Madrid,
14 de mayo de 2013. Algo menos de tres cuartos de entrada. 6 toros del Puerto de San Lorenzo, mal presentados en
general, mansos, de juego desigual, entre la toreabilidad y el descaste. El Cid, silencio y silencio. Daniel Luque, silencio y ovación. López Simón, ovación (aviso) y ovación
(aviso).
Era inevitable, no podía repetirse otra corrida tan
mala y aburrida como la del día precedente, y gracias –en este caso- a un
torero novel, la tarde de ayer ofreció otro panorama, si no espectacular, al
menos digno e interesante. Sin embargo, lo del Puerto fue un auténtico
desastre, moviéndose entre el descaste –primero, segundo y sexto- o esa mal
llamada “toreabilidad” insulsa, rayana en la mansedumbre casi absoluta y en la
debilidad casi extrema. Hubo, además un inválido notable que don Julio se
empeñó en mantener en el ruedo –que no en pie, eso imposible- porque debió
creer que se lesionó durante la lidia…; diez caídas -10 CAÍDAS- echaron también
por el suelo el prestigio de la plaza en corrida televisada. Con el añorado Manolo Chopera los del Puerto eran toros
con presencia y bien armados que agradaban a la parte seria de la afición, pero
ahora, con estos “primos” Choperita,
es una corridita a modo, mansa, chocha, descastada en general y sin presencia
ayer, que buscan las figuritas para lucirse sin problemas. De Chopera a Choperita y de corrida a novilladita, ¡todo un cambio!
Recuerdo que el
célebre Rafael Ortega, en su magnífica, vital y absolutamente atemporal
tauromaquia (“El toreo puro”, Valencia, 1986, pp. 58) decía: “Algunos (toros) no abren la boca, pero la mayoría
sí lo hacen, te sacan la lengua y con su actitud te dicen: ‘!Mátame¡’. Si
después de ese momento no haces caso a lo que te dice el toro y continúas
dándole pases, lo único que consigues es enredar, porque los pases que ahora
das ya no pueden ser como los primeros: los toros ya no tienen el mismo
recorrido, la embestida es ahora más corta, tardea y ya no se le puede torear
ligado”. Y, eso fue, exactamente, lo que les pasó a varios de los lidiados
ayer… ¡durante el segundo tercio o recién iniciado el tercero! No les pasó a
los de Escolar, sí a los de Las Palmosilla, y desde luego a los de ayer; toros
que llegan al último tercio, el que ahora centra casi en exclusiva el interés
de los públicos, incapaces de ofrecer el juego emocionante que exige la fiesta,
que llegan sin capacidad al momento en que debieran mostrar sus cualidades y
que ahora demanda –casi en exclusiva- el voluble y manejable público ocasional.
Cogida de López Simón en el primer muletazo del de la confirmación (Foto: las-ventas.com) |
Lo mejor del festejo fue la cara de valor y ganas del
joven López Simón, que venía también a confirmar su alternativa en este ciclo
cuasi clerical. Tuvo que sufrir, sin embargo, no sólo un severísimo revolcón,
sino también más de un achuchón de su primer oponente, pero lo solventó con
valor crecido y voluntad férrea. Abrió plaza, en primer lugar, un bicho
descastado, manso y sin clase que obedecía por Langostillo (545 kilos, poco trapío, negro de capa y de intenciones),
que ya nos anunció como habría de prolongarse en el tiempo el festejo. Sin
apenas castigo en varas –por si un acaso se cayera-, abrió la boca en
banderillas. Tuvo, sin embargo, la energía suficiente para mandar al joven
diestro madrileño por los aires en el primer estatuario, a Dios gracias enfrontilándolo,
sin llegar a calarlo con los pitones. Quizá fue exceso de confianza del neófito
matador, porque se olvidó de que el toro embiste al objeto más próximo, con
respecto al más lejano, y al que se mueve con preferencia al que permanece
quieto, según han descrito multitud de tauromaquias en la historia y reflejó
perfectamente en la suya ese liberal, Ministro e ingeniero, que fue Amós
Salvador (“Teoría del toreo”, Madrid, 1962, aunque escrita en 1908 y publicada
entonces en el diario La Voz). Le
faltó a López Simón mover más el trapo, adelantarlo para recoger la embestida
del burel, embarcarlo, en definitiva, por delante del cuerpo. Son los riesgos
de los estatuarios, y que él sufrió en su propia carne. Se levantó con ganas y
volvió a la labor, citándolo ahora en los medios, de rodillas, para
demostrarnos a todos que no carece de valor, y que el sufrimiento no haría
mella en su ánimo. La serie genuflexa, en el platillo central de la plaza mostró
sus intenciones y la principal cualidad que manifestó en la corrida de ayer.
