Sorpresa, porque no recordaba en absoluto el prologuillo de
marras, en libro del abogado portugués Dr. Saraiva Lima que a la par del
mundo del derecho nos dejó una ingente obra taurómaca y que hizo más que
pinitos en la crítica taurina en su país. El libro, “Panorama
del toreo en Portugal” es fruto de una conferencia que el autor pronunció en el
Salón de Actos del Ateneo de Madrid, el día 11 de julio de 1949. Lleva un Preámbulo
de Ricardo García K-Hito y un comentario, a modo de prólogo, de Luis Fernández
Salcedo.
Don Luis, como cariñosamente le llamábamos aquellos jóvenes
de entonces, escribe en el prólogo cosas verdaderamente admirables. Estamos en
1949 todavía, el libro vería la luz en los inicios del siguiente año. Escuchen…
o lean:
“Apenas estrechó mi
mano, como consumado prestidigitador, sacó de la bocamanga un ejemplar de su
obra “Da barreira” y abriéndolo por la página 185 me mostró un artículo
titulado “A missao da critica”, al frente del cual había esos rengloncitos
cortos, debajo de los cuales suele ponerse, entre paréntesis, Plinio el Viejo o
La Rochefoucauld. Pero esta vez dicen solamente Fernández Salcedo. Tuve curiosidad por leer la cita que decía
así: “La crítica ha perdido totalmente su misión orientadora del público, la de
contrariarle en sus gustos, que es la principal, aunque la menos grata”.
-¿Qué le parece?
-No está mal traído.
-¿Recuerda haberla
escrito?
-En absoluto.
-Poes lo tomé de “Los
viajeros para Diego de León”
-Me extraña que me
atreviese a tanto…”.
Hasta aquí la cita. ¡Vaya frase! ¡Qué completa actualidad! Hoy
que la crítica tanto acompaña a la mayoría, por no indisponerse con las
empresas, con los toreros, con los ganaderos y con la masa del público, ¡cuánta
falta hace que se la recuerden! Caramba, no estaría de más que la grabasen en
letras de bronce en el frontispicio de las Facultades de Periodismo. Sé que es
incómoda esa labor, ingrata tantas veces, pero a la vez tan necesaria… Pero
claro, como dijo otro gran escritor, crítico y aficionado como Edmundo G.
Acebal, para ser crítico se necesita saber, al menos, quién fue Valentín Martín…
y eso hoy no lo saben más que cuatro aficionados, añado yo.
Don Luis Fernández Salcedo, tal y como le recordamos, pero sin bastón... |
Sigamos… Don Luis añade que le sorprendió gratamente una
comparación que a muchos puede resultar cuando menos curiosa, pero dejen que él lo
explique:
“Fue para mí una nota
de gran originalidad, y atrayente sentido crítico de altura, la comparación de
Simao da Viega y Joäo Nuncio con “Gallito y Belmonte”. A primera vista parece fuera de lugar comparar
a dos rejoneadores con dos espadas y, sin embargo, desde el primer momento
prendió en nosotros el impecable razonamiento de Saraiva. En efecto, la lucha
entre gallistas y belmontistas no fue más que la pugna de dos ideas eternas: la
del clasicismo a ultranza y la de la renovación a fondo. Se comprende
perfectamente que cada cual, según su temperamento opte por una u otra manera
de reaccionar ante la realidad y por eso el choque, o mejor dicho, el
entrelazamiento de las ideas básicas, a pleno sol y en la imparcial y abstracta
redondez del ruedo, tiene que ser siempre un espectáculo maravilloso”.
Y añado yo, ¿no se sigue produciendo todavía en nuestros
días ese choque? Los que gustan del clasicismo de Morante, ¿no enfrentan su
pasión a la de los que gustan del revolucionario –y para mí sin fundamento
plausible- paso atrás que tanto se practica para ligar cediendo terreno al
toro? Dos formas de ver el toreo…, ayer como hoy.
Pero don Luis nos recuerda que “Aquellos siete años [los del emparejamiento de José y Juan] –no nos
cansaremos nunca de decirlo- fueron la edad de oro del toreo. Ni antes se llegó
nunca a una síntesis tan perfecta, ni después se ha vuelto a alcanzar la meta,
que cada vez se ha de ver más lejana. Por eso “Gallito” y Belmonte tienen la
categoría de símbolos, y cualquier comparación, que razonadamente se proyecte
sobre sus figuras, dará en el blanco y se quedará para siempre en nuestro
recuerdo”.
Se queja Ferández Salcedo de algo que hoy es ley absoluta
en el toro: “Aquí en España tenemos
actualmente planteado el problema opuesto. Los toros son demasiado descorridos,
es decir, exageradamente claros, nobles, pastueños, inocentes e ingenuos y en
ese mar de dulzor se va perdiendo la emoción, que es la base de la fiesta”.
