Madrid,
19 de mayo de 2013. Tres cuartos de entrada (que fueron menos a medida que la
gente se marchó con la tormenta). 5 toros de Fermín Bohórquez, desigualmente presentados, mansos, justos de
casta o descastados, de pobre juego en general. 1 toro de Carmen Segovia (4º), bien presentado, manso pero encastado y
boyante. Juan Bautista, silencio y oreja. Juan del Álamo, palmas (aviso) y oreja (aviso). Diego Silveti, oreja y silencio.
¡Eh!
¡Ooohhh!
¡Ah!
¡Eeeeeemmmm!
¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Perdónenme, voy a intentar salir de la estupefacción
que aun me nubla el entendimiento... Vaya por delante que el título de esta
crónica es prestado de mi buen amigo Víctor. Él propuso “tormentosas”, por
aquello del tormento –que no de la tormenta- que suponían los absolutamente
gratuitos trofeos regalados por el palco (el primero) y las gentes que
escasamente cubrían los tendidos tras la gota fría (los dos siguientes). Gota
que resbaló, sin duda, por las nucas de los aficionados que contemplaban
impertérritos y sin decir esta boca es mía, la dadivosa actitud (que en el
Código Civil puede ser causa de incapacitación legal de una persona) de una
mayoría que había acudido con la entrada de su primo, del compañero de trabajo,
o de su cuñado, tras el fiasco de la corrida estrellada del sábado. Domingo de
isidros… ya se sabe. Y como la entrada es gratis, los regalos no cuestan nada…
Yo hubiera titulado esto de distinta manera, en algún
caso parafrasendo títulos cinematográficos, como Con orejas y a lo loco; Silveti y la oreja filosofal; Orejator;
Desayuno
con orejas; Orejas y lágrimas; Tres orejas y un funeral; La
noche de las orejas largas; Bautista en el país de la orejas; El retorno
de la oreja; La oreja fantasma; Regreso
a la oreja I - Regreso a la oreja II - Regreso a la oreja III; Orejas
en la lluvia; La empresa contraataca; Tres
hombres y una oreja, o bien, Tres orejas y un destino; Senderos
de orejas; Por un puñado de orejas…
O, quizá, recurriendo a insinuaciones de otro tipo,
titulares como Granizada de orejas; La oreja impermeable; Silveti,
Álamo y Bautista como Perera; Zeus tonante desata su ira sobre la fiesta
y mil más que no voy a contarles por no aburrirles.
Porque lo de ayer se narra con extrema sencillez. Lo
importante era volver a casa con orejas que contar. Como no hubo más toreo
digno de mención que cinco buenas verónicas de Juan del Álamo en la salutación
al quinto, a ver cómo narro yo aquello… sin el imprescindible apoyo del número
de recompensas cobradas. Hombre, hay quien recurre a la épica bajo la lluvia y
el granizo… como si nunca hubiese llovido o granizado antes. Cuando los
principales méritos en el toreo radican en la estoica recepción de los
goterones de lluvia fría, o en el granizo que te martillea implacable… me da
que de toreo, toreo, hubo poco o más bien nada.
El toro de la corrida no fue de Bohórquez; el de Carmen Segovia preguntando a los veterinarios de que iba aquello (Foto: las-ventas.com) |
Lo de Bohórquez ha recuperado las fuerzas perdidas
hace muchísimos años; se ve que el destierro general a corridas de rejones le
ha venido bien en tal aspecto. Ya no se caen tanto como hace años. Y pare usted
de contar. Los cinco lidiados fueron un conjunto de mulos sin casta, desiguales
de hechuras y de trapío (algunos, eso sí, acarnerados de cabeza, como
corresponde al encaste) y poco más. Destaquemos al segundo, sosote pero
embestidor por aquello de buscar también el comportamiento positivo en la
reseña. Lo demás entre la sosería y el descaste, con un auténtico burro en último
lugar, que no fue, ni mucho menos, el único, pero sí el más destacado en su
papel. Menos mal que los dioses, Zeus a la cabeza, tuvieron a bien regalarnos
de salida un toro de doña Carmen Segovia, mansito en varas, pero noble, boyante
y encastado en el último tercio, un toro de puerta grande que Juan Bautista se
comió crudo. ¡Qué pena de toro!
Juan Bautista en el cuarto, el de Carmen Segovia, que metía la cabeza como ven a pesar de cómo lo llevó el francés (Foto: las-ventas.com) |
En cuanto a los diestros poco hay que contar. El
francés nada hizo con la capa en toda la corrida; ni aun alternó en quites como
sus compañeros… para qué. En su primer toro –o como quieran llamarlo-, Pajarero por mote (509 kilos, negro
listón, delantero de cuerna como toda la corrida, de infumable trapío,
especialmente por detrás), un bicho manso, soso, que iba con la cara a media
altura y descastadito en general, anduvo tan sin sal como su oponente. Mucho
enganchón en las cuatro primeras tandas –el viento molestó y él no escogió los
terrenos apropiados-, mucho pico para mandarlo por fuera, despegado, y final
acortando distancias porque aquello se movía, ya, lo mínimo posible. No hubo ni
aplausos al finalizar alguna tanda, y a la gente empezó a abrírsele la boca.
