La gravedad de la cogida de Cruz
dejó un poso de amargo gusto en el paladar de todos los presentes. Cualquiera
pudo darse cuenta de la tremenda cornada que llevaba el buen diestro madrileño, que no tiene suerte alguna en sus tardes madrileñas. Cuando no es por una cosa,
es por otra. Sus comparecencias en Las Ventas se suman por sobreros, por reses
imposibles o por percances, alguna vez teñidas de triunfos efímeros y que poco
le han reportado en lo que debía ser una carrera mucho más brillante si nos atenemos
a sus méritos artísticos y técnicos. Una verdadera lástima. La de ayer puede
que sea la cogida más grave y fea que haya tenido que soportar en su lucha
hacia el triunfo y esperamos, deseamos de todo corazón, que se reponga para
volver a ella con renovados ímpetus. Será difícil y complicado, el tiempo no
pasa en balde, la gente se olvidará, su cogida sólo engrandecida por lo
espectacular de alguna macabra fotografía, acabará por desaparecer y en este
ingrato mundo del toro sus indudables méritos seguirán bajo la pesada bruma de
la indiferencia.
Todo ello nos dejó ese regusto
agridulce al término del festejo. Una ocasión perdida, una tragedia más, una
buena persona en el trance vital al que se expone cualquier profesional y que
asume con la gallardía de quien se enfrenta a la muerte abandonándose a sí
mismo; que busca la gloria a base de perderse en aras de ese arte efímero. Pero
el festejo, al margen de la desventura, fue otra cosa, muy otra cosa. Fue una
auténtica corrida de toros, de esas que escasean, de las que te rehabilitan y
reconfortan, de las que te recompensan y te reconcilian con el arte.
El primero Vinagrero, con el que confirmó Delgado (Foto: las-ventas.com) |
Para comenzar, hubo toros. Toros
de lidia. Toros con su trapío, sus hechuras, bajos, de amplio pecho y buena
caja, musculados, rematados, tres de ellos cinqueños y dos en breve trance de
serlo, y con casta. Unos embistieron con buenas cualidades y otros no. Unos contribuyeron
a generar emociones por la vía estética, al tener embestidas francas,
generosas, entregadas pero siempre encastadas, y otros a originarlas por la vía
de la emoción contenida ante el riesgo evidente, asimismo franco, claro,
perfectamente perceptible por cualquiera que ayer sentó sus reales en el graderío
madrileño. ¡Hasta los chinos o los bielorrusos hubieron de emocionarse! La
corrida no podía dejar a nadie indiferente, bien por sus buenas hechuras, bien
por sus acometidas enrazadas, bien por sus aviesas condiciones, el festejo,
pese a la desgracia, se nos hizo corto, pese a sus casi dos horas y veinte de
duración. La mirada, siempre atenta, no permitía interrupciones, las notas eran
siempre inoportunas porque en ese momento podía suceder alguna cosa. Fue
corrida, sin embargo, de los dos últimos tercios. En el primero no lució,
muchos de los toros anduvieron algo sueltos, alguno metiendo la cabeza en el
capote, pero sin la entrega necesaria, en el peto hubo más bien mansedumbre que
otra cosa y apenas cumplió algo el que abrió plaza en la primera entrega. En
banderillas, lo que parecía mansedumbre extrema en alguno se transformó, y hubo
emoción porque muchos recortaron, ganaron terreno, alguno se coló con peligro,
y ya en la muleta explotaron para bueno o malo, pero dejando siempre esa
sensación de que el toreo no es sólo acompañar las tristes embestidas de una
res mortecina y atontada, sino poder, someter, dominar a una res encastada, y
que de ello nazca esa chispa estética, de genio, o esa emoción del riesgo que inunde al
espectador. Nadie permanecía ajeno a lo que sucedía en el ruedo, nadie podía
substraer la mirada, nadie comió pipas ayer en Las Ventas. Fue una señora
corrida de toros. Antes de comenzar el espectáculo, hablando con un buen amigo
y aficionado, manifestábamos pocas esperanzas en el encierro; podían tener
buenas hechuras, pero la experiencia reciente nos mostraba que el ganado de Gavira se
paraba pronto y se caía demasiado en los últimos años. Pues bien, ni se paró,
ni se cayó (sino en alguna aislada ocasión algún toro), desmintiendo nuestra
opinión; ¡hay que ir a todas!, me decía y nos decíamos algunos aficionados…
porque nunca sabes cuándo saltará la liebre. Ayer hubo momentos que nos
congraciaron con la esencia misma de la tauromaquia, aquella que a decir de mi
buen amigo Pepe Campos, sirve de frontispicio, de declaración de intenciones,
de resumen de la tauromaquia, aquella que plasmara F. Bleu (Félix Borrell, el
farmacéutico madrileño, plasmara en su monumental “Antes y después del Guerra”)
diciendo que el fin último de la lidia es matar al toro y que todo lo que se
haga durante la misma tiene que adaptarse y hacerse conforme a dicho fin. ¡Qué
gran verdad!
