En 1940, Luis Uriarte “Don Luis”,
uno de los críticos más importantes del siglo XX, director de semanarios
taurinos como Zig-Zag, crítico oficial del diario “El Debate” entre otros
diarios y revistas, autor de varias obras taurinas y redactor –entre 1920 y
1922 y a partir de 1936 en adelante- de los anuarios de “Toros y Toreros”,
señalaba ya la importancia que iba teniendo la elaboración de líneas
genealógicas para conocer la historia de la ganadería brava en España.
No sé con absoluta seguridad si
la idea de clasificar a las ganaderías bravas según su procedencia es
completamente original, pero sí que es el primer autor en sistematizar su
estudio y dirigir lo que hoy consideramos encastes o líneas genealógicas hacia
la actual clasificación. En los libros que he consultado previos a su obra, no
figura todavía –en ninguno de ellos- ese afán organizador, y la mayor parte de
los autores consultados se limitan al estudio de la procedencia de cada vacada
sin organizarla en árboles troncales y ramas como hará Uriarte. De hecho, ni
las grandes tauromaquias o tratados del siglo XIX, ni los anuarios previos de
cualquier índole (los de “Toros y Toreros” hasta 1940, “Desde la Grada” “Anuario
Taurino de…”, etc.), ni las obras dedicadas a la ganadería brava o que recogen
ganaderías en el primer tercio del siglo XX, llegan a organizarlo de esa
manera. Por tanto, y aunque pudiera ser que la idea no fuera enteramente suya,
sí que “Don Luis” es el primer autor que la da forma, publica y crea escuela.
Luis Uriarte, "Toros y Toreros en 1936 a 1940", primer intento de sistematizar las líneas ganaderas de bravo |
Lo hace, además, con la
convicción de quien sabe que el esfuerzo por conocer el origen y las
vicisitudes (como rezaba en su título uno de aquellos tratados de ganadería del
XIX) por las que han transitado las vacadas de bravo hasta su fecha, serían
mucho menores si se organizaban en torno a unos grandes troncos principales de
los que se iban desgajando y cruzando ramas diversas. Sin embargo era aun, por
así decirlo, un pequeño bosque en el que los troncos cedían parte de sus ramas
a otros árboles a la par que recibían y se entremezclaban en su frondosidad las
de otros troncos vecinos.
El panorama inicial esbozado, en “Toros
y Toreros en 1936 a 1940” (pág. 133) es aun mucho más rico que el actual,
todavía estaban llenas de vida y de savia brava muchas ramas hoy prácticamente
extintas, y eso que el conjunto de la ganadería brava del momento venía de
sufrir dos Eventos de Extinción Masiva (como podrían ser catalogados; sus
siglas inglesas ELE): la reciente Guerra Civil española (1936-39), y la
selección de ganaderías en función de sus nuevas exigencias en cuanto a juego
en el último tercio (algo que se impone desde las dos últimas décadas del siglo
XIX hasta la contienda bélica citada).
De la originalidad de la idea, y
creo que de su autoría, se enorgullece el propio autor. Así, en el mentado
“Toros y Toreros en 1936 a 1940” decía Luis Uriarte: “El sistema de dar en el caso particular de cada ganadería su historial
completo, como ha sido inveterada costumbre de todos los tratadistas, adolece
del defecto de tener que incurrir forzosamente, al relatar las de una misma
procedencia, en prolijas y enojosas repeticiones. Para evitarlo, entiendo que
es preferible adoptar la innovación de dar en primer término el historial de
las ganaderías que se pueden considerar básicas, de las que arrancan líneas
generales, como primera división o ramas principales, de las que a su vez se
derivan otras subdivisiones o ramas secundarias”.
Se trata, en un principio, de una
serie de comentarios y subdivisiones que el autor añade en ese libro, y aunque
en años sucesivos iría modificando y puliendo su esquema, traza ya en aquél
(1936-1940) las líneas maestras de lo que luego todos los estudiosos han
asumido como algo sencillo y práctico, el estudio histórico de las ganaderías
según sus diferentes líneas o encastes.
“Don Luis” en ese primer ensayo
hará las siguientes divisiones en líneas principales y secundarias:
Base Raso del Portillo
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Derivación Victoriano Sanz
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Derivación Gregoria
Sanz-Toribio Valdés
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Base Jijón
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Manuel
Gaviria
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Manuela
de la Dehesa
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Derivación Salvatierra
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Derivación Vicente Martínez
(a través de Julián y Juan José Fuentes y junto a reses de Arratia)
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Derivación Navasequilla.
Pasa a Andrés Fuentecilla (que añade Miura)
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Derivación Cura de La Morena
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Derivación Gil Flores
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Derivación Mq. Conquista (vacas
de Gómez de Juan José Fuentes y Condesa de Salvatierra)
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Derivación Bañuelos (con
reses de la tierra)
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Derivación Aleas (reses
de Manzanilla, Perdiguero y otras y cruces posteriores con Diego Muñoz, Mq.
