Madrid,
9 de mayo de 2013. Dos tercios de entrada. 6 toros de José Luis Pereda, bien
presentados, mansos, sosos, descastados en general y complicado, además, el
último. Diego Urdiales, silencio
(aviso) y silencio (aviso). Leandro, silencio (aviso) y silencio. Morenito de Aranda, silencio y silencio.
Torear a toro pasado es francamente sencillo, casi
como hacerlo de salón. Desde casa, en mi despacho y a corrida pasada, también
es fácil decir que lo de ayer era previsible. Pero apenas hace un par de días
ya comentábamos que ésta era una de esas ganaderías absolutamente prescindibles
en el ciclo, vacada que acude año tras año a la feria, sin más méritos que sus
orígenes, algún que otro toro aislado de año en año, y lo barato de su precio,
seguro. En cuanto a la terna, y al margen de la penosa actuación de Urdiales, el
domingo de Ramos, al que nos referíamos en entrada previa, para el que quisiera
escuchar hablábamos de que a Leandro se le fue un buen toro de Cuadri en
Sevilla (el quinto), y que no terminábamos de ver a Morenito tan centrado como en otras temporadas, a raíz de la
corrida del dos de mayo precedente, donde el corte de oreja fue de auténtico
regalo.
El primero de la feria, Triplicado, 501 kilos (Foto: las-ventas.com) |
Con tales mimbres lo de ayer era previsible. Y cumplió
el guión a pies juntillas. El ganado, fiel a sí mismo, de la pretendida
toreabilidad transita hacia el descaste, a desentenderse de la muleta, a
rajarse sin ambages, a levantar la cara y buscar por donde puede escapar uno
del suplicio. Y el caso es que anduvieron bien presentados en general, aunque
hubo dos con tendencia a abrochar de cabeza y el segundo nada decía en cuanto a
presencia. Empujó alguno con fuerza (que de esta no anduvieron escasos) en la
primera entrada a varas, derribando (o casi llegando a hacerlo) en más de una ocasión,
pero saliendo sueltos o huidos del encuentro y ratificando mansedumbre en el
segundo encuentro o sucesivos en algún caso (el tercer o cuarto toros). Y
después… la nada más absoluta en muchas ocasiones, semovientes sin sal, “carnes
trémulas” en movimiento… habitualmente en huida o en su búsqueda franca, y sólo
el último sacó auténticas complicaciones y algo de “mala uva”. ¿Cuánto apuestan
a que veremos, no sé si a lo largo de esta misma temporada, pero sin duda en la
siguiente, otro encierro del mismo hierro? Fantástica gestión de Taurodelta y clarividencia
de sus supervisores. Pues con ello y todo, aun se les pudo sacar más fruto que
el ofrecido…
Urdiales en el primero, en los pases de tanteo (Foto: las-ventas.com) |
Abrió plaza el arnedano Urdiales para mostrarnos que
anda algo fuera de sitio, tanto o más que Morenito,
pero bastante menos que Leandro. Porque si mal anduvieron los toros, peor aún
estuvieron los espadas, aunque la prensa -sin duda- sólo se fijará en los
primeros exculpando de todo punto a los segundos. Urdiales, sin colocarse en el
sitio que le hizo resucitar del olvido hace unos años, sólo tuvo a bien
colocarse cuando citaba en primera instancia –y no siempre- o cuando optaba –como
hizo mucho más de lo necesario- por pasar a sus antagonistas sin continuidad,
de uno en uno los pases. Su primero fue un Triplicado
de 501 kilos, bien presentado, castaño de capa, tocado de pitones y con la
tendencia a abrochar mentada, manso, soso, distraído desde que salió y
descastado. Una prenda primorosa que no quería saber apenas de pelea alguna,
pero que vino y fue sin complicaciones. Nada hizo el de La Rioja con el percal
y casi tanto con la franela. Tras unos trallazos iniciales –precisamente lo que
menos necesitaba el buey- y tras cambiar de terrenos por el molesto Eolo, todo
fue pasarlo en paralelo, siempre fuera de cacho, y sin ligazón. Sumen a ello
los numerosos enganchones de muleta, quizá por el constante abuso de pico, y
tendrán el resultado final. Desde lejos, eso sí, dejó una estocada entera, un
