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martes, 14 de mayo de 2013

Camino de la deserción


Madrid, 13 de mayo de 2013. Tres cuartos de entrada. 6 toros de La Palmosilla, bien presentados aunque desiguales, mansos, sosos y descastados en su gran mayoría, aunque primero y tercero con alguna movilidad. Curro Díaz, silencio y silencio. El Fandi, silencio y silencio. David Galván, ovación (aviso) y silencio (aviso).

Lo de anteayer fue, a las pruebas me remito, un oasis en medio del desierto de la casta. La Palmosilla –vaya un nombrecito para una ganadería pretendidamente brava- nos devolvió ayer a la más cruda y espeluznante realidad. A la búsqueda de la “toreabilidad” este desecho de Juan Pedro y Núñez del Cuvillo –el de los boletines y los orígenes desconocidos-, muestra la más palpitante crudeza de una gran parte de la cabaña de lidia española (voy a resistirme a llamarla brava…). Pero no importa; que el año pasado fracasó con estrépito…, pues éste se le renueva el contrato y seis animalitos más, aunque sean de los rescatados del pasado año. Vean la ficha para comprobar cómo muchos eran cinqueños y habían estado reseñados ya para la primera plaza del orbe. Esta nefasta empresa tiene siempre en consideración los resultados y las apetencias de la afición… aunque pague tarde y mal. A mi amigo el ganadero, le han pagado lo que le debían todavía a finales del mes pasado… un año después de cuando lidiara la corrida en términos redondos.

El precioso sexto toro de La Palmosilla, fachada sin contenido /(Foto: las-ventas.com)
Pero no se preocupen… para redondear el espectáculo, la clarividente empresa, con la aquiescencia y el aplauso del Centro de Asuntos Taurinos, completó el cartel con una terna de noche de insomnio, alucinante, fantasmagórica. Curro Díaz, para justificarse ante el aficionado; el atlético Fandi, para que corra por delante de… las exigencias del pliego de condiciones, y un absolutamente desconocido en la capital, David Galván para abrir boca, por mor de su presentación en Las Ventas y confirmación de alternativa. ¿No habría otras fechas en la capital para que este novel espada hubiese mostrado sus carta de presentación, su tarjeta de visita, antes del fracaso de ayer? Son ganas de estrellar a la gente ante la mayor audiencia posible; muy bien por el señor Ruiz Palomares, su apoderado. Tamaño despropósito de cartelito se saldó, como era previsible, con el éxito asegurado: cinco silencios y una ovación al neófito por aquello de la novedad. Y entre tanto, el sopor, la desesperación y el aburrimiento general. Anteayer salió la gente hablando de toros y de toreros; aun lo comentábamos antes de este último festejo; después del mismo la opinión general –sin salvedades- era manifestar el horror y el tedio más absoluto. Nuevo éxito de la empresa-Comunidad, especialmente para sus arcas, que es lo único que les importa aunque sea a costa de cargarse la fiesta de los toros.

David Galván sufrió una voltereta al descubrirse en su primer toro, mostrando más el cuerpo que el trapo (Foto: las-ventas.com)
El toricantano Galván, que no había pisado aun suelo venteño en su eximia carrera, que ha ido siempre muy protegido y con ganado de extrema comodidad –pobres Aguilar, Robleño, Rafaelillo-, mostró no sólo su bisoñez, sino una parsimonia desesperante, una pesadez insufrible, un afán por ponerse bonito más que por torear. Para eso, mejor venir en agosto, probarse y si se triunfa optar a una plaza en feria de más categoría como se hiciera antaño (pregunten a Ortega Cano o al premiado Ojeda). En el toro de la confirmación, Distante (una res de 530 kilos, negro de capa, delantero de puntas, manso, soso y aborregado en sus embestidas), tuvo a bien complicarse la vida a base de descubrirse por falta de temple a la hora de embarcar las aborregadas embestidas de la “fiera”. Al menos quiso quitar por gaoneras, que ya es un logro para lo que se usa hogaño. Sin más percal que mostrar a los tendidos, llegó el momento de la franela, pasándolo por alto, con una brusquedad que el bicho no necesitaba, y siguió en los medios dándole distancias. Parecía que, dadas las condiciones cómodas y pastueñas de la res, podría haber triunfo sin dificultad, pero el joven espada se las compuso solito para quitar el engaño cuando embarcaba al toro en la carrera, de manera que se descubría casi constantemente. Venía al toro desde la distancia y en vez de cogerle por delante y prenderle en el trapo, le pegaba una sacudida y cuando el toro llegaba a la altura del cuerpo ya estaba el engaño a la altura de la pierna retrasada; resultado: descubrimiento habitual, y más de un susto, que al final se hizo casi constante. Habrá cantores del espada que acusen al toro de aviesa condición, ¡pobrecito! Entre que no se colocó nunca en el sitio de las exigencias, que lo llevó siempre a media altura y que no toreó nunca, mandando al toro para el más allá, más preocupado en ponerse bonito, se le fue la oportunidad de su vida. Un pinchazo por arriba, un aviso y tres cuartos de estocada tirándose con rectitud, al menos edulcoraron algo el tramo final de su primera actuación en Las Ventas. En el que cerró plaza hubo aun menos, poniéndose insufriblemente pesado dado el recorrido vital del festejo. El de los cuernos se llamaba Resultón (nada que ver con el epíteto), de 592 kilos y estampa de La Lidia, castaño en verdugo salpicado, bragado y meano corrido, girón y axiblanco, un bicho que, como alguno de sus hermanos de camada, pareció que hacía en los caballos para mansear a renglón seguido, soso y sin casta que llevarse a la boca. Tras unos inicios con cabeceo incómodo, el pobre animal anduvo en la faena sin ganas de embestir, y el neófito con ganas de aburrir: mucha posturita, mucha parsimonia, mucho pensar qué hacer porque el corazón no da para mucho más, y poco torear. Y todo lo que de ello fue, para fuera y desde fuera, sin continuidad ni ligazón. ¡Qué plasta! Un pinchazo caído, sin pasar, el toro que se cae y desde el albero desarma a un peón y al espada a la vez, echándose los trapos a los lomos en el mismo suelo; lo levantan por alargar la agonía del sufrido público –y la del animal-, otro pinchazo de la misma calaña, un aviso, otro también sin pasar, uno más caído y sin salir por el costillar y ya, por fin, un certero descabello sin cobrar estocada digna del tal nombre. Finis coronat opus. ¡Y que esto le suceda a Ruiz Palomares…! La próxima vez convendría medir al neófito en momento de menos compromiso.

