Madrid, 2 de junio de 2012. Casi
lleno. 6 toros de Adolfo Martín, desigualmente presentados, mansos, de
diferente casta y juego también distinto; destacaron segundo y tercero, más
nobles y boyantes. José Luis Moreno, silencio (aviso) y silencio. Juan
Bautista, división y silencio. Iván Fandiño, palmas (2 avisos) y silencio.
En perfecta coherencia a lo que
ha sido la peor feria de la historia de los San Isidros madrileños, la postrera
corrida de Adolfo Martín vino a subrayar el estado calamitoso de la cabaña
brava española. Y junto al ganado, los diestros hicieron gala de lo que hemos
podido ver y contemplar a lo largo de las 3 novilladas y 19 festejos mayores (incluyo
entre ellos a la de la Prensa), sin contar las dos de rejones que siempre se
mueven en otros parámetros, con otros públicos y donde la afición deserta en
términos generales.
Esta póstuma corrida de
albaserradas en nada se pareció a la que vimos tan sólo hace dos días, con sus
lejanos primos de Escolar. Toros más que justos de presencia en algún caso
(como ese primero, muy lavado de carnes, o el quinto, impresentable de trapío
para Madrid), descastados o muy bajos de
casta en algún caso, y donde sólo han merecido la pena segundo y
tercero, más en lo que uno espera de Cuvillo que en la casta y acometividad que
se imagina en un toro de este encaste. Nada que ver con la corrida de la feria
de Otoño pasado, mucho mejor en términos generales y que nos hizo concebir muy
fundadas esperanzas, aunque no oculto que a la corrida ayer se la picó fatal.
Este triste panorama, especialmente
en los tres últimos bichos corridos, enluteció dos días de esperanzas y
realidades, de casta y juego interesantes siempre. Ayer la gente salió del coso
desesperanzada, sin esas discusiones de días previos, sin destacar siquiera
esos dos buenos toros para la franela que no supieron aprovechar
consecuentemente sus espadas. Lo que deseaban es coger el metro o el autobús e
irse a casa; alguno se quedó rumiando el triste futuro de la fiesta tomando
algo con los amigos, pero no hubo ilusiones o toreos que llevarse a la boca.
El segundo, un ilustre Madroñito, lo mejor de la tarde (Foto: las-ventas.com) |
José Luis Moreno, en esta triste
despedida al San Isidro 2012, no mostró su mejor cara, aunque tuvo enfrente a
dos de los peores del lote. El primero, Sevillanito
–un nombre que nos hacía recordar reatas interesantes- dentro de sus 556 kilos
supuestos no tenía cuajo por ningún lado, muy lavado de carnes. Salió reservón,
frenándose ante el capote del cordobés, y éste en vez de consentirle,
aguantarle, llevarle con mimo y enseñarle el camino de las embestidas, se lo
dejó a los peones del aparcamiento obligatorio. Manseó en varas, aunque hizo un
primer encuentro espectacular, derribando con fuerza, con los cuartos
delanteros (como decía Domingo Ortega que debían hacer los verdaderos toros
bravos) pero saliendo suelto tras el estropicio, sin recargar o quedarse en el
peto del abatido caballo (que aplastó al varilarguero, a Dios gracias, sin
consecuencias físicas para éste). En el segundo encuentro, aunque fijo al
principio, dejó que le sacudieran de firme y acabó haciendo el puente –donde sólo
la vara sirve de nexo entre el toro que no toca el peto y el caballo-, símbolo
de mansedumbre. Y de ahí, como en el primer encuentro… a toriles. Nada hizo
Moreno con la muleta, y nada hizo, tampoco, el toro. Con la zurda le intentaría
pasar en unipases, ante un toro que se desentendía, escarbaba, hacía la estatua
o metía la cara entre las manos. Muy poco confiado ante el reservón acabaron
ambos posando para un grupo escultórico, antes de que lo mandase a los
carniceros tras un pinchazo bajo con arreón y desarme, una estocada por arriba,
un aviso y dos descabellos. El cuarto no auguraba nada bueno, Medroso de mote, con 568 en la báscula,
un toro veleto, que salió distraído, a su aire y haciendo amagos de saltar la
valla. Manso, cortito en sus embestidas, cabeceando casi siempre y descastado,
poco hizo en varas y menos aun en la franela. Tras la segunda serie ya
anduvimos pidiendo que lo matase, visto lo visto en ambos. El bicho no quería
embestir, cabeceaba, tardeaba y se desplazaba unos centímetros apenas. Más de
media caída fue rápidamente efectiva y se silenció la labor del espada.