poco delantera y perpendicular, quizá porque el “fiero” oponente volvió a distraerse
en el momento supremo. Sonó un aviso –que para la nada vista y prevista nos
resulta abrumador- y lo descabelló a la primera. Primer silencio, también, de
una tarde previsible. El cuarto pasaba por Grumete,
559 en la báscula, negro de apariencia –y de fondo-, delantero de armas, y como
sus hermanos, manso, soso y rajado –éste sin disimulos-. Lo del toreo de capa, desengáñense,
va camino, como la suerte de varas, de su desaparición, así que nada en el
haber del diestro para no perder su contemporaneidad. Otro tanto podríamos
afirmar del sentido de la lidia en este primer tercio… pero no quiero
abrumarles; dejémoslo estar que ya habrá muchas más ocasiones. En la muleta
vimos casi un calco de su primera faena: pases y pases en paralelo y sin
profundidad, abuso de pico para despedir al bicho… hasta que éste se aburrió e
hizo caso de las innumerables insinuaciones y se rajó de aquello en la cuarta
tanda. Y eso que hubiese tenido algún juego en las tres primeras si se hubiese
puesto a ello. Parece que hay diestros que se conforman con su mediocre sino… ¡qué
pena, porque hay facultades! Después de espantar a los dípteros presentes –lean
moscas-, aun se puso pesadito en el tramo final, caminito de toriles, y más aun
con la tizona: pinchazo hondo sin fe, desde fuera y descolocado, y tras mil
intentos de cuadrarlo de nuevo, una entera delanterilla y también perpendicular.
El mulo se defendió del acoso general de la cuadrilla como sabía, esto es, a
coces, hasta que lo cazó Urdiales al primer golpe en el cabello. Nuevo y cuarto
silencio de la tarde.
Leandro en tablas del cuatro, aprovechando la querencia del bicho y algo retorcido (Foto: las-ventas.com) |
A Leandro le pesa demasiado el corazón, y fruto de
ello no termina de acelerar en su carrera, sino más bien lo contrario. Tuvo enfrente,
y en primera instancia, a un Tripón
de 554 kilos, negra la piel, delantera la cabeza, que pareció cumplir en varas
para mostrar su auténtica condición en lo sucesivo, manso, descastado y rajado.
Derribó por los pechos en el primer encuentro con el caballo, pero para salir
suelto del trance, y volvería a empujar con cierta saña en el segundo, pero al
sentir el hierro volvería otra vez la cara… qué le vamos a hacer. Se dolió en
banderillas -bien pareado por Miguel Martín-, visitando los chiqueros en el segundo tercio, y en cuanto pudo, en
el último, empezó a buscar la salida de aquello. Lo único que conseguimos ver al
diestro fue que sujetó al bicho en la tercera serie, en tablas del cuatro, antes
de que le aprovechase el viaje en aquellos terrenos entre tanto y tanto.
Retorcido, descolocado, componiendo la figura a cabeza pasada, hubo poco de
toreo y mucho de cara a una galería que le agradecía el teatro, ¡qué le vamos a
hacer! Y eso que mediada la faena hubo pitos para que se colocara… Desde lejos,
y en idéntica colocación, dejó un pinchazo sin pasar, otro bajo yéndose de la
suerte, escuchó un aviso y le largó media estocada yéndose de nuevo. El toro se
echó, no sé si de aburrimiento. Silencio. Más de lo mismo en el quinto, Unjaleo de mote, castaño chorreado en
verdugo, bragado y axiblanco, de 589 en la romana, manso, sin clase y parado al
fin, más por culpa del espada que otra cosa. Nihilismo percalino y casi
muletero, en una labor desabrida que brindó al respetable. Y es el caso que el
toro quería embestir, pero a base de quitarle la muleta, de no querer ligar los
lances, de estar fuerita y pasarlo en paralelo, el toro terminó de desengañarse
y de preguntarse qué hacía él en todo eso… Así que de unas primeras embestidas
más largas y claras, terminó en cuatro tandas por pararse, reducir su recorrido
y apretar al espada ante los muchos trapazos del tramo final. Pitos para el
maestro. Una puñalada baja y un descabello hicieron doblar –por su propio pie,
o pata- al animalito. Quinto silencio vespertino.
