Francisco Montes había alcanzado el cénit de la
torería en su época. Era espada insustituible, y pese a que llevaba ya varios
años en práctico estado de retiro (desde 1847) decidiría al fin escriturarse
para la plaza de Madrid en 1850. El entusiasmo de público y prensa no tuvo
parangón en su tiempo; ni las grandes figuras de la política, nio las de la
milicia, habían despertado nunca tanta expectación. La prensa no paraba de
hablar de sus próximas actuaciones en la plaza de la Corte, regida ese año por
Justo Hernández, empresario que andaba como tapadera de Manuel Gaviria Alcoba
(futuro II marqués de Gaviria y Conde de Buena Esperanza). Fue precisamente
este notable hombre público, banquero, Senador y Gentilhombre de Cámara –al margen
de otros títulos y prebendas- quién conseguiría apartarlo de su retiro en
Chiclana, enviando a su propio hijo a negociar con el diestro.
Grabado de la época con el retrato Francisco Montes Paquiro |
Montes comenzó la temporada en Madrid entre éxitos y reconocimientos, pero su maltrecha salud le perseguía implacable. Sus cualidades físicas no eran las de antaño, ya sus piernas no le respondían como cuando era un joven aguerrido, su vista estaba mermada –quién sabe si por el abuso del aguardiente o por la incipiente presbicia-, sufría cuadros de fiebres que le mantuvieron postrado en más de una ocasión, quizá palúdicas. Pero ante todas esas adversidades se imponía su inteligencia, su saber hacer, su perfecto conocimiento de toros, suertes y terrenos, y con ellos conseguiría volver a encandilar a los públicos, que le aclamaron en varias de las 12 corridas iniciales en las que toreo en el coso de la Puerta de Alcalá madrileño.
Sufriría, sin embargo un percance el 17 de junio, tras otras dos tardes grises, que el diputado a Cortes por Castellón, gran aficionado y periodista, don Wenceslao Ayguals de Izco, narra de esta manera en la revista La Linterna Mágica: “En la corrida del 17 del mes próximo pasado [Junio], en que el célebre Paquiro se despidió por una corta temporada del público madrileño, faltole poco para que la despedida fuese la última. !Extraña coincidencia! Había tomado el toro querencia a la derecha del toril. Tanteóle Montes y se arrojó a darle la estocada a toro parado introduciéndole medio estoque, pero quedó enganchado en el pitón derecho por la pierna izquierda únicamente por los calzones. El bicho lo tiró al suelo y por un momento quedóse Montes haciéndose el muerto, hasta que el oportuno auxilio de la capa de Joselito Redondo desvió al cuadrúpedo y se salvó el rey de los espadas. La cogida que causó la muerte de Pepe Hillo fué en el mismísimo sitio y enteramente igual hasta en sus menores detalles la de Montes. No hubo entre ellas mas diferencia que la de haber sido Montes más afortunado (...)”. Tras de esta corrida Montes partió para
Andalucía, toreando en Sevilla, Cádiz y el Puerto, y de ahía a Galicia, por
barco, siendo coronado de laureles en la plaza de La Coruña y actuando delante
de las Reina también en Santiago. Montes volvería a Madrid para reanudar la
primera temporada en la Corte. Y en su primera reaparición, el 21 de julio,
sufriría la cornada que hubo de apartarle de los ruedos definitivamente y que
probablemente acabó por causarle la muerte meses después.
Ayguals de Izco es testigo de su reaparición y fatal cogida, y se extiende en los siguientes interesantes comentarios: “Recién llegado de la Coruña el célebre rey de los espadas, las sienes coronadas de gloriosos laureles, en la tarde del domingo 21 de julio, tuvimos el disgusto de verle corneado y pisoteado a sabor de un bicho de mala ralea, que parecía haberse encargado de la atrevida misión de vengar a sus compañeros, víctimas del nunca bien ponderado arrojo y sublime inteligencia del intrépido Paquiro... Precisamente porque es valiente y sereno en el peligro, precisamente porque atesora la inteligencia de los más celebérrimos toreros de la antigüedad, precisamente porque en el concepto de los conocedores aventaja a todos ellos, se ve en la necesidad de tener que sostener a todo trance esta reputación colosal, y en todas las carreras del mundo no siempre está el hombre del mismo temple. Además, Montes lleva ya medio siglo debajo de la coletilla, es decir 25 años en cada pantorrilla, que no deja de ser gran estorbo para correr, y es sabido que su vista está muy lejos de ser de lince. Todas estas circunstancias unidas a que suele haber a veces toros tan malos que ningún caso hacen de la muleta y solo se dirigen al bulto, y que para estos bichos mas sirve la ligereza que el saber, hacen que el mejor diestro se vea muchas veces en el compromiso de apelar a una desordenada fuga, y aun tomar el olivo si tan grave es el aprieto. El público premia siempre semejantes lances con una silba; pero generalmente suelen decir los espadas: «Una silba no duele tanto como una cornáa». Esto se dice; pero no cuando se tiene una reputación como la de Montes. Por esto se le ve siempre impávido sin huir jamás, sin tomar nunca el olivo. Hé aquí por qué creemos que en todas las corridas