Madrid,
23 de mayo de 2013. Lleno. 2 toros de Jandilla
(3º y 6º) y 3 de Vegahermosa (1º, 4º y 5º), mal presentados y desiguales, mansos,
descastados en general, inválidos los primeros. 1 toro de Carmen Segovia (2º bis),
mal presentado, sospechoso de pitones, manso e inválido. Finito de Córdoba, silencio (o leves pitos, con aviso) y pitos. Morante de la Puebla, silencio y pitos.
Miguel Ángel Perera, vuelta (aviso) y
silencio (aviso).
¡Qué horror de corrida! Nos quejábamos días atrás de
alguna de las precedentes en las que ni hubo toros, ni torero/s, pero todo
puede superarse, todo es susceptible de empeorar. Y hete aquí que, de nuevo,
una corrida con figurines ha venido a revalidar el aserto, a superar lo que
creíamos barreras infranqueables. Basta con anunciarlas para que el ganado
pegue un notabilísimo bajón en presentación, un escalón menos de la paupérrima
presencia a la que nos quieren acostumbrar en estos últimos años de gestión
Taurodeltiana (¡que resucite su primo, por Dios!), y que el compromiso ético
desaparezca como por ensalmo. ¡Faltaría más! ¿No están ellos por encima del
bien y del mal? ¿No son ellos los reyes del cotarro taurino, las figuras que
anhelan los de Villamelonares del Calvete, los que siempre reciben esas elegías
pagadas con tinta de oro de los juglares taurinos a tanto la línea? ¿Por qué diantres
han de jugarse ellos ni un alamar, porque afrontar el riesgo, la ética del
toreo, una simple rozadura, cuando cobran en un festejo lo que media docena de
españolitos de a pie en un año? ¿Tendrían por ello que enfrentarse a reses con
poder –o simplemente con alguna fuerza que les permitiera mantenerse en pie- o
casta, que les buscasen problemas que resolver? ¿No es mejor, en definitiva,
buscar ellos a los toros en los lugares donde se refugian o huyen, pero sin
exageraciones vitalistas, y hacer el teatro del encimismo frente al muerto en
vida?
Quizá en estos comienzos del siglo XXI, en que la
sociedad va perdiendo la fe de sus mayores, hayamos de refugiarnos, como
aquella, en el fenómeno zombi. Hemos de conservar la vida a ultranza, aunque
sea a fuerza de perder los valores eternos o tradicionales, traicionar el
honor, la dignidad, la palabra o la hombría, aunque el más allá se haya
convertido –laicamente- en un mundo de muertos vivientes -que al menos nos dan
cierta esperanza-, aun a costa de devorar cerebros humanos. ¡Qué metáfora tan
llena de vitalismo, de fuerza, en la sociedad del momento! Zombis y toros.
Muertos vivientes que caminan por la arena, a cuatro y dos patas, unos que
apenas son capaces de moverse, putrefactas sus carnes, ayunos de hálitos y
energías vitales; otros que, muerta la ética del riesgo, carentes de espíritu creador
o renovador, matan al toreo con mil subterfugios del “más allá” (desplazándose
ellos y sus mortecinos antagonistas por aquellos devastados páramos), incapaces
de mostrarse vivos en un arte vital y creador como el de la tauromaquia. Los “vivos”
o “vivillos”, y sólo a duras penas, apenas piensan en cómo llevárselo a casa
sin arriesgar en nada; la empresa de los peores datos de la historia de Las
Ventas y la prensa “subvencionada” con publicidad de unos, otros y aquellos. Los
espectadores, como en el cine o televisión, se dejan seducir por los “vivos”, y
creen a pies juntillas que aquello es el “mayor espectáculo del mundo”, cuando
en realidad se trata de un circo, en el que también ellos bailan al son de la
charanga del Tío Honorio, que marca la fiesta.
Zombis, en definitiva, los máximos protagonistas del
festejo, que acabarán por enterrarnos a todos, incluida la propia fiesta antaño
nacional, en un mar de olvidos y carencias vitalistas, en el camposanto de la ausencia
de moralidad y de la ruin búsqueda de lo inmediato, nunca de lo eterno y
universal.
El patético espectáculo de ayer, público generalista e
indocto incluido, se resume en media docena de líneas. El ganado deplorable, en
presencia, fuerzas y casta; para esto mejor no venir y eso que aún le queda
otra aparición en este mismo ciclo primaveral madrileño ¡qué catástrofe, ya
pueden regular mejor las dosis! Los diestros para tomarse vacaciones pagadas…
por ellos mismos y con los notables emolumentos recibidos en el día de ayer. Juan
Serrano, Finito de Córdoba, dos o
tres verónicas a derechas en el cuarto, y mil dudas, miedos y sinrazones;
Morante, algún delantal, una verónica y media a cámara lenta, de su cosecha,
breve, escasa, mínima, por falta absoluta de abono. Perera, dos naturales al
tercero y mil tomaduras capilares desde y para las afueras, abusando del pico,
del metraje o de la inteligencia del aficionado.
