El
comentario de Ángel Arranz
Reglas y excepciones
La representación del ritual taurino más exigente
tiene idiosincrasia propia con respecto a la representación de casi todos los
espectáculos habidos y por haber. Es un melodrama –música sonora y callada, a
la vez que drama directo y verdadero- solemne; en la forma y en el fondo, en
realidad es un pulso entre dos sujetos que simbolizan la razón y la fuerza.
Todo ocurre sobre la marcha, sobre la suerte, y,
a la velocidad de lo casi efímero y trascendente. ¿No es casi efímero el
momento de nacer o morir en los seres
humanos si los comparamos con expectativas de vida más allá de los ochenta
años?
Claro, es tan difícil como fácil, o es tan fácil
como difícil presidir y reglamentar lo efímero, al gusto o disgusto de todos.
La intuición y la conciencia individual y colectiva son decisivas a la hora
de reglamentar los hechos y presidir las decisiones… sin que haya mínimas
lagunas o carencias.
Es la soberanía y la sabiduría de los aficionados
la que suele facilitar el veredicto del presidente a la hora de otorgar
trofeos. En la mayoría de espectáculos donde hay que calificar o premiar, los
veredictos dependen de un juez, de un árbitro, de un jurado… y todos esos
miembros tienen presidentes. Es decir, los que ordenan y dirigen las corridas
de toros son los presidentes en directo, sin intermediarios, y además,
asesorados por expertos contrastados en toros, toreros y toreos.
Eso no quiere decir, que de vez en cuando cometan
errores, pero en líneas generales todavía son bastantes fiables. En líneas
particulares, es verdad, que conceder o no conceder una o dos orejas
benefician o perjudican la trayectoria de los toreros a corto plazo, pero son
los toreros los que deben poner las cosas en su sitio a medio o largo plazo.
Lo mismo, o casi, podemos decir de los ganaderos,
de los toros, de los reconocimientos; de sus cambios o recambios de última
hora, por la devolución de toros por falta de energía, o por accidentes o
incidentes imprevistos. Es la democrática y casi espontánea manifestación del
público la que ha de indicar la decisión del presidente.
Los altruistas presidentes de las corridas de
toros tienen la obligación ética de poner su condición de aficionados por
encima de todas y cada una de las consideraciones a plantear; y, en caso de
disminuir las calidades y cualidades de lo que se anuncia en los carteles por
inclemencias del tiempo, han de ponerse “en la piel de los protagonistas”
para suspender o continuar el ritual melodramático.
No he conocido ningún reglamento que se aplique
al pie de la letra, por lo tanto, no sé si hay que cambiarlo o dejarlo como
está.
Todas las reglas tienen excepciones, se trata… que
las excepciones estén justificadas con el consentimiento de la inmensa
mayoría del respetable. Reglas que han de ser universales en todos los
lugares donde se celebren festejos taurinos. En este caso, las excepciones,
fundamentalmente, han de ser para respetar peculiaridades que puedan adornar
o dar carácter a puestas en escenas
concretas; pero siempre con el denominador común de ser fieles en
autenticidad a los principios, medios y fines del acontecimiento.
Otra cosa es que los presidentes de presidentes –
presidentes de gobiernos- den ejemplo al resto de presidentes con sus
aciertos… o den licencias con sus desaciertos para mentir, renunciar, someter
o someterse, corromper o corromperse, etc. etc.
Señores presidentes: ¡no digan tantas mentiras!
A las cabezas cabales: ¿quieren quitarles las miras?
Analicen, rectifiquen con… personalidad justa y sabia
¿Ignoran nuestra habilidad? ¿Creen que estamos en Babia?
Compran deuda y avaricia por crecimiento y justicia
Venden publicidad por credibilidad: ¿Dónde va la Humanidad?
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