Madrid,
15 de mayo de 2013. Casi lleno. 6 toros de Alcurrucén,
mal presentados en general, mansos, de juego desigual, entre la toreabilidad de
primero, tercero y sexto y el descaste del resto. Sebastián Castella, silencio (aviso) y silencio (aviso). Miguel Ángel Perera, oreja y ovación. Ángel Teruel, ovación y silencio.
Impresentable actitud de la nefasta Taurodelta
haciendo esperar hasta 30 minutos el comienzo del festejo por no haber previsto
el arreglo del ruedo horas antes del mismo. Esta notable desatención hacia el
respetable es un suma y sigue en la meteórica carrera del tripartito
empresarial, sin que la Comunidad ni siquiera les llame mínimamente la
atención. Ya verán, ni una leve admonición. Espectacular. Nada importa, incluso que provoquen el retraso en el
comienzo de la corrida media hora porque no habían previsto airear el ruedo y
quitar el barro con horas de anterioridad y cuando había dejado de llover en
Madrid desde hacía varias horas. Ni al semi-sacrosanto horario taurino respetan
ya. Y tras de este menosprecio al público, nuevos ejemplares de todo a cien de
una ganadería que anda por las mil y pico vacas; se ve que no hay toros en ella
como para presentar una corrida con las condiciones de trapío necesarias y
suficientes para la capital… ¿o son los veedores de las figuritas…? Mil y pico
vacas para esto…
¿Por qué no hacemos un ensayo; traemos a los
veterinarios de Bilbao una temporada a Madrid, gastos pagados, y les mandamos
los nuestros a la capital vizcaína, por ver si así mejora la presencia de lo
lidiado? ¿O a los de Pamplona? ¿O desplazamos a la Villa y Corte algún albéitar
francés? La reducción en el trapío de los toros de Madrid va complicándose a
medida que avanza la feria y empiezan a figurar en los carteles espadas de
medio pelo o coleta crecida.
Por lo demás era día del santo patrón de aquel “poblachón
manchego” que aun en la Edad Media llegó a tener algún representante en Cortes
y que se convertiría por mor de un rey preocupado por la equidistancia de sus
territorios (paridad, en lo posible, entre los diferentes reinos de Castilla,
Aragón y Navarra, o los territorios de Italia, Flandes, Ultramar y Portugal) en
1561. Día del modesto labrador del siglo XI preocupado por el “ora et labora”
laico que hoy es patrón asimismo de agricultores y ganaderos. Buen ejemplo, por
cierto, para los criadores de reses presuntamente bravas… Día, además,
tradicionalmente festivo, en que uno come y bebe alejado de casa, y espera la
hora del festejo trasegando más bebidas espirituosas que de costumbre, que a
veces ha pasado por la ermita del santo, y que ha dedicado su festivo quehacer
a cien salerosas distracciones. Día en que la plaza se transforma de manera
habitual y que en los últimos años se ha convertido en escaparate de los
isidros como hacía décadas no se contemplaban en la geografía urbana de la Muy
Noble, Muy Leal, Muy Heroica, Imperial y Coronada Villa de Madrid, títulos que
le pertenecen por derecho. Estos neo-isidros de los toros, antaño cantados por
plumas tan prestigiosas como las de Luis Fernández Salcedo o Antonio Díaz
Cañabate, entre otros muchos, vienen con el mismo espíritu festivo, bien
coloradas las mejillas, muchos con su vaso de licor a cuestas, con ganas
irremisibles de aplaudir cualquier cosa y de insultar a cualquiera que se salga
del guión. Lo que no era habitual en los últimos tiempos es que recurrieran a
la virulencia de los hooligans de un partido de fútbol inglés de primera
regional… Los insultos graves y
directos, del más variado pelaje, ante los mínimos silbidos de algún aficionado,
o una de aquellas frases habituales de cualquier día: “¡Colócate!”, “¡Es para
delante, no para atrás!”, “¡Más de los mismo!”, “¡Picooooo!”, etc., nos resultaron
vergonzosos e insufribles, muy propios de la mala educación, vulgaridad y
paletismo del Isidro bien cargado de coñac. Al argumento, sea positivo o negativo, hay que
responder con otro que convenza, que justifique la actitud, nunca con el
insulto personal. Pero están los tiempos como para ello, especialmente entre
los que vienen dos tardes al año a los toros –con entrada de regalo- y jamás en
su triste vida han osado levantar la voz en casa –no sea que la parienta les
meta en cintura-, han visto más de media docena de corridas por televisión, o
se han preocupado mínimamente por leer, por estudiar, por consultar nada
taurino más allá de una reseña del “trinconcete y Cortadillo” de turno, o el
portal subvencionado de marras.