Siguió con un pase de las flores para continuar su labor, pero el bicho pudo ya
poco más, era un marmolillo sin ganas, y que sólo a duras penas continuaría la
exigente petición del espada. Éste, como le pasó anteayer a Galván, se
descubriría más de lo necesario, confirmando que la gente de coleta actual fía
más en la simpleza bobalicona de su antagonista que en la técnica defensiva del
manejo del engaño. Una y otra vez sufrió coladas por descubrirse, aguantando
estoico, eso sí, pero sin adelantar la muleta y embarcar al bicho por delante,
y terminó encimista, que contrariamente a lo que la gente cree, requiere menos
valor que los cites en la distancia, porque al mostrar la muleta uno siempre
queda descolocado con respecto a la arrancada de la res. Un final sucio y
enganchado desluciría el tramo postrero del trasteo. Y para más INRI, el mal
uso de la espada dejó sólo en ovación al valor y a la voluntad, lo que podría
haberse saldado con mayor recompensa por las bondades de ese público de aluvión
que ayer abundaba en el coso. Hasta cinco pinchazos –los más caídos-
precederían a un bajonazo y un descabello eficaz, escuchando un aviso.
El toricantano en el que cerró plaza, cuando lo sujetó con la zurda (Foto: las-ventas.com) |
También cerraría plaza el diestro de Barajas, ahora
frente a un Bilbalero de 569 kilos –el
mejor presentado del encierro, negro de capa, manso y de condición mular-. Tampoco
tuvo suerte López Simón frente a éste, y bajo la lluvia que había comenzado a
mojar con fuerza los tendidos a partir del cuarto de la tarde. Un desarme con
el percal y varios a peones y matador en el último tramo, evidenciaron que la
cosa no sería fácil. Tras una lidia desastrosa, el toro llegó con ganas de irse
en la muleta, saliendo contrario de las suertes, levantando siempre la cara para
marcharse. Aquello era un sinsentido, con el espada casi persiguiendo al bicho,
sin conseguir sujetarlo, siguiéndolo lentamente hacia chiqueros. Menos mal que
cogió la zurda, y con ella, y bajándole la mano, consiguió retenerlo con mérito
en los mismos medios. Ahí radicó la auténtica virtud de su labor, consiguiendo sacar
dos o tres tandas en un mismo terreno, sin mucha calidad y algo sucio, es
cierto, pero mandando sobre la rajada condición de su oponente boyar. Le
sobraron una o dos series al final, quizá alguna más, poniéndose pesado cuando
ya no había nada más que añadir y por eso escuchó el segundo aviso de la tarde.
Dos pinchazos por arriba, tirándose recto y bien, y una entera –de la que salió
el toro dando un arreón a un peón que casi se lo lleva por delante- ya en
toriles todos ellos, y tres descabellos cerraron su actuación. Nueva ovación de
los paisanos.
