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sábado, 25 de mayo de 2013

Del fracaso al éxito por una letra


Madrid, 24 de mayo de 2013. Lleno. 6 toros de Victoriano del Río, desiguales de presencia (segundo y tercero anovillados), mansos o muy mansos en varas, de juego desigual en la muleta. Los mejores, segundo, tercero y cuarto. Sebastián Castella, silencio  y oreja (aviso). José María Manzanares, oreja (aviso) y silencio. Alejandro Talavante, dos orejas y silencio.

¡Hacía falta una “a”!  
Para pasar del rotundo fracaso del día 18, al éxito de ayer, sólo era preciso una simple “a”, la que se introduce a mitad de una palabra, en este caso de un nombre propio. Ha bastado que cambiáramos a Victorino  por Victoriano, para contemplar la completa transformación de un espada, de Alejandro Talavante. La de ayer fue tarde de alegrías relativas y reencuentros parciales. No vayan a temer que me he transformado en un juglar taurino más, ni que mi visión crítica se ha esfumado por completo. No, no teman, pero era preciso que viéramos alguna que otra cosa y ayer, sin compartir esa euforia desmesurada y regalista, pudimos -al menos- ver algunas de esas cosas que a los aficionados nos gusta discutir, comentar y contrastar. Vaya por delante que el resultado final del festejo fue de todo punto exagerado, y que a mi juicio con rebajar un escalón la exaltación eufórica del público, quizá nos aproximáramos al resultado justo de la corrida. Yo me hubiera quedado con vuelta, oreja y saludos desde los medios en los toros centrales del festejo, que me parece premio más adecuado y fiel a los méritos que cada cual acrisolaron.
El ganado, al que seguro andarán cantando los plumillas del sistema, tuvo sus cosas buenas y malas; las malas ya se apuntan en la entradilla: dos reses que no debieran haber pasado el reconocimiento en Las Ventas, aunque aptas para Aranda de Duero, por ejemplo; una más que notable mansedumbre en varas y segundo tercio, apretando para adentro, buscando tablas y saliendo o sueltos o huidos de los caballos (hubo un toro que casi cumplió en una de ellas pero que cantó la gallina en la segunda, ya llegaremos); y un juego desigual, ya que alguno embistió con ganas pero algún otro tuvo un comportamiento más dócil, suave y semi-aborregado (como el cuarto), no tuvo demasiada clase, como el quinto, o fue un animal descastado, soso y sin clase tampoco (como el último). El primero quedó inédito en la muleta, pues se luxó la mano izquierda en el segundo tercio, pero nada había demostrado en varas. Entre las buenas destacar el segundo en la muleta, un toro noble y boyante, quizá el mejor del encierro, que metía bien la cara; y el tercero que aunque manso y rajado dio la emoción requerida y si me apuran tuvo más genio que casta… porque a un toro que se va de la muleta a tablas y que busca aquellas desentendiéndose alguna vez del trapo no lo puedo tildar de encastado. Anoten el cuarto, toro que tomaba algunos muletazos pero se cansaba enseguida, y si así lo desean, apunten también al quinto, ese que fue con la cara alta y sin llevar el hocico por el suelo, pero que tuvo la movilidad necesaria para que pudiese haber habido más toreo. Así que, una corrida con más sombras que luces, pero que posibilitó algunas cosas a los maestros…

Talavante en el toro del triunfo, cargando la suerte en un natural por bajo (Foto: las-ventas.com)
Permítanme alterar el orden de lidia para centrarme en el triunfador del festejo y primer espada que sale a hombros este año del coso de Las Ventas (no cuento a Diego Ventura…). Alejandro Talavante vino ayer con otra mentalización, con una muy diferente disposición, con otras ganas y actitudes. Había bastado que le anunciaran otra vacada y que en vez de seis tuviese sólo el compromiso de dos toros por delante… y respiró mucho más tranquilo. ¡Hay que ver lo que puede una simple letra! Y lo digo porque el manso que le tocó ayer no fue ni mejor ni peor que alguno de los que le tocaron el 18 de mayo con el hierro de la A coronada. Es más, probablemente ninguno de los sosos victorinos tuvo, ni las dificultades, ni las complicaciones que ayer mostró el de Victoriano, aunque éste metiese la cara de otra manera y embistiese a oleadas emocionantes. No fue una faena inteligente, creo que ni siquiera interpretó bien al bicho o entendió cuál era la lidia más adecuada a un animal que venía rebrincado, andaba con la cara por las nubes e incluso saltaba como un gamo en garapullos. Hizo, quizá, lo contrario de lo que hubiera requerido el bicho: buscar los medios, en vez del tercio o, más cerrado, las tablas, y pasarlo desde el principio por alto, ¡y con estatuarios! Eso en vez de doblarse por bajo para bajarle los muchos humos y castigarlo previo a cualquier nuevo intento… Pero… Sí señor, aquello que no hubiéramos planteado, que nadie hubiera propuesto o susurrado al oído del compañero más próximo, resultó. Y triunfó a base de querer, de poder y de aguantar. No fue, pues, una faena inteligente, fue una faena de genialidad, de creación sobre la marcha, de listo que sabe aprovechar las cuatro cosas que acabó por comprender del toro. Y de eso también se vive, ¡ya lo creo que se vive!, en la tauromaquia. Hacen falta genios, no les quepa duda, que nos alejen de la aburrida y monótona rutina de la descolocación, la ausencia de riesgo, el toreo despegado y el sempiterno paso atrás…

