Madrid,
16 de junio de 2013. Un quinto de plaza a lo más. 3 toros de Los Recitales (1º, 2º y 3º), desiguales
de presencia, mansos en varas, inválidos los dos primeros, bajos de casta. 1
toro de el Conde de la Maza (4º), impresentable,
manso, mular. 2 toros de Carriquiri (5º
bis y 6º bis), bien presentado el primero; mansos, el quinto complicado y el sexto
boyante. Fernando Cruz, silencio y
silencio. Rubén Pinar, silencio y silencio (aviso). Juan del Álamo, palmas y oreja.
Es un axioma casi de
obligado cumplimiento. En Madrid –en otros lugares se multiplicará en la forma
acostumbrada-, un revolcón equivale a una oreja de forma habitual, aunque si
aquel ocurre en el primer tramo de la faena los desmemoriados acaben por olvidarlo.
Ayer, en la primera de las corridas “veraniegas”, con unas 4500 personas en los
tendidos, es decir, los impenitentes de siempre, los taurinos del tifus, unos 25 autocares de Salamanca y la legión de foráneos que aplauden a
ritmo el pasodoble inicial, gritan desaforadamente cuando salen los cabestros,
ovacionan banderillas por los suelos o estocadas en los sótanos, el precepto
volvió a imponerse ante la ineptitud del palco.
Un palco, por cierto, por
donde transitó por vez primera un nuevo presidente, sustituto de Manolo Muñoz y
que había sido su delegado en los últimos años: don Justo Polo. Lamentable debut… de
todo punto. ¡Vaya estreno! Serían los nervios, digo yo, o sería la presión
ambiental, sería la lejanía del palco a la arena –lo que hacía que se perdiera
los detalles o acontecimientos más notables- o sería la falta de personalidad…
o de lo que sea. El desaguisado comenzó por la mañana, en la que fue incapaz,
junto a los veterinarios de servicio, de ver alguna cojera auténticamente
manifiesta, de observar ausencias de trapío, de cuajo y de presencia a todas
luces evidentes; de sólo permitir la sustitución de dos toros originales de Los
Recitales, cuando debió ser sustituido también algún otro… pero no se hizo para
no permitir la devolución de localidades adquiridas previamente, que ya supondrán
ustedes serían como cincuenta, a lo más; siguió permitiendo la lidia de
inválidos –que pese a pocas protestas, que
no son necesarias para la devolución del incapaz animal, se pueden
retirar sin más preámbulos, recordatorio obligado
con llamada al Reglamento-, permitió que en algún momento el ruedo se
convirtiera en herradero de ganadería de tercera… o de ladrillero de primera,
cambió sin picar –apenas- a uno de los de Carriquiri por el rutinario método de
que había acudido al caballo sendas veces, y concedió una delirante oreja al
destoreo con el mejor –y casi único- toro que embistió en todo el festejo. Como
debut… no está mal. Es como si hubiese
debutado Casillas en el Madrid, y le hubieran colado cuatro goles, hubiese
fallado en dos salidas y dos despejes de puños, no hubiera ordenado a su
defensa en función del ataque, y hubiera sacado mal de puerta, entregando el
balón “a huevo” al equipo contrario para que le colaran el gol correspondiente.
Ahí tienen al otro protagonista de la corrida, con puesta de largo de por medio.
El cuarto, del Conde de la Maza, altote y zancudo, con dos pitones y poco cuajo (Foto: las-ventas.com) |
La corrida, a la que
acudíamos con la ilusión de ver la reaparición de Fernando Cruz y el momento en
que se encontraba el ganado de Salvador Martín –triunfador, durante varios años
seguidos, en Navarra por la mejor corrida en la Comunidad Foral- a la postre
fue una nueva decepción. De los titulares sólo se lidiaron los tres primeros,
uno del Conde de la Maza verdaderamente lamentable, y dos sobreros de
Carriquiri que a la postre fueron los que aportaron mayor personalidad en lo
bueno y en lo malo. Fernando Cruz anduvo perdido por la plaza, aunque al menos
nos mostrara los tres o cuatro lances sinceros de la tarde; y de sus compañeros…
casi sería mejor ni hablar. Eso, y la enloquecida reacción de los seguidores de Del Álamo, aplaudiendo bajonazos, cites desde La Alberca o la Peña de Francia,
y pases por Béjar, con el único afán de que le concedieran una paupérrima
oreja, fue todo lo que vimos en una tarde que se prometía mucho más interesante
de lo que al fin fue.