Cerca de mi localidad, exactamente igual que el pasado
año, les dio a los isidros por montar bronca y burlarse de un aficionado de los
de todos los días, mofándose de sus comentarios que, por cierto, eran de todo
punto respetuosos y oportunos. ¡Qué asco!
Y con tales mimbres, ganado de “todo a cien” –que le
retiren la placa a los Lozano, recién colocada, porque si no saben imponer su “ley”
en su propia ganadería ya me dirán qué méritos acrisolados han tenido como empresa de Madrid-, público
isidril en su peor acepción, desatención de la empresa, tarde bastante fresca y
dos figuritas en el cartel, dio comienzo la séptima corrida de San Isidro 2013.
El primero de la tarde, escaso de trapío (Foto: las-ventas.com) |
Los bichejos de Alcurrucén no fueron los del año
precedente, ni en presencia, ni en juego o casta, pero al menos saldrían tres
mucho más que potables para la media. Eso sí, también los hubo impresentables,
como decimos, o tan justos que apenas se salvaban por los pelos… y no hubo
mucha variedad entre éstos.
Abrió plaza Ángel Teruel hijo, un torero fino,
estilista, tan frío como su progenitor, pero que se movió en terrenos del
nihilismo taurino que abunda. Incluso le gritaron “Que vuelva tu padre…”, en
reivindicación de un diestro que para mí fue más que notable, de técnica,
visión y conocimientos insuperables, con buen corte estilístico, pero que
apenas llegaba a la masa la mayor parte de las tardes. Teruel hijo, no alcanza
tales méritos, y aunque anduvo mejor con su primero –por “culpa” de éste, sin
duda-, nada hizo digno de recuerdo en los dos de su lote, probablemente el
mejor del festejo. En este primero, Pandero
de mote (501 kilos, negro listón chorreado, justito o menos de presencia, manso
y sosito pero embestidor) lo que mejor le vimos fueron unos doblones iniciales,
muy necesarios para aclimatar a la res al frío muleteo, con técnica indudable,
pero sin más sal. Un toreo fino, elegante, estilista, pero descentrado,
despegado, soso y con abuso del extremo distal de la franela. Al menos no hubo
artificiosidades ni retorcimientos barrocos, hubo naturalidad en la nadería aquella.
Se colocó mejor, como es habitual, en una postrera serie con la zurda, con el
bicho ya a menos. Tres cuartos de estoque embutidos por arriba y muerte del
bicho con cierta casta, pero pegadito a su refugio de tablas, para recibir ambos
una ovación. El sexto, Herrerito (510
kilos, anovillado, colorado chorreado, mansito pero casi cumple, especialmente
en un primer encuentro, embestidor y a menos), fue también otro animal
posibilista. De las alegres embestidas del comienzo, por sacárselo
rutinariamente a los medios –el toro hubiera ido mejor en el tercio-, por no
embraguetarse como debía y abusar del pico, acabó por desengañar al animalín, y
la faena se convirtió en una sucesión de pases sin la necesaria continuidad,
¡qué pena de toro! Un pinchazo hondo y caído y un certero descabello para
silencio final. Me temo que tras siete años de alternativa, esta confirmación
madrileña poco habrá de empujarle en su carrera.