Este fue Artillero, un torito fino pero muy poca cosa (aunque en la foto aparente más)  que sacó mansedumbre, genio y emoción (Foto: las-ventas.com)
Nadie hubiéramos apostado por Artillero, un bicho anovillado de 517 kilos -¡hay que ver cómo están los “veterimalos” este año!-, negro listón y tocado de cuernos para tapar las carencias traseras. Fue un bicho muy manso en el primer tercio, el animalito se frenaba en el capote –nada le vimos al extremeño, aunque un peón, a base de aguantar y de no perder terreno le sacó dos lances después-, entró hasta cinco veces a los caballos en cualquier sitio de la plaza -¡qué lidia más desorganizada, qué caos y qué cantidad de capotazos-, saliendo huido de todas ellas; apretó mucho y con malas pulgas a los banderilleros, yendo a oleadas completamente descompuestas. Y para empeorar aquello –o eso creíamos- salió Talavante a los medios para darle media docena de estatuarios… No sé si fue el toro, o fuimos nosotros los que nos quedamos más sorprendidos de aquello. El caso es que, el uno y los otros, cambiamos. La emoción fue grande, estatuarios, que no ayudados acompañando de delante a atrás al toro, aguantando que el toro saliera disparado hacia arriba como un cohete, y el diestro sereno recogiéndolo una y otra vez. Cogió la zurda a continuación y hubimos de rendirnos a la evidencia… el toro iba pronto, metiendo riñones, a oleadas intensas con genio, y revolviéndose en varios lances. Para Talavante la “a” fue definitiva. Ni uno solo de los victorinos le había puesto en tal tesitura, pero éste era de don Victoriano, enorme diferencia, al parecer.  Hubo una primera tanda emocionante, cambiante, con alguna cesión de terreno para ligar en toreo contemporáneo. Y cambió de mano, y lo metió en los vuelos de la muleta, y sin perder pasos, ni terrenos, algo perfilado y levemente fuera –disculpable en esta ocasión  por las condiciones del toro- lo llevó y toreó. Hubo un sensacional, sin matizaciones ni exageración alguna, cambio de mano, que acabó con un natural esplendoroso, quizá el más sentido, largo, mandón y profundo de toda la feria. Tan a gusto se quedó que le perdió un instante la cara al toro y éste se lo echó a los lomos, gracias a Dios sin consecuencias. ¡Qué forma de tirar del toro, de someterlo a su dominio, de templarlo! Volvería a la cara de la res, y aunque no tuvo la profundidad de la anterior, y el toro fue llevándoselo a su terreno –las tablas- tampoco decayó en intensidad o emoción; la gente ya estaba entregada a su labor. Y allí, paralelo a aquellas, aprovechando perfectamente la querencia y el viaje de la res, pero mandando en éste, fue sacándole lo que el toro tenía. Hubo más de un intento de rajarse a favor de tablas, de barbear aquellas, pero lo retuvo en el terreno, del 5, escogido, y terminó con otro buen cambio de manos, y pasándolo por uno y otro pitón, siempre con el toro por dentro. Muy listo, si me apuran, verdaderamente genial. Recurrió a una serie de bernardinas y otra serie vistosa, y como, además, lo mató de una buena estocada tirándose a los rubios, la gente pidió y consiguió para él los sendos trofeos conquistados. Yo hubiera dejado la cosa en una muy valiosa y meritoria oreja; la falta de toreo con el percal, el orden de lidia en el primer tercio, y el que se dejase llevar a tablas, pesaron en mi opinión (y supongo que en la de algún otro aficionado), pero al parecer no en la de la masa.
No hubo para más en el sexto, Comunero, un toro, éste sí, de 590 kilos, negro y delantero. Un bicho que derribó de latiguillo al piquero que iba mal montado y marró con el palo, pero que cabeceó, se dejó dar y salió suelto al segundo envite. Se dolería en banderillas, donde propinó la muy grave cornada que recibió Valentín Luján, 25 cm que le interesaron la cavidad abdominal. El animal llegó protestando a la muleta, con pocas fuerzas, brusco y sin clase, con poco recorrido. Talavante no le encontró el aire, templó poco y nunca se colocó en el sitio de mayor mérito; el toro tampoco lo hubiera permitido. Ni por uno ni por otro pitón le sacó jugo alguno, y lo despachó, al fin, de media caída y atravesada –las comparaciones son odiosas, pero nada que ver con su primero- y dos descabellos.  