Fernando Cruz en uno de pecho a su primero (Foto: las-ventas.com) |
Al pobre de Cruz, uno de
los toreros con más clase entre los madrileños de los últimos tiempos, pero de
peor suerte que ninguno, le correspondió abrir plaza. Lo hizo con un nobilísimo
inválido –no sean mal pensados..., hombre- de nombre Artista (518 kilos, negro listón, tocado de armas), bicho sin
culata ni remate, manso en varas y que por su manifiesta invalidez y poca casta
se vino inmediatamente abajo en la faena. Unos lances despegados con el percal,
algún doblón de tanteo con verdadera clase, por bajo y, bien colocado, dos preciosos derechazos en la
única serie que el toro ofreció completa. Auguramos tres tandas, y tres fueron,
tenemos testigos. El toro, que besó el santo suelo dos veces en el primer tercio,
perdió las manos infinitas veces, y volvió a caerse hasta cuatro veces más, no
podía –literalmente– con el rabo. Así que allá fueron a estrellarse, su
nobilísima condición, las aspiraciones de Cruz, el interés de la faena y las
ilusiones de los aficionados. Más y mejor pudo estar Cruz en esas tres tandas
iniciales… pero sus pocas corridas pesaron en contra. Mucho respiro, muchas
pausas, lances de uno en uno, para que el bicho recorriese sus últimos pasos con
la carita alta y menos hálitos vitales que un caracol en trance agónico. Así
que acabó con la faena, la ilusión y el animalejo de un bajonazo atravesado,
a paso de banderillas. El cuarto fue un okapi del Conde de la Maza, alto de
agujas y zancudo, feo, con hocico de alcuza, sin cuajo alguno, anovillado, por
mucho que sus 550 kilos pregonaran otra cosa. Ese indigno animal, Garduñerito por mote –nos recordó la
obra de Castillo Solórzano titulada La
Garduña de Sevilla y anzuelo de las
bolsas, porque no podía ser más afín con el caso del célebre caco de
nuestro Siglo de Oro-, negro bragado y meano, amén de axiblanco, fue manso y
mular de condición. Nada que ver con un toro de lidia, ni en presencia ni en
comportamiento. El burdégano apenas tomó media docena de pases con la muleta,
brusco, sin clase y con la cara alta, antes de pararse y decir nones. Para
colmo de males, cuando Cruz lo vio, y se dobló como debía, el toro se echó… Lo
levantó la cuadrilla para que Cruz lo asesinara de dos pinchazos en las costillas
y una entera chalequera, todo cuarteando.
Una verónica de saludo de Pinar... no sé si el toro la "oyó" (Foto: las-ventas.com) |
Rubén Pinar venía con
pocos contratos… y esperemos que no hubiera muchos empresarios ayer en la plaza…
Su primero fue Amansador, un toro sin
fuerzas, un nuevo inválido contemplado con estoicismo desde el palco, de 525
kilos, negro listón, tocado de púas, manso y de poca casta. Fantástico animal. Fíjense
que el albacetense ya en la segunda tanda, tras la de tanteo, vio que sólo de
uno en uno se le podría sacar algo en claro… Muy entretenido todo. Al hilo
cuando más, Pinar no fue capaz de sacarle jugo alguno, exprimido como estaba
después de los dos primeros tercios, y lo vio derrumbarse alguna que otra vez a
sus plantas. Nada de nada puede que sea el resumen de aquello. Un pinchazo por
arriba, otros dos caídos, con cuarteo, y media desprendida requirieron hasta
cinco descabellos. Penoso fin para un mal comienzo. El quinto, un cojo y
lamentable animal de Los Recitales, fue sustituido por otro de Carriquiri
llamado Ringo-Llano (no ringo-rango,
que le hubiese dado mayor alcurnia), una res de 571 kilos bien puestos,
colorada ojo de perdiz, pero mansa, complicada y con un pitón zurdo casi
imposible… durante casi toda la lidia. Ésta fue una auténtica capea
pueblerina… ¡cómo añoramos la cuadrilla de Castaño! Llegó el bicho recortando y
venciéndose por el pitón izquierdo, cabeceando y tirando derrotes por el
derecho, un prenda, en suma. Pinar se obstinó en meterlo en la muleta..., y al
fin, después de unas penosísimas diez tandas, casi acabó por conseguirlo,
muestra inequívoca de recompensa al stahanovismo imperante en los ruedos.
