No nos gustó una de las más
esperadas ganaderías de la feria, la de Victorino Martín. Y no nos gustó no
sólo porque hubiésemos puesto las expectativas bastante más altas que las que
las realidades mostraron, sino porque esperábamos que –después de dos años de
ausencia- al menos la presencia y la casta hubieran sido impecables
en esta reaparición madrileña. Y ambas, las dos cualidades imprescindibles para
considerar a un toro como de lidia, las dos características fundamentales antes
de ser lidiado un animal, faltaron en muy buena medida. La presencia dejó mucho
que desear: se lidió un segundo a través del cual se podía ver la plaza de
Manuel Becerra, una oblea anovillada de 490 kilos (sin embargo, el tercero, más
corto y bajo, tenía cuajo de toro, aunque no llegase a ese peso -485 kilos-); tampoco
nos gustó el último, otro bicho sin trapío, largo y también anovillado, ahora
con 552 kilos, para que sigan diciendo que en Madrid sólo quieren kilos… Los
hubo, sin embargo, con cuajo y hechuras de albaserradas clásicos, alguno con
pavorosa cornamenta que no disimulaba las escaseces de remate. Primero, cuarto
y quinto eran toros de los que esperábamos en ocasión tan importante.
El segundo, un toro sin cuajo y anovillado, fíjense en los cuartos traseros |
El sexto, otro toro sin remate cárnico (Foto: las-ventas.com) |
De casta escasa en general, la
corrida no dio el juego que la afición confiaba ver. Hubo un primero, Pobrecito de mote, que cumplió en varas sin
excesos, pero que llegó soso y yendo a menos en la franela, pobrín…; ese
segundo escaso de carnes, que fue manso en varas y luego sacó más genio que
otra cosa, deslucido y complicado en el último tercio; un tercero, manso, soso
e incierto en la muleta, ante el que anduvo firme y decidido Aguilar; un cuarto
complicado y mansote, algo mirón y no menos incierto en sus arrancadas; un
quinto manso, soso y a menos, bastante parado en los finales; y un sexto manso
en los caballos, brusco y poco claro en el último trance. En resumen,
mansedumbre en la pelea en varas –con la excepción del primero-, y más genio y
complicaciones que clase y embestidas encastadas en el último tercio. Esas incertidumbres
en las arrancadas de varios de ellos, que lo mismo miraban al diestro que al
trapo, iban francos al engaño o se desentendían y se arrancaban hacia el
espada, miraban a uno o a otro bultos, remataban el pase o se quedaban a medio
viaje, se ceñían -o revolvían al finalizar el lance- que se despedían hacia
fuera, no puede considerarse como casta de ningún tipo. Incertidumbre nacida de
la falta de entrega, de la falta de verdadera intención, no originada en la
acometividad y el auténtico ansia de coger trapo o engaños –ya no digo con
nobleza, boyantía y clase- sino con fiereza, repetitividad o donación del ser. Así
que, y una tarde más, la terna anduvo más que justificada en términos
generales, unos más –Aguilar- y otros menos –Urdiales-.
Y sin embargo, un toro, el cuarto, Diligente, de 548 kilos (Foto: las-ventas.com) |
Abrió la misma el pacense –o ibicenco-
Antonio Ferrera, que hubo de aguantar algún recado de salida, por el pitón
zurdo, del que salió en primer lugar, lo mismo que sufrió Urdiales en su quite.
Colocó al toro para que se luciese en varas, algo digno de elogio… Pareó con
más espectacularidad que ortodoxia, clavando sólo sobre un pitón en tercera instancia.
El toro llegó a la muleta con más ímpetu del que mostraría al final, metiendo
incluso riñones en la tanda de tanteo. Pero viendo infructuosas sus embestidas,
se vino abajo en la siguiente, con la diestra, soso, noble, aunque como
sabiendo lo que dejaba atrás. Ferrera nos gustó en dos derechazos en la
siguiente tanda, más colocado y ceñido que en la previa, acortando distancias
en las siguientes para descolocarse un tanto mientras lo llevaba más en
redondo. Virtudes y defectos que se fueron alternando en su trasteo, que
prolongó en demasía, aunque al fin nos regalase unos estéticos lances genuflexos.
