Madrid,
13 de mayo de 2013. Tres cuartos de entrada. 6 toros de La Palmosilla, bien presentados aunque desiguales, mansos, sosos y
descastados en su gran mayoría, aunque primero y tercero con alguna movilidad. Curro Díaz, silencio y silencio. El
Fandi, silencio y silencio. David
Galván, ovación (aviso) y silencio (aviso).
Lo de anteayer fue, a las pruebas me remito, un oasis en
medio del desierto de la casta. La Palmosilla –vaya un nombrecito para una ganadería
pretendidamente brava- nos devolvió ayer a la más cruda y espeluznante
realidad. A la búsqueda de la “toreabilidad” este desecho de Juan Pedro y Núñez
del Cuvillo –el de los boletines y los orígenes desconocidos-, muestra la más
palpitante crudeza de una gran parte de la cabaña de lidia española (voy a
resistirme a llamarla brava…). Pero no importa; que el año pasado fracasó con
estrépito…, pues éste se le renueva el contrato y seis animalitos más, aunque
sean de los rescatados del pasado año. Vean la ficha para comprobar cómo muchos
eran cinqueños y habían estado reseñados ya para la primera plaza del orbe. Esta
nefasta empresa tiene siempre en consideración los resultados y las apetencias
de la afición… aunque pague tarde y mal. A mi amigo el ganadero, le han pagado
lo que le debían todavía a finales del mes pasado… un año después de cuando lidiara
la corrida en términos redondos.
El precioso sexto toro de La Palmosilla, fachada sin contenido /(Foto: las-ventas.com) |
Pero no se preocupen… para redondear el espectáculo,
la clarividente empresa, con la aquiescencia y el aplauso del Centro de Asuntos
Taurinos, completó el cartel con una terna de noche de insomnio, alucinante,
fantasmagórica. Curro Díaz, para justificarse ante el aficionado; el atlético Fandi, para que corra por delante de…
las exigencias del pliego de condiciones, y un absolutamente desconocido en la
capital, David Galván para abrir boca, por mor de su presentación en Las Ventas
y confirmación de alternativa. ¿No habría otras fechas en la capital para que
este novel espada hubiese mostrado sus carta de presentación, su tarjeta de
visita, antes del fracaso de ayer? Son ganas de estrellar a la gente ante la
mayor audiencia posible; muy bien por el señor Ruiz Palomares, su apoderado. Tamaño
despropósito de cartelito se saldó, como era previsible, con el éxito
asegurado: cinco silencios y una ovación al neófito por aquello de la novedad. Y
entre tanto, el sopor, la desesperación y el aburrimiento general. Anteayer
salió la gente hablando de toros y de toreros; aun lo comentábamos antes de
este último festejo; después del mismo la opinión general –sin salvedades- era
manifestar el horror y el tedio más absoluto. Nuevo éxito de la
empresa-Comunidad, especialmente para sus arcas, que es lo único que les
importa aunque sea a costa de cargarse la fiesta de los toros.
David Galván sufrió una voltereta al descubrirse en su primer toro, mostrando más el cuerpo que el trapo (Foto: las-ventas.com) |
El toricantano Galván, que no había pisado aun suelo
venteño en su eximia carrera, que ha ido siempre muy protegido y con ganado de
extrema comodidad –pobres Aguilar, Robleño, Rafaelillo-, mostró no sólo su
bisoñez, sino una parsimonia desesperante, una pesadez insufrible, un afán por
ponerse bonito más que por torear. Para eso, mejor venir en agosto, probarse y
si se triunfa optar a una plaza en feria de más categoría como se hiciera
antaño (pregunten a Ortega Cano o al premiado Ojeda). En el toro de la confirmación, Distante (una res de 530 kilos, negro de
capa, delantero de puntas, manso, soso y aborregado en sus embestidas), tuvo a
bien complicarse la vida a base de descubrirse por falta de temple a la hora de
embarcar las aborregadas embestidas de la “fiera”. Al menos quiso quitar por
gaoneras, que ya es un logro para lo que se usa hogaño. Sin más percal que
mostrar a los tendidos, llegó el momento de la franela, pasándolo por alto, con
una brusquedad que el bicho no necesitaba, y siguió en los medios dándole
distancias. Parecía que, dadas las condiciones cómodas y pastueñas de la res, podría haber triunfo sin dificultad, pero el joven espada se las compuso solito
para quitar el engaño cuando embarcaba al toro en la carrera, de manera que se
descubría casi constantemente. Venía al toro desde la distancia y en vez de
cogerle por delante y prenderle en el trapo, le pegaba una sacudida y cuando el
toro llegaba a la altura del cuerpo ya estaba el engaño a la altura de la
pierna retrasada; resultado: descubrimiento habitual, y más de un susto, que al
final se hizo casi constante. Habrá cantores del espada que acusen al toro de
aviesa condición, ¡pobrecito! Entre que no se colocó nunca en el sitio de las
exigencias, que lo llevó siempre a media altura y que no toreó nunca, mandando
al toro para el más allá, más preocupado en ponerse bonito, se le fue la
oportunidad de su vida. Un pinchazo por arriba, un aviso y tres cuartos de
estocada tirándose con rectitud, al menos edulcoraron algo el tramo final de su
primera actuación en Las Ventas. En el que cerró plaza hubo aun menos,
poniéndose insufriblemente pesado dado el recorrido vital del festejo. El de
los cuernos se llamaba Resultón (nada
que ver con el epíteto), de 592 kilos y estampa de La Lidia, castaño en verdugo
salpicado, bragado y meano corrido, girón y axiblanco, un bicho que, como alguno
de sus hermanos de camada, pareció que hacía en los caballos para mansear a
renglón seguido, soso y sin casta que llevarse a la boca. Tras unos inicios con
cabeceo incómodo, el pobre animal anduvo en la faena sin ganas de embestir, y
el neófito con ganas de aburrir: mucha posturita, mucha parsimonia, mucho pensar
qué hacer porque el corazón no da para mucho más, y poco torear. Y todo lo que
de ello fue, para fuera y desde fuera, sin continuidad ni ligazón. ¡Qué plasta! Un pinchazo caído, sin pasar, el toro
que se cae y desde el albero desarma a un peón y al espada a la vez, echándose
los trapos a los lomos en el mismo suelo; lo levantan por alargar la agonía del
sufrido público –y la del animal-, otro pinchazo de la misma calaña, un aviso,
otro también sin pasar, uno más caído y sin salir por el costillar y ya, por
fin, un certero descabello sin cobrar estocada digna del tal nombre. Finis coronat opus. ¡Y que esto le
suceda a Ruiz Palomares…! La próxima vez convendría medir al neófito en momento
de menos compromiso.
