Madrid,
30 de mayo de 2013. Tres cuartos de entrada. 6 toros de Adolfo Martín, impecablemente presentados –salvo el segundo-,
encastados –unos más y otros menos-, aunque no parejos en juego, bravura o
condiciones para la muleta. Antonio
Ferrera, ovación y oreja. Javier
Castaño, silencio y vuelta (aviso). Alberto
Aguilar, ovación y silencio (aviso).
No pudo haber ayer aficionado que no saliese satisfecho
del resultado global de la corrida. Fue uno de esos espectáculos que te
reconcilian con tu afición, con el toreo, con el sublime arte de la tauromaquia,
que no consiste en abrumar toros a base de derechazos y naturales. Ayer
recuperamos los aficionados en Madrid el concepto integral de la corrida de toros.
Una corrida que tiene tres tercios, que en todos ellos es rica en matices, en
rito, en liturgia, que puede hacerse brillante incluso porque a algunos detalles
se les dé la importancia que tienen y requieren.
Ayer vimos torear en el primer tercio, antes, durante
y después de la salida o entrada en el ruedo de los caballos; vimos torear en
banderillas; vimos toreo en el último tercio; vimos estocadas de verdad, ajenas
de misticismos o de triunfos forzados. Y no es que estuviéramos en una corrida
completa, perfecta, inmaculada, plagada de triunfos y de orejas… No, es que vimos
torear, que es muy distinto. Hubo una oreja, pudieron haber sido dos, a lo más
tres… ¡y qué más da! Salimos felices, exultantes de la plaza, aun hablábamos enfervorizados
de toros cuando cambiamos de fecha esta noche, los recuerdos seguían agrupándose
en nuestra mente y pugnaban por salir, por quitarse el sitio unos a otros, por
reclamar ser el centro de nuestra absoluta atención. ¡Qué festejo tan rico, tan
variado, tan diverso y generoso de
matices y detalles!
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El primero, Malagueño, todo un señor toro (Foto: las-ventas.com) |
Partamos de la base de que ayer hubo toros en Madrid;
no chotas, ni borregas, ni babosas, ni caracoles, ni cucarachas, ni sardinas;
toros de lidia, unos mejores y otros peores, con la diversidad propia de la
raza, incluso alguno que no nos llenó en presencia –como la raspa lidiada en
segundo lugar-, o alguno peligroso –ese segundo, o el quinto-, incluso más de
uno que hubiera requerido mayor poder y fuerzas para ser toro notable o de más
elevado interés. Pero fueron toros de lidia. ¡Qué presencia la del primero y
sexto, por ejemplo! ¡Qué bonitos y bien rematados los tercero y cuarto…! Éste
último, con 517 kilos –quién se fija ya sólo en eso- era un auténtico torazo,
cuajado y bien puesto, rematado y hecho, serio por donde quiera uno mirarlo. ¡Enhorabuena al ganadero! Sabemos que uno fue
rechazado en el reconocimiento y que trajo otro en su sustitución; seguro que
fue el único lunar del festejo, ese segundo sin cuajo, que era muy poca cosa y
que nos asustó de veras. Fue una mácula, es cierto, compensada por la casta, el
peligro y las complicaciones que luego sacó y que nos hicieron olvidar su
escaso “ser material”. Pero el resto…, vaya una corrida interesante de trapío, bien
hecha, en el tipo de la casa en general, con pitones bien puestos –dos cornipasos,
como cuarto o sexto-, con leña veleta o muy tocada los restantes.., y ¡atención!,
con casta, unos más y otros menos. El toro de lidia es eso; un animal bien
criado, con sombrero adecuado –estamos en la primera plaza del mundo, así que
apunten-, rematado por los cuatro costados –y no sólo tapados, como tantos días,
con la madera del velamen, sin nada por detrás- , y con la imprescindible
acometividad y búsqueda de pelea y del enemigo que marca la casta. Con eso, y con
un torero delante, nos conformamos.
