Por Fernando Bergamín Arniches
24 de mayo 2013
Homenaje a Pepe Luis Vázquez, el torero más
grande de Sevilla. Nos dejó el 19 de mayo de 2013. Quiero recordarlo con la
publicación completa de un artículo mío publicado en DIARIO 16 hace 23 años, el
25 de septiembre de 1990. En aquel Agosto se cumplían los 50 años de su
alternativa. Sirva también de entrañable recuerdo a su hijo Pepe Luis Vázquez
Silva, torero al que tanto admiró su padre y todo buen aficionado, amigo
entrañable, retirado del toreo hace tan solo unos meses. Volvería a escribir
este artículo añadiendo que hoy nos quedan como ''excepcionales excepciones'':
José Tomás, heredero de Manolete en su estilo y ética, torero inigualable, y
Morante de la Puebla, en la gracia natural de su hondura agitanada.
De Pepe Luis a Pepe Luis
Este último mes de Agosto se han cumplido
cincuenta años de la alternativa de Pepe Luis Vázquez. Una de esas figuras del
toreo que imponen desde su época algo más que un gran nombre para la historia.
Cuando se habla o se escribe de Pepe Luis Vázquez, no es frecuente relacionar
su figura torera ni con revoluciones ni con cambios trascendentales en las
formas y modos de torear. Y nos parece justo. Pepe Luis toma el toreo donde lo
han dejado sus antecesores más inmediatos, es decir en su “modernidad clásica”
llega a los toros después de Juan Belmonte, de Chicuelo, de Curro Puya... y lo que
hace es escoger simplemente un lugar para quedarse, lugar que convierte
inmediatamente en propio y personalísimo, sin pretender dar un paso más
adelante porque sabe desde sus comienzos que la expresión de su sentimiento
torero necesitará apoyarse en ese “clasicismo moderno” que viene de Belmonte,
que rompe después en otra formas con Chicuelo y que - como tan certeramente ha
señalado Ignacio Aguirre en un reciente y emocionado artículo sobre Pepe Luis -
llega a entronar en su caso con la inspiración genial de Rafael el Gallo. Pepe
Luis, sin embargo, sin salir nunca de su escogido lugar, ese “aposento en el
aire” que hace tan suyo, se va a encontrar compartiendo todo el toreo de su
época con la figura excepcional de Manolete, que sí, será considerado en muchos
aspectos por sus contemporáneos como un torero revolucionario.
Pepe Luis y
Manolete se enfrentarán al mismo tipo de toro, un toro de especiales
características como consecuencia de la época, un toro terciado, anovillado,
extremadamente pobre de cabeza en términos generales, pero aún con raza, con bravura,
con movilidad, con casta. No obstante, en determinados encastes comenzará ya a
observarse en aquellos años la frecuente aparición de un toro más tardo y con
más sentido, que va a necesitar en muchas ocasiones que el torero “tire” para
provocar la arrancada. Esa tendencia la ve inmediatamente Manolete, y conforme
a ella y con la ayuda eficaz e imprescindible de su inseparable varilarguero el
gran Pimpi, que se encargará tarde tras tarde de disminuir la fuerza y
movilidad de aquellos toros, Manolete “inventa” una nueva forma expresiva de
torear que se adaptará perfectamente a su estilo excepcional, sacrificando la
ortodoxia clásica de las normas, pero supliendo ese pecado con su propio ser,
es decir, con la personalidad singularísima y única de su clase. Sin embargo,
justamente la regularidad de sus actuaciones vendrá a ser lo peor de su
herencia torera. Sin Manolete, aquella pundonorosa regularidad irá
convirtiéndose con el tiempo en monótona costumbre y norma, hasta significarse
en nuestros días como modelo de comercialización y explotación del toreo, en
función de la constancia en el triunfo, convirtiendo al torero en un brillante
ejecutivo más de su época. Sin la presencia encarnada del estilo - y eso sobre todas
las cosas fue Manolete, la más pura encarnación del estilo - su “invento” se
mecaniza y se automatiza.