El Cid con la zurda en su segundo, algo retorcido, pero llevándolo y cargando la suerte (Foto: las-ventas.com) |
El Cid sigue en ese quiero y no
puedo de sus últimas temporadas, aunque al menos ayer anduvo más firme en el
que cerró su labor. La inició, sin embargo, con un Caratuerta (576 kilos, negro de capa, manso y tonto del bote), absolutamente
inválido, que el público protestó con sobradas razones, y que no tuvo en
consideración a lo largo de su mísera vida. Ni los intentos de agradar del
espada de Salteras sirvieron de nada y menos tras que la cuadrilla
banderilleara al toro a toda velocidad (El Boni entró al relance de un capote
para poner el primer par y acallar parte de las críticas). Diez caídas y un
timo de faena no facilitaron el cambio de opinión. Sin embargo, una buena
estocada por arriba del sevillano dejó la cosa en tablas –léase silencio-; una,
por cierto, que hubiera necesitado tantas tardes en que el fallo con la tizona
le privó de grandes triunfos en esta plaza. El cuarto, Argerón, fue un indigno animal anovillado, negro, de 530 kilos en
la báscula (que debe andar como el gobierno, dando bandazos y despistado, sin
saber diagnosticar y solventar los problemas que nos acucian), manso pero embestidor.
Y como se movió en el último tercio, la gente se olvidó que aquello era un
bichejo y que “eso” antes no se brindaba al respetable. Cogió el diestro la
zurda para, a base de ayudados, mostrar que el toro tenía fondo apreciable, si
no encastado, sí al menos con movilidad. Anduvo el Cid, retorcido en exceso, sin esa planta de otras tardes, algo
acelerado a veces, en un toreo en ocasiones periférico, pero mandando en las arrancadas de
la res y llevándolo en redondo, toreo casi olvidado en lo que llevamos de San
Isidro y tantas otras tardes. Con la derecha, ni nos gustó ni le aplaudieron
los de “todo a cien”. Un pinchazo en
mete y saca y una entera muy trasera, dejó su labor en silencio –quizá porque
la lluvia arreció y la gente estaba más a aquello que a premios baladíes (quizá
debieron haberle ovacionado, pero sólo hubo unas tímidas palmas)-.
Luque en el quinto, torito menos que justo, cuando arreciaba la lluvia (Foto: las-ventas.com) |
Luque tampoco pudo revalidar aquella interesante labor
suya de la feria pasada del Arte y la Cultura. Su primer antagonista, Cubilón (524 kilos, negro y tocado de
púas) fue otro bicho de poca presencia -¡vaya corridita la de ayer, ¿dónde
quedarán aquellos toros de Manolo Chopera?-, manso pero embestidor, aunque con poca
clase. El toro comenzó desplazándose de lado en el percal, y tras dos picotazos
–por si acaso se caía como el anterior-, llegó el animalín al último tercio con
alguna movilidad. Luque citó en los medios, y a base de pico, descubriéndose un
tanto, mal colocado tantas veces y algo despegado, fue pasando al bicho en una
labor anodina, fútil, insubstancial, que mejoró mediado el trasteo al llevarlo
más en redondo, pero siempre desde fuera, ligando más que al principio, con
agarre al lomo incluso. Como terminó de rematar un lance y el bicho gazapeaba
un tanto -por falta de fuerzas para pararse y arrancar de nuevo-, al final se
tornó incómodo, haciéndole bastante hilo en más de una ocasión. Un pinchazo trasero
y caído, y una estocada entera por el estilo, bastaron. Silencio en la noche…,
como en el tango. Tampoco mejoró el panorama con el quinto, Cartuchero, otro animal de poco cuajo y
trapío (528 kilos, negro, tocado de armas, manso, embestidor y a menos), con el
que Luque volvería a las andadas… Desde fuera, ligando algún muletazo suelto,
tirando en algún otro, pero con poca cosa entre tanto, para terminar encimista
y con nuevo agarre al lomo del morlaco. No puede estar más pendiente de estirarse
cuando pasa el toro que de torear, y hubo bastante aprovechamiento del paso del
torete y poca profundidad en general. Una entera, caída, y ovación de un
generoso público que cantaba… bajo la lluvia.
Nos quedamos, como es lógico, con el valor crudo y la
voluntad del neófito y con aquellos toros del Puerto que en su día introdujo en
la plaza de Madrid el mejor empresario de Las Ventas, Manolo Chopera.
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