Y es que ayer, además, hubo gente a pie y a caballo
que nos congraciaron con el arte. De oro y de plata; casi no nos acordamos de
nadie al que haya de censurarse severamente. Todos tuvieron la disposición
adecuada, en general, todos cumplieron con su obligación, y sólo recuerdo un
mal tercio de banderillas, ciertamente censurable, el del quinto, de la
cuadrilla de Aguilar, aunque el toro se las traía; o algún picador centrado en
la mala rutina de siempre.
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Así se arrancó el sexto de la tarde, segundo de Castaño (Foto: las-ventas.com) |
Señores, esto es lo que nos hizo aficionados y lo que
aun mantiene las ilusiones que día a día nos hacen volver a la plaza de toros.
Toros y toreros; ¡qué más dará que unos anduviesen mejor que otros! El espectáculo
que ayer disfrutamos y que confiamos disfrutasen los que lo vieron por
televisión, nos hizo fijarnos en multitud de detalles a lo largo de las dos horas
y media que duró el mismo. Nadie se movió de sus asientos. Nadie miró la hora;
a nadie se le ocurrió pensar en abandonar el coso antes de ver muerto al último;
no hubo migración de aves tempranas como otras tardes. La gente disfrutaba,
aplaudía. Aficionados recalcitrantes tuve yo ayer en mis cercanías, que en pie
aplaudieron más de un pasaje, que ovacionaban a tal o cual lidiador con
verdadero entusiasmo, que incluso criticaron al típico indocumentado que no se
fija en lo que el lidiador tiene delante y sólo pide rectitud y exquisiteces
cuando éstas no son posibles, viables, ni aun comprensibles. Patanes siempre
los ha habido.
Bien por Antonio Ferrera, Javier Castaño y Alberto
Aguilar, que, sin arredrarse lo más mínimo, ni ante el nombre de la vacada, ni
ante el trapío o las adversas condiciones de algún toro, dieron siempre la cara
en la corrida. Y junto a ellos destaquemos el buen hacer de la cuadrilla del
salmantino, Adalid y Fernando Sánchez a la cabeza de los de a pie, sobre todo
este último, o Tito Sandoval a caballo. Ya se ha perdido la tradición, pero
quizá hace treinta años hubieran dado su merecidísima vuelta al ruedo durante
la lidia de ese sexto toro, como debieron hacerlo ayer. Nos faltó, tras la
vuelta de Castaño, que éste hubiera sacado a Sandoval para terminar con él su
triunfal vuelta, merecida vuelta a la que incluso le animaron desde el 7, y
desde los distintos lugares donde se concentra lo más granado –de verdad- de la
afición.
Son tantas las emociones, las sensaciones que se
agolpan que no sé cómo resumírselas. Discúlpenme si en el hilvanar de estas
torpes líneas más de una se me pasa por alto, por mor de la obligada brevedad.
Mi más rendida admiración por los profesionales y artistas que ayer volvieron a
elevar el decaído arte del toreo, sumido tantas y tantas tardes previas en la
vulgaridad, la rutina, el abuso y la indecencia. Lo de ayer fue muy otra cosa,
una cosa posible y real, que sería absolutamente plausible cualquier tarde… y
ante toros de casta y respeto. ¡Váyanse los defensores de que hay que ponerse
mono, y echar la pata atrás a freír saltamontes del Sahara!, por no mandarles a
otro lugar. Ayer hubo toreo, emociones, riesgo, verdad y ética… ante toros de
lidia. Yo, como aficionado me doy por mucho más que satisfecho.
