Madrid, 19 de agosto de 2012. Menos
de un cuarto de plaza. 5 toros de José Luis Pereda y uno de la Dehesilla
(segundo hierro personal), bien presentados en general, bravo en varas el
cuarto, mansos los restantes, desiguales de juego, y de casta, destacando
positivamente el tercero y en menor medida el sexto. Sergio Aguilar, silencio y
ovación (aviso). Octavio Chacón, que confirmaba la alternativa, ovación y
ovación. Gabriel Picazo, ovación (aviso) y ovación.
Ha habido un torero en Las Ventas,
Sergio Aguilar, que quizá haya realizado la mejor faena de la temporada
madrileña, seria, inteligente, técnica, pura, hermosa, lamentablemente mal
rematada con el acero. ¡Ay si le llega a meter la espada como a su primero, qué
estocada y qué triunfo! Y ha habido también un toro de los que se te aparecen
en sueños: al aficionado como ideal en sus embestidas, encastadas, empujando
con riñones, repitiendo sin pausa, con acometividad y clase, humillando e
inclinando la cabeza en lo que llaman “hacer el avión”. ¡Pero…, lástima que
toro y torero no coincidiesen!
Porque uno y otro no se han puesto
de acuerdo para comparecer unidos ante el público; el toro fue el tercero de la
tarde, Buenasnoches, un animal de 523
kilos, negro muy salpicado, ligeramente bizco del derecho, y que no hizo más
que una pelea justita en los caballos, empujando algo en el primer encuentro,
saliendo con demasiada facilidad, y saliendo suelto en el segundo envite tras
topar con fuerza en el peto. Se dolería en banderillas, pero, ¡caramba!, qué manera
de meter la cara en la franela, de perseguir el engaño, de ir y venir con clase
y sin recibir en ningún momento la faena que necesitaba.
Buenasnoches, 523 kilos, negro salpicado, el toro de la corrida (Foto: las-ventas.com) |
Lo de Sergio sería en el siguiente,
el cuarto, un toro incierto, soso pero sin entrega, bajo de casta, al que había
que tirar mucho para llevarlo, con el que había que apostar en serio en
colocación, valor y firmeza, y frente al que Aguilar ha estado más que
superior. No ha sido una de esas faenas bonitas en las que aparecen tres o
cuatro derechazos o naturales estupendos; no, ha sido una faena absolutamente
maciza, plena de dominio, de poderío, donde todo lo ha hecho el matador, con
verdad, con técnica…, ¡con expresividad! Hoy sí que ha llegado Sergio a todos
los aficionados. A mi lado, un antiguo profesional, gran aficionado y mejor
amigo, me decía que había sido una faena para profesionales…, que no sabía si
la gente, si incluso buena parte de los aficionados, habrían llegado a
entenderla, a profundizar en su intrínseco ser. Yo le respondía que el que no
hubiese sido capaz de alcanzar a verla… sencillamente es que no es aficionado,
es un calienta asientos de plaza de toros. No me cabe la más mínima duda de que
estamos ante una, si no la más, de las más importantes faenas no sólo de Las
Ventas en los últimos años, sino de toda la temporada. ¡Qué dominio de la
situación, del toro, del ambiente, de los ritmos! ¡Con que clase y gusto ha
sabido mandar y hacerse obedecer por el bicho! ¡Qué buenos y qué bonitos, han
salido los naturales y derechazos! ¡Qué largos y profundos los de pecho! ¡Y qué
difícil era todo ello con ese toro! Si a Sergio le sale el tercero, andaríamos
a estas horas toreando en la Cibeles…
Sergio Aguilar, soberbio al natural (Foto: las-ventas.com) |
La faena, en conjunto, a ese Lagrimita (negro listón, bragado, de 621
kilos de carne bruta y complicada) ha sido verdaderamente fenomenal, de
calidad, técnica y valiente como hemos dicho, y eso que nadie apostaba nada por
el bicho… como al final ha resultado. Desde los primeros capotazos el toro
andaba suelto, a su aire, topó y se dejó pegar en varas, saliendo algo suelto
además, pero llegó el momento de la verdad y Sergio lo exprimió cual limón,
obteniendo un jugo exquisito, desde los primeros lances exponiendo y
consintiendo, bien colocado, con enorme profesionalidad. Fueron saliendo con
derecha e izquierda, alternadas, lances impecables, en redondo, rematados en la
espalda, arrastrando literalmente al animal, uncido a la muleta, pero sin que
el toro se la enganchase nunca, haciendo del manso y descastado animal… hasta
un toro casi bueno. Mérito por completo del espada madrileño. Pero no remató la
faena con el acero, algo que sí había conseguido con el segundo; pinchó dos
veces por arriba, sonó un aviso, y tras un pinchazo hondo –sin pasar porque el
toro se tapaba-, llegó una entera baja… Con ello y todo, sin duda consciente de
lo realizado, sin titubeo alguno, Sergio se dirigió a los medios para agradecer
la cerrada ovación. ¡Ay si le sale el anterior! En su primero, el segundo de la
tarde, Marquesa por mal nombre (sería
marqués, digo yo, su madre…), con 522 kilos y capa negra girón, bragada, meana
corrida y axiblanca, no tuvo tampoco suerte. El toro fue otro bicho descastado,
manso, e incierto, que sacó genio por momentos. Sergio no le dio mucha coba, la
justa, anduvo correcto en su colocación, casi siempre al hilo, inicio con unos
vistosos muletazos y tras un desarme y mil brusquedades del animal, quedadas a
medio envite y unos cites finales con la muleta retrasada, se lo quitó de
delante de una soberbia estocada por arriba. Hubo profesionalidad, valor y
técnica… y la frialdad de costumbre que, a Dios gracias, desaparecería en el
cuarto.
