Bilbao, 21 de agosto de 2012. Tres cuartos
de plaza. 6 toros de Núñez del Cuvillo, correctos de presentación, sin
exageraciones aunque un par de ellos menos que justos para esta plaza, mansos
pero con algún juego en el último tercio en general. El tercero, inválido. Morante de la Puebla, ovación (dos
avisos) y división. El Juli, ovación y oreja. Alejandro Talavante, silencio y
ovación (aviso).
Se repetía el cartel triunfal de
la semana anterior en San Sebastián, en esa plaza de Illumbe herida, no sé si
de muerte, pero seriamente amenazada. Y si en Donosti se había abierto la
Puerta Grande, aquí, casi por narices, debía suceder otro tanto. ¿No es Bilbao
lo más grande del Universo? Pero no pudo ser, la afición, mejor dicho, el
público bilbaíno y los forasteros –mucho más abundantes que en San Sebastián-
se quedaron con un palmo de narices ante la férrea actitud del presidente del
festejo, don Matías González, que negó un primer trofeo al Juli ante una
petición abundante pero incompleta, y una segunda en el quinto de la tarde
porque es de su potestad otorgarla, o no, a su criterio, ante una petición, ahora
sí, abrumadora. Las broncas al palco… también bilbaínas. Pero…, ¡ay qué pero!
Don Matías llevaba toda la razón del mundo. Dicho así puede que alguno de
ustedes me señale para una próxima crucifixión, pero las cosas, los hechos,
justifican de sobra la actitud del Presidente bilbaíno, que intenta mantener a
toda costa –incluso a la de sus oídos o su muy castigada familia- el “prestigio”
de Bilbao. Si Bilbao sigue siendo la segunda plaza de España, o la tercera,
según gusten poner a Sevilla por delante o por detrás, es en buena medida por
el “bueno” de don Matías. Si no fuese porque él intenta moderar premios y recompensas
de casquería, en la capital de Vizcaya se darían tantas o más orejas que en
Valencia, Córdoba o Málaga, más que en Santander, Albacete, Valladolid o
Burgos, más, casi, que en Benidorm. Porque el corazón grande, generoso, abierto
del bilbaíno (no lo habrá más grande, seguro), tiende a recompensar los
detalles con oro de 24 quilates, los gestos con diamantes y las pinceladas como
si fueran obras de arte excelsas. Ahí entra en juego don Matías y pone el
freno, Macareno, para que la plaza no se desmadre, para que Bilbao no se
convierta en una plaza más, para que cuando hablemos de Vista Alegre se nos
siga llenando la boca de orgullo; para que un triunfo en Bilbao siga teniendo
ecos y repercusión como sólo pueda tenerlos Madrid o Sevilla.
Seguro que, pasado el enfado
monumental, al aficionado local, o al que acudió ex profeso a la plaza, le
sigue gustando que su plaza o la segunda o tercera del orbe taurómaco, siga
teniendo esa categoría, ese estatus especial, porque en Bilbao los triunfos no
se regalan y “echamos” el toro mejor presentado de España…
Una verónica del de la Puebla desviando la acometida del toro |
Toro que, por desgracia, anteayer
no salió como en corridas precedentes o consecuentes. Toro que, sin haber
muchos peros que poner en cuanto a trapío, podía haber pasado como tal en
plazas de primera más facilonas. Núñez de Cuvillo, don Álvaro Núñez Benjumea,
sin caer en las indignidades de otras tardes –incluida Madrid- tampoco ha
presentado un corridón. Ha sido un encierro correcto, como comentábamos a la salida
del coso, seis toros sin excesos y alguno de ellos quizá con algún pequeño defecto. Y,
sin embargo, tan mal como llevaba el año –al menos en las cuatro corridas
que le hemos visto en plazas de primera- ha mejorado algo en cuanto a comportamiento
se refiere, lidiando por vez primera esta temporada –entre lo que le hemos
visto en primera persona Sevilla, Madrid, Valencia- una corrida con posibilidades, que se ha movido más que otras y con un toro final –el sexto- a cuya madre (y no sé
si al padre) le espera aciago fin, tal ha sido su acometividad y… por qué no
decirlo, casta, hasta casi el final. ¡Dios mío, casta! Siete iguales y pasa a ser lidiada por
Urdiales, Moreno y Serafín, y de ahí a poco que se repita, a Rafaelillo,
Castaño y Robleño, ¡qué peligro! Pero para los aficionados, qué gusto de toro…,
cuántos deseamos que salgan de la misma manera…
El mejor toreo de la tarde –vayan
preparando los clavos para la crucifixión- vino de la mano y la muleta de
Morante. Amén. Sí, del denostado Morante, del “rechifleado” Morante, de José
Antonio el de la Puebla del Río, una vez más. Por cierto, anteayer se demostró
por quién había ido el público al coso, porque el sevillano se ganó una ovación
colosal después del paseíllo, sin que nadie reclamase a ningún otro, y eso que
al Juli aquí se le han dado bien las cosas y el público le está agradecido.
