Ayer,
ante toros de Núñez del Cuvillo (¡uy, perdón, he dicho toros!) salieron a
hombros de Illumbe Morante de la Puebla y El Juli; quizá le fallaran, algo más
que los aceros, los aciertos a Talavante para acompañarles en tarde
soberanamente triunfal.
No
nos cabe la más mínima duda de las cualidades y calidades exquisitas de
Morante, las viene demostrando desde hace años, pese a que la masa se deje
llevar por las ideas preconcebidas y ante toros de difícil condición sólo desee
ver dar muletazos sin ton y sin tino, en faenas donde prime la cantidad sobre
el arte. Morante es el mejor estilista que tiene el toreo actual y
probablemente uno de los diestros que toree –o novillee, nuevo neologismo que
aportar a la neo-tauromaquia- con mayor verdad. ¿A cuántos diestros ven ustedes
hoy, cargar la suerte como él lo hace tantas tardes? ¿No es más cierto que la
mayoría, en la estética neo-taurómaca de hogaño, esconden la pierna, ceden
terreno al toro y se retiran para no forzar las embestidas, a cambio –dicen- de
alargarlas y ligar más fácilmente cuando el toro enfrenta sus pitones a la Gran
Muralla China? Morante es fiel en su concepto a la tauromaquia clásica, la
eterna, la que no tiene época porque es en sí misma, recoge la verdadera
esencia y valores del arte del toreo. Lo hace, además, con gracia y sobriedad,
con exquisitez y gusto incomparables, y consigue –incluso a veces- ligar sin
necesidad de echar la pierna atrás, como tantos otros. Sus recursos lidiadores
son menospreciados por el público ocasional, que en cuanto le ven doblarse con
un toro –como casi nadie en la actualidad- comienzan la bronca y la rechifla
ignorantes; pero ¡vaya con esos recursos! En una tauropmaquia ya perdida, ¿a
cuántos diestros ven ustedes torear con garbo por la cara, doblarse dejando la
rodilla hasta que el pitón casi la roce,
dar kikirikís o pases de pitón a pitón por alto o bajo, descoyuntadores,
hidroaviones muleteros que bajan malos humos cefálicos de inmediato? No vamos a
descubrirles a Morante; él, como hemos repetido en más de una ocasión, se basta
por sí mismo, dicta lecciones de toreo, dice el arte como no pudiera haberlo
dicho mejor ni el propio Demóstenes. El peso de su arte necesitó ayer de dos
areneros para salir airoso del ruedo...
A hombros en Illumbe... sin capitalistas (Foto: abc.es) |
Tampoco
es hora de alabar las capacidades técnicas del Juli, quizá sin la estética de
José Antonio el de la Puebla, pero capaz, como pocos, de sacar partido del buey
más ignominioso, del toro más quedado, de la más embestidora de las reses. Lo
hace, a su manera, quizá más acorde a esa neo-tauromaquia que impera, a veces
escondiendo la pierna o cediendo terreno al bicho para que cumpla en su labor
de viajero universal. No es ahí cuando más nos gusta, sino cuando expone y se
crece ante el toro complicado –que también le salen-, cuando apuesta en firme
para crecerse ante la adversidad, sea ésta en forma y fondo de toro violento o
descastado, sea –importante es destacarlo- en forma de triunfo ajeno. Es hoy
por hoy, uno de los espadas que no se deja vencer en la pelea, en la lid,
frente al toro o frente a sus compañeros, algo perfectamente noble y loable.
