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jueves, 23 de mayo de 2013

Sorpresas


Madrid, 22 de mayo de 2013. Corrida de la Asociación de la Prensa. Tres cuartos de entrada. 6 toros de Parladé, desiguales de presencia, mansos en varas, pero con notable juego en la muleta el segundo, cuarto y quinto; éste más soso; el primero inválido. El Cid, silencio, ovación y silencio. Iván Fandiño, oreja en el único que mató. Daniel Luque, silencio y silencio.

Varias fueron las sorpresas que nos llevamos ayer tarde en la tradicional Corrida de la Prensa madrileña. La primera fue la desagradable y grave cogida de Iván Fandiño al entrar a matar, “con todo”, a su primer oponente, el segundo toro de la corrida. Grave cornada de 25 cm., que destroza el cuádriceps, contusiona el paquete vascular femoral y arranca algunas colaterales, y que habrá de tener al espada un  mes en el dique seco –salvo la cautela habitual por posibles complicaciones ulteriores-. Desde aquí le mandamos un fuerte abrazo, deseando que un espada como él se reponga a la mayor brevedad posible, pues es absolutamente imprescindible contar con alguien que, como él, no centra su toreo en la constante pérdida de terreno y se arriesga –¡incluso!- a ganarlo o a cargar la suerte sin artificiosidad y mentiras contemporáneas.

El primero de la tarde, francamente bonito de capa y hechuras, bien rematado por detrás... pero inválido (Foto: las-ventas.com)
Otras sorpresas vinieron de la mano de la corrida de Parladé, segundo hierro del fallecido Juan Pedro Domecq, aunque figurara éste a nombre de su primogénito y actual propietario. Al margen de otras consideraciones que habremos de apuntar –mansedumbre en varas y en lo sucesivo, toros que apretaban hacia dentro, mala presencia de alguno…-, hemos de reconocer que varios de los lidiados ayer tenían embestidas emocionantes en la muleta, largas, casi aseguraríamos que encastadas (un manso claro que puede estar encastado, o cuando menos mostrar genio…), con mucha transmisión y sin aparentes dificultades. Es verdad que alguno pudo tenerlas –el último, por ejemplo-, pero algunos se comportaron con bonanza y sin complicaciones notables.
Y a todo ello va unido nueva sorpresa, la de que los espadas de turno, aquellos que piden y solicitan el toro noble y “toreable”, se dejaran la corrida crudita, con las orejas puestas, incapaces de arrancar un mísero trofeo, de lidiar precisamente aquello que reclaman. Sale un toro “toreable”, con transmisión…, y la rutina, las precauciones, y la incapacidad se impone. Visto está, sin duda, que los espadas más encumbrados sólo quieren reses mortecinas, bobas, suaves o ñoñas, sosas sin apelación, que se desplacen lo mínimo y “que no molesten”. Y cuando, dentro de un comportamiento estándar, el toro se mueve, tiene arrancadas generosas en la muleta y exige que se pongan a torear de veras… claudicación intermitente o total. Es, entiéndanme, una sorpresa relativa, algo que cabía esperar, que confiábamos que no ocurriera, pero nos temíamos aparecería en cualquier caso. Así, ni el diestro de Salteras, ni el de Gerena, hicieron nada con cuarto o quinto, e incluso tercero… así nos va en la tauromaquia de la segunda década del siglo XXI.

Este fue el sexto, quizá el peor del festejo, pero de correcta presencia (Foto: las-ventas.com)
Los del hierro de Parladé, comencemos por el punto de partida, estuvieron desigualmente presentados. En general les faltó remate, especialmente por detrás, demasiado “culipollo” para la plaza de Madrid y alguno muy justito en trapío, como el segundo (un toro bajito, propio para otras plazas), el tercero (escaso en general) o quinto. Sin embargo nos sorprendió muy gratamente el comportamiento de tres o cuatro en la muleta. Lejos del descaste general que muestra el primer hierro familiar, hubo en éste un segundo, cuarto y quinto que lucieron otro comportamiento. ¡Claro que Juan Pedro sabía lo que tenía entre manos! Este experimento, buscando una mayor movilidad y casta le ha ofrecido un nuevo panorama, desde luego más alentador para el aficionado, aunque temamos que los coletudos más encumbrados le hagan nuevos ascos, como a las reses de Fuente Ymbro, El Pilar o algún hierro que ha buscado la acometividad más que mansedumbre dócil y aborregada. Juan Pedro supo entrever la posibilidad y en unos años, partiendo de la base y fondo de su vacada, consiguió transformar el comportamiento, encontrando un tipo de toro que gusta más y emociona infinitamente más todavía que los corderillos del tronco primigenio. Y probablemente un tipo más cercano también al original, próximo al del Conde de la Corte, cornalón y algo aleonado, más largo en general, aunque les falte cuajo en los cuartos traseros. Quizá en este último aspecto les sobre un tanto de alzada, imprescindible para presentarlos en ciertas plazas como las de la Corte o Bilbao, por ejemplo, pero es algo que no habremos de criticarle. Lástima también, que no se haya seleccionado más bravura, porque la mansedumbre estuvo siempre presente y latente, tanto en la pelea con los caballos, como en sus actitudes en banderillas y muleta, en que buscaron siempre los adentros, apretando hacia los mismos, acabando en tablas varios o empujando hacia ellas al matador en el último trance.

