Madrid,
6 de junio de 2013. Algo menos de un tercio de entrada. 5 toros de Juan Manuel Criado, desigualmente presentados,
mansos o muy mansos, descastados, prácticamente mulares. 1 toro de González
Sánchez Dalp (Manolo González) (4º bis), bien presentado, manso, embestidor. Uceda Leal, palmas, oreja y silencio. Curro Díaz, ovación y silencio. Sergio Flores, que confirmaba alternativa, ovación (aviso) en el
único que mató.
No ha sido la única.
Echen la vista atrás… A Chechu, en este San Isidro 2013, le ocurrió otro tanto.
Sergio Flores el mexicano de Tlaxcala, sufrió sendas cogidas a lo largo de la lidia
del primero que le impidieron continuar
en el festejo. Fueron dos cogidas absurdas, la primera por descubrirse sin atenuantes,
mostrando al toro por dónde no tenía que ir. La segunda por no terminar de vaciar
la embestida del toro en la suerte suprema, quedándose en la cara y sacando la
taleguilla destrozada. La primera motivó –al margen de las emociones desbordadas
habituales-, las ovaciones de rigor, estimulando al diestro a la vuelta a la
exposición, a pesar de andar herido; pero tras la segunda enmudecieron los aplausos,
quizá porque el público recapacitó y se dio cuenta de que no podían incitar al espada
al suicidio, lacerado como estaba desde el primer revolcón. No sé si será
oportuna la reflexión, porque he de reconocerles que siempre –supongo que como
a ustedes- me enternecen estos gestos heroicos de permanecer frente al peligro,
a pesar de todas las adversidades, superando con el gesto las bondades o
deficiencias de la res, de la faena, del momento. Pero creo que a pesar de
ello, es preciso que reconsideremos un par de cosas. En primer lugar que un
diestro herido, que cojea ostensiblemente, que apenas puede mover la pierna
herida, no debiera permanecer en el ruedo, sino retirarse prudentemente a la
enfermería; otra cosa es un puntazo, incluso una herida que no altere notablemente sus
facultades… Comprendo que siempre querrá –si el pundonor se desborda en su personalidad- permanecer en la cara del toro, pero sus compañeros, la cuadrilla,
su apoderado e incluso el público debieran invitarle a abandonar tan desigual
pelea. Ayer el público –y no sé si apoderado o subalternos- no le animaron a la
prudencia que es condición tan humana y heroica, como la de arriesgar la vida
temerariamente. Mediten sobre el particular. ¿Por qué empujamos al diestro a arrojarse
de nuevo a los pitones, o porqué lo hacen algunos? ¿Es simplemente
inconsciencia, es la búsqueda de emociones fuertes, es una salida a nuestras
emociones internas, aliviando tensiones? ¿O es que algunos buscan sangre? ¿Por
qué se aplauden cogidas y desarmes; simplemente por dar ánimos a los
infractores del “arte”…? Antes se pitaban los desarmes, y se aplaudía al espada
que era retirado a la enfermería… pero no al que se quedaba haciendo oídos
sordos a la razón, aunque luego se le agradeciese el sobre-esfuerzo. Es
cuestión del momento, sin duda.
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La cogida de Sergio Flores tras entrar a matar al primero... (Foto: las-ventas.com) |
La otra reflexión nos
lleva a la capacidad del diestro. Ayer, el mexicano se mostró muy verde ante
las reses españolas; no porque el toro tuviera una aviesa condición, porque
fuera un marrajo o una alimaña; simplemente porque no anduvo atinado en su
manejo, se equivocó al descubrirse, y se equivocó al no despedir la embestida
del animal en la suerte suprema, buscando no sé si un triunfo absurdo, el
éxito sólo a través de las emociones primitivas o del derramamiento de sangre. Nada más alejado del arte vital de la
tauromaquia, sin duda, en la que el hombre debe triunfar a costa del riesgo,
pero siempre merced a su inteligencia, valor, esfuerzo y técnica; nunca a costa
de su vida, aunque la arriesgue a cada paso. ¿Quién le dirige, quién le ha
colocado en Madrid sin la necesaria preparación en veinte festejos previos que
le sirvan de aclimatación –y no toros a puerta cerrada, con el coro de amigos y
conocidos habitual- al festejo español?