Parece como si lo hubiera escrito yo mismo antes de ayer, pero está escrito en
1949, ¿qué cambio habría visto el que fuera ganadero de Martínez en los ganados
de esos últimos años? Y añade: “Pues
bien, el ganado bravo, que en manos de los competentísimos ganaderos españoles
se moldea como barro de escultor, en la actualidad se está pasando del punto de
dulce. Y como la sensación de ser el toro temible ya apenas procede de la edad,
de la corpulencia, de los pitones o de la bravura auténtica, si tampoco va a
dimanar del lado de una pequeña dificultad… ¡estamos perdidos! Cuando el
público dice: `Eso lo hago yo´, se acabaron las ovaciones”.
Ahonda párrafos más adelante en la idea: “Los ganaderos han
logrado un toro tan bueno, tan bueno para el espada que… dentro de muy poco va
a virar a malo”. Parece que sentencia el actual camino del toro en pos de la
toreabilidad; recuerden no obstante, que esto se escribió en la raya de la
mitad del siglo anterior, cuando los toros aunque manejables ya, tenían
bastante más casta que los actuales… pero el camino es idéntico.
Comenta, a continuación, la opinión de Saraiva defendiendo
que en Portugal los toros deberían correrse en puntas, lo que fue contradicho
por el Embajador portugués en el almuerzo subsiguiente. Y entonces, el bueno de
don Luis, nos dice dos o tres cosas también francamente interesantes: “Hay quien opina que el toro, acostumbrado a
manejar un cuerno de 40 centímetros cuando éste tiene 36 [fruto del afeitado en
España] se detiene 6 centímetros antes de llegar al objeto. Esto es absurdo.
Suponeos que un criminal apuñala a varias personas con un cuchillo de 30 cms de
largo. Si un buen día lleva uno que solamente tiene 20, es imposible admitir
que levante la mano y al dejarla caer sobre su víctima la detenga 10 cm antes
de herirla, porque el brazo representa una fuerza en movimiento, que no se
detiene hasta que encuentra un obstáculo; en este caso el pecho de la víctima.
Otros aficionados sostienen que la razón de cortar las puntas es porque, no
teniéndolas, es imposible que el toro puntee en la muleta, detalle que molesta
hoy casi tanto a los diestros como la presencia de banderillas en el morrillo”.
Y sigue apuntando: “Hay quien cree que la
razón del afeitado es de orden puramente psicológico, ya que el espada, al
saber que a su enemigo le han suprimido cuatro dedos de pitón, experimenta una
satisfacción equivalente a la del caballero que logra pasar un encendedor de
contrabando”.
Un toro de Luciano Cobaleda de 1979... sin manicura -creo...- |
Pero no, en su opinión “el
verdadero motivo es que como los toreros son, afortunadamente, cada día más
cultos, dominan la electrotecnia y saben, por tanto, que la electricidad se
escapa por las puntas, y por eso dicen `fuera las puntas´, para evitar esas
manifestaciones eléctricas, que en un tiempo se llamaron nervio y hoy se llaman
`jiribilla´.” Más claro que el agua, el autor defiende, como yo lo he dicho
en más de una ocasión, que lo principal es el quebranto físico y psicológico
del toro, que le resta fuerzas y temperamento…
Pero no termina en ello, sino que sigue diciendo: “En esto del afeitado, lo peor es que ya se
practica el de 2º y aun el de 3º grado. Cuando empezó la moda inglesa de llevar
el rostro limpio de pelo, se creía que bastaba con afeitarse por la mañana.
Pero después se supo que la máxima duración del rasurado para un gentleman era
de seis horas, es decir, que un señor, absolutamente correcto, se podrá afeitar
tres veces al día; p.e. a las 8, a la 1 ½ y a las 7. Y esto mismo es lo que, al
parecer, se viene haciendo a los toros, con éxito, o sea: afeitar en el campo a
principios de invierno; dar otra pasada al embarcar la corrida y apurar, si es
preciso, en los propios corrales. `Hoy las ciencias adelantan que es una
barbaridad´ como dentro de poco se cantará `por ser la Virgen de la Paloma´.” De verdad ¿creen ustedes que en esto ha
habido retroceso, o siguen adelantando las ciencias una barbaridad…? ¿No se han
preguntado, como yo, cómo es que muchos ganaderos afeitadores han decidido
ponerles fundas a los toros para –supuestamente- preservarles sus pitones? ¿No
será para que no se los vea nadie? Ya sabemos que intentan también con ello
preservar de cornadas –y de posibles bajas indeseadas- a la camada… pero ya que
estamos y hay que quitarles las dichosas fundas… un repasito en el mismo mueco…
La solución de don Luis, con esa gracia serrana y severa que
Dios le dio, no era otra que “el final previsto es el toro llevando en cada
cuerno una bola como la que remata el pasamanos de las escaleras, pintada con
los colores de la divisa, para que resulte más decorativo”… ¡Qué tarde tan
grata me ha vuelto a hacer pasar Fernández Salcedo…! y entre tanto en Palencia se estarán lidiando reses de Zalduendo...
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