Juan Bautista con el capote en el segundo (Foto: las-ventas.com) |
Al francés Juan Bautista le tocó
un toro de sangre azul, Madroñito de
apodo, de 523 kilos, mucho más guapo que los dos narrados y que aunque a duras penas
cumplió en los caballos fue noble y pastueño, soso y bonancible en el último
tercio. Bien estuvo el galo con el percal, interesantes las verónicas de
recibo, un buen galleo achicuelinado para llevarlo al caballo y buenos
delantales para responder el quite por nuevas verónicas de Fandiño. Pero hasta
ahí llegó la cosa. Con la muleta entre las manos, al hilo o fuera de cacho, no
supo sacarle el jugo y juego que el animalito ofreció generosos. Por cierto,
hay que respetar la liturgia de la corrida y brindar el primero al presidente,
o al menos pedirle permiso, antes de ofrecer su muerte al público. Fue el toro de
más casta del encierro, pero sin dificultad alguna, boyante y sin
complicaciones. Anduvo sólo aseado el francés, pero sin profundidad, sin
interés, sólo en unos medios pases desmayados dijo alguna cosa. Acabó toreando
al natural con la derecha (esto es, sin apoyo de la espada simulada, que tiró a
un lado), con nuevos medios pases, cogiéndolo bastante atrás y sin rematarlo
lejos a la espalda. Lo peor del toro fue el poco gas y algo de sosería
mostrada, pero era bicho de puerta grande. Unos doblones genuflexos precederían
a una muy efectiva media estocada desprendida. Hubo división al saludar unos aplausos tímidos al principio, se le había escapado un toro más que bueno para
la franela. El quinto fue otra cosa; y eso que Aviador era nombre de ilustre estirpe. Sus 520 kilos, en una
anatomía más larga que sus compañeros, nada decían, su capa negra entrepelada,
su escasez de carnes y su juego, sobre todo éste, manso, flojo, soso y descastado,
sembraron la desilusión en la concurrencia. Este fue otro que intentó saltar de
salida –o quizá de colarse en el burladero del 7, siguiendo a un peón, según
prefieran-, que nada notable hizo en varas y al que, tras dos tandas, también
se le pidió que lo matase. Soso, cortito en su viaje, a media altura, se echó a
poco en el albero… ¡qué horror! En una especie de toreo funcionarial, nos dio
la impresión de que Bautista hacía pasar el tiempo para irse a cobrar sin que
le regañara el jefe. Un desarme final, media caída efectiva y el espada pudo, al fin, pasar por las oficinas de la empresa (en sentido figurado, claro, ya nos imaginamos que las
cuentas las hará a finales de año…; cosas que tiene el que el apoderamiento).
Mulillero, el lidiado en tercer lugar, lavadito de carnes pero bueno en la muleta (Foto: las-ventas.com) |
El tercero fue otro ilustre Mulillero que dio juego en la muleta.
515 kilos, cárdeno y veleto casi cornipaso del derecho y bizco del zurdo, corto
pero con cuajo, pero manso, sosote, pastueño y noble por el derecho (por el
zurdo era complicado y hasta peligroso). Nada hubo con el capote (se ve que con
el quite al segundo bastaba) y empezó con muchas ganas en la muleta. Lo citó de
lejos, en los medios, ligando un par de tandas, sin mucho mando, es cierto,
pero con transmisión, colocado al hilo. Pero en las siguientes tandas, en una
faena por completo deslavazada, desestructurada, lo mismo citaba más en corto –a veces desde
casi la oreja-, que se alejaba y citaba en la lejanía, o se pegaba una carrera
a mitad del trasteo; lo llevaba más lento y en redondo,
que se descubría o lo despedía en paralelo; hacía probaturas absurdas o lo
llevaba templado y mandado. Un completo totum revolutum. Sin tocarlo con la
zurda intentó montar la espada, pero al ser requerido hizo un nuevo y absurdo
paripé para que la gente viese que no iba bien por ese pitón (cosa que habíamos
apreciado en alguna de esas probaturas citadas, y que los buenos aficionados
observarían en un pase, casi al final de la faena). Si se pliega uno a tal
imposición (que no debió hacerlo), al menos, inténtese con voluntad, y no para
salir del paso. Sonó un aviso –hasta tal punto fue de caótica la faena- y por
fin le atizó un pinchazo al encuentro, marró una estocada de la misma forma,
dio otro pinchazo hondo al encuentro también (para recibir hay que aguantar sin
moverse), un nuevo encuentro de aquella forma, un metisaca bajo, nuevo aviso y
un descabello. A pesar de todo ello, justas palmas.
Fandiño en un buen derechazo a Mulillero (Foto: las-ventas.com) |
Ante el descastado Sombrerillo final (566 kilos, cárdeno
muy oscuro o entrepelado, pero otro de escaso trapío), un toro brusco, manso y
reservón también, nada de interés le vimos. De uno en uno desde el principio,
algo al hilo, no supo cómo meterle mano, cambió de terrenos, lo citó
infructuosamente, y ante los tardeos y que metía la cara entre las manos, por
fin se dobló por la cara antes de matarle de un pinchazo con salida a escape y
una puñalada baja sesgando. Perdió buena parte del crédito adquirido en el día
previo, una lástima.
Corrida gris, como la propia capa
de los bichos lidiados, que mostró –a modo de resumen- lo que ha sido esta
feria en su conjunto: mal ganado en general, cuando salen toros no hay toreo a
su altura, buenas entradas y un claro triunfador: las arcas de la empresa
tripartita... a costa del sufrido aficionado.
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