Tres carteles de Pepe Luis como novillero en 1938 (Colección personal)
Pero volvamos a nuestro Pepe Luis. Todo lo
contrario que Manolete, el sabio y rubio torero de San Bernardo siente que su
toreo necesita aire..., espacio..., distancia..., vuelo..., opuesta geometría a
la del gran torero cordobés. Con aquel mismo toro, Pepe Luis lo que hace es
intentar siempre aprovechar su movilidad, esperar la arrancada más alegre y
larga que le permita “parar”, antes de templar y mandar. Un “parar”que en el
sevillano es como el arranque contenido de la bulería, esencia de gracia y
sabor que servirá para detener mágicamente, en un instante sublime, al toro y
al tiempo. Después, Pepe Luis completará la suerte con largura y perfección - cargándola
o toreando a pies juntos según le pida el sentimiento, como debe ser -, pero
siempre toreando de verdad. Pepe Luis evita tener que “tirar de los toros”,
técnica y fundamento de todo el toreo posmoderno; no le interesa esa “técnica”
precisa para lograr un mecanismo de regularidad, no le interesa arrancar los
pases, destapar los toros con habilidad vacía de sentimiento y, generalmente,
disfrazada de poderío. Pero Pepe Luis conoce al toro como muy pocos toreros de
su época. La claridad de su cabeza, de su inteligencia en la plaza, es
comparable a la de su expresión torera. Tal vez sólo el admirable Antonio
Bienvenida pudiera comparase a Pepe Luis en aquel momento, compartiendo un
mismo sentido del toreo, aunque la música de esos dos grandes toreros
sevillanos sonara con tan distinto acento. Se entenderá por todo lo dicho que
Pepe Luis Vázquez no puede torear, como él torea, a todos o a casi todos los
toros. Tampoco le interesa. Sabe que esto no es posible para un creador. Si
algo importante debemos hoy sacar como jugosísima lección a los cincuenta años
de aquel 15 de agosto de 1940, es el valor actualísimo de lo que significó en
el toreo, frente al deleznable toreo posmoderno que hoy –salvo excepcionales
excepciones- impera en los ruedos. Pepe Luis es un ejemplo de continuidad viva de
la verdadera modernidad en el arte de torear. No le hizo falta ser un
revolucionario. Gracias a la integridad de su actitud y al don de su gracia,
consiguió frenar la mecánica regulación del éxito que comenzaba a imponerse ya
en su época. Gracias a la fidelidad a sí mismo y no al público, logró iluminar
y deslumbrar con el arte de su toreo y la clara sabiduría de su inteligencia,
al toreo mismo. Así lo hicieron después aquellos grandes toreros que
compartieron y heredaron de Pepe Luis la expresión del sentimiento, como valor
primero y esencial como del toreo. Su hermano Manolo podría ser el primer
ejemplo. En la actualidad, a la comercialización casi absoluta de las corridas
de toros, a la deformación por el propio “aficionado” del sentido creador más
elemental, se añade además la gravedad del fraude y el engaño
institucionalizado.
El toro de hoy se ha fabricado para un toreo no pasmoso,
como algunos quieren ver, sino pasmado, paralizante y paralizador como el
propio toro. Frente a este tipo de res, aplomada y con sentido de toro viejo,
descastado, aborregado, agrandado o achicado según lugar y plaza, siempre artificialmente,
nos entregan día a día un toreo carente de imaginación, del más elemental sentido
de la improvisación, sin variedad, sin gracia, sin finura ni hondura... sin
sentimiento. Un toreo mecanizado de ejecutivo ambicioso, de estudiante más o
menos brillante en otros casos, de vulgar obrero de oficio. Nos preguntamos
¿pero es que se puede torear de otra manera al toro de hoy? ¿No han ido
demasiado lejos los “Pimpis” que hoy pican en los despachos? esas excepciones
excepcionales... que antes citábamos, nos dejan aún mantener viva la
esperanza, y en esa esperanza estamos. Cuando recordamos el ejemplo de Pepe
Luis Vázquez, nos encontramos hoy con el caso de su hijo Pepe Luis... lo que
vendrá a justificar al fin el título de este artículo. Un torero de clase
excepcional que “hace y dice” el toreo más puro, con la naturalidad y la gracia
de los elegidos, con la modestia y la elegancia de los verdaderamente grandes.
Hoy, que añoramos con tanta razón y melancólica nostalgia al inolvidable Pepe
Luis... ¿podemos permitirnos el lujo de dejar en casa -como está ocurriendo-
a este otro Pepe Luis Vázquez, hijo de aquel Pepe Luis, del mismo árbol, de la
misma rama, de igual natural sentir? Este Pepe Luis Vázquez Silva, al que vimos
brillar de novillero, al que ya de matador de toros hemos visto hace unos años
cuajar en Las Ventas una de las faenas más justas y medidas de las últimas
temporadas, verdadero compendio de todo toreo sevillano, al que en el último y
desdichado San Isidro 90 vimos ejecutar los cuatro o cinco mejores muletazos de
toda la Feria, ¿por qué se nos tiene que escatimar la posibilidad de sentir su
toreo, junto a los poquísimos toreros que en el presente nos entregan esa misma
calidad y ese mismo sentimiento compartido? Como el más sentido homenaje a ese
15 de agosto de 1940, a los cincuenta años de su alternativa, pensamos en Pepe
Luis... y esperamos también a Pepe Luis. Contra todos aquellos que se rebelan
frente al toreo eterno, siempre seguiremos esperando con el frágil sentir
paciente de la única certeza: la incertidumbre de lo bello.
Antonio Bienvenida y Pepe Luis en una tienta campera (Julio Estefanía, "Antonio Bienvenida. Historia de un torero"; Madrid, 1973) |
(“De Pepe Luis a Pepe Luis”, artículo
publicado el martes 25 de septiembre de 1990 en Diario 16 por Fernando Bergamín
Arniches.)
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