Cuantas cosas se hicieron bien
-¡qué magnífica brega, por ejemplo, de Rafael González!- y cuántas otras mal,
complicando o empeorando toros que de haber tenido buen trato hubiesen mostrado
quizá otras cualidades. ¡Qué imprescindible resulta una lidia adecuada ante el
toro encastado, y cuántas veces frente al aborregamiento habitual da lo mismo
lo que hagan las cuadrillas! Ayer fue tarde en la que mimar al toro, conducir
con suavidad sus embestidas con el capote, picar bien y en lo alto del morrillo
eran indispensables. Cuando se hizo bien o medio bien, la faena se condujo
entre lo previsible, cuando mal, surgieron siempre problemas añadidos. Varios
de los toros murieron con la boca cerrada, como el peligroso cuarto, por
ejemplo, o el sexto, con una muerte aguantada hasta el final en pleno detalle
de casta… Ayer, repetimos, hubo toros en Madrid, algo que escasea en los últimos
años.
Miguel Ángel Delgado en un natural al primero (Foto: las-ventas.com) |
El vallisoletano Leandro no abrió
plaza, pese a su antigüedad, porque hubo de ceder el primer toro al diestro
Miguel Ángel Delgado que confirmaba su alternativa en la plaza de Madrid. Y el
joven toricantano, con apenas dos corridas toreadas en 2011 vino a demostrar
capacidades y cualidades más que de sobra para desplazar a muchos de los de
arriba, de los de la rutina y el negocio empresarial. Delgado se mostró
valeroso, firme, mandón por momentos en su primer toro, Vinagrero, de 564
kilos, negro bragado y meano; un toro que empezó parándose en el capote, pero
que derrochó buenas embestidas en la muleta. El toro hizo cosas de manso tras
una primera vara de bravucón, se dolió en banderillas, se refugió hacia
chiqueros, hizo algún ademán de rajarse (cosa que conseguirían al fin los peones al término de la faena), pero fue con ganas y claridad durante la mayor
parte de ella. Delgado, molestado por el viento y no siempre bien colocado –defecto
en su trasteo-, fue centrándose a medida que se desarrollaba la faena, mejorando,
especialmente por la derecha, mandando cada vez más y más limpio, llevándolo
mejor hacia atrás –algo que le faltó en los primeros trances del trasteo- y
ligó con más claridad. Pero terminó ahogando algo al bicho, abrumándole un
tanto, e insistiendo en demasía, de forma que la faena se vino a menos en el
ánimo del respetable. Media muy trasera y un aviso dejaron la recompensa en
ovación. Debió ser mucho más…; el toro tenía más. En el cuarto –se alteró el
orden de lidia tras el percance de Cruz- estuvo hecho todo un tío, como suele
decirse en términos coloquiales. Cantarero era un toro peligrosísimo, de capa
negra bragada y meana, que, muy mal lidiado, se complicó de manera que lo hizo
prácticamente ilidiable. ¡Qué forma de tirar cornadas, derrotes y tornillazos,
que forma de colarse y ceñirse en las embestidas al percal o a la franela! Ya
en banderillas mostró como se vencía por uno y otro pitón. Delgado, que empezó
con corrección, doblándose como merecía el toro, y dando un doblón
singularmente bueno, casi se vio desbordado por el bicho cuando éste le hizo
hilo. Pero sereno, valeroso, infundiendo una tranquilidad inesperada a toda la