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Ferrera en el cuarto, cuando aun le daba la distancia apropiada (Foto: las-ventas.com) |
El primer toro –y no indecencia- de Afolfo Martín se llamó Malagueño,
de notable reata, un buen toro al que le faltó quizá algo más de poder. Era un
precioso cárdeno bragado, bastante tocado de velas, de 583 kilos prietos y
cuajados, que manseó en varas, tuvo un buen pitón izquierdo aunque se vino a
menos al final. Ferrera, que estuvo toda la tarde pero que muy serio,
absolutamente profesional, con torería, perfecto en la dirección de lidia,
atento en quites y en varas, poniendo y sacando del caballo los toros que le
correspondieron –y aun los que no, como espada más antiguo-, se cruzó la plaza
con unas verónicas salpicadas con el capote. El toro anduvo un poco distraído,
y, es verdad, entró en el caballo que hacía puerta suelto –un lunar en su
impecable dirección-, empujando fijo y derribando al picador. A la segunda vara
acudió al paso, hizo el puente, cabeceó y salió más suelto de lo que hubiéramos
querido. Buen tercio de banderillas del extremeño, y aunque hubo un primer par
a toro pasado, los dos restantes los clavó al menos sobre un pitón o en la
cara, llegando bien al terreno del toro, y poniendo un tercer par por los
adentros muy comprometido. Siempre enseñando el trapo por delante, Ferrera
anduvo muy profesional también en la faena, a pesar de sendas coladas iniciales
que no auguraban nada bueno. Sin embargo, el toro tenía un buen pitón
izquierdo, y por ahí supo verlo Ferrera, bien colocado, a veces confiando
demasiado en el pico aunque disculpable por las incertidumbres del comienzo. El
bicho metía la cara, y quizá le faltó más ligazón al trasteo, más continuidad,
más dejarle la muleta en la cara y tirar para unir un lance con otro. Pero el
espada no estuvo mal, no me malinterpreten; estuvo muy serio, aunque no hubo
unidad de faena. Acabó entre los pitones, ahora sí, tragando de verdad, una
barbaridad, derrochando valor, antes de tirarse bien a matar y dejar una
estocada desprendida. Un detalle, para que vean cómo fue de ético aquello y de
que hubo mucha verdad. Estando el toro cuadrado, y Ferrera perfilado, el animal
se desplazó un poco, lo que hizo que el espada quedara sólo sobre un pitón; el
diestro volvió a recolocarse para quedar perfectamente alineado con la espina
dorsal del toro y entre sus pitones, ¡ole! Le cortó la oreja al cuarto, en el
que estuvo sencillamente sensacional aunque no nos gustase y fuera a menos la
faena de muleta, ¡paradojas del toreo! Se puede cortar una oreja sin cuajar una
faena redonda en Madrid, simplemente porque uno esté soberbio en la dirección
de lidia, toree bien de capa, paree con vistosidad y entre los pitones y pegue
una buena estocada. Este cuarto se llamó Baratillo,
un cárdeno oscuro, bragado y meano, de 517 kilos –que parecían treinta más,
fíjense qué diferencias con otros días-, casi cornipaso y con más trapío que el
segundo y tercero y que dos cuartas partes de la feria de San Isidro 2013, toro
que se comportó bravamente en varas, aunque luego manseara en lo sucesivo; un
toro siempre interesante, encastado y que sólo flojeó al final. Me gustaron las
verónicas de saludo, con media muy abelmontada, cargando mucho la cadera, con
un toro que se comía el mundo –más mérito aun, recuerden-. ¡Qué bien lo puso al caballo todas cuantas
veces fueron precisas, y que bien el bicho en su primera arrancada desde lejos,
metiendo la cara abajo, empujando y romaneando hasta derribar al caballo por
los pechos, quedándose en el animal derribado, y es que, ¡cómo iba el toro! Lo
puso más lejos aun para el segundo envite, pero no acudió y hubo de cerrarlo un
poco dos veces, hasta que volvió a arrancarse con cinco o seis metros de
distancia, volviendo el animal a meter la cara y empujar, aunque sin la codicia
y fuerza del primer encuentro. Aguilar lo quitó por verónicas, pero el toro,
¡ay!, flaqueó, cayéndose tres veces. Además el bicho no paraba de escarbar…
Ferrera hizo del segundo tercio un verdadero espectáculo, muy torero, nada de
carreras inútiles o alardes gimnásticos; jugó con el toro, lo pareó por la
cara, arrancando siempre en corto, pero muy en corto, metiéndose mucho en su
terreno, un primer par al cuarteo algo más sobre el pitón o algo más fuera,
pero un segundo de dentro a fuera fantástico, dejándolo clavado en el sitio –al
toro-, y un tercero al quiebro, por los adentros, meritorio aunque más movido
de lo preciso, derrochando valor y originalidad. La plaza le correspondió con
una ovación cerrada. Bien. Brindó al público y nos regaló dos series dando
distancia al toro, la que éste le pedía, al hilo o mejor colocado, con la
franela por delante y encauzando bien las generosas arrancadas de la res. Hubo
un natural de muchísima nota, pero… no sé por qué acorto distancias y ahogó el
toro. Es verdad que expuso muchísimo, valentísimo, que fue arrancando muletazo
tras muletazo, pero el bicho no respondía igual, más corto y más parado. Hubo
algún muletazo bueno, pero las series decían poco y no había ligazón, una pena,
porque el toro desde tres o cuatro metros hubiese respondido mucho mejor. Un
detalle feo, para que vean que apuntamos todo, tirar la espada para torear al
natural con la derecha; hubiese bastado cambiarse el estoque de mano… La
estocada fue buena de verdad, dejándose ver mucho, echándole la muleta abajo,
trayéndoselo toreado y clavando en los rubios, quizá un poco atravesada, por lo
que el toro no dobló de inmediato, se fue a tablas del 4 y allí lo descabelló
al primer golpe. Oreja, a mi parecer, justificada aunque no me gustase la
faena. No seré yo quien la critique y menos viendo lo que tuvo delante y cómo
anduvo toda la tarde.
