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viernes, 7 de junio de 2013

Cruz y cara, de la mano de un sobrero

Madrid, 6 de junio de 2013. Algo menos de un tercio de entrada. 5 toros de Juan Manuel Criado, desigualmente presentados, mansos o muy mansos, descastados, prácticamente mulares. 1 toro de González Sánchez Dalp (Manolo González) (4º bis), bien presentado, manso, embestidor. Uceda Leal, palmas, oreja  y silencio. Curro Díaz, ovación y silencio. Sergio Flores, que confirmaba alternativa, ovación (aviso) en el único que mató.

No ha sido la única. Echen la vista atrás… A Chechu, en este San Isidro 2013, le ocurrió otro tanto. Sergio Flores el mexicano de Tlaxcala, sufrió sendas cogidas a lo largo de la lidia del primero que le impidieron continuar en el festejo. Fueron dos cogidas absurdas, la primera por descubrirse sin atenuantes, mostrando al toro por dónde no tenía que ir. La segunda por no terminar de vaciar la embestida del toro en la suerte suprema, quedándose en la cara y sacando la taleguilla destrozada. La primera motivó –al margen de las emociones desbordadas habituales-, las ovaciones de rigor, estimulando al diestro a la vuelta a la exposición, a pesar de andar herido; pero tras la segunda enmudecieron los aplausos, quizá porque el público recapacitó y se dio cuenta de que no podían incitar al espada al suicidio, lacerado como estaba desde el primer revolcón. No sé si será oportuna la reflexión, porque he de reconocerles que siempre –supongo que como a ustedes- me enternecen estos gestos heroicos de permanecer frente al peligro, a pesar de todas las adversidades, superando con el gesto las bondades o deficiencias de la res, de la faena, del momento. Pero creo que a pesar de ello, es preciso que reconsideremos un par de cosas. En primer lugar que un diestro herido, que cojea ostensiblemente, que apenas puede mover la pierna herida, no debiera permanecer en el ruedo, sino retirarse prudentemente a la enfermería; otra cosa es un puntazo, incluso una herida que no altere notablemente sus facultades… Comprendo que siempre querrá –si el pundonor se desborda en su personalidad- permanecer en la cara del toro, pero sus compañeros, la cuadrilla, su apoderado e incluso el público debieran invitarle a abandonar tan desigual pelea. Ayer el público –y no sé si apoderado o subalternos- no le animaron a la prudencia que es condición tan humana y heroica, como la de arriesgar la vida temerariamente. Mediten sobre el particular. ¿Por qué empujamos al diestro a arrojarse de nuevo a los pitones, o porqué lo hacen algunos? ¿Es simplemente inconsciencia, es la búsqueda de emociones fuertes, es una salida a nuestras emociones internas, aliviando tensiones? ¿O es que algunos buscan sangre? ¿Por qué se aplauden cogidas y desarmes; simplemente por dar ánimos a los infractores del “arte”…? Antes se pitaban los desarmes, y se aplaudía al espada que era retirado a la enfermería… pero no al que se quedaba haciendo oídos sordos a la razón, aunque luego se le agradeciese el sobre-esfuerzo. Es cuestión del momento, sin duda.

