Madrid,
4 de junio de 2013. Un tercio de plaza. 6 toros de El Montecillo, desigualmente presentados, mansos o muy mansos,
sosos en general y descastados aunque algunos se movieron en la muleta.
Destacaron tercero y sexto. Antonio Ferrera,
silencio en ambos. Serafín Marín, silencio
y silencio (aviso). Joselito Adame, oreja
y vuelta.
Joselito Adame, el simpático diestro mexicano, a punto
estuvo de abrir la Puerta Grande de Madrid, y ello motivó más de una agria discusión
sobre los méritos de lo realizado por el matador azteca. ¡Qué necesaria es la
modificación del Reglamento para evitar que ningún espada pueda salir por la
Puerta Grande en Madrid sin al menos tres orejas en su haber, en dos toros! O
más, si lo que hiciera fuese en más de dos oponentes. Con ello evitaríamos que
el palco, con su demencial criterio en tantas ocasiones, pudiera verse desbordado
por el amiguimismo, la cla o el público de aluvión, y concediera una tras otra
míseras orejas. Ayer don Julio se metió en un verdadero “jardín” tras conceder
una absurda, increíble y degenerada oreja que, sin petición mayoritaria por
ningún lado que uno mirara, otorgó en primera instancia, tras el magnífico bajonazo al tercero. ¿Qué
hubiera hecho en el sexto de haber acertado con el acero Joselito? ¿Negarle una
oreja que seguro hubiera sido –ahora sí- mayoritaria? ¿Hacer lo mismo que
provocó las iras del respetable con Albertito Aguilar? ¡Qué auténtico desastre! ¡Qué poco criterio! En Madrid no valen regalos, y el otorgado en primera
instancia desacredita a cualquiera para ocupar el palco madrileño.
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El de toriles... apenas puede creérselo (Foto: las-ventas.com) |
Lo de ayer, hemos de comenzar con los tendidos, fue
auténticamente lamentable. Una paupérrima entrada como la que cabría esperar en
fechas veraniegas, en las que la empresa se empeña en echar de la plaza a la
gente. El cartel era –sencillamente- penoso; ni los diestros ni la ganadería interesaban
a nadie en general, y sólo la Peña de Joselito Adame en Madrid acudió en masa
para contemplar –ciegamente, valga la paradoja- a su ídolo, arropada por una
nutrida representación azteca y de incondicionales americanos. Lo que a los
nacionales Ferrera o Marín se le reprochaba, al mexicano se le enaltecía y
ovacionaba… ¡qué disparate! De la ganadería más vale no hablar en profundidad;
ha conseguido, este desecho de desecho de Juan Pedro, magnificar la mansedumbre
absoluta con una condición sosa, ñoña y móvil en la muleta. No hay casta por ningún
lado, pero los toros –o lo que fueren- se mueven e incluso alguno empuja en el
último tercio como adivinando lo que le espera con el rayo acerado del estoque,
como si buscase una última salvación in extremis. Ganadería post-moderna, que
para mí puede quedarse en el campo –santo- para los restos, ni me interesa ni
evidentemente vale para nada más que el abasto cárnico. En un par de años más
hablamos; pero como no se modifique el criterio de selección… tendremos, una
más, una soberbia colección de bueyes de carreta.
