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viernes, 8 de junio de 2012

Luque corta una oreja en tarde sin criterios

Madrid, 7 de junio de 2012. Media plaza. 6 toros del Puerto de San Lorenzo, desiguales de hechuras, mansos, flojos (especialmente los dos primeros), sosos y a menos los tres primeros y descastados sin paliativos los tres últimos. El Cid, silencio y pitos. Daniel Luque, oreja y palmas. Thomas Dufau, que confirmaba la alternativa, ovación (aviso) y silencio.

No volveremos, por el momento, a subrayar la falta de criterio del público que asiste a esta segunda parte -“del arte y de la cultura”- de la feria isidril. Salta a la vista. Lo que hace unos días se hubiera saldado con premio más moderado, o con ovaciones meritorias, ahora –será cuestión de esa “cultura” oficial y obligatoria-, transcurre entre exageradas recompensas o entre silencios asombrosos. ¿Cultura, arte…, de cuáles hablan? ¿Cómo se potencian de veras? ¿Alguien ha explicado al público de aluvión en qué consiste esto de la tauromaquia, dónde reside su mérito, cuáles son sus auténticas raíces? ¿O es simple etiqueta consumista…? La pregunta es meramente retórica, claro está. La cultura “oficialista” radica precisamente en eso: le ponemos una etiqueta y cuela ya cualquier cosa, porque tampoco la gente se va a detener a analizar qué hay detrás de ello, porque a nadie le interesa aquello…
Pero, centrémonos en el festejo de ayer, que sería muy fácil de resumir: no hubo toros de lidia, sino bueyes de diversa calidad; el Cid sigue desaparecido; Thomas Dufau confirmó nervioso y sin interés (ovación) y anduvo mejor –bastante mejor- en el sexto (silencio); y vimos -al menos para mí- lo mejor de los casi treinta días consecutivos de espectáculos en el capote, muleta y estoque de Luque en su primer toro (oreja).
El peligroso cuarto, Burganoso (Foto: las-ventas.com)
Lo del ganado era un suma y sigue a la trayectoria ordinaria de esta vacada en los últimos años. Es verdad que, de tanto en cuando, le sale una corrida interesante, pero en términos generales es difícil conseguir un conjunto tal de bueyes… de condición tan dispar. Desde el inválido inicial, soso, y con trote cochinero; pasando por el segundo, otro que acabó soso y corto en su viaje, flojo y manso desde el principio; un tercero algo mejor de fuerzas, también sin sal, pero al menos con dulces embestidas… hasta que decidió rajarse; un cuarto veleto, manso y bastante peligroso; un quinto rajado desde el inicio y con malas pulgas cuando podía; y un sexto de condición mular, que tiraba algún tornillazo en el inicio de la faena y acabó sin recorrido alguno al amparo de las cercanías de tablas.
También lo del Cid era previsible. A pesar de esfuerzos está sin sitio, sin conseguir afianzar las plantas en la mayor parte de los lances, sin saber cómo deshacerse del toro en los remates, pajareando entre pases… Hubo momentos en el segundo verdaderamente horribles… Y todo ello sin la largueza de los lances de años atrás, sin su mando o poderío, acompañando el viaje –más o menos generoso- del bicho. Repito, hemos de considerar su esfuerzo… baldío; pero no podemos dejar de reflexionar que quizá necesite –cuando menos- un año sabático para reconsiderar su situación. A ese primero suyo lo mandó al desolladero de una entera desprendida, sacando la taleguilla rota en el encuentro. Los incomprensibles pitos en el cuarto nos dejaron perplejos. El bicho aquel no tenía un pase, algo que cualquier aficionado pudo ver y comprender desde la suerte de varas en adelante, tornillazo va y viene, gañafón por aquí y por allá, con afanes de arrancarle la cabeza al diestro. Sí, es cierto que el sevillano no anduvo bien, que en vez de tantearlo por alto –o rematar los pases por arriba- debió doblarse por bajo… pero no era eso lo que el indocto público exigía, sino el que se pusiera a dar derechazos y naturales. ¡Dios mío, qué nivel! Con ambos a la defensiva, cada cual a su propio nivel, lo despachó con mucha suerte de media caída y un descabello en dos tiempos… con suicidio del presunto asesino.