Confirmaba alternativa el gaditano
Octavio Chacón. Como es lógico se le ha visto verde… Su primero fue Riojano, un burelito de 518 kilos, negro
salpicado (hoy el programa se olvidaba de los burracos, gracias), manso, soso,
flojo y de poca casta, que comenzó por salir contrario de todos y cada uno de
los capotazos instrumentados. Mal lidiado en el primer tercio -¡qué desastre de
tarde!- y tras dolerse en banderillas, Octavio lo tanteó con aseo en los medios
llegado el último trance. Pero a base de pico, de lancearlo despegado,
periférico, por las afueras, con exceso de alivios ante un animal que iba con
lo justito, no dijo lo que sus formas elegantes y su afán de llevarlo en
redondo hubiesen dicho en otra ocasión. Al final abusó del metraje para acabar,
cuando ya no había toro, encima del mismo. Unas manoletinas, una entera apenas
desprendida, y ovación del paisanaje. Su segundo fue el quinto (es más antiguo
que Picazo), Dedal por apodo, un
bicho negro que se comportó como bravo en el peto, empujando mucho, pero que se
fue complicando hasta hacerse imposible de ahí en adelante. Octavio no perdió
los papeles, anduvo bastante sereno, valeroso, pero sin saber cómo meterle
mano, y hasta cierto punto, empeorando lo que había que hubiera necesitado otro
trato más amable y cordial. Hubo suciedad, en buena medida por las bronquedades
del toro, algún desarme, pero es que el toro era desabrido, no terminaba de
rematar los lances, y acabó por quedarse y taparse. A la hora de la muerte,
este defecto se acrecentó, y hubo de tragar quina el espada, dándole un
pinchazo y una entera caída, casi sin que sepamos cómo… tal era la conducta del
animal. Recibió una ovación por las ganas y la entereza.
Octavio Chacón en el primero (Foto:las-ventas.com) |
El tercero fue el toro de la
corrida, ese Buenasnoches que se le aparecerá
en sueños a Gabriel Picazo, y no precisamente para alegrarle el descanso, sino
en pesadillas táuricas. ¡Cómo embestía el animal!, ¡qué clase, qué ímpetu! Un
toro de Puerta Grande que el de San Sebastián de los Reyes lanceó siempre
despegado y por las afueras, sin poderlo ni someterlo, aprovechándole el viaje.
“Se va sin torear”, le gritaron… y pocas veces es más cierto el aserto. Y eso
que hubo pases como para llenar una Oficina del Paro… Una estocada entera, por arriba,
con salto en la ejecución, un aviso por las demasías, y un descabello. Y en vez
de dos orejas, una “triste” ovación. ¡Qué lástima! En el sexto, Cateto, de 536 kilos y pelo negro, se
topó con otro buen toro que, aunque tomó una primera vara con cierto empuje (y
con la puya por bajo del número del brazuelo derecho), luego no hizo cosa de
mayor mención en la segunda. Apretó para adentro en banderillas y cogió al
banderillero Sebastián Pereira porque Chacón anduvo lo suyo, sin estar presto
al quite. Luego fue bueno en la muleta, sobre todo por el zurdo, quizá con un leve
calamocheo por el derecho en su contra, y al matador volvió a escapársele una
magnífica oportunidad. Picazo no estuvo nunca colocado, siempre fuera y
despegado cuando podía, pasándolo en paralelo y aprovechando demasiado el
propio viaje del animal. Mal. Acabó sucio y anodino frente a un toro que también hubiera podido encumbrarle,
una nueva desilusión. Tras unos adornos de pocos quilates, lo despachó de media
por arriba, a pesar de que el toro se tapó a la muerte una barbaridad.
¡Un toro y un torero! Pero igual
que Zapatero y Obama, la conjunción universal tampoco se produjo en esta
ocasión.
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