Pero la ovación fue para Morante, ¿por qué será? Y de sus manos, como digo,
salió el toreo soñado, aunque, de nuevo, como en Valencia, no fuese la faena
maciza y completa que todos deseamos. Fue ante Pegajoso, un toro de 520 kilos,
algo justito de trapío para esta plaza, castaño claro, listón y ojo de perdiz,
que fue manso en varas e incómodo en los comienzos, pero embestidor al final,
quizá porque José Antonio le hizo mejorar con paciencia. Un toro que pudo ir a
más… Y eso que no nos gustó de Morante –por más que le aplaudieran- la pérdida de terreno,
reculando hacia los medios, con el capote. Pronto se vio compensada, más que
con creces, con unas chicuelinas de las suyas, tan personales como únicas, quizá
más despegadas que en otras ocasiones, pero envolviéndose en el percal y rematadas
soberbiamente con una gran media abelmontada. El toro ya andaba, a esas alturas
con los dos abundantes pitones reducidos a fosfatina…, a masa incorpórea que
ondulaba al viento… ¡qué duros son los burladeros bilbaínos y los petos equinos!
La faena no comenzó con buenos augurios, hubo un tanteo por alto que sólo
serviría para enseñar al toro a cabecear y a enganchar el trapo, cuestión que
hubo de repetirse en la siguiente tanda a derechas, calamocheo y suciedad,
remendado con un trincherazo magistral como florón. Siguió sin centrar al toro,
con nuevos derechazos sucios, de abajo a arriba, a pesar de la voluntad y la
colocación… Lo bueno comenzaría en la serie con la zurda, más colocado,
¡cargando la suerte, señores!, llevando más cosido al toro en la franela y sin
tanto enganchón. Dos derechazos, después, pusieron en vilo a la plaza, con
naturalidad, exquisitos, mandones, profundos, bien colocado el diestro, y en la
siguiente tanda uno más que superior, cósmico, inabarcable, larguísimo y todo
ello con esa sencillez y naturalidad del arte eterno. Y como fin de fiesta una
serie completa de derechas… ¡ay madre, si se enteran los de Bildu! Con buenos
ayudados por bajo preparó al toro a la muerte, pero escuchó dos avisos mientras
le salpicaba de una media tendida, sufría un desarme, otra media ahora mejor,
por arriba, y un descabello. ¡Habíamos visto torear, no sólo dominar o poder al
toro, sino crear! Una obra a más en intensidad y calidad, en la que el toro
también fue mejorando en cuanto Morante dejó de que le enganchara el trapo y le
fue obligando a meter la cabeza con mayor limpieza. ¿Qué le falta técnica al de
la Puebla? ¿Quién es el insensato? La obra no se remató, como tampoco la tarde,
es cierto, pero quédense con los momentos de arte superlativo de la tarde.
En el cuarto cambiaron las
tornas. Cacareo se llamaba el bicho, 525 kilos, capa colorada, condición mansa,
desigual en sus embestidas y escaso de eso que llamamos casta. No hubo toreo de
percal apreciable de recibo, el animalito se dejó pegar en varas y se dolió
bastante en banderillas. Morante lo tanteó con la franela –y nunca mejor dicho-
para ver cómo iba, y tan poco en claro le sacó como nosotros vimos. El toro
protestaba y enganchaba lo mismo que metía la cabeza en un par de derechazos.
Alternante, la faena iba diciendo poco, cuando parecía tomar vuelo, decaía en
sendos enganchones mal templados y todo a media luz, como en el tango. Media
luz que no brillaba en la estela del arte, y media altura en lo físico. Con el
toro a menos, tardeando y sin limpieza terminó la obra, más de albañil que de
arquitecto, rematada con media baja y atravesada. Hubo división previa al
arrastre de la res.