plaza –que venía de sufrir el shock de la cogida de Fernando Cruz en el
precedente-, fue porfiando entre situaciones de riesgo insostenibles, y fue sacando algunos muletazos prácticamente imposibles, aislados es cierto, pero
donde domeñaba y obligaba a su oponente. Para mí estuvo muy por encima del
toro, hizo mucho más de lo que se
podía. La plaza entró en efervescencia, los aficionados se daban codazo tras
codazo, hubo alguno que llegó cubierto de moratones a casa; era una visión que
nos retrotraía a otros tiempos. Surgieron los nombres de Dámaso Gómez, de Raúl
Sánchez, de Andrés Vázquez, de Ruiz Miguel, de Miguel Márquez y de tantos otros
que han conseguido abrir la Puerta Grande de Las Ventas en corridas con tales
antagonistas. ¡Ay si la espada no se le va! Pero había que pasar esa aguja
derecha imposible, por la que el bicho se tapaba una barbaridad, por la que
quería coger. Toda la faena se hizo sobre la mano zurda, la de recibir; Delgado
no pudo culminar su obra, le echó la muleta la cara y el estoque se fue a las
costillas… Y con ello y todo, la vuelta, clamorosa, es de lo más justo que
recuerdo. Allá fueron ilusiones de triunfos sonados y soñados, pero dejó el
poso de la autenticidad, del valor, del mérito indiscutible y todos –quizá menos
un par de los irreductibles- aplaudimos con ganas las cualidades mostradas. No
nos gustó lo mismo en el sexto, Palillero, de 566 kilos, otro toro negro
bragado y meano, que acudía ligero al engaño, desde lejos, con brío y ganas
para pararse y tardear en las cercanías al tercer muletazo. Toro casi imposible,
pero de calidad en la distancia. Imposible, porque hoy no se estila –y no sé si
los públicos lo apreciarían- esa tauromaquia de Rincón, o de Manolo Vázquez, en
la que se citaba, esperaba, toreaba y remataba al toro de lejos, quizá sin la
ligazón de tantas anodinas faenas de hoy en día. El toro, agobiado en la
distancia corta, se paraba y ello generó un trasteo incómodo, sucio en buena
medida, y excesivamente largo y pesado para las bondades ofrecidas. Con tres cuartos de espadazo caído vimos el digno remate del festejo, con una
muerte de toro encastado.
A Leandro le correspondió un
segundo de nombre Aguador, con 505 kilos, quizá –sin duda- el de menos remate
del festejo. Un toro manso, pero de extraordinaria calidad en la muleta, mejor
también en la distancia larga, y frente al que el vallisoletano anduvo por
debajo, intentando acortar distancias, siempre descolocado o buscando las afuera,
perdiendo pasos tantas veces porque el bicho apretaba y él no podía aguantar.
Hubo demasiado toro…, probó a esconderle la muleta, a citarlo de uno en uno,
probó y probó sin saber a ciencia cierta cómo meterle mano… Sólo podemos
destacarle en el tanteo inicial, por alto, largo y limpio. Con la espada un
desastre: desde fuera le enjaretó dos pinchazos a la huída y media
perpendicular y atravesada de idéntica manera, escuchando un recado. Mató
también al de Fernando Cruz, al que tras quitarle unas moscas del rostro, le
sacudió un metisaca muy bajo, con cuarteo, un pinchazo bajo de la misma manera
y media atravesada, rematándolo al segundo golpe de descabello.