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Castaño con la montera puesta en el sexto (Foto: las-ventas.com) |
También me gustó Castaño. Y eso que tuvo delante un
primer enemigo de cuidado, Sevillanito
de mote, con 521 kilos, pero una sardina -¡qué le vamos a hacer!-, un toro cárdeno,
manso, complicado y de peligro franco. La típica alimaña de antaño… No lo
picaron ni bien ni mal, apenas recibió castigo en varas, en que pasó sin pena
ni gloria. Muy bien pareó Fernando Sánchez en segundo lugar, y bien Adalid en
éste. El toro llegó a la muleta buscando coger, poniéndole los pitones en el
pecho, tirando más de un derrote con malas pulgas, sabiendo cuando tenía que
arrancar y lo que dejaba detrás. Yo creo que no remató ni un pase el animalito,
y sin embargo Castaño no perdió los papeles jamás, aguantó una barbaridad,
intentando siempre estar colocado y tirar del bicho. No pudo ser, y al final se
llevó una cornada en la mano derecha, lo que no le impidió matarlo de tres
cuartos tendidos, algo traseros y contrarios –con desarme-, que ya es para cómo
debía doler aquello. Se fue a la enfermería, lo que hizo que matase el sexto en
vez del quinto, porque corrió turno confiando en su recuperación. Recuperación
parcial, entiéndanme, porque aunque vendado se adivinó la sangre a lo largo de
la lidia de este último por bajo del apósito.
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Este era Marinero, con 554 kilos, todo un tío (Foto: las-ventas.com) |
Este sexto se llamó Marinero, un torazo impresionante de 554
kilos, cárdeno claro, cornipaso, que cumplió en varas, aunque luego no
terminase de entregarse en la muleta y fuera con la carita alta, tardeando y
algo complicado. Lo puso bien al caballo el salmantino, y vimos una lección de
monta y de cómo se debe picar a cargo de Tito Sandoval, que terminó con la
plaza en pie, ovacionándole. Así se torea a caballo, sí señor. Bien cogido el
bicho, lanzando el palo por delante, clavando en su sitio -más bajo el
segundo-, y sabiendo mover el caballo con naturalidad, ligereza y arte. Bien anduvo
también Ferrera en la dirección de lidia, colocando o sacando el toro del
caballo (hubo quien matizó que algo encorvado, es cierto, pero con efectividad
y rematando –ya erguido- con una fabulosa larga por bajo, sacando el capote por
debajo de la pala del toro), un tercio formidable. Tres varas tomó el toro y aunque
fue alegre, no terminó de emplearse bajo el peto, un aprobado rasponcillo –que ya
es, también, para cómo está la cabaña pretendidamente brava-. Fantástico
segundo tercio, de nuevo a cargo de Fernando Sánchez y Adalid; el primero puso
quizá el par de la feria… y mira que se
ha banderilleado bien casi todos los días. Castaño, tocado con la montera –no brindó
a nadie el toro-, pronto se dio cuenta del buen pitón izquierdo del toro, y
fueron surgiendo buenos pases por alto y buenos naturales, a los que quizá les
faltó ligazón, el preciso e imprescindible toque por bajo para concatenar
aquellos. El bicho, en el tercio, o cerrándose más sobre tablas, que eran los
terrenos que más gustaba, metía la cara por bajo para levantarla a medio lance,
a veces con mucho peligro y exposición, que el diestro aguantó impertérrito. Cuando
consiguió ligar dos seguidos… la plaza rugió, y volvería a hacerlo dos o tres
veces más. ¿Quién es el retrasado que dice que una buena cuadrilla te quita
