió un ápice el terreno escogido y se la jugó de veras frente a un buey rajado (por lo parado) y descastado, a pesar de tener asegurada la puerta grande. Y se tiró a matar con clasicismo, cobrando una buena estocada, apenas un pelín desprendida, pero bellamente ejecutada. En su contra, no obstante, apunten un metraje desmesurado –sonaron dos avisos, dos, más de trece minutos de faena… porque a don Justo se le debió parar el reloj-, un tremendismo final, encimista y efectista, para asustar a neófitos, pero con un toro ya parado y agotado en su quimérica embestida, y bastantes pasajes en los que hizo circular a la res por la periferia… Luces y sombras en una faena, a todas luces superior a la primera… pero para aficionados no impresionables.
Y si hubo méritos, como ven, en el trasteo doblemente premiado, al que subscribe le gustaron mucho más los acrisolados en las cuatro primeras tandas al sexto, un bicho de mayor dificultad, de escasa casta y menor viaje, muy “agarrado al suelo”, que se tragaba el primer muletazo, pero le costaban los siguientes, siempre derrotando por alto, cabeceando a veces con peligro, y donde todo hubo de ponerlo el matador. Faena mucho más meritoria, donde la falta de repetitividad del animal provocó la ausencia de toreo contemporáneo y donde vimos a un Perera mucho mejor colocado (sin exageraciones, no se confundan, más bien al hilo o poco más allá del pitón), arrastrando literalmente a este Bravucón II, dejándole bien puesta la muleta y con unos soberbios toques para invitar al bicho que no le vimos ni al mismísimo don Julián (que no es el de los puros habanos). Tragó muchísimo ante las incertidumbres del animal, no corrigió un ápice el terreno escogido y se la jugó de veras frente a un buey rajado (por lo parado) y descastado, a pesar de tener asegurada la puerta grande. Y se tiró a matar con clasicismo, cobrando una buena estocada, apenas un pelín desprendida, pero bellamente ejecutada. En su contra, no obstante, apunten un metraje desmesurado –sonaron dos avisos, dos, más de trece minutos de faena… porque a don Justo se le debió parar el reloj-, un tremendismo final, encimista y efectista, para asustar a neófitos, pero con un toro ya parado y agotado en su quimérica embestida, y bastantes pasajes en los que hizo circular a la res por la periferia… Luces y sombras en una faena, a todas luces superior a la primera… pero para aficionados no impresionables.
Julián poco afortunado ayer, y por debajo de sus capacidades (Foto: las-ventas.com) |
Manzanares no estuvo ni en sus estocadas; aquí echándose fuera (Foto: las-ventas.com) |
Resumen, para los del tiempo justo: dos toros
boyantes, segundo y tercero; dos ausencias notorias, Juli y Manzanares; dos orejas exageradas, las de Perera al tercero;
luces y sombras en el toreo contemporáneo del diestro de Puebla del Prior; y
apoteosis en la prensa escrita, radiada y televisada del apesebrado presente.
Más toritos -ahora cuatreños todos- para las figuras:
1º.- Renacer, cursi nombre de este
Zalduendo que sale como primer sobrero, 504 kilos, negro, anovillado, tocado de
cuerna, manso, rajado y mular.
2º.- Jocundo, 519 kilos, negro, delantero
de pitones, algo largo pero de menos que justito trapío, manso, boyante.
3º.- Bravucón I, 531 kilos, negro salpicado,
bragado y meano corrido, algo engatillado de pitones, cumplidor en varas, flojo
pero boyante y noble aunque algo a menos al final.
4º.- Impuesto, 508 kilos, negro, poca
cosa, engatillado, manso y complicado, a veces brusco.
5º.- Jerezano, 512 kilos, castaño, con
dos pitones delanteros, manso, soso y a menos rápidamente.
6º.- Bravucón II, 583 kilos, negro, tocado
de cuerna, manso y rajado, a menos.
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