Manuel en las verónicas al cuarto (Foto: las-ventas.com)
Desde luego lo que no fue una sorpresa fue que el Cid quisiera y no pudiera. Es una verdadera pena el decadente estado de un espada que, como él, ha podido con lo más bravo y encastado del campo bravo español, habituado a triunfar frente a victorinos de antaño, a poder y descoyuntar los toros más poderosos y complicados –pese a la fama de que siempre le han tocado los mejores lotes de cada corrida-. Su primer “parladé” fue un inválido que apenas le dejó opción. Un bicho que obedecía por Atención, de 533 kilos, berrendo en cárdeno “con accidentes” (que no ensabanado como rezaba el programa), tocado de armas, con cuajo pero manso, flojo y, lógicamente, a menos. Comenzó de mala manera, dando una voltereta en el percal, se dejó pegar en varas, saliendo suelto del primer envite, cayéndose de nuevo y volviéndolo hacer hasta cinco veces más durante el trasteo muleteril. Las pocas fuerzas le hicieron cabecear, acortar su recorrido, ir a media altura… y el Cid optó por extremar las precauciones. Siempre fuera, despegado, sin fe en lo que hacía, llevándolo a media altura para evitar nuevos derrumbes, en vez de decidirse a probar con la mano baja que le hiciera famoso aunque le costase al toro la existencia… Una cosa tan sosa y sin sal acabó como correspondía, con un desarme. Sin embargo, hemos de reconocer –y alabar- la nueva imagen que con esa espada que le ha privado tantas veces de un triunfo, muestra en esta nueva etapa profesional; dejó un estoconazo a un tiempo por arriba –levemente desprendida a lo más- y acertó al primer descabello. No hubo recompensa popular; silencio. El cuarto, segundo de su lote, fue un toro notable para la franela. Bonito le pusieron en el cajón “bautismal”, lucía 557 kilos, capa negra, prácticamente veleto de cuerna; un toro manso en los de caballería pero embestidor, noble y sincero en la muleta. Nos gustó el saludo, con alguna verónica apreciable, llevando al toro prendido en el percal aunque desiguales de formato y hechuras. Apenas lo picaron, saliendo suelto de ambos encuentros (Luque quitó por delantales aprovechando el noble viaje de la res), doliéndose después en garapullos, aunque bien pareado por Alcalareño. Brindó Manuel al respetable, y comenzó la faena en los medios, largando trapo para deshacerse del noble animal, al que citaba –y venía – en la distancia. No hubo demasiado acople, algo de suciedad, pero emocionaban las arrancadas del bicho en series cortas –dos o tres y el de pecho liberador, porque aprieta en “la pelota” como se suele decir para mostrar la falta de corazón-. Siempre mandando lejos al toro, algo retorcido, la faena sólo bajó de intensidad cuando, olvidándose de la distancia, decidió el espada acortar terrenos con el toro, en la quinta tanda a izquierdas. Ahí se vino abajo lo construido hasta el momento, más descolocado el espada, más soso el toro, menos limpios los lances, a menos ambos. El toro seguía pidiendo espacio entre los dos, pero al de Salteras no le funcionó la cabeza, una pena. Una estocada entera, algo más que desprendida, puso fin a una faena en la que debió sacar bastante más provecho del bicho… o como se decía hace dos o tres décadas, “anduvo por debajo del toro”.

El Cid pasando de muleta al veleto segundo de su lote (Foto: las-ventas.com)
Mató también el último (quinto en el programa) por la cogida de Fandiño. Fue éste un toro apodado “A-reír”, que ya son ganas (podrían haberle puesto Risueño, por ejemplo), de 593 kilos, negro listón y delantero de astas, manso y a menos, con algún –pero escaso- compromiso, porque escarbó bastante y con ello creó alguna leve incertidumbre en la arrancada. Al Cid no le gustó de salida, pese a que le dio algunos delantales de recibo que valieron. El toro repetía, si no con codicia, al menos sin defectos. Nada hizo notable en varas –salvo el nefasto “puente” en la segunda-, pareó bien Arruga -en segundo lugar- en banderillas, y Manuel brindó a la cuadrilla de Iván, deseándoles una pronta recuperación, muy loable por su parte. Y ahí terminó todo. El trasteo ulterior careció de interés, con un toro algo parado, que se arrancaba cuando quería y le costaba lo suyo, siempre en corto y con escasa longitud, quitándole el trapo demasiadas veces. Así que, como ni quiso el toro, ni tampoco el torero, la cosa acabó en tablas, con pinchazo y una buena estocada un poco contraria.