Reconozcamos, eso sí, que Joselito vino con ganas,
que intentó estar variado con el capote –hubo verónicas, unas medias eléctricas
y trapaceiras (muy aplaudidas por cierto) tirando el capote al suelo en vez de
recogerlo en la cadera, chicuelinas del montón, gaoneras sucias y enganchadas,
y unas muy vistosas lopecinas que en México llaman zapopinas (una revolera o serpentina
para embarcar, rematando el lance como en una chicuelina). Anduvo
voluntarioso, como cuando se fue a porta gayola para darle una larga afarolada
que no tuvo la imprescindible continuidad, porque las siguientes verónicas
anduvieron salpicadas –con el toro saliendo distraído y contrario de cada pase-
hasta los medios antes de la horrible media que desató el éxtasis de los
incondicionales, con el toro camino de París de la Francia. Es verdad también,
que su labor en ese último (Canastero,
522 kilos, negro y delantero, manso pero embestidor animal, quizá de los de más
respeto de la tarde), fue lo mejor que contemplamos en el festejo; que lució al
toro, que le dio unas generosas distancias al comienzo del trasteo, que anduvo
inconmensurablemente más colocado y mejor puesto que en su primero (aunque al
hilo o un poquito más fuera siempre, lo que en la lejanía es discutible), que
no echó la “pata atrás” como en aquél para ligar los pases, que ligó… pero… Y
ese “pero” es el quid de la cuestión… No terminó de metérselo nunca a la
espalda, le faltó más dominio y mano baja para ordenar y dominar la situación,
más profundidad, más reposo y sosiego (que él, que no era nuevo en esta plaza, debería haber tenido), menos lances eléctricos y más calma. La faena hizo que
le jalearan desde el tendido, pero fue más por la emotividad de las arrancadas
del toro y cómo él las hacía lucir que por su indiscutible mando, ¡qué le vamos
a hacer! Sumen a ello que en este país de las maravillas del toreo postmoderno,
la única cosa que el público tiene claro es que tras el corte de una oreja hay
que sacare a toda costa al espada por la puerta grande, sea como sea, porque
si no a uno le pueden decir que es tonto al día siguiente en la oficina, en la
pescadería o en el comercio minorista de encajes y botones (vulgo mercería).
Desde el principio la gente deseaba darle, fuera como fuese, a toda costa, el
segundo trofeo que completara la primera e indigna recompensa concedida desde el
palco y pedida minoritariamente desde las gradas. No hubo posibilidades porque
Joselito volvió a fallar con la tizona, un pinchazo con desarme, otro sin pasar
y una estocada caída que hizo guardia…
muy ovacionada, antes del descabello final. Le ovacionaron y cuando se apagaban
los aplausos (que no merecía más) inició una vuelta por su cuenta mientras la gente
abandonaba la plaza… ¡Fantástico!
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Joselito Adame en el de la oreja (Foto: las-ventas.com) |
El tercero fue otro de los toros potables para la
muleta de la tarde, Hojalatero de
nombre (570 kilos, ¡qué lotes tan desiguales, Dios mío!, castaño, engatillado
pero no muy desarrollado de cuerna, manso y embestidor pero a menos). Salió el
bicho distraído de toriles, pasó por varas dando coces al salir de estampida de
los encuentros (como varios hermanitos suyos), fue desastrosamente pareado por
una cuadrilla lamentable (sólo lució en el sexto el que entonces bregaba,
Miguel Martín), y comenzó Adame por estatuarios la faena. Las voces y los olés
a destiempo marcaron el principio y el desarrollo del trasteo, en que vimos a
Joselito quitándose de las suertes, echándose atrás para que pasara franco el
bicho, retorcido y desde Tenochtiplán, sin molestarlo –no hubo que lo
recriminara-, enseñándole “los cuartos traseros” como hacía Curro Girón –por ejemplo-,
abusando desmesuradamente del pico –que nadie criticó-… en eso tan bonito y que
alarga –dicen- el pase del toreo moderno en que “si viene el toro te quitas tú…”
de Lagartijo el grande. 150 años de
evolución del toreo, resumido en que hay que ceder el paso al toro y retirarse
de la rectitud a toda costa para alargar el pase y citar desde la Conchinchina
vietnamita. El general de los tendidos andaba encantado, cuando a Manzanares lo
hubieran crucificado por lo mismo… ¡vivir para creer! Es cierto que ligó, es
cierto que lo llevó en redondo –periféricamente claro, sin exponerse nunca a la
rectitud de los pitones-, podrá ser cierto como me comentaba un amigo en agria
discusión, que le sacó la muleta por debajo de la pala del pitón de aquello que
apuntaba a las Malvinas… pero cuando se superponen estas cosas a la ética de
afrontar el riesgo dando las máximas ventajas al toro, perdemos la propia
esencia de la tauromaquia y convertimos la lidia en una plástica fútil, vacua y
ayuna de sentido. ¡Qué toreen desde dentro de la barrera, o con armadura; que
desplieguen una muleta descomunal, con estaquillador de quince metros, que
sustituyan al toro por un símil mecánico, como esos toros de los rodeos en los
bares americanos, qué más da, si lo importante es que ligue…! Lo mejor de la
faena vino en sus postrimerías: unos buenos doblones –genuflexo el diestro-
que, por supuesto, no fueron tan aplaudidos como el destoreo moderno. El
fantástico bajonazo delantero fue aplaudido como si hubiéramos visto resucitar
a Mazzantini, y el desarme posterior no fue apreciado –ni valorado- por nadie. Me
anduve fijando en la petición, contando pañuelos, y apenas una de cada cuatro
personas flameaba el moquero, el programa o algo blanco en su defensa. No
importó. Don Julio, en cambio absoluto de criterio, concedió la oreja y punto y
final. ¡Qué desastre! Cuando al fin toreó mejor –que fue en el sexto-…, ¿qué
hubiera hecho?