Tercer par del Fandi al segundo de su lote; como se puede ver desde cerca..., ya está sobre un pitón y aun no ha bajado los brazos... (Foto: las-ventas.com)
Lo del Fandi no tiene nombre. Un torero que no torea nada con la muleta y apenas un poco con el percal, vive de y se apunta cien -o casi- corridas al año porque corre mucho delante de los toros… Espectáculo en banderillas, a toro pasado, y mil carreras por doquier han soportado la labor del espada desde hace más de una década, privando a tantos toreros de entrar en combinaciones cuando sus méritos eran muy superiores a los del granadino. ¡Vivir para ver! El Fandi tenía que haber coincido con Antonio Ordóñez o con Paco Camino… y ambos le hubieran pasado cual apisonadoras por encima, borrándolo del mapa, dejándolo por bajo de las cualidades del excelso Paco Alcalde –que al menos tenía otras virtudes-. El tercero del festejo, Abubillo, pesaba sus buenos 545 kilos, castaña la capa, levemente tocado de armas, manso, soso y sin embargo con alguna movilidad. Nada con el capote, el toro distraído y a su aire; unas chicuelinas despegadas en su quite -¡ay las de Camino!-, tres pares a cabeza pasada –el tercero un poco menos que sus dos homólogos-, un comienzo de rodillas sin mucha fe, levantándose al tercer muletazo, y nihilismo absoluto a continuación. Siempre fuera de cacho, pasándolo a media altura y en paralelo, sin clase alguna y con el sempiterno paso atrás en los muletazos con la zurda, se criticó la faena ella solita. Un bajonazo, un descabello y silencio –que hubieran sido pitos de no ser porque parte del público enloqueció con el ejercicio gimnástico-. El quinto era Distinguido, pero lo que fue idéntica fue la labor del granadino. Bicho de 566 en la romana, negro listón, delantero de cuernos, manso, soso y descastado. Una larga afarolada y luego nada con el percal, más carreras en garapullos, con pérdida de un palo y regalo de cuarto –y pitado- par, todo a cabeza pasada y sin asomarse a mayor balcón que el de su casa, y nueva muestra de nulidad muletera. Despegado, desde fuera, en paralelo las más veces, a media altura… con suciedad al final, al menos no estuvo muy pesado. Al ser desarmado en una de esas, en la quinta tanda, nos regaló una entera desprendida con el brazo por delante que abrevió el suplicio. La tarde se iba haciendo muy larga… y aun quedaba el sexto.

Torería de Curro Díaz en el primero de su lote (Foto: las-ventas.com)
He dejado para el final a Curro Díaz, que abría el cartel, porque al menos el único toreo de la tarde salió de sus manos. Fue un fantástico tanteo en el segundo vespertino, clásico, con empaque, gusto y torería, a base de trincheras, pases de la firma y con un soberbio cambio de manos que casi levanta al público de sus asientos. Lo podía haber firmado el mismísimo Domingo Ortega. ¡Qué lástima que no siguiera dando dos o tres tandas más de esa guisa y cogido la tizona! Hubiera habido triunfo gordo. El animal, Solitario de mote (547 en la báscula, castaño, tocado de defensas, manso, soso y a menos), saldría frenándose con el percal, manseando en varas, y sin complicaciones en la franela. Y lo que podría haber sido, por mor de la vulgaridad imperante, se tornó en tedio y críticas en las siguientes tandas muleteras. Desde fuera, en paralelo, sin su clásico toreo algo codillero pero en estrecho redondo, Curro fue perdiendo gas en su trasteo, terminando por acortar distancias. Ni los chinos se dejaron… Unos adornitos sin la altura de miras de los que abrieron su labor, y un pinchazo hondo por arriba precederían a cinco descabellos, contados y cantados. ¡Cómo lo estaría pasando la gente… y eso que era el segundo! Brujito era el apodo del cuarto, un toro de 549 kilos, negro listón, delantero, con poco cuajo para este coso, manso, soso y descastado. Un lujo asiático para redondear el encierro. Abreviando les contaré que nada hizo el toro a lo largo de su corta vida pública, y que casi tanto el de Linares, porque el antagonista apenas podía con el rabo; eso sí, siempre desde fuera y para el más allá. Precisamente hacia donde le remitió el matador de una entera algo trasera y desprendida.
¡Qué corridón!  Tres de estas y no hacen falta más antitaurinos: deserción absoluta.

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