Todavía
no se han inventado, no, pero cuánta falta hacen. Morante le enseñó unas al
presidente de la plaza de toros de Alicante, pero dudo mucho que sean las
apropiadas, las diseñadas para tal efecto. Y eso al margen de que probablemente
el presidente no las necesitase…
Vaya
por delante mi reconocimiento a la faena muletera, que he podido disfrutar
varias veces a través –en esta ocasión y aunque soy contrario a ello como norma
general- de la filmación. Morante estuvo emocionante, natural,
erguido, serio, profundo, resolviendo técnicamente los problemas de aquello que
tenía enfrente (¿se han fijado en lo que protestaba el toro al finalizar muchos
de los pases?), dando una de aquellas lecciones de tauromaquia que acostumbra (muchas
veces entre la indiferencia general que sólo sabe apreciar naturales y
derechazos… y pare usted de contar).
Morante toreando en Alicante (Foto: elalberotoro.com) |
Pero vivimos tiempos en que el arte parece que se mide sólo con números, en los que la emoción se aquilata en cifras, triste momento para la tauromaquia. ¿Saben ustedes cuántas orejas cortó Rafael de Paula el día del Martínez Benavides en aquella tarde de otoño madrileña? ¿Recuerdan cuántas otras cortó en su magistral intervención de aquella otra tarde de Vista Alegre, en que se despedía Antonio Bienvenida? ¿Hace falta recordar la cuantía y tamaño de la casquería sangrante? ¿Son capaces de decirme si fueron una, dos o ninguna, las orejas cortadas por Curro Romero al de Garzón en Las Ventas? Hombre…, seguro que muchos de ustedes, como yo mismo, podemos acertar con la cifra, ¿pero importa eso para algo? Las emociones no se miden en números, aquello –evidentemente- es lo que necesita el público que no llega a comprender la belleza de un natural, la estética inmensa de un pase de pecho rematado en la hombrera contraria, la profundidad abismal de un trincherazo rematado en el tobillo asimismo contrario, la alegría desbordante de un molinete envolvente, el doblón áureo de más valor que el transportado desde las ricas minas americanas en galeones cuando España dominaba el mundo.
¡Qué más dará una que dos o que mil orejas! ¡Qué pesada se pone la gente con lo de las dichosas orejas! A usted le emocionó… pues eso es lo que vale. Nos quieren convertir en hooligans de los resultados futbolísticos... y aquí hablamos de arte; arte efímero, pero trascendente. Si a usted no le movió el corazón, le puso la carne de gallina, los pelos de punta… allá usted, pero déjenos tranquilos con nuestras emociones, con nuestra manera de entender la vida. El que necesita gafas es el público, no la presidencia. La exhibición de las gafas no deja de ser pintoresca, el lanzamiento de aquellas, en cualquier caso, como gracieta, sobra... y como desaire a la autoridad es punible.
Ésta ha de cumplir y hacer cumplir el Reglamento. Y como Alicante se rige –por el momento y mientras no se desarrolle normativa propia en la Comunidad valenciana- por el Reglamento estatal de 1996, les recuerdo que el presidente, para conceder el segundo trofeo, al margen de que exista petición por parte del público ha de aquilatar: -las condiciones de la res,
-la buena dirección de la lidia en
todos sus tercios, absolutamente todos
-la faena realizada con el capote
–importantísimo, porque el público suele olvidarse de ello tantas veces-
-la faena realizada con la muleta y
-fundamentalmente, la estocada
–fíjense que dice fundamentalmente, no relativa o posiblemente- (artículo 82).
Luego para la concesión
del segundo trofeo –y aquí no hace el reglamento distinción de cosos, ni habla
de categoría de plazas- es fundamental la estocada, una buena lidia, una magnífica faena de muleta y de capote –atención-, y las condiciones de la res –a mayor dificultad,
mayores méritos, como es lógico-. Reses indignas de trapío o
fuerzas, sosas o bobaliconas, mansas hasta la borreguez, disminuyen los méritos
de lo realizado y minusvaloran una faena, que no puede alcanzar tan gran
recompensa.
El toro que le tocó en suerte a Morante, ese colorado de indigno trapío ya
ponía cuesta arriba la concesión; no he visto, por desgracia, nada de toreo con
el capote (aunque sí anda por ahí, en la red, lo realizado en el torito negro,
primero de su lote… algo querrá decir…), ni sé cómo se desarrolló la lidia en
general. La estocada, aunque esforzada e incluso correcta de ejecución –especialmente
para lo que acostumbra el diestro de la Puebla- no tuvo la colocación oportuna
(dejémoslo ahí) y el Presidente, a la vista de todo aquello, aunque hubiese
petición, en uso de su legítima prerrogativa decidió no conceder el trofeo. Las
gafas no las necesitaba él, al que quizá le emocionó como a la gran mayoría lo
contemplado, las necesitaba un público que debía leer antes de entrar en la
plaza cómo se rige este espectáculo. O incluso Morante, para hacer otro tanto.
Morante enseñando las gafas antes de lanzárlaselas al Presidente |
No se olviden, sin embargo, que a mí esto de las orejas me sobra por completo, que para mí lo visto y sentido tiene mucha más importancia que el “dos o tres a cero” de un resultado futbolístico, y que aunque le vi cediendo terreno en alguna ocasión, para facilitar la ligazón en esta tauromaquia postmoderna que nos toca vivir, me conmovió el toreo puro, la partitura callada -trazada con mano firme y muleta cinceladora- del diestro sevillano.
Y las gafas para el que no lo viera.
Y las gafas para el que no lo viera.
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