Stalinismo taurino tan aplaudido como recompensado hogaño, no tuvo –sin embargo-
eco en los tendidos, porque sin cla, y sin que la gente viese otra cosa que no
fuera que el diestro andaba por Casas Ibáñez, mandando al bicho hacia Elche de
la Sierra, lo citara cual escarpia alcayatera, y ensuciase la mitad de lo
ofrecido, los aplausos escasearon. Tan larguísima labor, aunque al final el
bicho metiese la cara en el trapo abobado, entontecido, mareado sin duda, fue
sonoramente avisada desde el palco –con algún retraso-, después de un pinchazo
caído, y antes de otro igual con cuarteo, media con desarme que gustó bastante
a los extranjeros presentes (supongo que por la pérdida del trapo) y un
descabello. Patético... busquen su significado.
El momento más emotivo de la faena de Del Álamo al sexto (Foto: las-ventas.com) |
Juan del Álamo vino
abundantemente acompañado por el paisanaje... que ampliamente receptivo le
regaló una oreja al final. No pudo ser en su primero, del hierro titular, Candelaria de mal nombre, un bicho de
552 kilos, negro listón, manso, con movilidad y bastantes pegas en la franela. Y
no pudo ser, entre otras cosas, por la infame estocada chalequera que en
primera instancia ovacionaron los hooligans del diestro y demás almas de más
allá del Muro (lean ustedes Juego de Tronos). Del Álamo anduvo toda la tarde
voluntarioso con el capote, no pasó de ahí, quitando en los toros de los
compañeros, más fino en el quinto (por delantales o algo así) que en el segundo
(por las habituales chicuelinas), o en uno de los suyos, el sexto (chicuelinas
del montón), pero no lo hizo en el primero suyo… Este Candelaria llegó con la cara suelta, algo descompuesto, y aunque
ligó el salmantino algunas tandas, siempre lo hizo desde fuera y retorcido,
despegado y mandándolo para allá…, sin metérselo ni una sola vez, sin clase ni
el uno ni el otro… y ocho tandas para el bote por ver si en alguna caía algo. La
chalequera puso fin al idilio entrambos. La oreja que no le pudieron dar, dado
el resultado toricida, vino en el sexto, el segundo sobrero de don Antonio
Briones, un toro que sustituyó a una chota inválida condal, que pasaba por Flamenco, un bicho sin demasiado cuajo
(pese a sus 564 kilos), colorado ojo de perdiz, manso en varas pero noble y
boyante, creciéndose en el último tercio. El toro acudía largo y generoso a los
cites del mirobrigense, y éste –siempre colocado… exclusivamente en los
primeros cites-, abusando del pico, lo embarcaba hacia el lejano Oriente con
billete de ida y vuelta. Volvía el animalito y del Álamo lo despedía para el
lejano Oeste… y así sucesivamente. Hubo ligazón, no podemos negarlo, pero
poquísimo ajuste –muy despegados ambos- y demasiado toreo en paralelo; un
horror para las bondades que el toro ofrecía. Por dos veces se descubrió, por
mostrar la muleta de lado, llevar el pase completamente hecho y pensar que el
bicho llevaba ya aprendido el viaje transatlántico, y por dos veces el toro le
cogió: la primera desarmándole y achuchando; la segunda de forma bastante
aparatosa aunque a Dios gracias sin consecuencias. Volvió del Álamo a la cara
del toro –era la sexta serie- y con el público entregado a la pasión, le arreó
un pinchazo muy bajo y una entera caidita… Oreja verbenera desde el palco.
¡Dios santo, qué debut!; lo primero y más necesario en la vida es aprender a
sumar…o a restar.
Corrida, en suma,
decepcionante como tantas otras… No se dejen engañar, lo de Del Álamo fue más
artificio que sinceridad, más nadar a favor de corriente que luchar contra la
marea, más eco de sus seguidores que verdadera dicción de toreo.
Enhorabuena, don Rafael. Ha demostrado otra vez qué es de lo poquísimo independiente y no venal que queda en la crítica taurina. Visto el bochornoso espectáculo que ayer dio el nuevo presidente y que la que fue primera plaza del mundo se ha convertido en un coso verbenero, tomado al asalto por los "hooligans" de los autocares, ignorantes en sumo grado, no vuelvo a la plaza y dejo, tras casi cuarenta años, el abono. Un dato que sumar a la pueblerina oreja concedida: al final de la "faena" a ese toro, sexto bis, no quedaban en la plaza más de mil espectadores, entre ellos, por supuesto, los que vinieron, pagados por no sé quién (aunque me lo figuro) de Salamanca. Los demás ya se habían ido.
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