No sigan si ya han captado el mensaje. Para los más
recalcitrantes, no obstante, ahí van cuatro párrafos más en que basar la
próxima entrega de la saga de los muertos vivientes.
Tuvo a bien la empresa en regalarnos ayer la primera
parte de la parte contratante de don Borja Domecq, en su doble versión de
Jandilla - Vegahermosa; ¡y aún nos queda una segunda, válganos la Virgen María!
Reses carentes de casi todo lo que ha de ser un toro de lidia en plaza de
primera categoría. Los tres primeros anovillados y sin cuajo, sin remate por
detrás, aunque con más cuajo sus tres hermanos finales. Ninguno de ellos
encastado, ni aun con la movilidad o la simple toreabilidad prometida por
vacada tan del gusto de los zombis coletudos; un primero inválido y mortecino;
un tercero también inválido, pero que tuvo su momento para venirse a menos ante
la abrumadora insistencia de un espada sin mesura alguna; un cuarto también
descastado, rajado a tablas; un quinto descastado y complicado; y un sexto –final
feliz…- de condición mular para el espada de la “mesura”. Todo ello en un
envase de mansedumbre con caballos y garapullos, y buscando siempre el alivio “vital”
en el último tercio. Y para guinda, un lamentable toro de Carmen Segovia –olvídense
del que salió días pasados como remiendo en la de Fermín Bohórquez- más que
sospechoso de pitones, escobillado de uno, que perdió una funda a la primera de
cambio (¿o era una prótesis artificial suplementaria de su escasez córnea,
pegada con Araldit?; no sería la primera vez en la historia),
impresentablemente brocho y escaso para este coso, manso, flojo y rápidamente
mortecino también. Mira que es casualidad; nada que ver con el corrido días
atrás, y sin embargo, a la imagen y semejanza de los lidiados hoy mismo… ¡Lo
que hace el movimiento zombi… todos parecen iguales, grises, parados y medio
lelos! (no me refiero a los espectadores… como pueden ustedes suponer, sino a
los protagonistas cornudos del espectáculo).
Abría plaza, porque no puede hacerlo Morante, Finito de Córdoba, un diestro ya
madurito (42 años a cuestas) que lleva mucho sin decir esta boca es mía,
tambaleándose por la fiesta para devorar sólo esta carroña en plazas de poco
compromiso. ¡Con lo bonito que hubiera sido dejar grato recuerdo de pasadas
hazañas, permaneciendo en el sepulcro –que así lo cantaba Ignacio- de la vida
alejada del toro! Su primer agonista –no cabe hablar de antagonista cuando
ambos se movían mortecinamente- se llamó Estudiante
(521 kilos, negro y ligeramente tocado). Se caería por vez primera casi antes
de capotazo alguno, dos o tres veces más en varas, una en banderillas, y sólo
caídas francas le contamos cinco más que sumar en el último tercio. Fantástico
zombi, que deambulaba a duras penas por el ceniciento albero. Pues ni con esas…
Finito se entregó a todo tipo de
alivios, dudas y suspicacias; retiró la pierna en más de la mitad de los
lances, incapaz de aguantar aún el paso tambaleante de su “alter ego”, abusando
del pico para despedirlo al más allá, sin continuidad, ni gracia, ni arte. Unos
trapazos finales precederían a un aviso del usía –en el eterno estado de “vivencia”
zombi, no existe el tiempo- y a éste un bajonazo a lo cinegético. Sólo
silencio, apenas roto por algún silbido… y es que el respetable se lo temía a
priori… Su segundo, otro zombi de Vegahermosa como el precedente, llamábase Gestor, quizá pensando en los de la
plaza (543 kilos, berrendo en negro salpicado). Fue con él cuando vimos ese
recuerdo de lo que alguna vez llegó a ser el de Sabadell, afincado en Córdoba:
dos magníficas verónicas por el pitón derecho (las del izquierdo, o sucias, o
de menor calidad) que nos hicieron revivir olvidadas esperanzas. Fue una
ilusión, una especie de flashback hacia un pasado demasiado remoto, cuando
conocimos al personaje pululante que hoy milita en la legión de los no
vivientes. También Morante en éste nos dejó un sabroso delantal, cargado de
aromas mediterráneos, de luz, vida y color, uno y sólo uno, porque el zombi se
olvidó de la vida y prefirió buscar refugio al amparo de las lápidas que
cubrían la barrera, y una media a cámara lenta. Un tanteo con demasiadas dudas
en el terreno apropiado, para sacarse a continuación el rajado animal a medios,
equivocando garrafalmente los terrenos por parte del de Córdoba, iniciaron la
lenta agonía del arte. El toro reculaba constantemente buscando el terreno que
prefería; Juan insistía en la nada, en la vacuidad absoluta; cuando ambos se
encontraban –de casualidad- todo eran dudas y temores, siempre a favor de
querencia la res. Acabó aconchada ésta en el tablero para recibir por allí, o en
sus proximidades, cual mejillón en su concha, un sablazo por las costillas en
metisaca, un pinchazo bajo con cuarteo y, tras un desarme hasta cinco
