La categoría de una plaza viene marcada desde antiguos
reglamentos en tres niveles, supuestamente en función de las exigencias de cada
coso, de su afición, del nivel taurómaco de cada circo, de su población y
número de espectáculos.
Madrid, qué duda cabe, ha sido desde siempre considerada
como plaza de primera categoría, algo que solía enorgullecer a sus aficionados
y abonados, que han luchado durante décadas, casi durante siglos, para mantener
aquel grado de dignidad que permitiese que lo que se hiciera en su coso tuviera
una especial trascendencia, que el eco de las hazañas de los diestros, del
ganado lidiado en su plaza, se multiplicara por todo el orbe taurómaco.
Este año, sin embargo, la dignidad del ganado que ha pisado
su arena ha dejado muchísimo qué desear, las hazañas de los diestros casi han
brillado por su clamorosa ausencia, las transigencias del palco en
reconocimientos y en el mantenimiento de reses indignas en la plaza –por su
trapío o por su invalidez- han dado como consecuencia la disminución en la
categoría de la plaza de Las Ventas... con gran alegría de los profesionales, sin duda.
Las Ventas, antes de la Guerra Civil |
La categoría no sólo viene marcada en un texto legislativo,
en una orden ministerial o en un real decreto, sino que ha de mantenerse en la exigencia
desde el palco y por los públicos que asisten a todos los
festejos (y no sólo a algunos de ellos). Lo hemos dicho muchas veces, y
lo repetimos una vez más, la categoría de una
plaza se sostiene sobre sus equipos presidenciales –reconocimientos y
seriedad en el palco, límite a la concesión de trofeos injustificados y a
veces no
acordes al Reglamento, cumplimiento del mismo congruente con la tradición
local-, la seriedad y conocimientos de su público –siempre con una afición
cualificada,
activa y presente que será el máximo exponente de ella-, el trapío y la presentación de sus toros. El aforo no es importante, ni tampoco
el tamaño
de la población, ni la propaganda que se haga en torno a su feria. Hay localidades
de 500 habitantes cuyas plazas son muy serias y de gran categoría (las
hay en La Mancha, en el valle del Tietar, en Navarra, Aragón o Castilla, en
Valencia o Andalucía…), y cosos de 10.000 o más localidades que son de auténtica traca... incluso entre los de primera. El tener un coso de
prestigio no se construye desde la publicidad, ni desde el "arte y la cultura", ni incluso desde lo que se marca en
textos legales, sino
desde la seriedad, la formación e información del público y de los
aficionados,
las actividades constantes relacionadas con la fiesta –conferencias, actos no sólo de exaltación de los profesionales,
exposiciones, coloquios…- y creando un ambiente en el que se hable de toros con
libertad y honestidad.
La potestad para aprobar un toro reside
reglamentariamente en el presidente, en el texto nacional de 1996, que para
ello cuenta con el dictamen pericial de los veterinarios de la plaza. La
responsabilidad de aquello recae exclusivamente sobre sus presidenciales
espaldas; si se lidia el ganado que este año ha pisado el albero venteño
–tanto en San Isidro como en la mal llamada feria del arte y de la cultura,
mejor la llamaríamos de la verbena de La Paloma- se rebaja la categoría de la plaza hasta la de
un villorrio cualquiera. Me “complace” en sobremanera ver cómo se manipula el Reglamento para aprobar toros indignos (cumplen con la edad necesaria y el peso
mínimo, son acordes al tipo de la ganadería, tienen sus papeles en regla…, aunque su trapío no esté acorde a la importancia y tradición del coso, ni aun a su prototipo zootécnico), y para
conceder orejas a troche y moche –por ejemplo-, o para mantener
inválidos en el ruedo se
olvide aquél por completo. La ley lo es siempre y en cualquier caso,
pero muchas veces parece que sólo sirve para favorecer los intereses del mundillo taurino,
aunque sea a costa de menospreciar la dignidad de una plaza. Este año se
han aprobado
novillejos infumables, algunos –muchos- en contra del dictamen de los
veterinarios, sólo por no desbaratar una corrida completa, o para que no
haya devolución de entradas al sustituir más de dos toros en un cartel. Corridas completas han pasado, entrado y salido de la plaza sin que se haya lidiado uno solo de sus ejemplares; camiones de ida y vuelta, hábilmente preparados por la empresa del "tripartito", escándalos en los corrales... y lidia, al fin, de reses impresentables, todo ello en detrimento de la categoría de Madrid.
El tercero de Cuadri de este año, un toro de trapío (Foto: las-ventas.com) |
La demagogia barata esgrimida por
algunos taurinos, parte de la prensa, o por algún que otro político “interesado”, raya en
el absurdo. El
hecho de que no se protesten en el ruedo las liliputienses reses que algunas
tardes han pisado el mismo no significa que no lo fueran. Si la
mayoría calla, y por tanto aquello es lo que vale, habremos de asumir que sea
cual sea la opinión de la masa mayoritaria, ésta siempre lleva razón. Sin
embargo, habrá
de tenerse en consideración que para esgrimir una opinión válida debe
existir una cualificación previa, y por lo tanto, ¡¡ello supone que el
público en su gran mayoría sabe aquilatar perfectamente el trapío y la presencia de un toro de
lidia!! Pero
se da el caso que ese mismo público y algún que otro taurino, son
incapaces
siquiera de definir el término “trapío” –preguntados por ello- aunque se muestran
abiertamente a favor del que presentan algunas de las monas lidiadas. Paradoja tan
sorprendente como la que en su momento esgrimió la propia Unión de Criadores de
Toros de Lidia al impugnar el Reglamento de 1992, manifestando que el término
no debía ser utilizado en aquél, y sin embargo empleándolo varias veces a lo largo
de su escrito, como “denunció” el propio Tribunal Supremo español.
El primer Cuvillo de este año, una res sin trapío para Madrid (Foto: las-ventas.com) |
El dictamen pericial de los
veterinarios debería ser más vinculante, como sucede en algún Reglamento
autonómico.
Pero
claro, eso no interesa al mundillo profesional. Si usted, pongo por ejemplo, va
a tres endocrinos que le diagnostican diabetes y le mandan un tratamiento concreto,
llegado a casa, ¿haría caso a la portera que le dice que con unas hierbas que
coge de un prado próximo, se le cura eso que padece, que es un resfriado? Pues
mucho ánimo, desde luego... Los veterinarios también cumplen
una función oficial, tanto como el propio presidente del festejo. Sus negativas a aprobar los gatos aparecidos por chiqueros les sitúan en una posición digna de todo reconocimiento, porque en su ánimo estaba la
defensa de la categoría de la plaza, sobre criterios siempre profesionales. Pero, al parecer, el taurinismo rampante sabe mucho más de la ciencia de la
albeitería que los propios profesionales que han estudiado sus respectivas
carreras universitarias, se han especializado en el toro, han hecho cursillos y
asistido a congresos profesionales, han realizado estudios específicos, han
sido seleccionados por el Ilustre Colegio Oficial de Veterinarios de cada
Comunidad
y han sido aprobados por la correspondiente autoridad. Miren…,
que opinen de medicina o de derecho –como cualquier españolito de a pie-, vale,
pero es que, dentro
de poco,
algunos de ellos sabrán más que los arquitectos, ingenieros aeronáuticos o
filólogos clásicos, todo ello sin saber definir lo que es el trapío, como punto
de partida.
Mañana les haré un resumen de mi parecer sobre lo que han sido en
este aspecto las corridas de ambas ferias primaverales en Madrid.
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