Por Fernando Bergamín
Nunca me gustó el toro bravo en la calle, bajo ninguna
circunstancia y frente a cualquier tradición, aunque ésta pueda tener siglos, y
sus correspondientes tratados del llamado "arte" de correr los toros
sean numerosos.
El toro bravo, el toro de lidia..., antes de llegar a
su destino final, me gusta virgen de toda tentación de embestida, salvo de toda
suerte de provocación humana. Me gusta contemplarlo en las hermosísimas dehesas
y marismas abiertas en libertad y espacio para él. En el verdor de la
primavera, el otoño y sus melancolía, en la dureza invernal y el más infernal
estío. Así, hasta llegar al "círculo mágico del ruedo", después de
salir de la negrura y soledad del chiquero, como parto imprevisible que le
llevará a la Luz y a la Muerte, dándola o quitándola..., es su vida y su
muerte, como la del hombre, como la del torero que por primera vez se
enfrentará con él, jamás para luchar, sino para llegar a un puro entendimiento.
Ese es para mí el sentido del toro de lidia en su vida, que precederá a la
Corrida. Su comportamiento posterior en el círculo mágico y geométrico del
ruedo frente al torero - que lo sea de verdad -, es y será siempre otro
misterio más del Arte efímero y único del toreo.
Delante de los toros no se corre, en aparente y
cobarde valentía. Delante de los toros se torea. Y precisamente en la quietud
del torero, se afirma la inteligencia del hombre y el decir y sentir de su
creación, en muchas ocasiones frente a la bravura y nobleza del toro, o de sus
dificultades en otras, pero siempre cara a cara.
Por estas razones, que para muchos no lo serán y los
respeto, no me interesa la Feria, la gran fiesta de Pamplona. No me interesa la
deportividad de su desarrollo matutino, en el ya más que famoso y tradicional
Encierro, donde a mi parecer, el toro bravo sí es humillado, engañado, sin
llegar a poder luego ser "desangañado" como en el toreo verdadero que
se produce en la Plaza. Todo ello para conseguir un tipo de diversión y
hermandad común seudo-etílica a la que no veo su sentido ni su gracia: quede
constancia que nada tengo contra los fines y sensaciones etílicas, pero creo
como el poeta que "se bebe para recordar, no para olvidar". Y en esas
carreras... tengo la impresión de que se está olvidando todo, en una
solidaridad y hermandad que no me convencen, a pesar de su buena intención.
Monumento al encierro en las calles pamplonicas |
De la llamada Corrida de la tarde, tengo en realidad
poco que comentar. Es cierto, en algunas ocasiones vemos, ya manoseado, al
conocido como "toro de Pamplona", ganaderías del máximo prestigio
torista participan tarde a tarde, ante un público enfervorizado y contento, que
no mira, ni ve prácticamente nada. Un muestreo de animales (algunos bravos y
nobles) casi nunca con posibilidad de ser toreados o lidiados con arte, poder y
gracia, creo que por razones claras. Lo mismo que existe el "toro de
Pamplona", está el "torero de Pamplona": toreros que para el
sentido que yo tengo de este arte, me suelen interesar poco. Naturalmente con
importantísimas excepciones en pasadas épocas y en la presente. Pero ¡qué
difícil le resulta torear bien a un gran torero en esa festiva y famosa Plaza,
que no mira pero come, bebe, salta y canta!
Un año más, el 2012, pasó Pamplona y sus San Fermines
por el calendario taurino. Todo más o menos igual a lo ya previsto. Pasó, lo
disfrutaron y lo vivieron de verdad, en su verdad, hasta con un glorioso y
último festival Padilla...., del que prefiero no comentar nada.
Y que me perdonen no poder terminar con un ¡viva y
gora San Fermín!, aunque deseo que dure para siempre y que lo disfruten. Yo me
quedo sencillamente con el toreo eterno: que no se nos vaya, porque está en
peligro.
"Cuando se llevan al toro
Parece que las mulillas
Se lo van llevando todo." (J.B)
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