El
comentario de Ángel Arranz
Maestros
Hay maestros que necesitan casi tantas clases
como los alumnos. Y eso no es ni bueno ni malo, porque siempre estamos
aprendiendo, y con suerte, solo el tiempo sabe poner a cada uno en su sitio.
O sabía.
Ojo, la globalización –“también la taurina”-, los
“globalizadotes”, tiene tanta osadía y medios que se permite el ultraje de
poner en sitios a quien quiera, cuando quiera, donde quiera y como quiera.
¿Eso es la democracia?
En realidad es un globo como los demás, pero con
la peor baba, y cuando menos se lo esperen, les estalla, y se quedan lisiados
sin remisión.
No, tampoco el toro pone en su sitio a la mayoría
de los toreros. Ponemos un torero primerizo, uno con escaso oficio, o uno que
hace tres paseíllos por temporada, con doce o catorce corridas duras,
durísimas, con peligro sonoro, a contra estilo, de las que piden el carné de
maestro completo, y comprobaremos que el sitio que cada cual merece, no es lo
que es, ni es lo que parece. Solo hay que hacer un pequeño ejercicio de
imaginación en la combinación de toros y toreros para no tener dudas.
En algunos aspectos hubo tiempos mejores. En
carteles de hace décadas, incluso hace más de un siglo, las figuras hacían
gestos y gestas con los toros más temibles. Hoy, salvo rarísimas excepciones,
las figuras y figuritas dejan los toros temibles para aspirantes a subir un
peldaño en el escalafón, y para toreros que tragan, o se quedan en el paro y
desamparo total, o casi.
Hemos progresado poco, nada, incluso hay
retroceso en propuestas necesarias para equilibrar razones, méritos,
oportunidades, sensaciones y realizaciones. También eso influye, muchísimo,
en el cemento vacío que hay en los tendidos de casi todas las ferias. ¿Adonde
va la “industria torera”?
Los cimientos, las raíces para ser o intentar ser
en el arte de torear, están bastante desorientadas bajo mi punto de vista.
Los chavales que empiezan, además de asistir a las escuelas taurinas, han de
ir creando o elaborando su propia personalidad y concepción del toreo. Y
luego, están los que se hacen en silencio, o a la sombra de dinastías, sin
contar con el criterio y el contacto de aficionados expertos.
Hay un programa televisivo de cómo hacer toreros
que deja mucho que desear. Con la intención no basta. Al abajo firmante, en
su día, le hacen pasar por algunas de las pruebas que tienen que “superar” los
aspirantes y les mando orinar… por no decir otra fea cosa. Sí, en algunos
aspectos se ha cambiado tanto, que los brindis a divas universales como Ava
Gadner, se han transformado en rumores acerca de la princesa de… San Blas.
Ayer, en conjunto, no hubo motivos para brindar
por el triunfo. Alberto Aguilar estuvo a punto de conseguirlo. Su entusiasmo
y entrega lo merecieron, pero pinchó a espadas en el que tenía la llave de la
Puerta Grande; oreja en su primero y vuelta en su segundo es un balance
esperanzador. Urdiales decepcionado con su lote, nos recordó lo correcto en la brevedad y sobriedad de la lidia
clásica. Ferrera sigue con el motor acelerado, a ritmo más pausado y temple más sincronizado
en los toros que le tocaron, hubiera y hubiésemos saboreado la calidad de su primero y las
posibilidades de su segundo. Los otros tres toros de Victorino estuvieron más
cerca de los toros estándar que de los toros que le llevaron a llenar plazas y a engrandecer su divisa. Hace falta más
tronío, trapío, energía y maestría globales, en todos los órdenes, para que el
futuro de La Tauromaquia tenga la credibilidad y admiración de sus mejores
tiempos. Como está, desgraciadamente, y salvo excepciones, es: ni fu ni fa.
Hay maestros toreros que son virtuales
Atesoran más insolencia que cualidades
Hay maestros toreros que son especialistas
Algo tienen de incompletos o tremendistas
Hay maestros toreros que son doctores
Ser doctor solvente y sobrio es el honor
¿Todos los voceros tienen pundonor?
“Ni son todos los que dicen
Ni dicen todos los que son”
¿Valen estas coplillas para otros empleos y plantillas?
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