Sonó un aviso antes de que pinchase dos veces, más abajo que arriba, y le diera
una estocada caída. También anduvo bastante digno con el cuarto, un veleto,
casi cornipaso del pitón izquierdo, de abundante leña. No se amilanó el diestro
ante el abundante sombrero, y aunque no hubo toreo digno de resaltar con la
capa, lo pareó algo mejor que a su primero (el segundo par sobre un pitón y el
tercero al quiebro, en tablas, aunque moviéndose un tanto). Ferrera le dio distancias
en los comienzos de las series, aunque sin aguantar lo que hubiera debido en más
de una ocasión, con algunas desconfianzas iniciales, hasta que se aseguró con
la zurda. En la tercera tanda afirmó la planta, decidió colocarse mejor, y sacó
algún natural de mérito. No hubo mucha continuidad, el bicho se revolvía incómodo,
mandándole más de un recado en el ala del pavoroso tocado cefálico. Ello
provocó que acabase el diestro sobre los pies, en toreo que recordaba al de las
décadas de oro y plata del toreo, doblándose con eficacia por la cara. No mató
bien, una lástima; cinco pinchazos variados, casi ninguno por arriba, y una
puñalada entera por el brazuelo, desdijeron de su labor con la flámula.
Ferrera en el primero (Foto: las-ventas.com) |
A Urdiales le hemos visto sin el
sitio que llegó a coger años atrás, cuando los triunfos se repetían, incluso en
la misma plaza de la Corte. Su primero, es cierto, fue un toro complicado y
deslucido, con más genio que casta, al que intentó lidiar con el capote, retrocediendo
hacia los medios. Comenzó bien con la franela, doblándose en los medios, lo más
meritorio de su actuación. Pero no siguió luego con la misma intensidad,
perdiendo ritmo, ligazón, sin muchas ideas, aunque intentando colocarse en el
lugar del mayor riesgo y cargando muchas veces la suerte (algo que también
vimos en Ferrera). Acompañó más que dominó, faltó algo de limpieza y quizá
mayor decisión. El toro, vaya en su descargo, era un prenda, gazapeaba, miraba,
y acabó revolviéndose sobre las manos. Como se prolongó demasiado escuchó un
aviso en medio de un pinchazo por arriba, tres cuartos de puñalada en la
paletilla y una estocada en las péndolas. El toro sólo sacó casta a la hora de
la muerte, aguantándose en pie hasta caer muerto sin puntilla. Tampoco anduvo demasiado
bien el riojano en el quinto, en el que nos gustaron esos andares para
sacárselo a los medios, muy toreros, aunque perdiendo en vez de ganar terreno. Pero sin bajar la mano ni intentar someter las arrancadas del veleto
de turno, dijo más bien poco, mientras el toro se iba apagando, soso, corto en
sus embestidas y a menos en general. Terminó ahogándolo en la distancia más
corta y recurriendo al encimismo justificador… sólo para unos cuantos menos
doctos. Un pinchazo desprendido y una entera por arriba dieron con el toro en
la carnicería, no sin escuchar un recado del palco.
Alberto Aguilar, en el que cortó oreja, cargando la suerte (Foto: las-ventas.com) |
La de Alberto Aguilar ha sido la
oreja más meritoria de lo que llevamos de ferias. Más incluso que la de Luque
de ayer, porque la ganó a base de esfuerzo, de valor, de tragar una enormidad,
de entrega. Y eso que comenzó más atropellado que sereno. Pero se centró en su
tarea, decidió clavar las suelas al albero, y tragó entradas al paso, inciertas,
ceñidas o coladas sin cuento, llevando y dirigiendo las dificilísimas arrancadas
de la res hacia buen fin. Y ligó, ligó sin necesidad de perder terreno…
desdiciendo, por tanto, de esa absurda teoría actual, aunque recurriera a ella
en la siguiente serie. Con la zurda, después de tragar una muy amarga píldora,
daría dos naturales de muy buena nota, de mucho dominio, para terminar
doblándose en serio y con eficacia, tanto en pie como genuflexo –hubo mucho
gusto en alguno de ellos-. Una estocada entera, aunque algo rinconera, fue
reconocida con el apéndice auricular, y sin una sola queja del público
asistente. Con el postrero del festejo,
otro manso que se comportó con brusquedades e incertidumbres, volvería a las
andadas; aguantó bastante las entradas irregulares del toro, el que se
revolviera incómodo, y la faena fue creciendo en intensidad a medida que
transcurría el tiempo. No es que hubiera mucho mando, mucho gobierno de las
embestidas, pero anduvo bastante aseado en general ante las complicaciones de
la res. Lo mejor vino en las dos últimas series, al natural, con mayor dominio
y dos naturales más que superiores, que arrancaron un olé sincero y profundo a
todos los concurrentes. Muy buenos. Un pinchazo hondo, que acabaría en media,
algo desprendido y dos descabellos le hicieron perder la intensidad de esos
últimos momentos y la posible oreja que le hubiera abierto la puerta grande. Oreja
que no llegó y que hubiera sido premio exagerado, pero que dado el nivel general
se merecía mucho más que las cortadas días atrás. ¿No les parece que hay mucho
regalo de entradas, a público festivo, para mejorar resultados y justificarse
ante la Comunidad? Quede ahí la duda.
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