Estos días, repasando
crónicas de Belmonte para elaborar una estadística de sus actuaciones más fiable
que las existentes, me cruzaba con una de Corrochano en ABC, a raíz de una
intervención suya en San Sebastián, en su postrer año vestido de luces, el 18 de
agosto de 1935. Se lidiaba aquella tarde ganado de Luis Pallarés por Juan, Marcial y diestro mexicano El Soldado.
Fue una corrida
complicada, con ganado manso, serio como el que se lidiaba entonces en aquella
plaza, exigente y difícil, en la que el trianero no rayó a la altura de otras
tardes –y eso que la estadística de orejas y rabos cortados en esas dos últimas temporadas belmontinas no creo que tenga parangón ni en los tiempos modernos, más aun viendo dónde
toreaba y qué lidiaba-, a pesar de su valor, sobriedad y conocimiento. Esa tarde, en la Bella
Easo, Belmonte no alcanzó la maestría de otras y el crítico de ABC lo justifica,
centrándose en su notable y ya muy larga experiencia y en sus amplísimos
conocimientos taurómacos.
No he de aburrirles con el desarrollo del festejo porque
pueden leer la crónica en el ABC del 20-8-1935 (pág. 40). Me interesa destacar
su opinión, en un aspecto tangencial, en algo que a lo largo de toda esta
pasada feria de San Isidro hemos visto repetido mil veces, dicen que por la
variedad… y yo que por rutina: las chicuelinas. Cuando una cosa se repite
automáticamente y de forma frecuente, deja de ser una salvedad y se convierte
bien en rutina, bien en algo normal, habitual. Luego no puede ser variedad lo
que es habitual.
Una verónica honda y profunda, grácil y etérea, de Morante... ¿quién necesita chicuelinas? (Foto: las-ventas.com) |
Por otro lado, la chicuelina es lance de recorte –como el título de
este blog-, y suele llevarse muy poco o nada toreado al bicho, aunque ha habido
excelsos artífices del mismo (les recordaré a tres con los que todos estaremos de
acuerdo y que muchos hemos visto bastantes veces en directo: Paco Camino,
Manzanares padre y Morante). Lo también habitual es que se trate de lances
eléctricos, rápidos, quitándose uno del paso del toro (algo que no hace, verbi gracia, José
Tomás, porque los interpreta a compás abierto, clavadas las plantas en el
albero), y sin envolverlo (como puede hacer Morante, por ejemplo) en el suave
aleteo del percal, en los vuelos del capote. Lance que es mucho más aplaudido
por su emoción –cuando el toro pasa muy ceñido al diestro, a veces demasiado
por falta de toreo, acudiendo el toro al bulto- que por su gracia o pinturería,
por su dominio o mando sobre el animal –que suele salir despedido hacia donde
salga-.
Pues bien, fíjense que mi opinión no es única ni
aislada –aun recuerdo un notabilísimo artículo de Luis Fernández Salcedo,
tratando del tema, en nuestra revista juvenil Lance), y así Corrochano, a raíz de ese festejo donostiarra
escribía en el diario madrileño:
“San Sebastián, 4 tarde. Hace
unos días analizábamos, y en ello hemos de insistir, cómo iba cambiando la
conducta del espectáculo. Viendo torear a Belmonte se acusa más el cambio de
conducta. Belmonte en el toreo es la sinceridad. Belmonte torea bien o torea
mal, pero Belmonte no falsifica nunca el toreo. A Belmonte le sale el lance
perfecto o le sale el lance borroso; se pasa el toro ceñido en la media
verónica o se lo pasa despegado, pero lo que no hace Belmonte cuando no puede
torear de verdad es hacer como que torea, correteando con el toro, dando
vueltas de vals, que alguien llama chicuelinas, sin duda porque Llapisera no registró la marca. Esto
no lo hace Belmonte, como no se sienta en el suelo, ni tira la muleta, ni hace
otras muchas cosas, que están al margen del toreo, que son una mixtificado del
toreo, en las que basan sus reputaciones de un día los falsos toreros. Acaso
por esto pueda parecer a la nueva afición, hecha de chicuelinas, falto de
recursos, y, si esos con recursos, bien falto está. Ahora que en todo arte es
preferible la falta de recursos a la falta de pureza, porque lo que no puede
parecer falto de recursos es un gran respeto a la profesión, que desdeña lo
accesorio en busca de lo fundamental. Es toda una conducta. Belmonte, el toreo
de Belmonte, es así. Digamos en términos vulgares para que nos entiendan todos
que Belmonte no es un ventajista”.
Un doblón de Juan... dejando la rodilla clavada |
Algo parecido, y no es por tirarme flores y mucho
menos compararme con el maestro Corrochano, publiqué yo con ocasión de aquella
corrida del Cid en Bilbao en 2007, donde defendí la pureza de su toreo, la
parquedad en la tipología de lances ejecutada por Manuel Jesús en aquel festejo
histórico en la capital vizcaína, el clasicismo del toreo eterno, de los lances
fundamentales, ayunos de artificio y de artificiosidad. Pueden ustedes
recordarlo y comprobarlo en el enlace correspondiente (http://recortesygalleos.blogspot.com.es/2013/04/el-cid-en-bilbao-en-2007-una-tarde-para.html).
La chicuelina, tan al uso hoy en día que forma parte
del repertorio habitual, no es sino lance artificioso, mixtificado, en que no
se lleva verdaderamente toreado al bicho, de delante a atrás, más que en unos exiguos
centímetros, muy poco más en las manos de algún diestro de verdadera categoría.
Corrochano cita a Llapisera como su
inventor; otro tanto –les hablo de memoria- hizo en su día César Jalón Clarito, y así lo he defendido yo
también en este mismo blog o en tantas crónicas. Lance procedente del toreo
cómico… y por lo tanto accesorio y tantas veces prescindible, sobre todo cuando
todo el toreo de capote, que vemos en tantos y tantos diestros, se basa
exclusivamente en tres o cuatro chicuelinas, más o menos ajustadas, porque de
saludo no ha habido... ni intenciones. ¡Qué triste es que sólo veamos chicuelinas
a pasa-torito, y no verónicas puras o medias enrollándose el toro a la cintura!
Belmonte citando de frente..., en la rectitud del bicho aunque éste gire algo su cabeza hacia el trapo. |
Y,
ya puestos, vean lo que diría el notable escritor de estirpe toledana, acerca de una nueva
intervención –ahora sí, gloriosa, espectacular- de Juan Belmonte en San
Sebastián, ese mismo año pero el 1 de septiembre (ganado de Carmen de Federico -Murube-, y Armillita chico y el Estudiante en el cartel):
San
Sebastián 2, 6 tarde. Habíamos dejado
de ver a Belmonte en unas corridas v le encontramos otra vez en San Sebastián.
Esta corrida, en donde Belmonte se ha definido como un clásico, se presta a muy
amplios comentarios. No cumpliríamos una misión verdaderamente crítica si nos
limitáramos a ver su actuación y sacáramos consecuencias. La primera es que la
actualidad de Belmonte en el toreo es providencial. No sé si Belmonte hace
esta tercera salida a los ruedos por una necesidad de su afición. Pero digo que
coincide con una necesidad de la fiesta. El momento taurino está muy necesitado
de Belmonte. El momento taurino está influenciado por un gusto deplorable, en
el que juegan papel principal los efectismos.
No se está falto de toreros y toreros buenos, pero se está falto de toreo de buena calidad. ¿Por qué? Porque un gusto frívolo ha hecho variar la conducía
del espectáculo. Belmonte, que en el toreo representa la sinceridad, que es
lo contrario- de la frivolidad, pudiera ser un freno para lo chabacano. De
ahí la oportunidad. Cuando el gusto de
una parte numerosa del público se entretiene en mariposear con el toro y acepta
el toreo intranquilo y movido de algunos toreros, sale Belmonte, que es la
tranquilidad, la limpieza de ejecución, el principio y fin del toreo. Porque al
toreo alegre y juguetón y bullicioso y falso opone Belmonte su toreo perfectamente rematado. Uno de los matices que
más admiro en el toreo de Belmonte son los remates. Que no deja de torear así que el toro pasa, sino que sigue toreando hasta que deja
al toro en su sitio. Si nos fijamos en la manera de hacer de Belmonte hay una característica
muy interesante, que es el llevar los toros toreados y mandarlos”.
Sabias palabras,
añadimos nosotros, que pudieran muy bien tenerse en cuenta en nuestros días,
pero escritas allá por 1935 por uno de los más elocuentes y entendidos críticos
de la historia de la tauromaquia. Hoy que la frivolidad, lo accesorio del
esconder la pierna –del paso atrás para ceder paso al toro- se impone, qué
necesario es volver a buscar la autenticidad del lance, el por qué de una cosa
u otra, el por qué aquélla o ésta es más meritoria y arriesgada, especialmente
en un arte en el que se afronta la muerte cada día. ¿Qué es más complicado o
más difícil de ejecutar, dónde se fuerza más el recorrido del toro, o se le
deja franco un terreno para que pase sin doblarle el espinazo de entrada y pasarse
los pitones por la femoral…? ¿Qué es más complicado y meritorio, terminar y
rematar cada lance, o sin haberlo hecho y mal colocado, ligarle el siguiente
muletazo aprovechando la natural inercia del toro?, ¿cuándo se manda más?, ¿cuándo
hay más verdad en colocación? De ese toreo estático, donde sólo se mueve la
pierna para ganar terreno al toro, a su viaje, a la parca –en suma-…, al toreo
movido de algunos diestros cediendo el terreno que pisan para que el toro vaya
más cómodo, citando desde la oreja o el costillar y así “alargar” el pase…
(como si no se pudiese hacer también toreando de veras). Yo me quedo con la
tauromaquia belmontina, no les quepa la más mínima duda y con las sabias
palabras de un crítico como Corrochano antes que con las de… tanto indocto
novel.
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