Gaviria y Barbero de Utrera)
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Derivación Elías Gómez
(procedente de José López Briceño, Manuel Salcedo y García Laso, de Colmenar)
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Base Cabrera
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José Rafael Cabrera, su
viuda Soledad Núñez de Prado y su hna. Jerónima Núñez de Prado
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Base Gallardo
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Francisco
Gallardo (formada con reses de Bernaldo de Quirós ¿vacas andaluzas y toros
navarros?)
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Base Vistahermosa
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Línea Barbero de Utrera (Domínguez Ortiz - Arias de
Saavedra)
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Línea Varea (Salvador
Varea)
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Línea Fernando Freire
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Línea Melgarejo (Antonio
Melgarejo)
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Línea Giráldez (Joaquín
Giráldez). Aumento con reses de Cabrera. Pasa a su sobrino Fco. De Paula
Giráldez y de éste a sus hermanos
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Base Espinosa - Zapata
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Mª.
Antonia Espinosa (varias
procedencias, quizá con Cabrera y Vistahermosa). Pedro y Juan Zapata y luego Juan José Zapata (añade becerros de
Hidalgo Barquero)
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Base Vázquez
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Línea Freire - Fernando VII – Veragua (cruce con Gaviria y J.J.
Fuentes en tiempos del rey Fernando
VII)
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Línea Varela
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Línea Taviel de Andrade
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Línea Benjumea
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Derivación
Mora – Surga
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Base Carriquiri
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Línea
Nazario Carriquiri
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Derivaciones
mixtas
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Línea Castrojanillos (diversas procedencias
castellanas). Vende a Francisco Roperuelos, y de éste a su sobrino Fernando
Gutiérrez
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Línea Miura
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Línea Jiménez
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Línea Carreros
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Línea Pérez Tabernero
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Línea Sánchez Tabernero
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Línea Angoso
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Línea Vega-Villar
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Línea Coquilla
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Línea José Domecq
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Línea Braganza
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Línea Díaz
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En años sucesivos, como digo,
corregirá, modificará –y por desgracia, pero justificadamente, eliminará- algunas
de esas líneas, troncos, derivaciones o ramas. No obstante, la idea le
perseguirá durante los siguientes años y –prácticamente- hasta el fin de sus
días, dedicando años de trabajo y esfuerzo a intentar fundamentar sólidamente
la historia real de la ganadería brava española. Desde el momento en que
descubre el método serán muchos los autores que lo seguirán casi a pies
juntillas, sin someterlo a mayores críticas, aceptando la relativa pureza que
ello entraña, algo por completo alejado de la realidad en la mayor parte de las
ocasiones y sólo reservado a un escasísimo número de vacadas de la época. Ni
aun las que consideramos ganaderías puras –ni las que se consideraba entonces-,
lo eran. Ni Miura era puro Cabrera –ni lo es en realidad-, ni Pablo Romero es
puro Gallardo, ni Veragua primero o Prieto de la Cal son puros vazqueños.
Incluso entre las ganaderías navarras, que ya entonces no figuraban para nada
en festejos taurinos mayores, no existía la pretendida, aspirada o anhelada pureza
de sangre, ya que se habían bastardeado bastante entre ellas mismas, primero, y con sementales andaluces, después, que
hubieron de aportar el oportuno refresco de lo que hoy consideramos como “puro”.
Entre los tratadistas que más y
mejores páginas han dedicado al tema, el primero en asumirlo y defenderlo, e
incluso quizá el primero en subrayar el concepto de “encaste fundacional” fue
Alberto Vera “Areva”, que ya en su “Orígenes e historial de las ganaderías
bravas” (primera edición, Madrid, 1949) lo defiende. Habla el veterinario
madrileño de que “Dejando a un lado en
esta ligera ojeada antiguas vacadas que por las características de sus reses
dieron origen a diversas castas,
como la navarra, la de los Gallardo, la de Espinosa y Zapata, la castellana, la
de Colmenar o “de la tierra”, etc., reseñemos las cuatro más principales, base y fundamento de casi todas las
actuales”. Y así refiere, a continuación, la “Casta jijona”, la “Casta de
Cabrera”, la “Casta de Vistahermosa” y la “Casta vazqueña”. Obsérvese, no
obstante, en su comentario, la presencia de las palabras “Casta” (o su equivalente “encaste”) y base o “fundamento” que dieron pie, con el paso del tiempo a la
consideración y posterior aceptación de los “encastes fundacionales”. Lo mismo había hecho en su colaboración con Cossío unos años antes (Tomo I; Madrid,
1943), al redactar la parte correspondiente a ganadería brava.
En su comienzo, no obstante, al igual que hacemos nosotros, advertía “…examinaré las características, tanto de las
castas o razas que presenten caracteres hereditarios como de las variedades en
que sólo pueden discriminarse diferencias somáticas. De esta última categoría
suelen ser las variaciones que presentan las diversas ganaderías dentro de cada
casta, aunque hoy casi todas sean,
además, resultado de cruzas entre varias de ellas, y desde luego con la
andaluza, que es la de lidia por excelencia y la que casi las ha adsorbido a
todas, a consecuencia de un cruzamiento continuo con sementales de ella”.