Angel Teruel en la fiera inicial... y no mide dos metros el espada (Foto: las-ventas.com) |
Castella anduvo vulgar y desdibujado en sus dos
oponentes, aunque en su descargo sólo se me ocurre mentar que fue el peor lote
del encierro… toros que antes también se toreaban, lidiaban y permitían
triunfos de cualquier modo. Su primero fue un descastado animal llamado Pianero (nos sonó bien la reata, pero desafinamos,
al parecer), res que pesaba sus 530 kilos, negro listón, chorreado, bragado y
meano, tocado de armas, y con más cuajo que sus hermanos, pero manso y soso sin
remedio. En los medios, dándole distancia, el francés lo pasó con el pasito
atrás y desde fuera siempre un par de tandas… hasta que el toro se desengañó de
aquello, como lo hizo el público. Siempre descolocado, lanceándolo de uno en
uno, dándole respiros exagerados, no convencería el galo a nadie, antes de
terminar con el marmolillo, desde fuera, de un pinchazo caído y una entera por
arriba escuchando un recado del palco.
Castella en su primer monstruo... que se cae (Foto: las-ventas.com) |
Otro tanto del mismo jarabe en el
cuarto, Altamares (535 en la báscula,
negro bragado y meano, con mucha leña y algo bizco del izquierdo, muy manso en
varas, embestidor a oleadas y sin casta, incómodo en definitiva). Cuando el
bicho se decidía a arrancar, tras pensárselo una barbaridad, entraba con
brusquedad, repitiendo con alguna codicia pero sin fe y tirando algún que otro
derrote. Fuera, sucio y periférico, nada nos dijo el toreo de Sebastián, aunque
aguantó alguna tarascada impertérrito, que valor no hay que negarle. Tras unos
minutos de vulgaridad, y sin confiarse en ningún momento, lo despachó, sin
haberle probado por la izquierda, de un pinchazo caído y una puñalada casi en
las costillas, escuchando nuevo aviso.
El susto de Perera en el tercero (Foto: las-ventas.com) |
Y vayamos a la parte cruel del espectáculo. Miguel
Ángel Perera, que como ustedes saben no se habla con el francés… entre otros,
tan rarito él como el galo, que no se dirigieron la palabra en el festejo, que
no se dieron ni la mano en la confirmación de Teruel, ni en la devolución de
trastos, cortó la primera oreja de la feria 2013. Fue en el tercero, otro de
los buenos toros, pero sin trapío, de la tarde. Pelaíto de mote, haciendo honor en su cuajo al nombre, era un bicho
que dicen pesaba 510 kilos –no me lo creo-, negro listón y chorreado, manso
pero embestidor y algo mirón por la descolocación constante del espada. Comenzó
cayéndose el espada en la cara del bicho en los lances de saludo con el percal,
y a punto estuvo de acabar ahí su actuación vespertina. Menos mal que
anduvieron todos al quite prestamente…, ¿todos? Bueno Castella tardó en salir y
cuando lo hizo fue a cuerpo limpio, lejos, y tirándole la montera al bicho por
toda solución. Hecho el quite por Teruel y la cuadrilla, casi todo el mundo se
interesó por el pacense… menos… ya saben quién. Nada hubo con el percal digno
de señalar en éste ni a lo largo de toda la tarde, y en la misma sólo un quite
de Teruel… que se me ha olvidado ya, a Dios gracias. Pues Perera se enfrentó a
Pelaíto en ese toreo moderno que hoy priva del sentido y de la educación al
público de aluvión, a los isidros de ayer. Los privó del sentido… del gusto y
de la educación, ¡vaya que sí! Ante las llamadas al orden “constitucional” del
toreo, de la colocación, de la cargazón de la suerte, de echar la pata para
delante, de ganar terreno o al menos no retroceder, el público acometió también
contra los contraventores de la contracultura taurina moderna, insultándolos
sin piedad y arreciando en los aplausos. Muchos de los aficionados, los más, optaron
por el silencio y sobre el mismo se edificó el triunfo del toreo contemporáneo.
