Dos horas menos ocho minutos ha
durado el festejo más intenso y emocionante de lo que llevamos de feria de San
Isidro. Se ve que cuando aparece la casta, y con ella las lógicas
complicaciones que suponen dominar y lidiar un toro de lidia, la cosa va
rápida. Los lidiadores no se entretienen en mil pases inútiles porque cada uno
de ellos supone un nuevo riesgo, una nueva lección que –lenta o rápidamente- va
asimilando el toro, unos segundos más de exposición. En esas plúmbeas corridas
que duran tres horas o acaso un poco menos, hay doscientas series y arrimones
frente al toro moribundo, inmóvil, aplomado, estuporoso. Ayer no hubo ni de lo
uno, ni de los otros, y eso que a los pobres pupilos de José Escolar les dieron en
el caballo con verdadera saña, tanto o más que cuatro o cinco corridas enteras
de las precedentes…
A fin de cuentas la corrida tuvo
casta, acometividad, intenciones más o menos claras, pero siempre ganas de
coger los trapos o lo que se le mostrase por delante, movilidad, algunos –incluso-
hasta ese punto de fiereza que nos pone el corazón en un puño; una corrida en
la que nadie comió pipas, todo el mundo tuvo ambos ojos en la arena, en lo que acontecía
en el ruedo. Los programas quedaron maltrechos de apretones y sudores; los
vecinos de localidad con algún codazo o pisotón y alguna consulta de cardiólogo
echó el cierre por overbooking. Pudieron gustar más unos que otros, es cierto;
los hubo mejores y peores, pero ninguno aburrió como hicieron y han hecho tantos,
días atrás. Eso es mérito del ganadero, eso es la búsqueda de la casta.
¡Lástima que los espadas no sacasen el partido que algunos de ellos tenían,
sumidos en los reparos y en las preocupaciones que les imponen el nombre y origen
de la ganadería!
El segundo, Palomito, 525 kilos, ovacionable de salida (Foto: las-ventas.com) |
Porque, como decimos, hubo toros
bastante complicados y otros que no lo fueron tanto. No obstante la casta suele
ser siempre exigente y para ella hay que tener mucho oficio, mucha experiencia,
muchas corridas toreadas, y una presencia de ánimo inconmovible. Y quizá ahí
falló el cartel de la empresa tripartita.
El primero fue Majito I, quizá el que menos me gustó de
remate –le faltaban carnes y cuajo, no esqueleto-, de 535 kilos, y como sus
hermanos cárdeno con diversos accidentes. Salió codicioso en el capote,
revolviéndose y repitiendo en el percal del salmantino López Chaves; pasó por
varas con más genio y caras altas que bravura alguna, mal picado, como lo fue
el resto del encierro; y llego a la muleta algo incierto, pero con casta,
buscando coger… la franela o al diestro. Muy inseguro, Chaves apenas se confió;
algunos ayudados al natural, bastante pico para despedirlo, unos doblones visto
que no podía con él y un final a punto del desborde. El bicho se complicó
bastante a medida que no se le daba el trato oportuno, con algún gazapeo y
revolviéndose con afanes homicidas. Desde fuera le recetaría el diestro media
pescuecera que hubo de suplementarse con dos descabellos; leves pitos. El
cuarto fue el mejor toro del encierro, Corredor,
de 530 kilos, un tío con toda la barba, un sombrero de escaparate y cuajo de
toro de lidia; trapío que debió ser unánimemente ovacionado si quedara
verdadera afición. Con el capote demostraría ya sus bondades, yendo mucho más
largo que sus compañeros de vacada y metiendo la cara con nobleza. Lo intentó López
Chaves con la capa, y aun ganó algo de terreno, sin mucha firmeza de plantas,
pero vale... Pasó el bicho sin pena ni gloria por los caballos y llegó
generoso, noble y boyante a la muleta, metiendo la cara por el suelo, rematándose
más atrás que los precedentes. Me gustó la actitud inicial del espada
salmantino, sacándolo a los medios, colocado al hilo, pero el toro le superó en
sus embestidas y él se achicó. Le quito la muleta de la cara, le ocultó el engaño
para que no repitiera, fue descolocándose –este encaste necesita colocación o
cruce-, llevando el trapo a media altura y acabó casi por desengañar al pobre
toro, algo desconcertado. Cuando podía, no obstante, el animalito embestía y
repetía con transmisión, fuerza y nobleza (como alguno más, embestía con todo,
desde los pitones a los riñones). Un bajonazo con técnica cinegética lo mando
al desolladero. Una pena.