Castella en el cuarto, faena que abrió con sendos pases cambiados en serie intensa y vistosa (Foto: las-ventas.com)
Castella, que abría el cartel, tuvo la mala suerte de que su primero se lesionase en el segundo tercio. Eso sí, Batatero (587 kilos, negro y algo tocado) había manseado en varas en ambos encuentros. Así que, a la vista de la cojera manifiesta del animal, y ante los pitos de varios sectores de la plaza, optó por sacarlo a los medios, renqueante, y despacharlo, sin darse coba, de una entera, traserita y tres descabellos, doblando el bicho por su voluntad. Esperemos que la brevedad no viniera impuesta por el saludo agradecido del bueno de Javier Ambel en banderillas, que de verdad se lo merecía y que lidió el cuarto más que bien. Éste pasaba por Embarrado, un toro de 528 kilos (que me recordó a alguno de Pedrajas de doña María Luisa…), negro y engatillado de cuerna, algo escaso por detrás pero justo, manso y que embistió suave y noble para venir a menos al final del trasteo. Salió distraído el animalete, pasó por varas cabeceando y sin emplearse con fijeza, haciendo el nefasto puente alguna vez, pero embistiendo en el trapo. Castella lo entendió bien, para qué habremos de negarlo. El bicho iba desde lejos, tomaba dos muletazos y comenzaba a protestar, a ceñirse y a quedarse, y el francés le hizo la faena que requería; recibo, dos o tres pases, un paroncito para que el bicho meditara, uno más y el de pecho. Aire entre tandas… Muy bien… pero… Es ahí donde para mí le faltó ese algo más que se necesita en Madrid para cortar una oreja. Le faltó colocación, siempre algo fuera, aunque no escandalosamente; le faltó algo de profundidad, de clase, de estética, ceñírselo más en algún que otro pase, y le sobró pico… Ahora bien, hubo temple, y aguante en muchos de esos pases en que el toro se ciñó espontáneamente. La faena, en conjunto meritoria… pero sin duda no de oreja, de saludos o de vuelta, sobre todo después de la estocada desprendida, el aviso, un descabello y que lo mareara el peón, derribándolo.

Manzanares en la recta final de su primero, cuando se olvidó del paso atrás... (Foto: las-ventas.com)
Manzanares también dejó retazos de toreo con empaque en el segundo, eso sí, cuando se decidió a olvidarse de echarse fuera de las suertes, quitándose del recorrido del toro. Buenasuerte, que así se llamaba, se la dio. Era un toro de 513 kilos, impresentable, eso sí, que pasa en Madrid porque cada día nos parecemos más a Trijueque de los Chorlitos. Un novillito negro, manso pero embestidior, noble y boyante en el trapo. Casi cumple en la primera vara, pero rehusó primero y luego cabeceó sobre un pitón, para salir suelto en la segunda. Se dolería en banderillas, mientras lo lidiaba con acierto Curro Javier (lo mejor que hizo la buena cuadrilla de Manzanares ayer, bueno lo único). A la muleta llegó el torillo con ganas, metiendo la cara con boyantía y claridad… pero se empezó el espada en torear desde Pekín, echándose para atrás a cada paso –con eso que dicen sirve para alargar el muletazo, ¡vaya timo!-. Y comenzó la bronca: unos que pitaban el constante retroceso; el público del clavel y el de sol, aplaudiendo sin cuento; el guirigay de siempre. Menos mal que se fueron calmando los ánimos un tanto y la gente comenzó a ver que todo era toreo paralelo, sin riesgo evidente, ni verdad frente a un buen toro. Y, de repente, vienen las dos series finales, una a derechas, aguantando el tipo, el terreno y los pies, mandando sobre el torete, con la mano baja, y otra de adornos, con trincheras y desprecios con empaque y mucha torería que trastocaron todo aquello. Nada de lo anterior había tenido importancia, ¡pero esas dos tandas finales… bastante! Una faena a más. La plaza volvió a la efervescencia y aplaudiría con ganas la buena estocada recibiendo a favor de querencia del alicantino. Y aunque el toro huyó, y recorrió media plaza, cuando al fin dobló, pidió con fuerza la oreja que el usía se vio obligado a conceder. Yo creo que fue para vuelta, a mucho pedir, porque más de la mitad del trasteo se fue a la nada del retroceso cómodo y sin riesgo. En el quinto no pudo revalidar el triunfo. Despreciado pesaba sus 600 buenos kilos, un toro feo y grandón, negro listón, bragado y meano, que manseó en los caballos y luego fue con la cara alta y sin clase a la franela, protestando y cabeceando alguna que otra vez. El diestro ni se confió, ni probablemente se lo planteó, y para allá, largando mucho pico, tela y brazo, despidió siempre a su antagonista, despegado y siempre fuera. Debió doblarse desde un principio, y no sólo al final, pero quizá no lo hiciera voluntariamente… ya me entienden. Un feo pinchazo caído, media por el rincón con peor estilo aun, y dos descabellos para un silencio más que generoso.
Como ven, hemos recuperado un Talavante al que le faltaba una “a”.

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