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Antonio Ferrera en el par de los adentros... nada que ver con su actuación la pasada semana (Foto: las-ventas.com) |
A Ferrera le debió sentar mal la oreja del día de los
de Adolfo Martín y la devolvió… Entiéndanme, no hubo regurgitación, sino
devolución simulada del trofeo. Ni en uno, ni en otro de los de ayer, anduvo en
director de lidia, atento en quites, preciso en banderillas –clavó siempre a
todo pasado y sólo vimos exposición en un par muy apurado por los adentros-,
seguro o firme con la muleta. Y la estocada del otro día ni apareció en débil
imagen especular. Su primero fue Platanero (510 kilos, capa melocotón, pobre de
cabeza y cuerpo, bajito, cortito y muy poca cosa) un animalejo muy manso en
varas, soso y que ayuno de casta se fue a menos rápidamente. Siempre fuera,
despegado, buscando velozmente las cercanías… el extremeño dio la de arena ayer,
con un toro que pasó de la sosería ñoña a la defensiva –quedándose a medio
viaje, escarbando y cabeceando- y que a punto estuvo de echarse. Una entera
caída con cuarteo y a otra cosa. La otra fue en el cuarto, Duradero por mal nombre (518 kilos ¡vaya lote comparado con el de
Adame!, negro, tocado, cortito también, manso, soso y descastado); un bicho que
nada hizo de malo…, ni de bueno, pero que se movió por allí. Zarrapastroso
anduvo Ferrera con la franela, siempre atropellado, sucio, sin parar, con mil
precauciones y paso atrás (¡quién le ha visto y quién le ve, no hizo eso con
los encastados de Adolfo Martín!). Una calamidad bíblica. Sesgando dejó una
estocada desprendida y hasta la próxima. ¡Qué cambios puede experimentar un
espada, Virgen santa!
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Y miren que el derechazo no esta mal... pero nada dijo ayer Serafín Marín (Foto: las-ventas.com) |
Tampoco tuvo su tarde el de Montcada y Reixac. Ni con Lenguasucia (un novillejo de 502 kilos,
negro salpicado y sin cuajo ninguno, corto, manso y descastado animal) corrido
en segundo lugar, ni con Chaparro
(551 kilos, negro listón y delantero, uno de esos mansísimos en varas, soso y
que anduvo a media altura) nos demostró por qué anda por Madrid en estas
fechas. Un Serafín totalmente desdibujado que pasó anodinamente por el coso de
Las Ventas, mientras las gentes hablaban de sus cosas, al que nada vimos ni con
capote, ni con muleta. Ni dando respiros a su débil primero, sin forzarle
jamás, ni poniéndose pesado en el quinto ofreciendo la vacuidad absoluta,
consiguió llamar la atención de los que ocupaban los tendidos. Al primero lo
pasaportó de un bajonazo con desarme –ayer fue día de grandes demostraciones
del arte de matar-, y al segundo de tres pinchazos por los bajos (uno con
desarme), y tras un aviso, de media también perdiendo el trapo.
Un
festejo, en suma, donde a punto anduvo Adame de salir en volandas… un festejo
que nadie recordaremos dentro de una semana.
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