El sexto, pretendidamente ensabanado, pero más bien berrendo en cárdeno (Foto: las-ventas.com) |
Molinero se llamaba el primero de Morenito, un toro de 504 kilos, colorado ojo
de perdiz, tocado de puntas, manso, soso y sin clase en general. Salió distraído
del capote del burgalés, manseó en varas y en la muleta, sin clase y colándose
alguna vez, transcurrió el tiempo sin decir ni esta boca es mía. Nada nos dijo
la anodina labor de Morenito de Aranda,
siempre un poco fuera de la rectitud, algo retorcido -menos que Leandro,
disculpen-, en labor más artesanal que artística, ayuna de gracia, ¡qué le
vamos a hacer! Fue ensuciándose el trasteo antes de que le reclamaran la muerte
del bicho, la que le dio de un pinchazo hondo, desprendido, con afán añadido de
profundizar, y una puñalada en el cuello. Silencio generoso.
Las verónicas aplaudidas de Morenito al postrero... pero echando la pierna de entrada atrás (Foto: las-ventas.com) |
El último obedecía
por Agotado, como ya lo estábamos en
los tendidos… ¡qué larga se nos estaba haciendo la Feria de San Isidro 2013!
Era un toro anunciado como ensabanado (¡!), que era berrendo en cárdeno, salpicado,
botinero y capirote, un bóvido furibundo manso y complicado. Fíjense si la
gente estaba aburrida y con enormes ganas de aplaudir que a poco que Morenito se estiró con la capa,
aplaudieron a rabiar unas a guisa de verónicas siempre con el paso atrás…
Generosa que es la gente. Bien pareado por Luis Carlos Aranda y Pascual Mellinas,
llegó el toro bronquillo al trance postrero, y en vez de mimarlo en unos
primeros pases de tanteo, el burgalés se puso a darle tirones con la siniestra,
ante los cuales el bicho se abroncó definitivamente, corto en sus arrancadas,
tirando hachazos por alto y revolviéndose. ¿Le bajó la mano por ello? ¿Cambió,
al menos, de pitón? Ni lo uno, ni lo otro, y en la segunda serie volvimos a las
andadas, la mano zurda, los derrotes constantes por alto, los sucesivos
enganchones, y una sensación notable de incapacidad.
Lo mejor de la tarde, el tercer par de Luis Carlos Aranda al último (Foto: las-ventas.com) |
Ya no hubo manera ni
cambiando –ahora sí- de mano; el toro mostró en lo sucesivo medio viaje y al
espada ni siquiera se le ocurrió darle más distancias, por ver si el toro, en
su inercia, se remataba más atrás. En corto y sin claridad, se sucedieron
amagos de pase, mil veces sucios. ¡Qué largo se nos hizo! Un pinchazo caído,
con el brazo por delante y saliendo desarmado; otro bajo sin paliativos; un tercero
por arriba pero sin pasar; uno más yéndose a su tierra; y sin cobrar estocada digna
de tal nombre, un descabello, pusieron punto y final a la primera tarde de la
feria de San Isidro 2013. ¿Peor imposible? Eso creíamos el pasado año tras el
primer encierro del ciclo y luego hubo lo que hubo. No seamos agoreros y
confiemos que éste mejore la cosa. Amén.
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