Y vayamos con la consecuente
crucifixión…, cárguenme ya ustedes con el travesaño, y caminito del Calvario
(sólo espero que me coloquen a la derecha del Señor). El primero que le
correspondió a don Julián López se llamó Ricardito (mira que niño tan mono…, me
decían a mí de pequeño), un toro de 528 kilos, justito, colorado ojo de perdiz,
que casi cumplió en varas y que embistió en la muleta mejor por el derecho… El
Juli lo lanceó sin mayor historia, perdiendo terreno, mientras el bicho
repetía. Mal puesto en la primera vara, empujó sobre un pitón, con la cara
alta, para cabecear después y algo más le vimos en la segunda, pese a salir con
facilidad del encuentro. Hubo unas chicuelinas de Julián… que no tienen
comparación con las de Morante, ¡qué le vamos a hacer! Luego, llegado ya el
último tercio, tras dolerse en banderillas, el toro iba y venía por la diestra,
pero parándose y sin viaje en la zurda. Julián anduvo siempre fuera, sin
demasiada limpieza, llevándolo mucho en paralelo en los comienzos, y
escondiendo la pierna en ese toreo moderno que nos quieren vender como el non
plus ultra, pero que comparado con el de Morante, es pura engañifa. Puede que
se ligue más, pero si lo es a base de perder terreno y cedérselo al toro… ¡vaya
poderío, vaya mérito, vaya riesgo! El caso es que Juli tiró del bicho y
consiguió darle algún derechazo largo de verdad… porque al ceder terreno y
echarte atrás escondiendo la pierna, puedes hacerlo sin retorcerte la columna
vertebral. Faena más de cara a la galería que de cara a la afición, que espero
conservara en la retina (me temo que muchos son tremendamente olvidadizos) lo
que había practicado Morante… Y así, desde fuera de la rectitud siempre, y cada
vez más en corto, fue sacando pases, dos de ellos, por cierto, en la antepenúltima
tanda, buenos de veras, más en redondo y largos. Para terminar, una buena
estocada con salto y un poco trasera, junto con un descabello, le generarían
una petición insuficiente pero abundante y bronca al palco por no conceder lo que
la mayoría no pedía… Léanse el Reglamento, al menos en extracto, por favor… El
premio quedó en ovación, no hubiera pasado nada si se hubiese dado una vuelta…
pero no sé si pretendía ahorrar fuerzas para el quinto, ¿quién sabe?.
Julián en su primero, pasándolo en paralelo, comparen con la cargazón de Morante en la anterior |
Pues en el quinto fue Troya,
vayan amarrándome al madero y preparen los útiles de carpintería. Barrilero se
llamaba el toro, un castaño de 534 kilos, manso, algo soso, sin casta y a menos…
un lujo oriental. Buenas verónicas –no por la estética, sino por el castigo que
suponían- le recibieron de salida. Pasó por varas sin fijar (primer detalle),
entrando a su aire y saliendo casi igual. Hubo un quite por delantales aseado y
un segundo por lopecinas de mucho fuego de artificio… (el lance es muy vistoso,
con una revolera previa, por la cara, pero el toro sólo pasa a su aire, como en
una chicuelina más, medio lance con una preparación barroca en definitiva…
donde esté una verónica que se quite lo demás, aunque siempre deseemos variedad
con el percal). El animalito se dolió, con razón, en banderillas y comenzó la
faena. Julián lo probó con estatuarios, a pies juntos, destroncadores, de mucho
castigo, como los capotazos iniciales. Y siguió con la derecha, escondiendo la
pierna, desde fuera, descolocado, ligando por la periferia, dominando y
pudiendo al toro, incluso estando por encima de él a ojos vista, claramente,
sin duda alguna… pero diciéndome poca cosa. Toreo superficial, con algún
detalle de calidad –un cambio de manos, un ayudado colosal, un derechazo largo-,
pero sin que me hiciera vibrar en ningún momento. Técnicamente, además,
discutible, en tanto en cuanto abusaba de la descolocación, del pasito atrás
escondedor y del pico… ¡Pero hombre, si tiene capacidad para muchísimo más! A
medida que el toro se apagaba, fue acortando distancias para colocarse en la
pala del pitón, muy efectista, es cierto, pero asimismo discutible en cuanto al
riesgo real que se genera en dicha posición. No importaba, el público iba en
pos de la consecución del triunfo y la Puerta Grande y las aclamaciones subían
de tono. La faena hacía tiempo que debería haberse acabado, pero Julián seguía
porfiando en las proximidades, sobando al toro en muletazos mínimos, cortos,
casi sin inicios ni finales, en lances tan escuetos como los treinta
centímetros de recorrido del bicho en alguno. A mí esto me aburre, qué le voy a
hacer. Comprendo que haya de justificarse, comprendo que haya a quién le guste –imagínense
el arte abstracto…-, comprendo que superficialmente parezca que expone una
barbaridad. Pero en cuanto lo medito y razono, no encuentro justificación. Ver
venir a la carrera al toro, desde la distancia, aguantarlo, templarlo, mandarlo
y rematarlo a la espalda, es de infinito más mérito, lo siento; y si no, ¿por
qué creen que eso lo han hecho sólo unos pocos escogidos, y el encimismo es
patrón universal? Uno de esos lances nos mantuvo en vilo veinte segundos… ¿pasará
el toro o golpeará con la pala al diestro que tiene a su lado? Al final,
después de media docena de toques… pasó lo justo como para justificar la
espera. Pues qué bonito. Un nuevo “julipié” o volapié con salto, algo
desprendido y trasero, y petición, ahora sí inconmensurable. Oreja.