La cogida de Sergio Flores tras entrar a matar al primero... (Foto: las-ventas.com)
La otra reflexión nos lleva a la capacidad del diestro. Ayer, el mexicano se mostró muy verde ante las reses españolas; no porque el toro tuviera una aviesa condición, porque fuera un marrajo o una alimaña; simplemente porque no anduvo atinado en su manejo, se equivocó al descubrirse, y se equivocó al no despedir la embestida del animal en la suerte suprema, buscando no sé si un triunfo absurdo, el éxito sólo a través de las emociones primitivas o del derramamiento  de sangre. Nada más alejado del arte vital de la tauromaquia, sin duda, en la que el hombre debe triunfar a costa del riesgo, pero siempre merced a su inteligencia, valor, esfuerzo y técnica; nunca a costa de su vida, aunque la arriesgue a cada paso. ¿Quién le dirige, quién le ha colocado en Madrid sin la necesaria preparación en veinte festejos previos que le sirvan de aclimatación –y no toros a puerta cerrada, con el coro de amigos y conocidos habitual- al festejo español?
Así, entre los nacionales o entre los extranjeros, se repiten los fracasos: unos artísticos…, otros, más lamentables, con intervención quirúrgica por medio.
El festejo, por lo demás, tuvo otros tres protagonistas en diferente medida; uno fue la auténtica mulada de Juan Manuel Criado, mejor hubiera sido vender la carne en mataderos de equino. El segundo fue un sobrero de la antigua vacada de Manolo González, que tuvo movilidad en la muleta aunque Uceda escogiese mal los terrenos, y que nos devolvió por poco más de un cuarto de hora a lo que debiera ser un toro de lidia. Y el tercero fue el propio espada madrileño, que, precisamente ante el toro de González Sánchez Dalp, mostró -no su cara apática y conformista- sino la búsqueda del éxito y nos hizo recordar tiempos más benévolos con el espada de la capital.
El primero de la tarde, del hierro titular le correspondió al debutante Sergio Flores. Jareño, que dio 590 kilos en la báscula, lucía capa negra listón, y era un toro grandón y feote, manso, soso y descastado. El toro iba a lo suyo de salida, y sólo Uceda le dio unos bonitos delantales con el capote en el quite reglamentario…, nada por parte de Flores digno de mención. Brindó el diestro de Tlaxcala al respetable –con una nutrida representación transatlántica- y comenzó a pasarlo en paralelo, desde fuera y doblado como una alcayata en los cites, para acercárselo a medio pase. En una de aquellas se descubrió en exceso… y tuvo lugar la primera cogida. Siguió como si tal cosa, cojeando, eso sí, siempre con la muleta atrasada… La faena, pese al apoyo de los incondicionales no terminó de coger vuelo, y el diestro azteca se la jugó tirándose sobre los pitones en la suerte suprema, siendo nueva y espectacularmente volteado. Dejó pasar el tiempo por no descabellar, por ver si con ello caía una muy benévola oreja en la capital…, y así pasaron un par de minutos sin que nadie se atreviera casi a recriminárselo, por aquello de que la convención social es la conmiseración con el herido. Sonó un aviso y debió sonar el segundo que el presidente Muñoz (que ayer se despedía del palco) le perdonó… por lo mismo. Al fin se decidió a descabellar, viendo que el toro no doblaba y lo consiguió a la segunda. Se lo llevaron a la enfermería y uno de sus peones agradeció la ovación al diestro.