Reconozcamos, al menos, que Perera anduvo firme –salvo en el constante paso
atrás-, que bajó mucho la mano y tiró del bicho, que aguantó muchas miradas
estoicamente y algún parón. ¡Ay, si hubiese toreado hacia delante!, hasta yo
mismo me rendiría a sus pies. Pero no; ligó y bastante a base de no molestar al
animal, de cederle el paso, retrocediendo en cada lance para quedarse
descolocado, exageradamente, retorciéndose a cada paso en esa postura cuasi
inverosímil de cite, y donde no se remata un pase para ligar el siguiente…
dejándole la muleta siempre en la cara. Toreo contracultural sin duda, y donde
el mérito reside en dejar que el bicho pase por allí, sin molestarlo mucho en
su recorrido, a base de echarse siempre para atrás. Como uno ha crecido en otra
época, creía que el mérito consistía en ganar terreno y hacer que el toro fuese
por donde quería el maestro y no al revés, forzando su viaje para que rodeara
el cuerpo del espada y rematando el pase –finalizándolo, en suma- para ligar el
siguiente volviendo a estar colocado ante el toro. ¡Ya sé que soy un ingenuo! “Ejecutada”
la faena, el de Puebla del Prior, le recetó al bicho una estocada algo
desprendida, bien realizada técnicamente, y don Trinidad hizo bien en retrasar
la salida del pañuelo para evitar mayores excesos orejiles. Una y todos tan
contentos.
Toreando al de la oreja con la pierna atrás (Foto: las-ventas.com) |
En el quinto no alcanzó a cortar la que le hubiera
abierto la puerta grande. Ambicioso, el toro, no se lo puso tampoco tan fácil
como su hermano de camada. Era un bicho de 549 kilos, colorado bragado y ojo de
perdiz, engatillado de cuerna, muy manso en los caballos, algo brusco y
complicado. Nihilismo capotero y llegado el trance de la franela, tras un mal
segundo tercio, el pacense se lo sacó a los medios. El toro comenzó largo,
mandando algún que otro recadito a medio pase, a veces quedándose algo más
debajo, y Perera lo llevó siempre desde fuera y en paralelo para evitar
complicaciones. Y claro es, no llegó a nadie, y hubo sus tímidos pitos y
reconvenciones como a cada mortal… respondidas con grosería tantas veces, pero
sin aplausos esta vez. Sólo despertó a la gente, en general, en la SÉPTIMA
tanda; “casi na”, que diría un castizo, cuando se decidió a echar la pierna
atrás, ceder el paso al cornúpeto y ligar algo más. Un espejismo, porque en la
siguiente serie volvieron a silenciarse los tendidos, porque volvería a “lo de
antes”. Unas manoletinas, lance fundamental en la tauromaquia contemporánea, y
que inventara el torero cómico Llapisera en el primer tercio del siglo XX, con
los faldones de su frac, volverían a despertar pasiones dormidas. Pero en esta
ocasión el acero cayó rinconero –que es donde apuntaba- y la cosa quedó en
ovación y saludo. El bicho hubiera requerido otro puyazo, pero el diestro,
habituado a que tengan menos fuerzas que “la patada de un conejo”, pidió el
cambio, a mi juicio, antes de tiempo. No le salvaron ni las nueve tandas que el
bicho admitió.
Una oreja, a la postre, fue todo el bagaje que
consiguieron obtener los isidros de 2013, apéndice cortado en este toreo
contemporáneo. Si se le ocurre echar la pierna adelante, cargar la suerte como “toda
la vida de Dios”, y ganar terreno, su dominio, temple y aguante se hubieran
visto, probablemente, mejor recompensados.
Amén
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