Una estocada caída y a otra cosa. En el cuarto, con el diluvio universal en marcha,
vino Noé –o Gilgamés, como gusten- a rescatarlo. Había entrado la corrida en la
locura orejófila, porque como llovía bastante había que amortizar el frío y la
humedad para que al día siguiente no te tilden de estúpido. La mayor parte de
la prensa había desertado (es lo que tienen las entradas de favor, como son
abajo, se mojan, y acaban en la sala de prensa con el cubata, viendo la corrida
a través de los ojos de Molés). Así que ni se enteraron del anterior, ni, creo,
tampoco de este toro. Lanzavientos
fue el toro de Carmen Segovia, bien presentado, que no hizo gran cosa en varas,
pero embistió encastado al trapo; un toro de 558 kilos bien recogidos, negro
listón chorreado, abierto de cuna pero no muy desarrollado de cuerna. Un buen
toro, generoso, pronto y alegre a lo largo de todo el trasteo. Periférico y
poco templado, siempre en paralelo, sin metérselo detrás jamás, Juan Bautista
lo pasó por una y otra mano, sin que le tocara mucho la muleta pero sin sal ni
gracia alguna. Faena de pegapases, donde la muleta iba por su lado y el toro
por el suyo con bondad y calidad notables. Una estocada por arriba, levemente atravesada, le conseguiría una oreja que, de no llover éstas y agua a raudales,
se hubiera quedado en silencio por andar muy por debajo de las cualidades de la
res.
Del Álamo en una de las buenas verónicas al quinto (Foto: las-ventas.com) |
Juan del Álamo estuvo, asimismo, anodino a lo largo de
todo el festejo. Reconozcámosle, al menos, los varios intentos con el capote y
su atención en quites, al margen de sus buenas verónicas al quinto, ganando terreno.
Quitó por chicuelinas –del montón-; replicó a Silveti en su primer toro por
algo como tafalleras y una larga a media altura; luego en el de Bautista, sin
decirnos nada, y sanseacabó. En su primer toro, como ya tronaba Zeus, se llevó
unas palmas de recompensa por un toreo asimismo despegado y desde fuera,
llevándolo siempre en paralelo, algo retorcido y todo de abajo para arriba, con
movimientos mecánicos del cuerpo y sin demasiado juego de brazos. Acompañaba al
bicho más con el giro del tronco que con el juego del brazo correspondiente…,
sorprendente pero real. Pero, eso sí,
una serie de pases de pecho al final y unas manoletinas más que populistas,
auparon los ánimos, y de no ser por la estocada caída, el aviso y los cuatro
infructuosos intentos de descabello, quizá el premio hubiera sido mayor. El
bicho, el más potable de los murubeños de Bohórquez (Soberano, con 545 kilos, negro bragado y meano, axiblanco, algo
ensillado y acarnerado de cabeza) fue mansito en varas, saliendo suelto de los
encuentros, pero llegó a la muleta sin problemas, algo soso y embistiendo con
nobleza. De las palmas en éste a la oreja del quinto… aun por menos. Navajero I, la res de marras, fue un
bicho de 518 kilos, justito de carnes, negro de capa, manso y que se vino a
menos rápidamente, ayuno de casta. No importó para nada al público empapado de orejas
y lluvia. El mirobrigense, al menos, le
daría una y luego cinco verónicas más de categoría, rematando la serie a la par
que ganaba terreno al bicho hacia los medios, con media… luego se puede,
¡albricias! Tomen nota para lo sucesivo, por favor, no son espejismos, ni
invenciones de gente mayor, que cree haber visto a Antoñete… Pasó el bicho con más pena que gloria por la caballería
montada, y llegó con mínimo gas a la franela. Algún leve cabeceo defensivo por
falta de fuerzas y pocos problemas más. Visto como se desarrollaba el festejo,
del Álamo optó por el populismo: series cortas, sin profundidad, siempre
descolocado, acompañando el triste y breve viaje del toro –que no aguantaba
tres muletazos seguidos y necesitaba constante aire entre lances y entre
tandas-, y para levantar los ánimos las sempiternas bernardinas –en vez de
manoletinas-, pases de pecho y giros en la cara del aplomado torio que tanto
gustan en Villamelonares de la Corneja. Ya avisé yo a mi compañero de localidad
que eso acabaría en oreja…; ¡Qué no, hombre, que no!, me respondió. Pues toma
del frasco, Carrasco: una estocada por arriba, tirándose con muchas ganas, un
poco delantera, un aviso, la lenta agonía de tres o cuatro minutos con el bicho
en tablas –por no querer coger el descabello, ya que en el primero había hecho
una escabechina- y la gente ilusionada con que estaba viendo morir al
mismísimo Bastonito en los medios.