Tercer par del Fandi al segundo de su lote; como se puede ver desde cerca..., ya está sobre un pitón y aun no ha bajado los brazos... (Foto: las-ventas.com) |
Lo del Fandi
no tiene nombre. Un torero que no torea nada con la muleta y apenas un poco con
el percal, vive de y se apunta cien -o casi- corridas al año porque corre mucho
delante de los toros… Espectáculo en banderillas, a toro pasado, y mil carreras
por doquier han soportado la labor del espada desde hace más de una década,
privando a tantos toreros de entrar en combinaciones cuando sus méritos eran
muy superiores a los del granadino. ¡Vivir para ver! El Fandi tenía que haber
coincido con Antonio Ordóñez o con Paco Camino… y ambos le hubieran pasado cual
apisonadoras por encima, borrándolo del mapa, dejándolo por bajo de las
cualidades del excelso Paco Alcalde –que al menos tenía otras virtudes-. El
tercero del festejo, Abubillo, pesaba sus buenos 545 kilos, castaña la capa, levemente
tocado de armas, manso, soso y sin embargo con alguna movilidad. Nada con el capote,
el toro distraído y a su aire; unas chicuelinas despegadas en su quite -¡ay las
de Camino!-, tres pares a cabeza pasada –el tercero un poco menos que sus dos
homólogos-, un comienzo de rodillas sin mucha fe, levantándose al tercer muletazo,
y nihilismo absoluto a continuación. Siempre fuera de cacho, pasándolo a media
altura y en paralelo, sin clase alguna y con el sempiterno paso atrás en los
muletazos con la zurda, se criticó la faena ella solita. Un bajonazo, un
descabello y silencio –que hubieran sido pitos de no ser porque parte del público
enloqueció con el ejercicio gimnástico-. El quinto era Distinguido, pero lo que fue idéntica fue la labor del granadino. Bicho
de 566 en la romana, negro listón, delantero de cuernos, manso, soso y
descastado. Una larga afarolada y luego nada con el percal, más carreras en
garapullos, con pérdida de un palo y regalo de cuarto –y pitado- par, todo a
cabeza pasada y sin asomarse a mayor balcón que el de su casa, y nueva muestra
de nulidad muletera. Despegado, desde fuera, en paralelo las más veces, a media
altura… con suciedad al final, al menos no estuvo muy pesado. Al ser
desarmado en una de esas, en la quinta tanda, nos regaló una entera desprendida
con el brazo por delante que abrevió el suplicio. La tarde se iba haciendo muy
larga… y aun quedaba el sexto.
Torería de Curro Díaz en el primero de su lote (Foto: las-ventas.com) |
He dejado para el final a Curro Díaz, que abría el
cartel, porque al menos el único toreo de la tarde salió de sus manos. Fue un
fantástico tanteo en el segundo vespertino, clásico, con empaque, gusto y
torería, a base de trincheras, pases de la firma y con un soberbio cambio de
manos que casi levanta al público de sus asientos. Lo podía haber firmado el mismísimo Domingo Ortega. ¡Qué lástima que no siguiera
dando dos o tres tandas más de esa guisa y cogido la tizona! Hubiera habido
triunfo gordo. El animal, Solitario
de mote (547 en la báscula, castaño, tocado de defensas, manso, soso y a
menos), saldría frenándose con el percal, manseando en varas, y sin
complicaciones en la franela. Y lo que podría haber sido, por mor de la vulgaridad
imperante, se tornó en tedio y críticas en las siguientes tandas muleteras.
Desde fuera, en paralelo, sin su clásico toreo algo codillero pero en estrecho
redondo, Curro fue perdiendo gas en su trasteo, terminando por acortar distancias.
Ni los chinos se dejaron… Unos adornitos sin la altura de miras de los que
abrieron su labor, y un pinchazo hondo por arriba precederían a cinco descabellos,
contados y cantados. ¡Cómo lo estaría pasando la gente… y eso que era el
segundo! Brujito era el apodo del cuarto, un toro de 549 kilos, negro listón, delantero,
con poco cuajo para este coso, manso, soso y descastado. Un lujo asiático para
redondear el encierro. Abreviando les contaré que nada hizo el toro a lo largo
de su corta vida pública, y que casi tanto el de Linares, porque el antagonista
apenas podía con el rabo; eso sí, siempre desde fuera y para el más allá. Precisamente
hacia donde le remitió el matador de una entera algo trasera y desprendida.
¡Qué corridón! Tres
de estas y no hacen falta más antitaurinos: deserción absoluta.
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