Así, entre los nacionales
o entre los extranjeros, se repiten los fracasos: unos artísticos…, otros, más
lamentables, con intervención quirúrgica por medio.
El festejo, por lo demás,
tuvo otros tres protagonistas en diferente medida; uno fue la auténtica mulada
de Juan Manuel Criado, mejor hubiera sido vender la carne en mataderos de
equino. El segundo fue un sobrero de la antigua vacada de Manolo González, que
tuvo movilidad en la muleta aunque Uceda escogiese mal los terrenos, y que nos
devolvió por poco más de un cuarto de hora a lo que debiera ser un toro de
lidia. Y el tercero fue el propio espada madrileño, que, precisamente ante el toro
de González Sánchez Dalp, mostró -no su cara apática y conformista- sino la
búsqueda del éxito y nos hizo recordar tiempos más benévolos con el espada de
la capital.
El primero de la tarde,
del hierro titular le correspondió al debutante Sergio Flores. Jareño, que dio 590 kilos en la báscula,
lucía capa negra listón, y era un toro grandón y feote, manso, soso y
descastado. El toro iba a lo suyo de salida, y sólo Uceda le dio unos bonitos
delantales con el capote en el quite reglamentario…, nada por parte de Flores
digno de mención. Brindó el diestro de Tlaxcala al respetable –con una nutrida
representación transatlántica- y comenzó a pasarlo en paralelo, desde fuera y doblado
como una alcayata en los cites, para acercárselo a medio pase. En una de
aquellas se descubrió en exceso… y tuvo lugar la primera cogida. Siguió como si
tal cosa, cojeando, eso sí, siempre con la muleta atrasada… La faena, pese al
apoyo de los incondicionales no terminó de coger vuelo, y el diestro azteca se
la jugó tirándose sobre los pitones en la suerte suprema, siendo nueva y
espectacularmente volteado. Dejó pasar el tiempo por no descabellar, por ver si
con ello caía una muy benévola oreja en la capital…, y así pasaron un par de
minutos sin que nadie se atreviera casi a recriminárselo, por aquello de que la
convención social es la conmiseración con el herido. Sonó un aviso y debió
sonar el segundo que el presidente Muñoz (que ayer se despedía del palco) le
perdonó… por lo mismo. Al fin se decidió a descabellar, viendo que el toro no
doblaba y lo consiguió a la segunda. Se lo llevaron a la enfermería y uno de
sus peones agradeció la ovación al diestro.
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Uceda lanceando al de Manolo González con la zurda... cargando la suerte (Foto: las-ventas.com) |
El primero de Uceda,
segundo del festejo, fue un mulo manso y soso, de muy escasa presencia por
detrás, llamado Tímido (530 kilos,
negro listón, bragado y meano, algo tocado de armas por si éstas disimulaban
sus escaseces traseras). Nada hubo en los dos primeros tercios y casi lo mismo
en el tercero. Uceda, imbuido quizá del espíritu latente en el ruedo tras la
cogida de Flores, hizo lo mismo que el mexicano: colocarse mal, llevar al toro
en paralelo, sin metérselo jamás y poniendo en juego un descomunal pico que no
fue censurado adecuadamente. Hubieron de transcurrir hasta cuatro tandas para
que se llevara el toro un poco hacia la espalda, y aun dos más para que tirara
de verdad del toro en un muletazo más profundo. Casi media por arriba le bastó
para que el mulo o burdégano doblara. Menos mal que a la cucaracha con sombrero
que saltó en cuarto lugar, la devolvieron a la sombra de la ignominia, por invalidez; saltó en
su lugar el primer sobrero, el de González Sánchez Dalp, que obedecía por Costasol (543 kilos), colorado chorreado
de capa, tocado de defensas, manso, berreón pero noble animal. Fue un toro que dio juego desde la salida, ofreciendo a Uceda la posibilidad de darle unas verónicas sentidas, con estilo, encajando la barbilla en el pecho,