El cuarto, Corredor, el mejor de la tarde (Foto: las-ventas.com) |
El segundo obedecía por Palomito, con 525 en la báscula, otro
toro ovacionable de salida, muy en el tipo clásico de los albaserradas. Otro,
además, que fue largo y generoso al capote de Fernando Robleño y que -al contrario
que días atrás- repetía con seriedad y fijeza en el trapo, sin pegarse esas
carreritas y salir suelto del engaño como hemos visto tantas tardes. Me gustó
su primera vara, a pesar de taparle la salida, pero fue a menos en la segunda, con
un castigo fenomenal. Llegó encastado y con complicaciones al último tercio,
revolviéndose codicioso. Era otro toro que necesitaba continuidad, que se le
dejase el engaño y se repitiesen los lances, y Robleño –algo fuera- no optó por
ello. Ello motivó que, a veces, el toro escarbara, aunque fijo en el engaño, y
tardeara por esa discontinuidad de la faena. Cuando entraba, y uno más,
empujaba con los cuartos traseros, aunque se revolviese sobre los delanteros. Se
coló alguna vez, se ciñó alguna otra, pero apunten la colocación del espada y
ese afán que impone la casta en la búsqueda de coger al oponente. Sin estar
bien, Robleño anduvo firme, aseado en general, y eso ya es mucho en corridas
como ésta, mucho más que esos pestiños insufribles y pesadísimos que días atrás
nos han obligado a ver algunos otros coletudos. A mi juicio se pasó de faena,
la longitud del trasteo motivó un aviso, y tras del mismo una entera algo
desprendida, pero tirándose con ganas, le ganó esa ovación al madrileño. El
quinto, Cariñoso IV, fue otro toro
con cabeza pavorosa, aunque sin el cuajo de sus hermanos, menos hecho que
varios de ellos. Un manso que, sin embargo, metió la cara siguiendo a los
engaños en todo momento. Pudo mirar, le cogieron pavor en banderillas, pero no
tiró un solo derrote al espada, ni justificó esas prevenciones que le tomaron.
Quizá le faltó la entrega de segundo o cuarto, pero tampoco era un Barrabás
manifiesto. Vale el vídeo para comprobarlo y cómo siguió siempre la muleta en
el último trance. Tres varas sin gloria, pero con mucho castigo, tomó el
albaserrada, y tras una lidia catastrófica en el segundo tercio, llegó en
terrenos de toriles al postrer trance. Robleño lo separó de su querencia y
comenzó bastante bien, doblándose con él, quizá le faltó un poco de quietud.
Pero no se confió a continuación; las miradas del toro y las del espada a los
pitones, hicieron temblar los fundamentos del arte, y sobre los pies anduvo de
nuevo con doblones y pases de castigo con más eficacia que lucimiento. Era toro
para tragar, para aguantar, para exponer en pos de un triunfo definitivo. Una
casi entera, desprendida, y dos descabellos –con sendos desarmes al peonaje, que
anduvo muy mal- dieron con el de Escolar en el desolladero.
José María Lázaro en el sexto (Foto: las-ventas.com) |
Al novel José María Lázaro le
correspondió un primero de nombre Confitero,
514 en la báscula, manso en varas, complicado y brusco o bronco en sus cortas y
exiguas embestidas. Quizá el animal más peligroso del encierro, que comenzó con
cierta codicia aunque sin demasiado recorrido. A estos toros hay que tratarlos
con mimo, sin brusquedades con los engaños, con lances suaves y largos para
enseñarles el camino y la actitud que deben seguir. Más flojo, además, que sus
hermanos, hubo peligro cierto, entraba siempre con la cara alta y sabiendo lo
que dejaba detrás. Más que aseo le apunté al joven Lázaro ante un bicho que
hubiera descompuesto a más de uno. Peor anduvo, sin embargo con la tizona, tres
pinchazos por arriba precedieron a una entera caída, una lástima. Silencio
respetuoso. El sexto se llamó Ventolero,
de 549 en la romana venteña, manso con casta –quizá menor que otros- y
complicado también. Le dieron a modo en las varas, en donde no brilló
especialmente. Y aunque levantó la cara pronto en la muleta, es verdad que
comenzó humillando y con recorrido. Lázaro se colocó sólo por momentos y acabó
desconfiado y -a veces- descubriéndose
en exceso, lo que acarreó más de un susto, sin saber cómo meterle mano. Quizá
con más oficio, con varias decenas de corridas a sus espaldas y muchos más
toros lidiados, hubiera andado mejor, porque ganas y decisión no le faltaron en
los prolegómenos de la faena. Media por
arriba y dos descabellos finalizaron con el festejo, apenas ocho minutos antes
de que se cumplieran las dos horas.
Hubo emoción, hubo interés, es
cierto que no todos los toros fueron buenos pero hubo más casta y posibilidades
de las que la lidia y trasteo mostraron. Los espadas, no obstante el resultado
final, dieron la cara y están más que justificados. Sobre todo mientras que las
figuras no se encierren con reses de éste y otros hierros en los que la casta
domina a la toreabilidad insulsa, sosa, aburrida y decrépita.
Mis apostilla es que después de lo vivido durante toda la Feria me pareció muy meritoria la labor de Robleño, más de lo que usted describe que tiene una exigencia máxima (lo cual me parece muy bien), pero debía haber dado una vuelta al ruedo en reconocimiento al pundonor y algunos lances tirando del toro, mandando, que tuvieron mucho mérito y emoción. Palomito fue un bicho que pedía las credenciales de matador, para mi fenomenal Robleño que incluso lo lució en varas y vimos como se vino a menos en el segundo encuentro después de un primero que nos dejó impresionados.
ResponderEliminarCon el quinto, le achaco que no se siguiera doblando hasta pegarle una estocada sin dejarle pensar y el que lo quiera ver que lo vea, y el que quiera pitar que pite, pero esa era la única posibilidad que yo vi a ese pájaro: dominar y poder con él, algun adorno para alegrar al público, estocada arriba y me voy más chulo que un ocho. Pienso que la cuadrilla lo dejó muy avisado para el tercio de muerte.
Gracias, cada crónica es magisterio.
Saludos