Thomas Dufau confirmó su alternativa ante un animal soso, descastado e inválido, un lujo de esos que acostumbra a ofrecernos el Puerto. Le apuntamos seis caídas entre trotes cochineros y exiguos viajes. Tras que no le picasen en varas (y no fue el único), y unos pases cambiados por la espalda, empezaría el francés muy despegado y descolocado. Algo mejoró en las siguientes tandas, pasándoselo algo más cerca, pero en ese toreo que no dice nada, periférico y sin profundidad. Tan sólo le apuntamos un natural de mérito en la quinta tanda, antes de que el toro se le ciñese -al descubrirse- con el ¡uy! correspondiente. Unas manoletinas en las que tuvo que rectificar terrenos porque el bicho no pasaba “ni por eso” y, desde fuera, una entera, trasera y caída, antes de oír un aviso mientras doblaba el buey. Mejor y más firme anduvo en el sexto, un precioso atanasio –vía Lisardo- berrendo en negro, botinero, gargantillo, bragado y meano corrido y algo salpicado (burraco le dicen en el sur), pero mulo de condición. 
El sexto, Cordilisto, al que parte del público recibió como una vaca lechera (Foto: las-ventas.com)
El bicho, que visitó toriles de salida, volvería allí tras las varas, y llegó, tras una lidia caótica, brusco, sin clase, sin repetividad, corto y revolviéndose y regalando algún derrote que otro, algún tornillazo que otro. Dufau anduvo firme, intentó pasarlo bien colocado ahora, exponiendo, y aunque no hubiera continuidad y optase finalmente por el encimismo, hemos de reconocerle el aseo en general. Dos pinchazos saliéndose y una entera chalequera desdijeron de ese aseo previo y silenciaron finalmente su labor.
El que estuvo bien ayer fue Luque, del que tras un paso gris y anodino por el ferial de San Isidro no esperábamos mucho más. Pero estas son las cosas que tienen los toros. Cuando menos te lo esperas salta la liebre, por eso hay que perseverar en la afición y ser constante en la asistencia. Le tocó en suerte un toro sosainas, mansote, que acabó por rajarse, pero al que le sacó el juego que llevaba en su interior, aunque exagerase al final.  Muy bien con el capote, llegó a dibujar algunas verónicas de clase, mandando, sin ese gesto hoy habitual de pegarse el capote al cuerpo para traer al toro, sino moviendo bien los brazos, al escaso ímpetu del toro, casi a cámara lenta, pero llevando encauzadas las breves y parsimoniosas acometidas de la res. Quitó por dos veces; en la primera volvieron a surgir dos de esas verónicas frescas, pausadas, reposadas, aunque el remate no llegase a su altura; en el segundo vinieron las mejores que nos ofreció, hondas, estéticas, tranquilas, bien rematadas ahora con una media desplegada, muy personal, casi una media entreverada de larga a media altura. Muy interesante. Gracias al cielo, recuperamos una de las grandes virtudes que nos atrajo y subyugó cuando novillero y que luego no ha mostrado sino esporádicamente. 
Luque toreando a la verónica (Foto: las-ventas.com)
Otra virtud de antaño era la estocada, y también se la vimos ayer, algo rápida, es cierto, pero yéndose recto detrás del acero y cobrándola por arriba. Anduvo asimismo bien en los remates de las series de la muleta, en los adornos, relajados, con clase y gusto, con naturalidad, sin forzar la postura. Muy bien. Lo que menos nos gustó fue el toreo fundamental, fiel reflejo del que ahora se practica, con el paso atrás para ceder terreno al toro, descolocándose siempre. Si hubiera mantenido la posición y enfrentado mejor los pitones de la res, hubiera sido una buena faena, porque mandó en algunos pasajes de la misma, dio distancias en los comienzos, y aunque el viento lo ensució en ocasiones, el trasteo tuvo cierta enjundia. Alargó demasiado la faena cuando el toro se le rajó, acabando ambos en tablas, pero el conjunto fue el más interesante de cuantos hemos podido contemplar en toda la colección de ferias primaverales madrileñas. 
Un natural al tercero (Foto: las-ventas.com)
El más grande del festejo salió en quinto lugar y fue el más soberano buey del festejo. Se rajó, incluso antes de la primera tanda. Por toriles anduvieron ambos, sin que le consiguiese sujetar más que en un par de pases aislados… A mi juicio, al igual que en su primero, porfió en demasía, jaleado por los incomprensibles aplausos de los que quieren ver, al parecer, sangre derramada. Se lo quitó de delante de una entera baja.
Sigo sin entender la falta de criterio de la plaza…

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