está Montes en inminente peligro... Montes no debe ya ajustarse sino para director de la plaza, sin obligación de matar toro alguno mas que los que él quiera, y le aconsejamos que lo quiera muy de tarde en tarde. Montes está siempre sublime en la plaza; pero nunca se le ve con más gusto, nunca excita tanto entusiasmo, nunca hace alarde de una manera tan ostensible de su inteligencia e incomprensible serenidad, como al auxiliar a los demás espadas. Cuando se le ve al lado de Cayetano Sanz, por ejemplo, el público le admira y aplaude con frenesí. ¿Qué necesidad hay pues de que mate Montes, cuando tantos medios tiene de lucirse sin esta circunstancia? Su presencia en el redondel es ya una garantía de la animación de la plaza”.Francisco Montes en Sevilla (visión idealizada de la época) |
Toda la prensa del momento recogió el lamentable suceso. También Ramón Medel (Reseña general de las corridas de toros verificadas en la Plaza de Madrid en el año de 1850; Madrid, Imprenta de Don José Villetti, 1851) narra lo sucedido en esa aciaga tarde del día 21 de Julio: “Al dar el tercer pase de muleta al primer toro que se lidiaba en la corrida 16, el día 21 de Julio, enganchó el bicho al diestro por la pantorrilla izquierda, arrastrándole como unas seis varas, haciéndole algunas contusiones en la cabeza y pecho. Tuvo lugar esta desgracia entre los tablones 4ª. y 6ª. partiendo de la puerta de caballos a la llamada de alguacuiles. El toro pertenecía a la ganadería de D. Manuel de la Torre y Rauri; se llamaba Rumbón, de pelo retinto, de algunas libras. Había llevado tres pares y medio de banderillas de fuego. Después de la cogida de Montes tuvo que matarlo Redondo, quien tras de un pase al natural y otro de pecho le dio una soberbia estocada”. O la revista especializada El Clarín, que en su número 6, del martes 23 de julio de 1850, también dirá: “(...) vimos a la hora de las cinco, que era la marcada, romper plaza al toro llamado Rumbón, de edad de siete años, pelo retinto y bien puesto; nada bueno fue por cierto el bicho, pues aun cuando su presencia y salida indicaban algo de provecho, nos quedamos con nuestras ilusiones, no haciendo más que tomar dos varas de Gallardo y otras tantas de José Muñoz, sin ser posible que pasara adelante su valor, y claro es, que el Presidente dispuso castigarlo con banderillas de fuego, clavándosele tres pares y medio. Llegó la muerte, y no parece sino que nuestro querido Montes tenía algún fatal presentimiento, pues aunque le vimos marchar a la fiera con aquella arrogancia propia de un veterano que en más de cien combates se ha llevado la palma de su valor y pericia, sin embargo, su paso era lento. El toro se había hecho de un sentido extraordinario, y arrancaba fuera de su terreno, haciendo más por el bulto que por los capotes, y adquiriendo cada vez más querencia a las tablas: en este estado el maestro le dio un pase al natural, y otro muy rápido de pecho (de defensa), quedándose bien corto y parado para el segundo a el natural, que al dárselo lo enganchó el animal por la parte superior de la pantorrilla izquierda junto a el atadero de la liga, de cuya herida se retiró (...). Acto contínuo tomó el estoque Redondo, y lo mató de dos pases al natural, y uno de pecho, saliendo en todos con piernas, de una muy buena recibiendo, lo que le valió infinidad de aplausos”.
El cirujano de guardia en la plaza, don Manuel Andrés y Soria, redactó el siguiente parte facultativo de la herida: “El profesor de cirujía encargado de esta enfermería da parte al señor presidente de la función de que el espada Francisco Montes tiene una herida en la parte interna de la pierna izquierda, de extensión una cuarta, de figura longitudinal, interesa los (ilegible) y parte de los músculos; su pronóstico es grave por accidentes. -Manuel Andrés y Soria”. Montes
anduvo varios días en muy serio peligro vital, se pensó, incluso, en amputarle
la pierna maltrecha, su recuperación fue lenta y nunca definitiva; aun dos
meses después seguían curándole la herida abierta, según hemos podido descubrir
en una revista médica de la época donde se relata el caso clínico. A principios
de septiembre de la herida seguía fluyendo material inflamatorio, algo más que
seroso, aunque quizá no purulento. Sufría grandes dolores (quizá por una
osteomelitis tibial ya que los refería en la cresta de la tibia y zona
delantera) y su estado seguía preocupando a sus médicos. Se retiró ese mes a
Chiclana (pues llevaba desde la cogida en la Corte) y allí acabaría por
fallecer el 4 de abril de 1851, sin
haberse recuperado por completo de las consecuencias de la cogida. Murió de lo
que en la partida de entierro se denominaron unas “calenturas malignas”,
fiebres sin filiar que no le habían abandonado en este último período de su
vida, y que quizás estuviesen motivadas por infecciones contraídas durante la
cogida, o por el mal estilo de vida que Montes llevó durante sus últimos años
de existencia.
El modesto mausoleo que hace años tenía Paquiro en el cementerio de Chiclana |
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