El natural de la espera... y yo que veo que los pitones ya han pasado el cuerpo del espada... La lengua del bicho muestra su estado... "cianótico" |
Oreja
inapelable, porque la pidió la mayoría y don Matías accedió. La segunda es otra
cosa, esa es de su potestad atendiendo a la petición (que la había), la lidia
(en el primer tercio más que mejorable), la estocada (con salto, trasera y
desprendida), las condiciones de la res (que se acabó a mitad de la faena) y la
faena (algo ventajista en general, aunque estuvo muy por encima del toro, sin
duda). El Reglamento vasco dice que “La segunda oreja de una misma res
será de la exclusiva competencia de la Presidencia, que tendrá en cuenta la
petición del público, las condiciones de la res, la buena dirección de la lidia
en todos sus tercios y en especial en la suerte de varas, cuidando que se
dosifique el castigo y que los picadores lo apliquen en el lugar correcto, y la
faena realizada tanto con el capote como con la muleta y, fundamentalmente, la
estocada”. Así que, ¡bravo, don Matías!
Un
marmolillo le tocó en primera instancia a Talavante, de nombre –el burel-
Madamito, con 542 kilos, negro chorreado en morcillo y listón, manso, inválido
e incierto. ¡Ea, para que vean que no sólo le doro la píldora al palco!, don Matías,
ese toro se devuelve y asunto concluido. Sin picarlo en absoluto, llegó
cayéndose al último tercio (hasta seis caídas le apuntamos, quizá alguna más,
dos de ellas antes de cambiar el primer tercio). Nada pudo hacer el extremeño
ante las defensivas y exiguas arrancadas de la res por falta de fuerzas, que
iba, además incierto y a media altura. Lo pasaportó de un pinchazo con desarme
y otro hondo y tendido (antes se gritaba, “¡¡con la zapatillaaaa, con la
zapatillaaaa!!). Pero, eso sí, muchísimo
más pudo hacer con el sexto, el mejor de la corrida, Gastador de mote, de 569
kilos (miren por dónde, el más grande), de capa negra listón, que casi cumplió
en varas (desigual, empujando algo, aunque sin picarlo en lo más mínimo) y
llegó noble y boyante a la muleta. Se rajó al final, es cierto, pero lo hizo
porque Talavante, a base de enseñarle siempre las afueras, le enseñó que es
allí por donde debía irse. ¡Qué desastre! Alejandro no estuvo, ni con mucho, a
la altura, siempre despegadísimo, con un pico descomunal, muy fuera de la
rectitud, escondiendo la pierna que debiera cargarse, ganar terreno y demostrar
quién es el que tiene poderío y mando. Yo calculo que, entre toro y torero, cabía
al menos una gabarra antigua, de las que trajinaban en la Ría. No hubo, tampoco
mucha limpieza, pero… ligó para quien le guste (no ligar, ya me entienden, sino
aquello). Después de rajarse, le daría todavía dos tandas… mientras seguía el
toro diciéndose “si me has dicho que me vaya por ahí…”, y se iba. Una estocada
entera, por arriba pero un pelín trasera, un aviso y una ovación remataron el
festejo. Hubo, como colofón, nueva pitada al palco. Desde aquí, y mirando desde
el duro madero en que algunos me han colocado ya sin duda, ovación… ¿han visto “La
vida de Brian” de Monty Python? Eso mismo.
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