aplausos…? Un tópico más a la basura mental que algunos tienen por caletre. A la
faena, repetimos, le faltó un punto más de continuidad, pero hubo verdad,
exposición, riesgo, valor y mérito. Hubo emoción porque el toro transmitía
peligro y el espada no hizo nada por reducirlo. Perdió un trofeo con la espada,
lo cual no es censurable dado que llevaba herida la mano: dos pinchazos, el
segundo tendido y hondo, un aviso y un certero descabello, y una vuelta
clamorosa pedida por unanimidad, no robada por sorpresa. Diferencias con otras
tardes…
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Aguilar en uno de los buenos muletazos al tercero (Foto: las-ventas.com) |
Alberto Aguilar fue el menos afortunado de la tarde, y
a pesar de ello vaya nuestro reconocimiento al valor, a la colocación, al afán
constante de cargar la suerte, la voluntad y el pundonor. El tercero se llamó Aviadorcito,
un toro cárdeno oscuro de 541 kilos, veleto de cuerna, mansito en varas y de juego
soso en la muleta, aunque noble. Le faltó poder a este “Adolfo”, quizá
demasiado. Alberto anduvo aseado, y aunque no pudo hilar los pases hubo algunos
de muchísimo mando, profundos, con la mano baja y largos, obligando al bicho a
seguir la franela, prácticamente uno por tanda, siempre por la de verdad, la
zurda. El toro punteaba una barbaridad, lo que ensució algunos pasajes del
trasteo, de ahí que éste fuera desigual en calidades y ligazón. Pero no me
quejo. Ya es raro ver una apuesta tan decidida por colocarse y cargar la suerte
como debe hacerse, y encima sacarle buenos naturales… A ver si aprenden las
figuritas del “yo me retiro para ceder el paso”. Acabarían ambos en toriles,
con lances meritorios salpicados, antes de que lo despachara de una buena
estocada por arriba. En el quinto –acuérdense que corrió turno- se las vería
con uno de lo peorcito del encierro. Repollito
era un toro de 524 kilos, cárdeno, bien puesto de cabeza, pero manso,
complicado y yendo siempre con la cara alta, enterándose de lo que sucedía por
el mundo. Lo recibió Aguilar con verónicas genuflexas, mejores las del pitón
zurdo, antes de que el toro romaneara y empujara algo en el primer envite y
saliera suelto de la segunda vara. Reservón y buscando arrancarse a toro hecho,
creó el toro el pánico en garapullos –bien al quite y de colocación Ferrera;
aunque le llamaran la atención, él no era el encargado de proteger a los
banderilleros en los medios, sino Castaño que ya estaba en el ruedo…-, y siguió
con malas ideas y la cara por las nubes en lo sucesivo. Se coló más de una vez,
se quedó otras tantas a medio lance; con la cara descolgada iba y venía sin
entrega ni claridad, pero frente a ello se encontró a Aguilar que, bastante
firme y tragando una barbaridad, puso siempre de su parte, con voluntad
innegable. Quizá porfió en demasía y de ahí el aviso que sonaría entre los tres
pinchazos con poca fe, la media desprendida y el descabello. Pásenlo por alto,
en virtud de que delante tenía un bicho de mucho cuidado.
Hubo en la corrida muchísimo más; más emociones que
contarles… pero por hoy no les aburro más. Si estuvieron confío en que la
disfrutaran, y si se la perdieron… pregunten cómo salieron ayer los aficionados
del coso. Una corrida es mucho más que derechazos y naturales, no les quepa
duda.
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