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viernes, 10 de mayo de 2013

Previsible


Madrid, 9 de mayo de 2013. Dos tercios de entrada. 6 toros de José Luis Pereda, bien presentados, mansos, sosos, descastados en general y complicado, además, el último. Diego Urdiales, silencio (aviso) y silencio (aviso).  Leandro, silencio (aviso) y silencio. Morenito de Aranda, silencio y silencio.

Torear a toro pasado es francamente sencillo, casi como hacerlo de salón. Desde casa, en mi despacho y a corrida pasada, también es fácil decir que lo de ayer era previsible. Pero apenas hace un par de días ya comentábamos que ésta era una de esas ganaderías absolutamente prescindibles en el ciclo, vacada que acude año tras año a la feria, sin más méritos que sus orígenes, algún que otro toro aislado de año en año, y lo barato de su precio, seguro. En cuanto a la terna, y al margen de la penosa actuación de Urdiales, el domingo de Ramos, al que nos referíamos en entrada previa, para el que quisiera escuchar hablábamos de que a Leandro se le fue un buen toro de Cuadri en Sevilla (el quinto), y que no terminábamos de ver a Morenito tan centrado como en otras temporadas, a raíz de la corrida del dos de mayo precedente, donde el corte de oreja fue de auténtico regalo.  

El primero de la feria, Triplicado, 501 kilos (Foto: las-ventas.com)
Con tales mimbres lo de ayer era previsible. Y cumplió el guión a pies juntillas. El ganado, fiel a sí mismo, de la pretendida toreabilidad transita hacia el descaste, a desentenderse de la muleta, a rajarse sin ambages, a levantar la cara y buscar por donde puede escapar uno del suplicio. Y el caso es que anduvieron bien presentados en general, aunque hubo dos con tendencia a abrochar de cabeza y el segundo nada decía en cuanto a presencia. Empujó alguno con fuerza (que de esta no anduvieron escasos) en la primera entrada a varas, derribando (o casi llegando a hacerlo) en más de una ocasión, pero saliendo sueltos o huidos del encuentro y ratificando mansedumbre en el segundo encuentro o sucesivos en algún caso (el tercer o cuarto toros). Y después… la nada más absoluta en muchas ocasiones, semovientes sin sal, “carnes trémulas” en movimiento… habitualmente en huida o en su búsqueda franca, y sólo el último sacó auténticas complicaciones y algo de “mala uva”. ¿Cuánto apuestan a que veremos, no sé si a lo largo de esta misma temporada, pero sin duda en la siguiente, otro encierro del mismo hierro? Fantástica gestión de Taurodelta y clarividencia de sus supervisores. Pues con ello y todo, aun se les pudo sacar más fruto que el ofrecido…

Urdiales en el primero, en los pases de tanteo (Foto: las-ventas.com)
Abrió plaza el arnedano Urdiales para mostrarnos que anda algo fuera de sitio, tanto o más que Morenito, pero bastante menos que Leandro. Porque si mal anduvieron los toros, peor aún estuvieron los espadas, aunque la prensa -sin duda- sólo se fijará en los primeros exculpando de todo punto a los segundos. Urdiales, sin colocarse en el sitio que le hizo resucitar del olvido hace unos años, sólo tuvo a bien colocarse cuando citaba en primera instancia –y no siempre- o cuando optaba –como hizo mucho más de lo necesario- por pasar a sus antagonistas sin continuidad, de uno en uno los pases. Su primero fue un Triplicado de 501 kilos, bien presentado, castaño de capa, tocado de pitones y con la tendencia a abrochar mentada, manso, soso, distraído desde que salió y descastado. Una prenda primorosa que no quería saber apenas de pelea alguna, pero que vino y fue sin complicaciones. Nada hizo el de La Rioja con el percal y casi tanto con la franela. Tras unos trallazos iniciales –precisamente lo que menos necesitaba el buey- y tras cambiar de terrenos por el molesto Eolo, todo fue pasarlo en paralelo, siempre fuera de cacho, y sin ligazón. Sumen a ello los numerosos enganchones de muleta, quizá por el constante abuso de pico, y tendrán el resultado final. Desde lejos, eso sí, dejó una estocada entera, un poco delantera y perpendicular, quizá porque el “fiero” oponente volvió a distraerse en el momento supremo. Sonó un aviso –que para la nada vista y prevista nos resulta abrumador- y lo descabelló a la primera. Primer silencio, también, de una tarde previsible. El cuarto pasaba por Grumete, 559 en la báscula, negro de apariencia –y de fondo-, delantero de armas, y como sus hermanos, manso, soso y rajado –éste sin disimulos-. Lo del toreo de capa, desengáñense, va camino, como la suerte de varas, de su desaparición, así que nada en el haber del diestro para no perder su contemporaneidad. Otro tanto podríamos afirmar del sentido de la lidia en este primer tercio… pero no quiero abrumarles; dejémoslo estar que ya habrá muchas más ocasiones. En la muleta vimos casi un calco de su primera faena: pases y pases en paralelo y sin profundidad, abuso de pico para despedir al bicho… hasta que éste se aburrió e hizo caso de las innumerables insinuaciones y se rajó de aquello en la cuarta tanda. Y eso que hubiese tenido algún juego en las tres primeras si se hubiese puesto a ello. Parece que hay diestros que se conforman con su mediocre sino… ¡qué pena, porque hay facultades! Después de espantar a los dípteros presentes –lean moscas-, aun se puso pesadito en el tramo final, caminito de toriles, y más aun con la tizona: pinchazo hondo sin fe, desde fuera y descolocado, y tras mil intentos de cuadrarlo de nuevo, una entera delanterilla y también perpendicular. El mulo se defendió del acoso general de la cuadrilla como sabía, esto es, a coces, hasta que lo cazó Urdiales al primer golpe en el cabello. Nuevo y cuarto silencio de la tarde.