Pueden gustar más o menos su forma y su estética, pero es indiscutible que su
capacidad le eleva sobre el común de los matadores de su tiempo, del nuestro, y
que se haya en un formidable momento. Sólo le faltaría demostrarlo ante reses
más encastadas y complejas, frente a aquellas que le requiere la afición,
porque podría –y creo que de sobra- con ellas y demostraría, incluso a los más
reacios, que es el torero más técnico y poderoso de la actualidad. Si además le
acompañase la gracia, la estética o la elegancia de Morante, o la ética de la
colocación y abandono se sí mismo de José Tomás, sería un Joselito redivivo… incluso en la forma de matar…
Ayer
ambos diestros salieron a hombros de Illumbe, la plaza donostiarra que se halla
en plena Aste Nagusia, su Semana Grande, en la que los toros han sido eje
central durante siglo y medio casi. Este año la fiesta en San Sebastián
atraviesa un difícil trance. Se acaba el abono inicial que obligaba a coger las
entradas para los siguientes quince años, en la ilusión de Manolo Chopera por
rescatar del olvido a una tauromaquia abandonada desde el derribo del Chofre –ese
que cantábamos hace días y que dio su último festejo, un festival, el 2 de
septiembre de 1973-. El próximo año, ya sin compromiso por parte de bastantes
aficionados que se ilusionaron en el proyecto, y que han perdido sus ilusiones
ante las realidades contempladas en una plaza de primera que no lo parece
tantas veces, veremos lo que ocurre. Y a ello sumen que Bildu aborrece de la
fiesta nacional por las mismas razones -sólo políticas- que empujaban a Esquerra,
desconociendo su propia identidad y negándoselas –al parecer- a un difunto
Idígoras batasuno que se vistió de luces en sus tiempos… ¿españolistas,
juveniles, atolondrados?
La ejemplar portada de ABC de hoy |
Ayer
con ese auténtico cartelazo de toreros –desengañémonos, los tres tienen mayores
capacidades de lo que muestran con corridas blandas, aborregas e inválidas como
la de esta pasada tarde-, sólo hubo uno poco más de un tercio de entrada, casi
media plaza. Por más que mi buen amigo Andrés Amorós, hable de gente en las
taquillas, de colas y de efervescencia, la plaza no se llenó; no hubo un “no
hay billetes” rejuvenecedor, la tauromaquia en la Bella Easo languidece en el
ambiente abotargado, pesado y caluroso de la cubierta de Illumbe –ayer descubierta-.
Morante, El Juli y Talavante no convocaron ni a las casi once mil personas que
hubieran reventado la plaza, ni aun a cinco mil y eso que tienen, al otro lado
de la cercana frontera una afición pujante, valerosa y creciente. Es que
ciertos espectáculos, por más que vengan envueltos en papel de plata –o de oro,
haciendo juego con los bordados del terno de los espadas-, no dejan de mostrar
la podredumbre de su interior.
La
fiesta languidece, decimos, por mor de un sistema que va en contra de la
afición, que busca el lucro innecesario de los de más arriba, el mantenimiento
del estatus quo, la comodidad sin cuento y la ausencia de los verdaderos
valores en que basa la tauromaquia. Morante, El Juli y Talavante son capaces,
mucho más que eso, de torear. Son capaces, así lo creo de corazón, de
enfrentarse a lo más encastado, bravo o duro de la ganadería actual y salir
triunfantes… algún pequeño y esporádico gesto lo ha hecho patente en alguna muy
aislada ocasión. El mal está, en muy buena medida, en que para torear
quinientas tardes, necesitan que el ganado no apriete, que no le apriete –tampoco-
la afición, que el compromiso sea el mínimo, y así ir sumando triunfos ligeros
y a veces banales que vayan sumando en el escalafón de la casquería y en el número
de festejos en los que se hallaban presentes.
La
corrida de Cuvillo donostiarra, fiel a lo que va siendo una temporada lamentable, ha sido un suma y sigue. Suma en la falta de decoro en la
presentación de muchas de las reses; hasta los críticos más acomodaticios apuntan,
se les escapa por ahí, o señalan de pasada, la falta de trapío de algunos de
los ayer lidiados. Todos, sin excepción, mencionan –aunque no subrayen- la
invalidez o flojedad de cinco de los seis –la excepción fue el sexto, con más
fuerzas, complicaciones y casta que sus hermanos de camada, y que, por ende, sorprendió a
Talavante-. Es verdad que lo disimulan de diferentes maneras: El Juli anduvo
soberbio en una labor enfermeril, o soportando al animal o evitando que se cayera
una y otra vez, los toros justitos de fuerza, ¡qué poderío y qué técnica para
evitar que el animal se viniera abajo!, o cosas por el estilo. Hablan de
suavidades extremas, de blanduras –“muy blandos”, llega a decir alguno, como si
de Platero se tratara: “Platero es
pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón”-, se buscan sinónimos equívocos
y se tapa en lo posible la cruda realidad: de los seis, cinco apenas podían con
su triste existencia, entre caídas e invalideces, alguno –Carlos Ilián lo
destaca- murió de pie ante la muleta de uno de sus matadores. ¡Si al menos lo
hubiera sido con las botas puestas, como el séptimo de caballería! Pero
tampoco; sosos, aborregados, dulces, nobilísimos, suaves, “con calidad”, todos
son epítetos que caracterizan lo que entre líneas se lee perfectamente, descaste,
paso al frente de la toreabilidad hacia el que “no moleste”.