Oreja al canto, de las de rebajas del chino de la esquina.
Silveti en el pase cambiado que abrió la faena al tercero, bajo el granizo (Foto: las-ventas.com) |
A Diego Silveti no podemos, tampoco, negarle la
voluntad de agradar y el intento casi constante de lucirse con el percal. Otra
cosa es, evidentemente, que lo consiguiera. Anduvo quitando cuanto pudo: unos
delantales al segundo, gaoneras eléctricas al tercero, delantales y media en el
quinto y pare usted de apuntar. De recibo, ni en uno, ni en otro, le apuntamos
nada digno de mención, si no es algún paso atrás en el tercero… Éste, el del
triunfo imposible, se llamó Orador,
un toro de 544 kilos, negro bragado, meano y axiblanco, manso y descastado, que
tuvo una embestida final paupérrima. El diluvio comenzó nada más iniciarse la
lidia de Orador; rayos, truenos,
lluvia y de repente un granizo furioso hicieron acto de aparición. Hasta el
punto de que aquello tendría que haber sido suspendido, tal fue la fuerza de
los elementos, y tal el estado en que se puso el machacado ruedo (recuerden el
hundimiento de la cubierta, las grúas, los camiones de recogida de material…). Con
peligro franco se banderilleó al animal, y allá que fue Silveti, bajo los elementos,
a brindar al público que abandonaba masivamente los tendidos. Muy meritorio
todo ello –lo de los toreros, no lo del público, claro-. Y citó en los medios para
dar sendos pases cambiados por la espalda, fenomenal. El toro dijo que con tres
o cuatro lances tenía ya suficiente y empezó a pararse. Silveti coge la
diestra, el toro, cortito, tiene poco gas y a duras penas es capaz de tomar
tres pases y el remate… La plaza se cubre del blanco granizo; sin viaje y con
cabeceo de pocas fuerzas, es Silveti quien tiene que rematar los pases yéndose
un poco, sin molestar al bicho, desde fuera; no hay final posible en las
suertes… pero la gente está a lo de la granizada y no a otra cosa. Los olés se
suceden como medio de calentar la garganta y templar los ánimos. Ya se sabe que
los fenómenos meteorológicos impresionan y los rayos caen cerca de la plaza. Han
recogido ya la grúa de Canal Plus, por si hace de pararrayos. El toro no se
desplaza ya apenas en la cuarta tanda, se mueve con dificultad, pero no importa,
la gente vitorea cada lance como si de ello dependiera su vida frente a Zeus tonante.
Una quinta, también con la diestra, y unas bernardinas en las que el mexicano
tiene que cumplimentar el recorrido que le falta al toro, moviéndose él más que
éste. Un pinchazo, dejando el brazo atrás, y tres cuartos de estoque bajo… y
sin petición, pero con mucho silbido, oreja que concede el benefactor don
Trinidad. México ha de levantarle un monumento a la entrada de la Monumental; pero
el error es asimismo monumental; con ello abrió una caja de Pandora que condujo
al resultado final, auténticamente surrealista. Pues nada; una oreja cortada
bajo la ética de la granizada, pero con muy poco toreo que llevarse a la boca.
Seguro que de ayer no recordarán los orejofílicos más que la fuerza de los
elementos meteorológicos, y ni un solo lance que dibujar en la mente. No hubo
mayor opción –y eso que la tarde iba en cohete- en el sexto. Navajero II (580 kilos, negro bragado,
muy manso y mular de comportamiento) no lo permitió. Su desplazamiento fue como
el del tercero, pero los aficionados ya no soportaban la lluvia o el granizo, y
al menos ahora, cantaron las verdades de aquello. La faena, sin embargo –el esbozo
de ella- fue similar. Toreo despegado –pero bastante, además-, periférico,
frente a un toro que como Orador,
apenas se desplazaba –éste aun menos, pero no mucho menos-. Así que, visto lo
visto, y ante las críticas –ahora sí, de los aficionados- Silveti cortó la
pantomima en la cuarta serie, cogió el acero y le recetó a Navajero tres cuartos, tendidos, y cuatro descabellos, después de
que el bicho coceara un poco.
Háganse ustedes idea que de no caer la mundial, la corrida se hubiera saldado
con silencios o palmitas y tendrán el resultado final. Lo de las orejas es
necesario para que se acuerden los que van una vez al año.
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