Uceda lanceando al de Manolo González con la zurda... cargando la suerte (Foto: las-ventas.com)
El primero de Uceda, segundo del festejo, fue un mulo manso y soso, de muy escasa presencia por detrás, llamado Tímido (530 kilos, negro listón, bragado y meano, algo tocado de armas por si éstas disimulaban sus escaseces traseras). Nada hubo en los dos primeros tercios y casi lo mismo en el tercero. Uceda, imbuido quizá del espíritu latente en el ruedo tras la cogida de Flores, hizo lo mismo que el mexicano: colocarse mal, llevar al toro en paralelo, sin metérselo jamás y poniendo en juego un descomunal pico que no fue censurado adecuadamente. Hubieron de transcurrir hasta cuatro tandas para que se llevara el toro un poco hacia la espalda, y aun dos más para que tirara de verdad del toro en un muletazo más profundo. Casi media por arriba le bastó para que el mulo o burdégano doblara. Menos mal que a la cucaracha con sombrero que saltó en cuarto lugar, la devolvieron a la sombra de la ignominia, por invalidez; saltó en su lugar el primer sobrero, el de González Sánchez Dalp, que obedecía por Costasol (543 kilos), colorado chorreado de capa, tocado de defensas, manso, berreón pero noble animal. Fue un toro que dio juego desde la salida, ofreciendo a Uceda la posibilidad de darle unas verónicas sentidas, con estilo, encajando la barbilla en el pecho, llevando y encauzando sus acometidas con lentitud y gusto. No hizo cosa notable en varas, y llegado al postrer tercio, el animal parecía que respondía mejor en el tercio que en los medios. José Ignacio se equivocó en la elección de terrenos, se lo sacó rutinariamente a los medios y el bicho lo acusó, yendo a menos, pero al cerrarse -solito- un poco, de nuevo en el tercio, recobró parte del impulso perdido. Iba por uno y otro pitón, exigente por momentos, y Uceda no anduvo mal, nunca desbordado aunque a veces acelerado, tirando en bastantes ocasiones del animal, bajándole la mano de verdad –lo que no había hecho en su primero-, en series desiguales pero aceptables por cualquiera, y más en redondo de lo que nos había mostrado con el soso segundo. Una buena estocada por arriba le concedería la oreja que nadie protestó… porque no era protestable. Su oreja de siempre, la que lleva cortando década y media en Madrid, sólo una, nada más que una… y así un año y otro. Y va pasando el tiempo sin el necesario triunfo que sus cualidades podrían avalar en Madrid. 

La buena estocada al cuarto... Uceda en estado puro (Foto: las-ventas.com)
No hubo opción con el mular sexto, Engalanado por mal nombre, un bicho castaño de 561 kilos, corto y feo como él solo, manso y más parecido a un híbrido de yegua y burro que aun toro de lidia en carácter. Distraído desde el principio, intentó saltar varias veces por el siete y por el nueve, colarse en los burladeros de rondón, y huir de cualquier suerte con capote, palos o muleta. Y encima acabó por sacar mal genio… un auténtico regalo. Uceda no lo sujetó, anduvo con insistencia pero sin potencia, con voluntad pero sin decisión… y lo mató al fin de una entera por los rubios, algo atravesada por sesgar un poco.

Algún muletazo suelto apuntamos a Curro Díaz en su primero, en este caso al natural (Foto: las-ventas.com)
Lo más aburrido de la tarde vino de la mano del genial Curro Díaz, del que esperábamos resucitase esa tanda inicial del otro día que ha sido de las cosas más toreras de todo este pasado ciclo isidril. Su primer antagonista, Talaverano de apodo (525 kilos, sin remate ni cuajo, negro listón y disimulando con dos pitones tocados), fue un mulo soso y sin gracia que acabaría rajándose al final. Faena muy desigual la del linarense, citando desde las Batuecas para nada, y dando sólo algún que otro muletazo con mando y por bajo, casi uno por tanda, entre mucha vulgaridad. El bicho, que nunca se entregó a la causa, terminó por desentenderse de ésta, y se fue a tablas. Por allí lo mató Curro de un metisaca bajo (muy aplaudido, por cierto… ¡qué calamidad, la de los aplausos gratuitos!), y una entera desprendida, quedándose en la cara y perdiendo la muleta. El quinto, Sultán (584 kilos, castaño y tocado) fue un buey complicado, que apenas se desplazaba y se quedaba bastante en las suertes, con peligro y mirando de más al espada, con mala educación. Sólo le faltó señalar… Desde fuera y con lances brevísimos, el fino espada de Linares no consiguió encelarlo en el trapo, y fue soportando que se abroncara cada minuto un poco más. Con criterio, tras una cuarta e infructuosa serie, lo despachó al desolladero de un pinchazo con desarme y huída franca, otro bajo y media caída que requirió sendos descabellos. Nada ayer nos hizo recordar sus muchas cualidades…
Un festejo -en suma- en el que, al menos, Uceda tuvo la suerte de cara con un sobrero… ¿Por qué habrán traído esta colección de burdéganos y no una corrida de Manolo González? Cosas de los despachos, sin duda.

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