Luego distinguirá entre "Casta andaluza", "Casta castellana", "Casta navarra" y “Castas
exóticas” como las portuguesas o francesas.
Edición de 1969 de la Unión de Bibliófilos Taurinos |
“Don Luis”, como hemos
mencionado, siguió ahondando, profundizando, investigando y estudiando el
pasado remoto de la ganadería brava, y fruto maduro de ello fue la publicación
de uno de los libros más importantes que puede existir en cualquier biblioteca
de aficionado y que más peso ha tenido en el devenir, no sólo de la crianza del
toro de lidia, sino de la fiesta misma: “El toro de lidia español”.
Realizó la primera edición en la
Unión de Bibliófilos Taurinos en 1969, en un grueso volumen en folio, con un papel
de hilo excepcional, grandes márgenes, cuidada edición y tirada exclusiva de
200 ejemplares numerados y nominados, y otros diez sin numerar para el autor y
atenciones legales. La obra, que en su subtítulo “Ensayo de revisión histórica
de las ganaderías en su origen” era toda una declaración de intenciones, iba
levemente ilustrada con los hierros de las vacadas históricas que estudiaba y
había podido localizar. Los hierros se habían obtenido de diversas fuentes,
prevaleciendo en general las coetáneas a las vacadas mencionadas… salvo en el
caso de Cabrera, lo que daría lugar a un fuerte desacuerdo con el editor. En
sus 483 páginas, Uriarte agrupaba a las ganaderías, tras una Advertencia, y
unos “Orígenes y evolución. Ayer y hoy del toro bravo” en lo que podríamos
considerar como principales troncos: “Casta Navarra”, “Casta Morucha”, “Casta
Jijona”, “Los toros de la Tierra”, “Variedad de Andalucía” y en ella “El Toro
andaluz en general”, “Casta de Cabrera”, “Casta de Vázquez” y “Casta de
Vistahermosa”. Como es lógico, detrás de cada uno de estos grandes troncos se
escondían diversas ramas, que por no ser más prolijos les ahorramos. Fue, en su
día, un tratado fundamental, imprescindible, para todo el que quisiera
adentrarse en la historia de la ganadería brava.
La edición, corregida de
bastantes errores por el entonces Secretario de la Unión de Bibliófilos, Diego
Ruiz Morales, sin embargo, motivaría fuertes dolores de cabeza a ambos. No es
momento éste de entrar en aquella controversia, pero la gota que colmó el vaso
y que a punto estuvo de dar al traste con la empresa, fue el dichoso hierro de
Cabrera; Ruiz Morales defendía que debía reproducirse el que figura en la Lista
de ganaderías que asistieron a las fiestas reales madrileñas de 1803, cuando aún
vivía su propietario; “Don Luis”, por el contrario, deseaba reproducir uno
posterior, con la figura de un animal más parecido a un caballito que a una
cabrita. Sólo un ejemplar saldría de las prensas con el hierro de Cabrera de
1803, el de Ruiz Morales, los restantes, al fin, lo harían con el équido-caprino.
Edición de 1970., realizada por el autor en la Librería Merced, con el precioso cuadro de Roberto Domingo de la sobrecubierta |
Al año siguiente, en 1970, vería
la luz una segunda edición, nacida de la polémica y controversia suscitada, y
con el afán de divulgar y difundir aun más la obra por parte de su autor. Fue
editada en Madrid, por la Librería Merced, también en folio, con 436 páginas
(se habían suprimido algunos preliminares) y seis hojas de índices con una “Nota
Bene” –entreverada en los mismos- en la que Uriarte se quejaba y defendía su
postura. En peor papel y más modesta impresión, con menores márgenes, siguió
manteniendo el hierro de la discordia, pero acercó más su contenido a los
lectores, a los curiosos y a los investigadores (la tirada fue superior, y creo
que de 1000 ejemplares).
Ruiz Morales, a su vez,
contestaría esa “Nota Bene” final, en otra obra excepcional de investigación “Documentos
históricos taurinos, exhumados y comentados por…” (Madrid, Gráficas Argés, 1971;
un volumen en folio de 156 páginas y una hoja), donde aclara la polémica –sólo para
iniciados- desde su punto de vista (creo que el acertado, aunque sus formas… no
fueran las más adecuadas para el carácter de Uriarte).
El libro de “Don Luis” sigue
siendo obra de referencia, aunque se haya superado su tesis en los últimos años,
merced a nuevas investigaciones. Lo más interesante de la misma sigue siendo su
afán por sistematizar las líneas de la ganadería brava, y el hecho de
investigar –sobre todo en archivos eclesiásticos y parroquiales- las líneas
familiares y los antecedentes vitales de ganaderos concretos. Mucho de aquello
continúa hoy teniendo plena vigencia. Otras partes, sin embargo, como todo el
tronco navarro o el origen de varias ganaderías, han sido derribados y vueltos
a replantar –o replantear, como gusten-. Pese a ello, y pese a la extensión de
estas líneas, es obra fundamental que no puede faltar en cualquier buena
biblioteca de aficionado.
De ahí, a mi criterio, surge toda
la historia de los hoy reconocidos por Real Decreto, encastes fundacionales.
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