descabellos. Los muertos –aunque lo sean en lo psíquico- son difíciles de matar…
A Morante le tocó la impresentable indecencia del de
Carmen Segovia, con esos pitones de juzgado de guardia; pasaba por Campeón (debía serlo de la desfachatez,
587 kilos y negro). Nada vimos al de la Puebla con el percal entre las manos, uno
de sus fuertes… El pesaroso animal llegó sin fuerzas a la muleta, defendiéndose
un tanto con cabeceo de inválido y escaso viaje. Morante le puso, al menos,
ganas, pero con demasiadas precauciones, impropias de su toreo. Pico,
descolocación, labor enfermeril a media altura, ninguna profundidad,
incapacidad para determinar los terrenos apropiados (los cambió cuatro veces…).
Debió matarlo al tercer muletazo, cuando se vio que aquello no daba de sí lo
que se exigiría en una corrida vital, a un verdadero toro de lidia, no a un
saco de cuernos, carne y huesos putrefacto. Un pinchazo bajo, saliéndose de la
suerte y atravesado, y tres cuartos de estoque de igual manera, mandaron al
Walhalla al fenecido cuadrúpedo –no era un toro de lidia, sino un zombi a su
imagen-. El quinto, Avispado por mal
nombre (555 kilos, negro y delantero), fue otro manso de solemnidad, descastado
y complicado animal, que hacía hilo de vez en cuando en la muleta, entraba al
paso y mirando, y se empleaba menos que un sindicalista en activo. No hubo
verónicas apreciables entre enganchones, y con la muleta tan sólo un natural
perfecto, pero perfecto, entre la indiferencia general. Bien colocado, cargando
levemente la suerte, adelantando la muleta y llevándola despaciosamente hacia
detrás en semicírculo, con mando y poderío. Uno nada más, ¡que pobre
representación del arte! Con lo que hubiera podido si hubiera querido. Siempre
nos refugiaremos en las carencias del animal… pero ya van demasiadas ante reses
que sólo él y su apoderado –otro para el reparto del film- escogen
cuidadosamente… En definitiva, nuevo insulto a la ética. Un pinchazo por
arriba, saliendo de la suerte, otro bajo, uno más, hondo y caído con idéntico
cuarteo y un descabello. Sonido de pitos más que justificados al final.
El otro de la Puebla –del Prior- completaba la terna del trágico espectáculo. Perera, el de la generosa oreja de días pasado, venía a ratificar aquélla o a desmentirla. Y optó por lo segundo… ¡qué le vamos a hacer! Honorable se llamaba su primero (528 kilos, negro listón y delantero, muy poco cuajado, especialmente por detrás). Un desarme para abrir boca con el percal y luego composición de figura cuando el toro pasaba. El bicho abrió la boca, buscando aire para respirar, antes de que salieran los caballos. ¡Qué compromiso con el arte de la lidia! Con tales fuerzas apenas le picaron en varas –se cae por vez primera-, y repite su derrumbe en cuatro ocasiones de ahí en adelante. Labor enfermeril sin ningún riesgo del maestro extremeño; todo desde y para fuera, con abuso indecente de pico, a media altura lo más para evitar nuevos desplomes, y sólo ligando pases cuando se echaba fuera de la suerte, atrasando la piernecita contraria hasta esconderla a los pitones de la res. Aplausos de los espectadores, imbuidos del espíritu oficial y del guión de los “taurinos”. Al menos, en alguna ocasión le bajó la mano para llevarlo más toreado, y ahí surgieron un par de lances al natural sorprendentemente buenos en ejecución, temple y mando, estos sí plausibles. Con el bicho mortecino, exhausto, extenuado, se empeñó en seguir toreando, decayendo el cénit alcanzado incluso entre los incondicionales; el animal tardea, los lances se ensucian, suena un aviso desde el palco. Aun faltan las bernardinas… ¡Dios santo, ¿no acabará nunca?! Un pinchazo caído y media rinconera. A punto, o más allá según mi reloj, estuvo de sonar el segundo aviso. El toro fallecería –definitivamente- en toriles, donde habían llegado todos los protagonistas, antes de que Perera diese una vuelta al ruedo, aclamado por los seguidores del toreo contemporáneo –que son más que los aficionados, desengáñense…-. Nada hubo en el postrero, Egoísta (564 kilos, negro y tocado de púas), un toro que sólo pensaba en sí mismo, manso y mular, que se arrancó sólo cuando quiso y fue rápidamente a menos. Unas verónicas del montón, sin sal –acabábamos de ver un atisbo del arte con el percal en dos o tres del Fino y una y delantal con media de Morante-, y muletazos para Cuba con el pico en el trance final, fue todo el bagaje del diestro de turno. Eso sí, anduvo mejor colocado, incluso cruzándose puntualmente, pero para despedir al lánguido y agotado animal para una cuarta dimensión, alejada de la vida taurina. Hubo arrimón final desde la pala del pitón –hay que poner carnaza en el guión, y sangre en la ropa para cubrir el expediente-, en un “algo” pesadísimo, antes de que le mandara al otro barrio de un bajonazo, aplaudido, oyendo un aviso… como siempre.