Leandro en tablas del cuatro, aprovechando la querencia del bicho y algo retorcido (Foto: las-ventas.com)
A Leandro le pesa demasiado el corazón, y fruto de ello no termina de acelerar en su carrera, sino más bien lo contrario. Tuvo enfrente, y en primera instancia, a un Tripón de 554 kilos, negra la piel, delantera la cabeza, que pareció cumplir en varas para mostrar su auténtica condición en lo sucesivo, manso, descastado y rajado. Derribó por los pechos en el primer encuentro con el caballo, pero para salir suelto del trance, y volvería a empujar con cierta saña en el segundo, pero al sentir el hierro volvería otra vez la cara… qué le vamos a hacer. Se dolió en banderillas -bien pareado por Miguel Martín-, visitando los chiqueros en el segundo tercio, y en cuanto pudo, en el último, empezó a buscar la salida de aquello. Lo único que conseguimos ver al diestro fue que sujetó al bicho en la tercera serie, en tablas del cuatro, antes de que le aprovechase el viaje en aquellos terrenos entre tanto y tanto. Retorcido, descolocado, componiendo la figura a cabeza pasada, hubo poco de toreo y mucho de cara a una galería que le agradecía el teatro, ¡qué le vamos a hacer! Y eso que mediada la faena hubo pitos para que se colocara… Desde lejos, y en idéntica colocación, dejó un pinchazo sin pasar, otro bajo yéndose de la suerte, escuchó un aviso y le largó media estocada yéndose de nuevo. El toro se echó, no sé si de aburrimiento. Silencio. Más de lo mismo en el quinto, Unjaleo de mote, castaño chorreado en verdugo, bragado y axiblanco, de 589 en la romana, manso, sin clase y parado al fin, más por culpa del espada que otra cosa. Nihilismo percalino y casi muletero, en una labor desabrida que brindó al respetable. Y es el caso que el toro quería embestir, pero a base de quitarle la muleta, de no querer ligar los lances, de estar fuerita y pasarlo en paralelo, el toro terminó de desengañarse y de preguntarse qué hacía él en todo eso… Así que de unas primeras embestidas más largas y claras, terminó en cuatro tandas por pararse, reducir su recorrido y apretar al espada ante los muchos trapazos del tramo final. Pitos para el maestro. Una puñalada baja y un descabello hicieron doblar –por su propio pie, o pata- al animalito. Quinto silencio vespertino.

El sexto, pretendidamente ensabanado, pero más bien berrendo en cárdeno (Foto: las-ventas.com)
Molinero se llamaba el primero de Morenito, un toro de 504 kilos, colorado ojo de perdiz, tocado de puntas, manso, soso y sin clase en general. Salió distraído del capote del burgalés, manseó en varas y en la muleta, sin clase y colándose alguna vez, transcurrió el tiempo sin decir ni esta boca es mía. Nada nos dijo la anodina labor de Morenito de Aranda, siempre un poco fuera de la rectitud, algo retorcido -menos que Leandro, disculpen-, en labor más artesanal que artística, ayuna de gracia, ¡qué le vamos a hacer! Fue ensuciándose el trasteo antes de que le reclamaran la muerte del bicho, la que le dio de un pinchazo hondo, desprendido, con afán añadido de profundizar, y una puñalada en el cuello. Silencio generoso. 

Las verónicas aplaudidas de Morenito al postrero... pero echando la pierna de entrada atrás (Foto: las-ventas.com)
El último obedecía por Agotado, como ya lo estábamos en los tendidos… ¡qué larga se nos estaba haciendo la Feria de San Isidro 2013! Era un toro anunciado como ensabanado (¡!), que era berrendo en cárdeno, salpicado, botinero y capirote, un bóvido furibundo manso y complicado. Fíjense si la gente estaba aburrida y con enormes ganas de aplaudir que a poco que Morenito se estiró con la capa, aplaudieron a rabiar unas a guisa de verónicas siempre con el paso atrás… Generosa que es la gente. Bien pareado por Luis Carlos Aranda y Pascual Mellinas, llegó el toro bronquillo al trance postrero, y en vez de mimarlo en unos primeros pases de tanteo, el burgalés se puso a darle tirones con la siniestra, ante los cuales el bicho se abroncó definitivamente, corto en sus arrancadas, tirando hachazos por alto y revolviéndose. ¿Le bajó la mano por ello? ¿Cambió, al menos, de pitón? Ni lo uno, ni lo otro, y en la segunda serie volvimos a las andadas, la mano zurda, los derrotes constantes por alto, los sucesivos enganchones, y una sensación notable de incapacidad. 

Lo mejor de la tarde, el tercer par de Luis Carlos Aranda al último (Foto: las-ventas.com)
Ya no hubo manera ni cambiando –ahora sí- de mano; el toro mostró en lo sucesivo medio viaje y al espada ni siquiera se le ocurrió darle más distancias, por ver si el toro, en su inercia, se remataba más atrás. En corto y sin claridad, se sucedieron amagos de pase, mil veces sucios. ¡Qué largo se nos hizo! Un pinchazo caído, con el brazo por delante y saliendo desarmado; otro bajo sin paliativos; un tercero por arriba pero sin pasar; uno más yéndose a su tierra; y sin cobrar estocada digna de tal nombre, un descabello, pusieron punto y final a la primera tarde de la feria de San Isidro 2013. ¿Peor imposible? Eso creíamos el pasado año tras el primer encierro del ciclo y luego hubo lo que hubo. No seamos agoreros y confiemos que éste mejore la cosa. Amén.

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