La plaza donostiarra de Illumbe |
Si
de trapío y de casta anduvo ayer ayuna la plaza de Illumbe, ¿ante qué fieras,
ante qué brutos indómitos, ante qué bravos y encastados toros, plenos de
acometividad, se lograron esos triunfos citados? ¿Y si no hubo materia prima,
porque en San Sebastián ha desaparecido en muy buena parte la afición al toro
que exigían sus abuelos, qué grandes méritos podemos alegar en defensa del triunfo
preclaro que se nos canta y cuenta? ¿La estética y la dicción de esa tauromaquia
eterna de Morante? El propio Zabala de la Serna dirá que no hubo unidad en la
faena al cuarto, que hubo enganchones e imprecisiones, que hubo más importancia
en la colocación y los remates, en los adornos, que en lo fundamental; algo que
podemos creer a pies juntillas. Es muy probable que a mí, eso también me
hubiera emocionado, me gusta el toreo del de la Puebla, lo reconozco, ¿pero son
méritos suficientes para salir a hombros en plaza de primera ante un ganado
lamentable, escogido por Curro Vázquez, su apoderado? ¿Y qué decir de la
técnica y poderío del Juli, ante dos inválidos, en los que se destaca su mérito
para mantenerlos en pie, para sacarles el último hálito vital de su existencia,
para exprimir ese limón pocho y caduco, exangüe de jugo, y con el que –como recurso
final- se expondría -¡ay Dios mío!- entre los pitones?
¿No
hubiera sido más importante y meritorio hacer eso mismo, en uno y otro caso,
frente a reses dignas de presencia, encastadas y bravas, fieras o duras? Una
tauromaquia que nace del riesgo y de la exposición de un débil ser humano
enfrentado a una fuerza de naturaleza, que la domeña a base de valor –supuesto
en cualquier caso-, inteligencia y gusto, va cediendo lugar a otra basada
simplemente en lo estético, la cantidad y la ligazón de lances… ante un animal
capitidisminuido. Por cierto, de las astas nada dice nada…, ¿pero se imaginan los
animales en puntas?, ¡qué barbaridad!, ¡ni que fuera aquello un circo romano!
¿Se imaginan el diferente panorama si en el cartel, ¡en vez de Cuvillos! hubiesen
anunciado –y lidiado, ojo- seis victorinos de los de antes, de los de
Santander, por ejemplo, de hace unos días? Otro gallo hubiese cantado;
probablemente se hubiera visto otra tauromaquia, probablemente también, se
hubiera producido el mismo triunfo, pero los méritos aquilatados hubieran sido
muy otros, engrandecedores de la fiesta, sin duda.
Esa
neo-tauromaquia post-moderna, en la que esconder la pierna que antes se cargaba y adelantaba
hacia el terreno del animal, es cosa común y aplaudida, pero es la que está
dando al traste con la fiesta, con la afición y con las plazas llenas. Todo es
ya previsible en muy buena medida, sobre todo en cuanto a las figuras y sus
toros se refiere. Illumbe, ayer, no se llenó, y era un cartel que debería haber
congregado, al menos, a esas diez mil pico personas… Aplaudamos los méritos contraídos
por los lidiadores, pero no olvidemos que la fiesta, con estas cosas y casos,
no conseguirá remontar la crisis.
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