Leandro en un muletazo exquisito al término de la faena al quinto (Foto: las-ventas.com) |
Donde volvió
por sus fueros fue en el quinto, Furtivo, de 568 kilos, negro y manso pero boyante
y embestidor, que salió abanto y mejoró en el último tercio. Hubo un aceptable
quite por gaoneras de Delgado, que creo mostró la realidad de un toro que hasta
ese momento parecía un barrabás más, y tras una lidia impecable sólo en el
segundo tercio, Leandro lo tanteó con
mucha elegancia y clase, sin apretar, en paralelo, pero abusando un tanto del toreo
codillero –que, por el contrario, ofrece cierta personalidad- en las primeras
tandas, de ahí que despidiera al toro hacia las afueras. El toro embestía
franco, claro y sencillo, boyante, pero encastado. Sólo cuando se centró con la
mano zurda, la faena volvió a retomar su intensidad, pero tras de
indecisiones, de un circular invertido, intentar ahogarlo y exagerar las
posturas. Por fin, con la planta más erguida, mucho más natural, sin tanta
afectación ni apertura de compás, llegaron los buenos naturales, en redondo,
tirando mucho más y mejor del toro, sometiéndolo a su voluntad, con clase,
pinceladas de exquisito trazo más que brochazos al viento. Fueron dos tandas
buenas de verdad. Y lo remató con una serie de trincherazos y pases de la
firma o desprecio, soberbios, deliciosos, pintureros, ¡qué digo tales!, dignos del pincel
de Ruano o de Roberto Domingo, de cartel mural de toros, de ejemplo artístico
que prenda la vista y origine el ansia por contemplarlos. Magníficos. Tres
cuartos de estocada, algo caída, pero con una muerte instantánea, le conseguirían
esa oreja que nadie protestó... pese a la estocada.
El quinto, Furtivo, con el que triunfó Leandro (Foto: las-ventas.com) |
El terrible parte médico de Fernando Cruz, nos cuenta que el diestro "sufre dos heridas por asta de toros: Una en el hipogastrio, con
una trayectoria ascendente penetrante en cavidad abdominal, de 20 centímetros, que contusiona colon y mesenterio, observándose
hematoma retroperitoneal. Y otra en cara anterior interna, tercio superior del muslo
derecho, con una trayectoria ascendente de 10 centímetros, que
alcanza al fémur y se extiende hasta el arco crural y retroperitoneo. Ha sido
intervenido en la plaza de toros de Las Ventas, trasladándose posteriormente a
la Clínica Virgen del Mar”. Tuvo Fernando la mala fortuna de descubrirse ante
Diamante (585 kilos, negro bragado y meano) un toro manso en varas y
complicado, que iba calamocheando y tirando constantes derrotes, venciéndose y
buscando. El madrileño expuso mucho y llegó a sacarle dos buenos derechazos en
la serie previa. Pero la parca no perdona, y cuando estaba situado al hilo del
pitón el bicho lo prendió por la parte baja del abdomen infiriéndole la cornada
más grave de la temporada. Dios quiera que se reponga pronto y bien y que
olvide estas tristes penurias que, sin embargo, le engrandecen como hombre y
engrandecen al arte que soportan las maltratadas carnes de los héroes.
La corrida dio una media de 559,5 kilos; hubo cuatro que estuvieron entre los 564 y 569, y sólo el segundo desmereció algo en trapío de sus hermanos. No se puede presentar una corrida más pareja en conjunto y en hechuras con la excepción de ese segundo. Dos de los tres cinqueños embistieron sobradamente, y otro más que hubiera cumplido años dentro de tres meses… Tercero y cuarto tendrían que haber tomado una vara más de las reglamentarias... ¡Cuántas tonterías más nos dirán los del mundillo!
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