Este fue el indecente segundo de Jandilla, que volvió a los corrales por inválido absoluto... Lo que vino después fue peor... (Foto: las-ventas.com) |
Verónica a derechas de Finito al cuarto, sí, algo despegada, pero con clase (Foto: las-ventas.com) |
La media de Morante en el cuarto (Foto: las-ventas.com) |
El otro de la Puebla –del Prior- completaba la terna del trágico espectáculo. Perera, el de la generosa oreja de días pasado, venía a ratificar aquélla o a desmentirla. Y optó por lo segundo… ¡qué le vamos a hacer! Honorable se llamaba su primero (528 kilos, negro listón y delantero, muy poco cuajado, especialmente por detrás). Un desarme para abrir boca con el percal y luego composición de figura cuando el toro pasaba. El bicho abrió la boca, buscando aire para respirar, antes de que salieran los caballos. ¡Qué compromiso con el arte de la lidia! Con tales fuerzas apenas le picaron en varas –se cae por vez primera-, y repite su derrumbe en cuatro ocasiones de ahí en adelante. Labor enfermeril sin ningún riesgo del maestro extremeño; todo desde y para fuera, con abuso indecente de pico, a media altura lo más para evitar nuevos desplomes, y sólo ligando pases cuando se echaba fuera de la suerte, atrasando la piernecita contraria hasta esconderla a los pitones de la res. Aplausos de los espectadores, imbuidos del espíritu oficial y del guión de los “taurinos”. Al menos, en alguna ocasión le bajó la mano para llevarlo más toreado, y ahí surgieron un par de lances al natural sorprendentemente buenos en ejecución, temple y mando, estos sí plausibles. Con el bicho mortecino, exhausto, extenuado, se empeñó en seguir toreando, decayendo el cénit alcanzado incluso entre los incondicionales; el animal tardea, los lances se ensucian, suena un aviso desde el palco. Aun faltan las bernardinas… ¡Dios santo, ¿no acabará nunca?! Un pinchazo caído y media rinconera. A punto, o más allá según mi reloj, estuvo de sonar el segundo aviso. El toro fallecería –definitivamente- en toriles, donde habían llegado todos los protagonistas, antes de que Perera diese una vuelta al ruedo, aclamado por los seguidores del toreo contemporáneo –que son más que los aficionados, desengáñense…-. Nada hubo en el postrero, Egoísta (564 kilos, negro y tocado de púas), un toro que sólo pensaba en sí mismo, manso y mular, que se arrancó sólo cuando quiso y fue rápidamente a menos. Unas verónicas del montón, sin sal –acabábamos de ver un atisbo del arte con el percal en dos o tres del Fino y una y delantal con media de Morante-, y muletazos para Cuba con el pico en el trance final, fue todo el bagaje del diestro de turno. Eso sí, anduvo mejor colocado, incluso cruzándose puntualmente, pero para despedir al lánguido y agotado animal para una cuarta dimensión, alejada de la vida taurina. Hubo arrimón final desde la pala del pitón –hay que poner carnaza en el guión, y sangre en la ropa para cubrir el expediente-, en un “algo” pesadísimo, antes de que le mandara al otro barrio de un bajonazo, aplaudido, oyendo un aviso… como siempre.
Si seguimos en este tránsito hacia la muerte del
espectáculo, ni las figuras zombis conseguirán levantar al, igualmente zombi,
público de la butaca de su casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario