Severiano Diez del Busto, Praderito, fue un modestísimo diestro de principios del siglo XX. Nacido en Gijón en 1887, se presentaría en dicha localidad asturiana como novillero en 1912, alternando después en las durísimas novilladas de Tetuán de las Victorias –donde caería gravemente herido en 1914, lo que le hizo estar alejado de los ruedos una buena temporada- y en plazas de poca relevancia en los siguientes años.
La plaza de toros de Gijón |
El amor propio le hizo reconsiderar su carrera y dispuesto
a triunfar a toda costa decidió tomar la alternativa en su localidad natal en
1920. Para ello concertó una corrida en El Bibio con el empresario Sr.
Bengoechea, asumiendo entre ambos los gastos y posibles beneficios al 50%. La corrida, celebrada en 22 de agosto no tuvo
demasiada historia. Larita, encargado de conceder la alternativa al asturiano, triunfó en su primero –oreja y rabo para el espada malagueño-
y resultó con una cogida leve en su segundo; Angelete, testigo de la alternativa, anduvo mal en su primer oponente pero se resarció frente al quinto, cortándole también un rabo, y saliendo a hombros del Bibio. Las reses, mansas y descastadas, fueron del salmantino
Santiago Sánchez –el tercer toro fue fogueado-. El parte médico de Larita, escueto, diría que sufrió un puntazo en la muñeca
derecha al entrar a matar. No hubo mucho más; el
neófito Praderito, a pesar de su
valentía, no tocó pelo por el uso deficiente del acero. La corrida no debió
interesar en gran medida al público, pese al paisanaje de Severiano, y los
exiguos beneficios no fueron importantes.
La página de ABC -24 de agosto de 1920- con la noticia de la alternativa de Severiano Díez del Busto |
Pero, sea como fuere, las cosas no acabaron con el feliz
desenlace económico del festejo como era previsible, y –como tantas veces- el
vil metal enturbió las relaciones entre empresario y torero. Éste, no conforme
con las cuentas “leoninas” de Bengoechea, le requirió en varias ocasiones la
satisfacción de sus beneficios, sin lograr arrancarle nada. El día 1 de septiembre
quedaron por fin en una cervecería de Gijón para aclarar definitivamente el
asunto, pero lejos de llegar a un acuerdo, la cuestión se complicó, discutieron
agriamente, y el empresario sacó un revólver con el que disparó y mató al
diestro gijonés a la puerta del establecimiento.
Un diario madrileño se hacía eco del suceso con estas
palabras:
“En Gijón, su pueblo natal, murió en los primeros días de la semana última, víctima de un
balazo en el corazón, el matador de toros Praderito, herida que le produjo el
Sr. Bengoechea, empresario que fue en la corrida donde Severiano se doctoró.
Parece ser que dicha corrida se dio con la condición de que el cincuenta por
ciento de la venta sería para el referido Praderito; y como quiera que el Sr.
Bengoechea se opuso, según se dice, á cumplir lo pactado, surgió la disputa y
de ésta vino el querer agredir el torero al empresario y el adelantarse éste y
quitar la vida á Severiano Diez. Lamentamos la muerte del modesto espada y
enviamos á su familia la expresión de nuestro sentimiento”.
Triste y lamentable fin de una carrera que no conducía,
desde luego, a la gloria pero que sesgó la vida del espada asturiano. Una
corrida, en suma que acabó trágicamente.
Interior de la plaza de Gijón |
Hoy en día, a Dios gracias, las armas de fuego están mucho
más controladas que en aquella época, pero la sinvergonzonería de algunos
empresarios ha crecido sin parangón. Aun recordamos esperpentos –con agresión
incluida, con o sin arma blanca (estoque en mano, en algún caso)- entre
espadas, subalternos y empresarios de mucho o poco pelo. Se multiplican los
fraudes, quizá más que en cualquier otro sector, por esa manía dichosa de que
en los contratos las cantidades sean “a acordar”; se dan pagarés sin fondos, o
aplazados –como por la empresa madrileña, no hay que irse a casos de tercera- de
un año para otro; no es raro que después de mil aplazamientos, los honorarios
de algún que otro diestro se renegocien –siempre a la baja- meses o años
después del festejo/s toreado/s; y ya no les cuento si el empresario es, a
su vez, apoderado del espada, porque en
muchos casos cargará sobre los honorarios del mismo, gastos sin cuento,
pérdidas reales o figuradas, y mil triquiñuelas más para que éste, a la postre,
se quede sin un duro.
Hora es, pues, que la Mesa del Toro, las Asociaciones
profesionales y la Hacienda Pública –la denostada e infame Hacienda- tomen
carta de naturaleza en el asunto, y se aclaren, de una vez por todas, las
condiciones de los contratos, los pagos, las retenciones y deducciones y se
ilumine una situación que sólo perjudica al más débil en este caso: el lidiador
modesto. Luz y taquígrafos, por favor. De otra manera llegará el día en que tan
funesto suceso como el descrito pueda volver a repetirse.
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