Fandiño toreando a Grosella, que metía la cara como pueden ver (Foto: las-ventas.com)
Grosella se llamaba el que mandó a la enfermería al pobre Fandiño, un toro de 536 kilos, bajo y “culipollo”, negro listón, bragado y axiblanco de capa, manso en varas (casi no le picaron en absoluto) pero que embestía con riñones y evidentes ganas en la muleta. Hubo un saludo aceptable, con alguna buena verónica… ¡vamos de lo que ya no se ve!; quitó Luque por “delantales de cocina”, y fue bien pareado por Jarocho. El toro llegó al último tercio con algún cabeceo, pero repitiendo sin pausa, y el diestro vizcaíno le dio distancias y aguantó impertérrito sus arrancadas notables sin pestañear –o sin echar la pierna atrás, como suelen hacer ahora-. Luciendo al bicho, le dejó desplazarse para solaz de los tendidos, aunque quizá le faltase un poco más de mando, de llevárselo a la espalda, en faena con algunos altibajos, especialmente con la zurda. Ahí lo mismo le veíamos dos naturales buenos, bien ligados, que un enganchón que deslucía el conjunto. Lástima que sólo cuando acortó las distancias le viéramos más toreo en redondo, porque de otra forma hubiera sido de buena nota el conjunto. Con ese toreo más que aceptable se tiró a matar con muchas ganas, a “dejarse coger” que se ha dicho desde siempre, y lamentablemente, tras un pinchazo, por vaciar poco al toro, fue prendido por éste, que le infirió la cornada relatada. Una pena. El público conmocionado, y ante la estocada cobrada, pidió y consiguió la oreja que la cuadrilla le llevó a la enfermería.

Momento de la cogida... y es que le faltó darle más salida antes de clavar (Foto: las-ventas.com)
A Luque no le vimos ayer en el coso matritense, quizá anduviese por la Sierra Norte sevillana, porque por aquí no apareció. Hubo algo que se movía en su nombre… pero no creo que fuera el diestro que tanto promete y que llena de elogios la prensa del “montón”. A éste, le tocó en suerte un toro, llamado Fanfarrón (527 kilos y escaso de carnes, negro listón bragado y meano) que aunque manso sin paliativos en varas tuvo su aquél en la muleta a pesar de alguna protesta y que al final vino a menos. A Fanfarrón no le cupo en suerte ser toreado con el percal por el de Gerena, quizá por ser de su propiedad –ya se sabe que sólo se le torea si corresponde a algún compañero, ¡cómo le vamos a quitar pases de muleta al nuestro…!-. El toro, que siempre apretó para tablas, repetía en aquellos terrenos sin dificultad, pero Luque –o su doble- se lo llevó incomprensiblemente a los medios, equivocándose garrafalmente de terrenos por la dichosa y nefasta rutina imperante en la tauromaquia contemporánea. Con el pico, siempre despegado, sin acople alguno, y con el toro defendiéndose en los medios, nada sacamos en limpio los que contemplábamos el desaguisado desde los tendidos. Apretó el bicho para dentro, como era de esperar, y hubo alguna colada… ¡pues que si quieres, morena! De uno en uno al final, aquello no sólo no terminó de coger vuelo sino que se estrelló sin remisión, y hubo casi veinte mil víctimas: el toro, el torero y los que cubríamos buena parte de la plaza. Una entera desprendida y a otra cosa, mariposa. ¡Qué desgana! ¡Qué error tan lamentable!, porque el toro hubiese embestido en los terrenos de dentro… 

Luque en el quinto, un bicho sin problemas... (Foto: las-ventas.com)
Tampoco vimos cosa apreciable en el quinto (corrió turno para que el Cid no lidiase dos reses seguidas), Holgazán por mote, un bicho con posibilidades, soso pero embestidor, manso en varas y banderillas, con 547 kilos y capa colorada ojo de perdiz y escaso remate por detrás (paréntesis obligado…, ¡qué bien están los veterinarios este año, caramba!; capten la ironía). Luque –o su alter ego- instrumentaron (nunca mejor dicho) un quite por chicuelinas horribles, verdaderos trallazos, y el animal llegó al postrer tercio con ganas de embestir. Nuevos calambrazos eléctricos en el tanteo, elección de los medios, y repetida versión de “destoreo” despegado, sin fe, acople o colocación. El Holgazán cumplió más de lo que presumía su mote, y vino y fue sin problemas en su labor, sólo para ser despedido injustamente con el pico de la muleta casi siempre, antes de contratarlo de nuevo de jornada en jornada, sin continuidad. Culpa empresarial, no del trabajador, no les quepa duda. ¡No sé qué pudo verle que le desagradó tanto!, pero Luque no quiso ni verlo... Así que con media desprendida y tendida, ejecutada de “aquella forma” y con dos descabellos, nueva cosecha de silencios que debieron haberse tornado en pitos.
Quédense, por favor, con que hubo varios parladés contemporáneos con bastante que torear… Y es que cuando se quiere, se puede. 

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