llevando y encauzando sus acometidas con lentitud y gusto. No hizo cosa notable
en varas, y llegado al postrer tercio, el animal parecía que respondía mejor en
el tercio que en los medios. José Ignacio se equivocó en la elección de
terrenos, se lo sacó rutinariamente a los medios y el bicho lo acusó, yendo a
menos, pero al cerrarse -solito- un poco, de nuevo en el tercio, recobró parte
del impulso perdido. Iba por uno y otro pitón, exigente por momentos, y Uceda
no anduvo mal, nunca desbordado aunque a veces acelerado, tirando en bastantes
ocasiones del animal, bajándole la mano de verdad –lo que no había hecho en su
primero-, en series desiguales pero aceptables por cualquiera, y más en redondo
de lo que nos había mostrado con el soso segundo. Una buena estocada por arriba
le concedería la oreja que nadie protestó… porque no era protestable. Su oreja
de siempre, la que lleva cortando década y media en Madrid, sólo una, nada más
que una… y así un año y otro. Y va pasando el tiempo sin el necesario triunfo
que sus cualidades podrían avalar en Madrid.
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La buena estocada al cuarto... Uceda en estado puro (Foto: las-ventas.com) |
No hubo opción con el mular sexto, Engalanado por mal nombre, un bicho
castaño de 561 kilos, corto y feo como él solo, manso y más parecido a un
híbrido de yegua y burro que aun toro de lidia en carácter. Distraído desde el
principio, intentó saltar varias veces por el siete y por el nueve, colarse en
los burladeros de rondón, y huir de cualquier suerte con capote, palos o
muleta. Y encima acabó por sacar mal genio… un auténtico regalo. Uceda no lo
sujetó, anduvo con insistencia pero sin potencia, con voluntad pero sin
decisión… y lo mató al fin de una entera por los rubios, algo atravesada por
sesgar un poco.
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Algún muletazo suelto apuntamos a Curro Díaz en su primero, en este caso al natural (Foto: las-ventas.com) |
Lo más aburrido de la
tarde vino de la mano del genial Curro Díaz, del que esperábamos resucitase esa
tanda inicial del otro día que ha sido de las cosas más toreras de todo este
pasado ciclo isidril. Su primer antagonista, Talaverano de apodo (525 kilos, sin remate ni cuajo, negro listón y
disimulando con dos pitones tocados), fue un mulo soso y sin gracia que
acabaría rajándose al final. Faena muy desigual la del linarense, citando desde
las Batuecas para nada, y dando sólo algún que otro muletazo con mando y por
bajo, casi uno por tanda, entre mucha vulgaridad. El bicho, que nunca se entregó
a la causa, terminó por desentenderse de ésta, y se fue a tablas. Por allí lo
mató Curro de un metisaca bajo (muy
aplaudido, por cierto… ¡qué calamidad, la de los aplausos gratuitos!), y una
entera desprendida, quedándose en la cara y perdiendo la muleta. El quinto, Sultán (584 kilos, castaño y tocado) fue
un buey complicado, que apenas se desplazaba y se quedaba bastante en las
suertes, con peligro y mirando de más al espada, con mala educación. Sólo le
faltó señalar… Desde fuera y con lances brevísimos, el fino espada de Linares
no consiguió encelarlo en el trapo, y fue soportando que se abroncara cada
minuto un poco más. Con criterio, tras una cuarta e infructuosa serie, lo
despachó al desolladero de un pinchazo con desarme y huída franca, otro bajo y
media caída que requirió sendos descabellos. Nada ayer nos hizo recordar sus
muchas cualidades…
Un festejo -en suma- en el que, al menos, Uceda tuvo la
suerte de cara con un sobrero… ¿Por qué habrán traído esta colección de
burdéganos y no una corrida de Manolo González? Cosas de los despachos, sin
duda.
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